Emigrar desde Venezuela hacia Estados Unidos es una odisea que además de una gran fortaleza requiere dinero que muchas veces los migrantes no tienen y el cual deben conseguir cómo sea durante un trayecto que incluye siete países y en el cual los persigue, constantemente, la muerte.
Por Gerald Bermúdez
Especial para la Revista RAYA
Son las 4 de la tarde de un martes de febrero de 2023 en Necoclí. El sol es una luz suave y el viento roza las palmeras a varios metros por encima de un mar caribe de cuento.
—Vea, esta playa puede verse muy bonita, pero es todo lo contrario —dice Isleny mientras hunde los pies en la arena y enciende un cigarrillo—. Acá el que no quiere quitarle a uno todo el dinero lo menosprecia y lo trata de ladrón .
Isleny es una mujer de 50 años, delgada y trigueña, que sonríe sin todos los dientes. Llegó a esta ciudad frontera de Colombia un mes atrás, en enero, con su marido Juan José después de cinco semanas de una travesía desde Venezuela que comenzó con un viaje en autobús entre Caracas y San Antonio y que luego continuó a pie y pidiendo aventón cuando no podían pagar tiquetes de algún autobús. Una de las maneras para poder sobrevivir y conseguir el dinero del viaje es la venta ambulante de caramelos en cada parada, todo esto con la intención de llegar a Estados Unidos para encontrar un futuro donde su familia pueda comer todos los días.
—Nosotros no tenemos sino 50 dólares hasta que lleguemos a Costa Rica —dice mientras se quita las pantuflas, sentada en un tronco encallado en la playa.
Es una de los más de ciento cincuenta mil migrantes venezolanos que cruzaron el tapón del Darién durante el 2023, la cifra más alta con esta nacionalidad en la historia de este paso fronterizo. Cuando vio el mar verde del Caribe, no pudo evitar pensar en la paradoja: este rincón de belleza, puede ser su propio infierno.
—Quién sabe si podremos llegar a Estados Unidos con lo que tenemos —dice, mirando a su perro de seis meses que chapotea en el mar—. Pero no nos queda otra que intentar, ¿qué otra alternativa tenemos?
Pasar desde Colombia a Panamá es un desafío sobrehumano para alguien sin calzado, equipos y fuerza como Isleny. Son 107 kilómetros por una de las selvas más inhóspitas del planeta, el único punto en donde la vía Panamericana se corta en su extensión que va desde Alaska hasta la Patagonia y en donde no solo los peligros son las condiciones naturales sino que existen grupos criminales que trafican con drogas, armas y migrantes. Un riesgo caro e incierto que se afronta aunque no se pueda pagar y sin saber si se podrá llegar al destino final, dado que el gobierno de Estados Unidos implementó el Título 8 que endurece las medidas migratorias sobre ciudadanos de Centro y Suramérica.
Sin trabajo, sin ahorros e inmersos en la incertidumbre es cómo se lleva a cabo el viaje de cientos de miles de migrantes que pasan por Colombia y Centroamérica esperando llegar a Estados Unidos a cumplir un sueño que muchas veces no es más que una fábula.
El trayecto desde Caracas hasta Necoclí les ha costado 320 dólares a Isleny y su marido. Salieron el 22 de junio de 2022 desde Caracas hacia San Antonio del Táchira en la frontera con Colombia; ese trayecto en autobús les costó 60 dólares por persona. Al cruzar la frontera en el lado colombiano les tomó casi seis meses ir desde Cúcuta (frontera con Venezuela, al oriente de Colombia) hasta Necoclí en el occidente cerca a la frontera con Panamá. Durante ese tiempo tuvieron que ir trabajando en lo que hubiera, limpiando vidrios de automóviles, siendo vendedores ambulantes o pidiendo limosna para ir reuniendo lo suficiente para comer y poder ir pasando de ciudad en ciudad.
— Una de las peores cosas fue la cruzada del páramo de Berlín, en Santander. Imagínese, un frío de nevera y nosotros en sandalias y casi sin abrigo caminando porque nadie nos quiso llevar gratis.
Lo que sigue, desde este primer ‘muro’ hasta el último, en México, podría costarles 1500 dólares más: son 1800 dólares los que puede pagar un migrante venezolano promedio para llegar hasta la frontera con México.
En Necoclí los gastos en hoteles o albergues, comida, tiendas de campaña, agua y demás pertrechos para cruzar la selva pueden llegar a costar cerca de 150 dólares. El cruce en barco hacia Acandí, al lado occidental del Golfo de Urabá, llega a valer 50 dólares por persona y dura una hora en el mar que puede estar tranquilo como una sabana o sufrir una tormenta repentina, como la que hundió varias embarcaciones con migrantes africanos el 28 de enero de 2019 y en la que murieron 12 de ellos.
Al llegar a Acandí deben asegurar su llegada a Las Tecas, que es un campamento lejos de todo pueblo en donde hay que pagar por poner una tienda de campaña, hay oferta de comida y se puede tener internet por última vez antes de internarse en la jungla. El trayecto desde Acandí hasta Las Tecas se hace de tres maneras: en motocicleta vale 50 dólares por persona por dos horas y media de trayecto; se puede hacer en un coche de caballos que vale igual, pero esa tarifa se puede repartir entre varios. La otra opción es hacerlo a pie sin tener que pagar nada, aunque de esta manera el trayecto se alarga a ocho horas y tiene el riesgo de perderse entre los potreros o encontrarse con alguna de las serpientes venenosas que abundan en ese sitio.
Todo ese trayecto es un desafío en más de un sentido. Son 5 días caminando entre trochas llenas de lodo subiendo y bajando montañas, cruzando ríos que pueden crecer de un momento a otro. Sufriendo la amenaza constante del cansancio y los animales de la selva, algo que se convierte en un reto casi que imposible para una mujer como Isleny que dice que siente el cansancio de los años en su cuerpo. Además de todos los peligros ya mencionados, tal vez el que más temen varios de los migrantes que han tenido tiempo de estar en Necoclí o Acandí durante semanas, es el de los grupos armados.
El Clan del Golfo, grupo de origen paramilitar, controla la región desde la década del 80. Esta ruta que usan Isleny y cientos de migrantes, es también usada para el tráfico de cocaína. Por eso, esta zona conocida como el Golfo de Urabá está plagada de traficantes y otros delincuentes de menor monta que se rebuscan robando, violando u ofreciéndoles seguridad y otros servicios a los migrantes.
—Poco a poco esto se fue llenando de haitianos y africanos que traían dólares y ahí fue en dónde el negocio de ayudar a pasar gente al otro lado se puso bueno— cuenta ‘El Ratón’, el alias que usa un coyote que ha pasado toda su vida en Acandí y que se dedica a esta actividad desde hace unos siete años.
Bajo el sol imposible del mediodía, él cuenta cómo comenzó a ayudar a migrantes a pasar la frontera, después de haber conocido los pasos más seguros en la selva cuando coordinaba el paso de fardos con cocaína hacia Panamá. Se queda mirando la vía y calcula cuántos migrantes llegaron hoy y cuánto dinero representa cada uno de ellos.
—El negocio es sencillo. Si usted tiene cómo pagar puede cruzar relativamente fácil, de lo contrario si se pierde en la selva, si lo roban o violan pues ese ya no es asunto nuestro. —Dice mientras se estira.
El tránsito irregular de migrantes ha generado una economía informal en la región. En esta ciudad, además de los servicios de El Ratón, existen otros como restaurantes improvisados bajo toldos plásticos en un andén cualquiera, venta de equipos de camping, pequeñas casas reconvertidas en hoteles y lugares desde donde poder comunicarse vía internet con los familiares fuera de Colombia que están a la expectativa de lo que suceda en esta travesía. Todo bajo la mirada vigilante del Clan del Golfo.
Según cálculos de un mando medio del Clan, que pidió reserva de su identidad, el promedio de dinero que reciben por cada migrante, sin importar la nacionalidad, desde que sale de Necoclí hasta que llega al lado panameño de la frontera puede subir a 350 dólares. En sus cuentas pueden cruzar diariamente entre 500 y 700 personas lo que convierte este negocio en algo bastante rentable siempre y cuando siga siendo una actividad no regulada. Ese grupo ilegal recibe cerca del 90 por ciento del dinero que se le cobra a cada migrante. Según una fuente, que pidió estar en el anonimato, varios de los hoteles, sobre todo los más nuevos que existen en Necoclí y Acandí, en donde se alojan los migrantes, son controlados por o son propiedad de miembros de esa organización delincuencial.
Hasta agosto de 2022, de acuerdo con esta fuente, existía un acuerdo entre las autoridades panameñas y Clan del Golfo para que pudieran hacer presencia al otro lado de la frontera y ayudaran a controlar la seguridad de los migrantes que intentaban cruzar la selva y necesitaban protección contra las bandas de ladrones y agresores sexuales que operan en partes del trayecto. Este control derivó en algunos asesinatos lo que llevó a que ese pacto se rompiera y los miembros del Clan no sean bienvenidos en el lado panameño.
La inseguridad es tal que en enero de 2023, en un solo día, de acuerdo al testimonio de un migrante venezolano que pidió mantener su anonimato, se contaron doce cadáveres en distintos estados de descomposición en menos de diez kilómetros de la ruta. Este dato contrasta con las cifras de la Organización Internacional para las Migraciones que solo registra 36 muertes en 2022, aunque reconoce el subregistro en su informe publicado en enero de 2023.
Después de estar inmersos en eso que Isleny llama “infierno verde” se llega a Come Gallina, en Panamá y tomando un bote se alcanza el poblado indígena de Bajo Chiquito. Desde ahí llegan a la Estación Temporal de Recepción Migratoria de Lajas Blancas. Desde ahí es posible tomar un autobús hacia Chiriquí que vale 40 dólares y una vez en esa población pueden descansar en otra Estación Temporal. Para llegar hasta Paso Canoas, en la frontera con Costa Rica, hay que tomar otros dos autobuses que suman 10 dólares. Todo esto sin contar con el gasto de comida que puede ser variable de acuerdo a las condiciones en que llegan los migrantes.
Anderson, quien cruzó antes que Isleny y logró llegar a Costa Rica calcula en cerca de 20 dólares la comida de los 3 días que le tomó cruzar Panamá. Una vez en Costa Rica, cerca a Paso Canoas hay un campamento humanitario que el gobierno costarricense instaló para que los migrantes puedan reponer fuerzas y cruzar el país.
En menos de 48 horas la mayoría de los migrantes venezolanos que tienen 17 dólares para pagar el pasaje de autobús pueden llegar al norte de Costa Rica en un trayecto que se tarda 8 horas. Por lo corto del tiempo que pasan en ese país los gastos de comida no son tan altos como en Colombia y pueden llegar a 10 dólares. Para el caso de Anderson, quien salió de Venezuela en diciembre de 2022 y planea llegar a México para estar un tiempo mientras decide si cruza a Estados Unidos en busca de su esposa y su hija de dos años, Costa Rica puede ser tranquila pero no es un país de puertas abiertas.
—Acá las autoridades no lo persiguen a uno pero tampoco es que uno la tenga fácil para vender caramelos o pedir algo de dinero en la calle. Básicamente nos ayudan a que entremos y salgamos de Costa Rica lo más rápido posible.
Lo dicho por Anderson se ve reflejado en la solicitud del gobierno costarricense a la Cámara Nacional de Transporte para que pusieran a disposición de los migrantes que no tienen dinero 50 autobuses que los lleven desde la frontera sur hasta la norte en una sola jornada. Desde marzo de 2023 rige una categoría especial para migrantes de Cuba, Nicaragua y Venezuela pero solo pueden optar a ésta quienes hayan solicitado asilo antes de septiembre de 2022, que no es el caso de Anderson, Isleny y Juan José, junto a los miles de migrantes que llegan cada día a Punta Canoas.
—Nosotros estamos bien, trabajando recogiendo café en esta finca mientras conseguimos dinero para seguir el viaje al norte — Dice Isleny por teléfono después de haber cruzado la selva del Darién y de haber tenido que regalar el cachorro que los acompañaba en la primera casa que encontraron en el camino.
El paso de Costa Rica a Nicaragua es un poco más complicado debido a la decisión del gobierno de Daniel Ortega de permitir el ingreso de migrantes venezolanos que lleguen por vía aérea y evitar al máximo el ingreso y tránsito de migrantes irregulares que ingresen por los pasos terrestres. Se habla de una especie de “multa” de 150 dólares que cobra la policía nicaragüense para entrar a su país que, de acuerdo a Isleny y Anderson, es un soborno velado.
El autobús que permite ir desde Managua hasta Trojes en la frontera con Honduras vale 30 dólares. Una vez allí se cruza al lado hondureño de la frontera en un periplo que nos narra Roxana Rodríguez en el diario La Prensa de Honduras.
Desde que se agudizó la crisis en Venezuela en 2015 son más de siete millones de migrantes y refugiados de esa nacionalidad que se encuentran en todo el mundo, de estos un poco más de seis millones están en América Latina y el Caribe de acuerdo a cifras de la Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela. La mayoría de quienes salen de Venezuela llegan a Colombia en donde se encuentra el 40% de todos los que están en Latinoamérica. El hecho de que México sólo registre 87000 de ellos, o Panamá 147000, deja claro que Centroamérica, a diferencia de Perú o Colombia, es un territorio de tránsito mientras logran llegar a Estados Unidos. Debido al alto grado de informalidad con que se desplazan los migrantes venezolanos la posibilidad de contar con recursos para poder realizar esta travesía es mínima; es por ello que deben dedicarse a trabajar en lo que pueden durante la ruta, muchas veces vendiendo caramelos en las calles, limpiando vidrios de automóviles en los semáforos, mendigando y en algunos casos alimentando redes de prostitucion.
Quienes logran superar todas las barreras físicas y burocráticas que impone la ruta y logran llegar a México deben enfrentarse a la que quizás es la más dramática e injusta de las dificultades de esta odisea. Desde el 11 de mayo de 2023 entró en vigencia el Título 8, una medida que sustituye al Título 42 que regía la política migratoria estadounidense en tiempos de emergencia por Covid. Bajo el cambio de normativa (que vale decir es una medida que lleva décadas implimentándose) quienes ingresen ilegalmente a Estados Unidos, sin solicitud de asilo mediante, podrán ser arrestados y expulsados manera rápida sin que medien otras consideraciones. Además, el gobierno de Joe Biden ha buscado que países como México reciban hasta 24 mil migrantes para evitar que lleguen a Estados Unidos. Así mismo, con la aplicación del Título 8 también se crearán centros especiales para migrantes en Guatemala y Colombia. Aunque hasta el momento no existe mayor información de las autoridades migratorias colombianas o guatemaltecas sobre la manera en que todo esto se implementará.
—Debo continuar hacia Estados Unidos sin importar que pase ¿qué otra salida tengo? —dice Isleny. Aunque la expulsen, la deporten o quede flotando en alguno de los seis países que la separan ahora de Estados Unidos, ya no hay vuelta atrás.
—Así tenga que lavar baños o fregar pisos, me quedo allá. No tengo muchas opciones
Ahora, al borde de un mar caribe de cuento, quiere creer que así será. Que por una vez todo saldrá bien. Debajo de un sol que se va como la tarde, busca un cigarrillo, lo enciende y suspira: “El que sobrevive en América Latina sobrevive en el primer mundo”.
En el momento de escribir esta historia el paradero de Isleny y Juan José era desconocido, posiblemente por haber perdido su teléfono celular en el camino. Como ellos, hasta el presente año, 7.13 millones de ciudadanos venezolanos están por fuera de su país natal en calidad de refugiados y migrantes en todo el mundo, según cifras de ACNUR.
Todas las mañanas en la playa de Necoclí se organizan los vendedores de comida y café para esperar a los migrantes que buscan cruzar en ferry a Acandí y Capurganá.
Filas de migrantes embarcando en el ferry que cruzará el Golfo de Urabá para internarse en el tapón del Darién
Desde el mar las montañas del Tapón del Darién se ven imponentes en el horizonte
Carretas de caballos que llevan a los migrantes hasta el último punto colombiano en la frontera del Darién
Campamento de Las Tecas, el último sitio del lado colombiano de la frontera para poder tener wifi o comprar provisiones
Campamento de Las Tecas, el último sitio del lado colombiano de la frontera para poder tener wifi o comprar provisiones
Un pequeño grupo de migrantes se aleja de la multitud para poder tomar un baño tranquilo
Campamento de Las Tecas, el último sitio del lado colombiano de la frontera para poder tener wifi o comprar provisiones
Juan José, esposo de Isleny mientras descansa en las playas de Necoclí
Playa de Necoclí
Isleny el día previo a viaje hacia Acandí
Juan José el día previo a su viaje a Acandí
Juan José el día previo a su viaje a Acandí