Por: César Jerez
Llevo varios meses, desde que inició la guerra entre Rusia y Ucrania, buscando a Serguei, lo busco en las redes, en los videos de la barbarie y en los recuerdos. Me lo imagino vivo, huyendo de los combates o muerto, bajo una descarga de Katiushkas. Lo conocí en Moscú. Era un ucraniano de Lisichanks, en el Donbass, que se aproximó a la comunidad de estudiantes latinoamericanos que comercializaban jeans, abrigos de cuero, teodolitos y grabadoras de contrabando.