Por: Alejandro Castillejo Cuéllar
Mucho me han preguntado recientemente, sobre todo al calor de un ciclo de conferencias itinerantes que dicté por varias ciudades del país interpelando (auto)críticamente el Informe de la Comisión de la Verdad, sobre la fisionomía institucional o las características de una prospectiva Comisión con el ELN. La sola pregunta me parecía incluso descabellada, en especial porque muchas personas daban por sentado o se imaginaban algo similar al aparato que nació del Acuerdo de La Habana-Cartagena-Teatro Colón, como toda tecnología, el dispositivo comisional requiere de estandarizaciones para ser reconocido. Y aunque entiendo este ímpetu, el trabajo en la Comisión, que en últimas recoge mi reflexión etnográfica sobre otras sociedades, me sirvió para profundizar (esta vez de manera directa con la piel) que toda comisión de verdad es el producto de las tensiones de poder que emanan de los contextos sociales de los que surgen. Son artefactos históricos que iluminan unas dimensiones de la violencia, mientras otras, por razones de diseño de la investigación, quedan habitando zonas grises.