Chiribiquete, el mayor parque natural de Colombia, suma quince nuevos paneles rupestres y más de mil figuras descubiertas entre 2021 y 2024. Las pinturas, con cronologías que superan los 5.000 años, amplían el entendimiento sobre la ocupación humana y la espiritualidad en la Amazonía. Un largometraje reciente documenta este archivo único para la historia de la humanidad.
Por: Santiago Erazo
En medio de un ritual, un grupo de hombres jaguar —mitad animales, mitad seres humanos— danzaban levantando varas de gran tamaño. El documentalista francés Pierre Heron los vio hace más de treinta años teñidos de rojo, detenidos en una inmensa roca. La escena hacía parte de uno de los paneles rupestres que el antropólogo Carlos Castaño-Uribe había encontrado en 1987, cuando se topó con los tepuyes —las formaciones rocosas de Chiribiquete, entre Caquetá y Guaviare— durante un viaje en avioneta hacia Leticia. Los dibujos eran, de cualquier manera, más que trazos rojizos: se convirtieron en el gran enigma de la antropología colombiana de los últimos siete lustros.
Heron, que ha vivido en Colombia desde 1978 y ha retratado con su cámara la cotidianidad de los pueblos kunas, koguis, arhuacos y uitotos, entre otros, fue el encargado de documentar, junto con Juan Fernando Gutiérrez, los primeros viajes a Chiribiquete. Biólogos y antropólogos como Thomas van der Hammen —quien famosamente la llamó “la Capilla Sixtina del Amazonas”— y Patricio von Hildebrand acompañaron a Heron en un viaje inaudito, en medio del espesor de la selva. No había drones ni baterías potentes. Apenas una lente navegando los ríos Yarí y Mesay, atravesando la manigua y sus hojas gigantescas.
—En los rodajes casi siempre lo más grandioso sucede fuera de cámara —dice Heron—. Para el caso de ese documental sobre Chiribiquete, tuve el privilegio de compartir varios días con Von Hildebrand y Van der Hammen, de seguirlos en silencio cuando estaban trabajando. Thomas era como un niño que descubre la magia de un mundo desconocido.
Fotogramas del documental “Primeros viajes al Parque Nacional Natural Chiribiquete”. Cortesía Pierre Heron.
Treinta y dos años después de esta primera pieza audiovisual, el director Juan José Lozano presentó Chiribiquete, un viaje a la memoria ancestral de América, coproducción entre Colombia y Francia que retrata el regreso de varios antropólogos —entre ellos el propio Carlos Castaño— al Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete, en medio del proyecto de investigación Preservando el pasado, liderado por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) entre 2021 y 2024.
Al igual que ocurre con la película de Pierre Heron, lo que vemos en el documental de Juan Lozano —estrenado hace menos de un mes— es mucho más que el registro de una investigación que empezó casi cuarenta años atrás. Es el periplo que un pelotón de investigadores ha emprendido para entender un archivo natural que está encerrado entre el verdor y el silencio de un mundo frágil. Los antropólogos colombianos saben que el peligro que se cierne sobre Chiribiquete es la intromisión de agentes externos que puedan afectar un territorio tan sagrado, al punto de que, como dice Uldarico Matapí Yucuna “Turipí”, chamán del pueblo matapí, si algo se viola en medio de las pinturas rupestres y los tepuyes, el mayor daño no sería la interrupción de los hallazgos arqueológicos, sino la ruptura de “la espiritualidad de cada cosa” dentro de la serranía. Para Turipí, estas figuras no son solo pictogramas: son “escrituras antiguas que han mantenido la existencia del secreto del mundo”, imágenes y símbolos que funcionan al tiempo como amuletos. De ahí que la permanencia de estas figuras garantice el equilibrio espiritual del territorio.
Cortesía Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
Por eso han sido solo unos cuantos grupos de investigación los que, a lo largo de varias décadas y en periodos de trabajo muy cortos, han podido adentrarse en este territorio. Antes de los acuerdos de paz con las FARC, las visitas más frecuentes a Chiribiquete solían realizarlas los grupos al margen de la ley. Patricio von Hildebrand registró colas de avionetas, restos de bulldozers y esquirlas de bombas tras una operación de 1984, en la que el Ejército destruyó “Tranquilandia”, centro de operaciones de Pablo Escobar, Jorge Luis Ochoa y Gonzalo Rodríguez Gacha. El arqueólogo y antropólogo Fernando Montejo, subdirector de Gestión del Patrimonio del ICANH, cuenta que incluso años después uno de los paneles rupestres apareció grafiteado con la sigla de uno de los actores armados que rondaba por la serranía.
Desde 2016, tras la firma del acuerdo, los trabajos sobre los paneles rupestres —y sobre todo el material orgánico e inorgánico relacionado con la presencia humana en los tepuyes— han ganado robustez, sin poner en riesgo las armonías de un lugar que, para algunos pueblos indígenas, ni siquiera debería ser pensado. Y es desde ese marco que se ejecutó el proyecto de investigación Preservando el pasado y se materializó Chiribiquete, un viaje a la memoria ancestral de América.
Si bien el trabajo de campo del proyecto en Chiribiquete se realizó en enero de 2023, el documental se rodó en junio de ese mismo año, luego de la visita del equipo del ICANH. Por eso el largometraje hace especial hincapié en la importancia que ha tenido el trabajo de Carlos Castaño-Uribe en medio de la investigación dentro de la serranía y de la comprensión paulatina de sus paneles rupestres.
Fernando Montejo, a quien vemos en el documental rodeado de abejas, hizo parte de la comitiva que se adentró en Chiribiquete, y luego de la visita a los tepuyes consolidó, junto con el resto del equipo, los hallazgos de esta nueva incursión. Frente a lo que ya se conocía, el proyecto del ICANH realizó, por ejemplo, un diagnóstico de los estados de conservación de los paneles. La conclusión es que, por ahora, no hay grandes riesgos que estén afectando las pinturas, más allá de los deterioros esperables por el paso del tiempo o debido a las interacciones con el entorno.
Por otro lado, se identificaron quince nuevos paneles rupestres. Durante la década de los noventa, Carlos Castaño-Uribe había encontrado cincuenta paneles, y fueron estos el material de estudio sobre Chiribiquete a lo largo de un buen número de años. El trabajo desde 2021 permitió hallar más de mil figuras, un número que, en todo caso, sigue siendo menor en comparación con todo lo que se estima que falta por conocer —entre el 90 % y el 95 % del territorio—. En promedio, hay 1,4 figuras por metro cuadrado dentro de los paneles recientemente localizados. Además, se identificaron representaciones de sesenta especies de vertebrados, como jaguares, nutrias, dantas, tortugas y bagres. Fueron encontradas incluso pinturas de animales que ya no ocupan la región, lo cual puede ser la puerta de entrada para comprender mucho mejor los antiguos paisajes ecológicos.
Cortesía Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
Un hallazgo particularmente importante es el relacionado a la datación de las pinturas rupestres.
–Los resultados de arqueología y de fechamiento –menciona Montejo– amplían la información ya disponible sobre las cronologías de las pinturas. Tenemos cronologías con fechamientos del 3000 y 3200 antes del presente al 1000 antes del presente. Como los métodos de datación convencionales, como el del carbono 14, no se pueden aplicar directamente en la pintura, hemos estado explorando otras técnicas. Por ejemplo, empezamos a implementar, junto con unos colegas de geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México, una técnica que se llama arqueomagnetismo, que implica medir la huella de del campo magnético en las pinturas rupestres. Los resultados, aunque muy preliminares, son prometedores.
Si bien las investigaciones avanzan a buen ritmo, las preguntas que quedan sobre Chiribiquete siguen siendo tan amplias como el propio parque nacional, que se extiende a lo largo de 4,3 millones de hectáreas, un territorio que es incluso más grande que países como Dinamarca, Suiza o Países Bajos. Uno de los misterios es la receta exacta con la que se preparaba la pintura de las figuras. Se sabe que está compuesta por pigmentos rojizos, que son obtenidos de minerales propios de cada terreno en los tepuyes, y también se sabe que el estilo y la técnica varían según el lugar –las creaciones pictóricas de la serranía de La Lindosa tienden a lo geométrico y lo abstracto, mientras que las de dentro de Chiribiquete son más figurativas–. Sin embargo, aún se desconocen los ingredientes completos y la forma en que se prepararon con el fin de que las pinturas pudieran durar durante milenios.
Para Fernando Montejo, la otra gran pregunta tiene que ver con la llegada de la presencia humana en el territorio. ¿Cómo fue la secuencia de ocupación allí desde hace 13.000 años atrás hasta el presente? Si, como indican las investigaciones, parece que eran frecuentes las confrontaciones entre tribus, ¿cómo se dieron? ¿Cómo cambiaron los grupos humanos que transitaron por Chiribiquete y por qué las miles de pinturas les fueron importantes en esos periodos?
Quizá las respuestas las den, a su vez, el paso del tiempo y lo que los espíritus que gobiernan los tepuyes permitan.