Revista RAYA habló con Daniela Maldonado, fundadora de la Red Comunitaria Trans y líder de sus procesos artísticos, sobre cómo los señalamientos contra esta población en las redes sociales se reproducen en su cotidianidad, en las calles en las que trabajan. Y cómo la gentrificación del emblemático barrio que habitan, el Santa Fe, busca expulsarlas de él.
Por: Mónica Vargas León*
Daniela Maldonado es cofundadora de la Red Comunitaria Trans, un espacio en el barrio Santa Fe, de Bogotá, desde donde se realizan distintos procesos con personas trans. Revista RAYA habló con esta mujer sobre la violencia contra las personas que integran esta población y el peligro que significa en su cotidianidad el hecho de que algunas figuras públicas lancen ataques en su contra desde las redes sociales.
¿La situación de las personas trans es mejor ahora que antes?
Decir que ha mejorado es hilar muy fino. Porque sí, digamos que han cambiado ciertos aspectos, pero no sé si podamos hablar de cambios profundos, pues hay cosas que están bien y otras que son un desastre en la ciudad. Se puede hablar de mejoras en el sentido que, hasta la Constitución del 91, es decir hace 30 años, era ilegal y criminal ser una persona trans. Sin embargo, todavía se conectan las identidades trans con la criminalidad. Luego de la Constitución del 91, cambia un poco el hecho de que antes te llevaban a la cárcel solamente por el hecho de ser trans, aunque hoy en día la represión policial contra nuestra población sigue siendo horrible.
Fotografía: Juan David Cortés
¿Cómo nació la política pública distrital trans?
Existe hace diez años. Allí también se empezó a visibilizar a las personas trans en temas laborales. Hoy, muy contadas personas tienen estos beneficios y accesos, pero la realidad es que nos siguen matando. Este año van como en 33 asesinatos de personas trans, es un panorama muy ambiguo en el que pasan muchas cosas negativas. La pandemia, por ejemplo, para nosotras fue un desastre.
¿Por qué?
La pandemia fue la oportunidad para mostrar y hacer visible, además de profundizar, las heridas de pobreza, exclusión y discriminación. Además, las condiciones en las que nos tocaban los cierres y la cuarentana. Luego, vino la medida del pico y género, que nos puso doblemente en riesgo. Hubo muchas denuncias por violencia policial. Lo que pasa es que, con el tema trans, muchas veces se da un pequeño avance y se retroceden tres pasos atrás.
Fotografía: Juan David Cortés
¿Qué sucede para que se retroceda más que avanzar?
Siento que es miedo y desconocimiento. Hablar sobre las vidas de las personas trans es muy loco porque siempre hemos sido parte de la historia, pero la gente piensa que es algo nuevo, que es algo que nos inventamos y les da miedo, así como con el aborto y otros temas que no dimensionan y no logran entender. Entonces pasa que dicen: démosles estos derechitos, pero tampoco que se sientan ciudadanas de primera clase; hagámoslas visibles, pero que no vayan a pensar que son mujeres porque si no, nos van a borrar. Todo el tiempo es esa sensación de, hagamos esto por esta gente, les damos la mano pero que no se vayan a tomar el codo.
¿Cómo obtienen esa cifra de 33 personas trans asesinadas en Colombia este 2022?
Esos son subregistros que hacemos como organizaciones sociales y de noticias que nos vamos enterando por redes. Por ejemplo, a través de las redes la compañera del Cauca publicó tal cosa y así nos enteramos. Además de los casos que suceden en el Santa Fe porque ahí sí estamos presentes. Pero siempre es por medio del voz a voz, de esta compañera que me habló de equis denuncia y a partir de eso es que podemos hacerlo visible. También lo documentamos en una plataforma que es el ‘Centro de Documentación y Situación Trans en Latinoamérica y el Caribe’ CeDoSTALC. Esto, ya que la Red Comunitaria Trans hace parte de la ‘Red Latinoamericana y del Caribe de Personas Trans’ RedLacTrans, una red latinoamericana en la que están organizaciones de distintas partes del continente y hacemos encuentros, nos ayudan a buscar financiación, nos apoyan para que participemos en pronunciamientos frente al Consejo de Derechos Humanos CDH. Ese es un escenario para un trabajo de denuncia, de política internacional y de formación.
Fotografía: Juan David Cortés
Mencionaste la presencia de las personas trans a lo largo de la historia. De hecho, hay algunos registros de que antes de la llegada de los españoles en algunas culturas de América había más de dos géneros. ¿Cómo se da ese borrado de las personas trans?
Nosotras siempre hemos estado. No es una cosa nueva. No somos una moda que nos acabamos de inventar. Quién se va a poner en todas estas situaciones de me voy a hacer travesti para que la gente me discrimine, para no tener trabajo, vivir arriada, que mi familia no me acepte. ¿Quién va a decidir vivir mal?, ¿quién quiere vivir para que todo el mundo se venga en contra, para vivir con miedo? Esto es algo que nos atraviesa la vida entera y por eso lo hacemos real, porque si no es así uno vive en frustración y en tristeza. Por eso, las personas trans transitamos y llevamos toda la carga de la violencia, pero la gente piensa que es una moda, que muy cool ser travesti y vivir la discriminación, no les dan el sentido real, el de que las personas somos así. En cuanto a la colonización, ese es el primer borrado de las personas trans de Latinoamérica y pasa porque a lo trans siempre se le castiga.
Fotografía: Juan David Cortés
¿Cómo es ese castigo?
La violencia y discriminación que recibimos se basan en un acto correctivo de la sociedad hacia nosotras. Es algo como, si yo te discrimino y me burlo de ti es para que tú dejes de ser así porque eso no es de Dios, no está bien porque Dios creó al hombre y la mujer. Hace unos días unos concejales dijeron que ellos eran traidores del patriarcado y a mí me pareció muy chistoso porque las verdaderas traidoras del patriarcado son las travestis. El hombre es visto como algo superior, como lo mejor, mientras que las mujeres son lo paila, lo débil, lo inferior. Entonces es como tú, macho cisgénero, cómo te vas a atrever a traicionarnos y desear ser algo inferior, algo débil. Usan mucho la religión para borrarnos, desde una violencia correctiva.
Fotografía: Juan David Cortés
Un tema es la religión, que sigue teniendo peso en Colombia, pero hay personas desligadas de esos mandatos que traen un argumento más peligroso desde la academia y manifiestan una preocupación por el tema desde la biología, ¿qué decir ahí?
Ese concepto de lo biológico también se debe cuestionar y no tragarlo entero. Hay una visión de la medicina, de unas vacas sagradas con unas verdades incuestionables. Eso tiene que ver mucho también con la construcción de esos modelos, que ha sido hecha por hombres, blancos, europeos, señorones que siempre han sido dueños de esa verdad que se ha trasmitido por siglos y décadas. Son verdades irrefutables, más si tú no tienes los conocimientos ni las herramientas, ¿cómo lo cuestionas? Pero la biología está muy sesgada por una visión de hombre de primer mundo y la gente no cuestiona eso y piensa que eso que construyeron esos fulanos allá es la verdad, y no se rompe, no se cuestiona y no se puede reformular. Construirse como hombre y mujer también depende mucho de la familia y el contexto, de las personas que te rodean y el sitio donde naces.
Fotografía: Juan David Cortés
Virgine Despentes, en el prólogo de ‘Un apartamento en Urano’, dice que las personas trans y los migrantes son el último resquicio que nos queda de anarquía porque subvierten el orden, ¿por qué piensas que, pese a que el fracaso del sistema es evidente, todavía hay tanta gente que lo defiende a ultranza y busca que persista lo establecido?
Hay una clase de configuraciones y de cajitas y si tu no cabes en una cajita entonces tienes que meterte en otra. Si no eres mujer, vas en otra caja, y esa necesidad de meter a todo el mundo en algo para poderlo leer, nombrarlo y existir. Se ve a la otredad como algo distinto, algo diferente que no es igual a mí. Las formas de aceptación pasan porque el otro sea igual a mí, si no lo es, lo rechazo. Las trans estamos rompiendo las normas preestablecidas. Nos construimos de una manera diferente, no estamos construyendo una mujer femenina, rosadita, somos anti eso, lo que hacemos es desestabilizar, incluso la forma en que se construye la mujer. Y lo que pasa es que a mucha gente le molesta ver a alguien libre porque quienes son libres rompen con las normas sociales y sienten que ahí hay un deterioro de la sociedad porque piensan que si esta se sale del corral va a hacer que otras se empiecen a ir del corral también y si son muchas se pierde el control, por eso hay que eliminarlas para que las demás se den cuenta qué pasa si quieren ser diferentes, que les sirva de escarmiento. Irse en contra de nosotras también es una forma de control social.
Fotografía: Juan David Cortés
¿Y hablan a veces de eso que las acusan de querer borrar a las mujeres?
Sí, a veces decimos: ay, hoy me levanté y no sé a quién voy a borrar. Nos lo tomamos así porque qué más hacemos. Hemos aprendido a tener una apropiación de esas cosas negativas, tratar de transformarlo a nuestro favor y verlo de una forma diferente. Es la forma de resistir, apropiándonos de esas formas que usan para insultarnos y hablar de nosotras, como si fuéramos unas máquinas. Son formas que buscan deshumanizarte para luego borrarte. Cuando digo que no eres biológica, digo que no eres humana y por eso no tienes los mismos derechos. Y es lo mismo de: voy a hacer algo por ellas, pero que no se crean que son mujeres o que son hombres. Lo que pasa con Carolina Sanín no pasa solo con ella, mucha gente piensa que las personas trans son aberrantes y que no deberíamos existir. Hay una visión muy negativa sobre lo trans. Como nos tiran por Twitter, lo asumo de dos formas diferentes: de un lado me duele mucho porque pienso en que mi bebé puede verlo y también sus compañeros y que pueden terminar convenciendo a mi hija que su mamá es un monstruo. Para mí sería muy doloroso que a mi hija la discriminen por tener una mamá trans, porque yo he habitado la discriminación.
¿Cómo sientes la discriminación que se da desde las redes?
Nunca vamos a estar en igualdad de condiciones. Eso es como una pelea de un tigre con un burro amarrado. Nosotras siempre siendo el burro amarrado. Esa gente siempre tiene las plataformas, los medios económicos y de conocimiento a los que nosotras no hemos tenido acceso. Para nosotras es desgastante pelear contra alguien a quien le tenemos que estar diciendo por qué mi identidad sí es válida. Es una pelea triste y estúpida tener que decir que yo existo y que no te voy a borrar. Es agotador emocional y mentalmente. Es absurdo cuando somos el 2% de la población. Nunca estamos a la par. Si tuviéramos libros, publicaciones y redes con tantos seguidores, sería una pelea justa, pero no tenemos eso y finalmente sí es discriminación y esos discursos bajan y llegan a las calles, en la forma en cómo nos habla alguna gente y la Policía. Carolina Sanín y todas las TERF tienen un problema grande del feminismo blanco hegemónico que deja por fuera otras formas de construirnos mujer. El verdadero borrado es para nosotras que debemos salir de nuestras redes de apoyo y que, por ejemplo, en el Santa Fe, por el tema de la gentrificación y el nuevo Plan de Ordenamiento Territorial nos quieren sacar del barrio. Aparte usan el arte y estrategias comunitarias, que nosotras construimos, para sacarnos. El Castillo de las Artes es para higienizar y hacer asepsia en el Santa Fe, las estrategias que utilizamos nosotras para hacer resistencia ahora las usan para sacarnos del barrio y tenemos miedo porque no sabemos cuál va a ser el futuro de eso y no queremos salir de allí. A nadie le interesa qué va a pasar con estas poblaciones y eso sí es el verdadero borrado.
Fotografía: Juan David Cortés
¿Cómo llevas ser mujer trans y mamá?
Es difícil porque si no me validan como mujer, menos como mamá. Y ver una travesti que cuida una bebé no es una ecuación que la gente se haga en la cabeza. Si tuvieras un bebé, así seamos amigas y parceras, no me vas a pedir que lo cuide, no me invitas a tu boda, no me invitas a tu cumpleaños.
La discriminación lleva a que ustedes tengan una expectativa de vida de 35 años, ¿qué las lleva a sobreponer su autenticidad a una sentencia de muerte de este tipo?
Es una cosa que nace del espíritu, del corazón. El género va más allá, son unas energías que da la misma tierra, lo femenino y lo masculino son espíritus de fuerza, de creación, de poder, que luego se volvió en un sistema métrico de medicina. Es volver esa energía tan poderosa de habitarse en lo femenino o lo masculino y darle todo el valor más allá de la forma de medición y de opresión, de control. Para uno es algo diferente. Es una energía que te hace ser quién eres y entonces uno prefiere ser una muerta social que estar en el closet. La gente piensa que ser trans es ponerse una peluca, pero no. Es algo muy potente. Y eso pasa en los animales, en los ríos, esa energía está en todo y uno hace parte de eso. Va más allá de lo biológico y lo académico, es una energía que atraviesa las palmas del Cocora, pero también a los caballitos de mar…
Fotografía: Juan David Cortés
Dice Susy Shock que ya no queremos ser más esta humanidad y la Red Comunitaria Trans encarna esto, ¿cómo nació esta organización y en qué está ahora?
Nació cuando asesinan a Wanda Fox, por denunciar corrupción en la Policía y los expendios de microtráfico, además de los abusos en contra nuestra. Se creó una jornada de memoria para recordar su vida y su lucha, y ahí nació la escuela de danza Wanda Fox. Pero también viene del conflicto armado porque en el mandato de Álvaro Uribe hubo la mal llamada limpieza social en el barrio Santa Fe, lo que en realidad se tradujo en asesinatos a gente pobre, prostitutas, habitantes de calle… muchas chicas empezaron a ser asesinadas y no pasaba nada, a veces hasta pasaba mucho tiempo para que recogieran el cuerpo. Yo todas las noches que salía a putear sentía que me iban a matar, entonces a partir del miedo a que nos asesinaran y que quedara en la impunidad, dijimos que debíamos denunciar. La Red nace como un espacio de denuncia, pero no teníamos herramientas y lo LGBTI para ese momento casi no existía, no sabíamos qué puertas tocar, pero llegó el arte y se convirtió en nuestra forma. La Red se convirtió en una escuela a la que llega gente a construir saber, un saber alterno a la academia.
También es una galería del barrio de las putas. Hacemos arte, política, trabajo en salud y temas comunitarios. Y hacemos incidencia en la política nacional e internacional. En el proceso de paz buscamos que las compañeras fueran reparadas también. Con Mati González se está generando un proceso para dignificar el trabajo sexual de las webcam, que es un trabajo con muchas falencias y limbos jurídicos que pone en riesgo la vida de las mujeres trans. También hemos participado en estudios y en informes sobre nuestra situación con distintas entidades.
Cómo fue el proceso de la marcha trans, a la que cada vez se une más gente…
Salió de muchas cosas, nació de la necesidad de hacerle frente a la discriminación que hay incluso dentro del movimiento LGBTI. Yo nací en Ibagué y hacía folclor en el colegio y siempre estaba en las comparsas, me gustaban mucho los espacios de encuentro y hacer arte. Cuando me gradué del colegio no sabía qué hacer y vengo de un contexto muy humilde, de ayudar a mi mamá y vine a Bogotá para tener oportunidades. Pero no tenía las oportunidades de estudiar, aunque me gustaba y me iba bien. Al final, todo se reduce a temas netamente económicos. Me vine a los 16 años y parecía de 13. Una amiga estaba acá, ella era del mismo barrio de Ibagué, ella me dijo que vendía computadores, pero en realidad puteaba y yo me puse a putear porque era lo que podía hacer. Hasta ese momento me reconocía como un chico gay, pero en Bogotá tuve otras opciones, pese a la ciudad grande y hostil.
Cuando nació la Red Comunitaria Trans empezamos a participar en la marcha LGBTI, que ni siquiera era eso sino era la marcha gay, y nosotras queríamos que nos reconocieran. Esa marcha era clasista y nos discriminaba, todo el tiempo nos han querido borrar y tenemos cómo demostrarlo. Entonces fue de las primeras batallas que dimos, que los hombres gay dejaran de hablar por nosotras porque nosotras tenemos voz. Como en el 2015 fuimos a una asamblea mundial y las otras compañeras de otros países estaban más organizadas, entonces empecé llevando una bandera trans a todo lado, hasta que hicimos banderas más pequeñas para mostrar. En eso de pelear ese reconocimiento en el mismo movimiento elegebetuno, porque el día del orgullo gay había mucha transfobia, nos decían que no hiciéramos el oso, mientras ellos hacían otras cosas y esos cuerpos sí eran bien vistos.
Cuando empecé a asistir a esa gran movilización me pareció poderoso ver familias y niños que querían tomarse fotos con nosotras, las mamás nos decían. Y empecé a imaginarlo como algo más artístico, para, además, visibilizar las situaciones que pasábamos. Nunca encontramos espacio, por eso decidimos hacer ‘Yo marcho trans’, esta vez hicimos la séptima versión. La primera vez fueron como 27 personas, el segundo año fue con más impulso en el barrio, con sancocho y de todo, el tercero fue con un inflable como de 18 metros, una escultura maravillosa, y cada vez vienen más y más personas.
Fotografía: Juan David Cortés
El proceso artístico ha estado cada vez más presente en la Red Comunitaria Trans, hacer una película no es fácil, pero ustedes hicieron ‘Cada vez que muero’. ¿Cómo ha sido esto?
Buscando siempre nuevas formas de denuncia, de cómo hacer que se den cuenta que nosotras existimos porque la fama que tenemos es que somos putas, marihuaneras. Hay un mito en Bogotá de que las travestis les cortan la cara a la gente, como un fetiche muy grande con eso, con hojas de afeitar. Cuando fuimos la primera vez a un espacio en el barrio, una fundación que hizo Susana Fergusson, una mujer maravillosa, que abrió el parche para trabajar con habitantes de calle y asistían partos en el agua a mujeres muy pobres y trabajadoras sexuales. Empezamos a llegar las mujeres trans y fue la primera puerta que se abrió a espacios de encuentro al que podíamos ir nosotras. Se hizo un clic y nos dimos cuenta que era algo llamativo, hicimos un montaje de cumbia y era muy chévere llevar la falda, cuando eso se nos negó de niños. Me di cuenta que a través de esos bailes batíamos la falda y luego contábamos la denuncia de que nos estaban matando en el Santa Fe en total impunidad y eso era bien recibido porque la gente pensaba: no son las maricas haciéndose las víctimas sino proponiendo una puesta en escena, y dijimos, por aquí es. Muchos artistas empezaron a ver. Hacíamos los ‘transcochos’, sancochos, y era difícil porque nos agarrábamos con los de las ollas de microtráfico. Eso era algo nuevo y peligroso, pero lo hacíamos cada vez más seguido y a través de esos sancochos comunitarios empezaron a llegar artistas que nos proponían cosas para hablar de las realidades trans.
Es importante que seamos nosotras las que nos narremos y eso lo hemos logrado porque empezamos a darnos cuenta que podíamos decir cosas sobre nuestra propia mirada. Nos parece fascinante hacerlo y desestabilizar el orden, algo que nuestra identidad hace todo el tiempo, pero ahora hacerlo desde la expresión artística. Con la película queríamos hacer historias que hablaran de nuestra realidad, pero sin caer que éramos una cenicienta o cómo una trans pobre se vuelve famosa, más allá del romanticismo era poder mostrar que somos luces y sombras, mostrarnos tal cual, reales, que somos humanas.
Fotografía: Juan David Cortés
En la película también está presente la genitalidad.
Sí, porque mucho del miedo hacia nosotras pasa por esa zona. Ven el genital como un signo de interrogación, pensar si es operada, si se quiere operar, si orina sentada, parada. En el sentido de que se quite el mito sobre esa zona, siento que la vida puede avanzar y podemos pasar a otro plano. Por eso, era clave hablar de nuestra genitalidad y mostrar nuestro pene, que siempre nos lo colocan en la nariz, ponerlo en el sitio que va. La película fue costosa, se hizo en medio de la pandemia, pero nosotras somos recursivas y hacíamos muchas cosas nosotras mismas, éramos las asistentes, las del catering, las del peinado, todo lo hacíamos.
CAMPAÑA: En la pandemia la Red Comunitaria Trans hizo un fondo de emergencia para trabajadoras sexuales, pero al repartir las ayudas los vecinos, en un acto de discriminación oculto, las denunciaron por ser un presunto foco de Covid. Tuvieron que salir de ese espacio y ahora buscan comprar una casa propia en el barrio con el apoyo de la gente. La Casa Trans es una iniciativa que se encuentra en sus redes sociales y le apunta a que ellas puedan construir su propio espacio comunitario y popular. Sus redes son en Facebook Red Comunitaria Trans y en Instagram @redomunitariatrans
*Mónica Vargas León es comunicadora social y periodista de la Universidad Central. Viajera y casi siempre en tránsito. Ha publicado en medios como El Tiempo, Publimetro y Revista Late. En Instagram como @lenakawe