La madrugada del 3 de abril de este año, un joven ambientalista de un proyecto que buscaba recuperar el área de influencia de Hidroituango, desapareció. Desde ese día, Claudia Yepes, su mamá, no ha parado de buscarlo. Revista RAYA reconstruyó parte de los hechos ocurridos antes de su desaparición.
Por: Pablo Navarrete
“Niño, deje de ser tan ingenuo”, esas fueron las últimas palabras que Claudia Yepes Upegui le dijo a su hijo mayor, Andrés Camilo Peláez, antes de que desapareciera la madrugada del 3 de abril de este año. Hoy, Claudia cumple 144 sin parar de preguntar lo que nadie le responde: “¿Dónde está mi hijo?”.
Andrés Camilo Peláez Yepes es un ingeniero forestal. Tiene 26 años. Nació en Jericó, Antioquia, y desde muy niño sabía que dedicaría su vida a la defensa de la naturaleza. Su bachillerato lo hizo en el Liceo San José de Jericó, “en el colegio había dos maneras de graduarse, haciendo un bachillerato académico, o bachillerato agrícola. Él quiso hacerlo por el lado agrícola, porque así tenía más contacto con los ríos, las quebradas, los bosques”, cuenta Claudia. Luego, empezó a estudiar ingeniería ambiental en la Universidad Nacional, “pero se dio cuenta que eso no era lo de él y entró a ingeniería forestal”. Al salir graduado de la universidad como ingeniero forestal, Andrés Camilo tenía un propósito: trabajar por la defensa del medio ambiente.
Mientras fue estudiante, estuvo trabajando en proyectos comunitarios para la capacitación de comunidades asentadas en zonas rurales de Antioquia, contratado por las Empresas Públicas de Medellín (EPM), así que su perfil y la experiencia que ya había adquirido con procesos comunitarios fue la boleta de entrada al proyecto Consorcio Energía Colombia, una filial de la WSP, una multinacional que, tal y como se lee en su página web, desarrolla “soluciones creativas, integrales y duraderas en ingeniería para un futuro donde las sociedades prosperen. Dotados de un conocimiento profundo de las complejidades locales, talento reconocido a nivel mundial y de un liderazgo proactivo, planeamos, diseñamos, gerenciamos y concebimos soluciones a proyectos que tendrán un impacto positivo a largo plazo”.
En este proyecto, cuenta Claudia, Andrés Camilo debía hacer capacitaciones con los campesinos del nordeste antioqueño con el fin de que aprendieron a sembrar árboles y que de esa manera aportaran a la recuperación del área de influencia en el que está construida la mega represa Hidroituango, uno de los proyectos energéticos más poderosos y controversiales de la región antioqueña.
“Pero mi hijo nunca tuvo problemas con nadie. Hablaba poco del trabajo, pero nunca nos dijo que tuviera problemas con alguien, tampoco me constó que hubiera recibido amenazas en su contra. Nada. Él iba, hacía su trabajo y volvía a Medellín, donde él vivía con su papá”. La vida era normal. Andrés Camilo Peláez era un ingeniero forestal que iba unas cuantas veces hasta distintos municipios del nordeste de Antioquia para desarrollar las capacitaciones con las Juntas de Acción Comunal de los territorios vinculados en el proyecto, volvía a Medellín y cuando le lograba sacar ventaja al tiempo, viajaba hasta Jericó a visitar a Claudia. Así fue siempre.
Antes del 3 de abril, Peláez había estado planeando junto a Natali, su novia, un viaje a Canadá para empezar un proyecto de vida que girara en torno al aprendizaje del inglés y a la posibilidad de envejecer juntos en aquel país helado, de montañas de piel blanca y cielos grises. Los tiquetes estaban comprados. Todo estaba echado a la suerte. Solo faltaba a que el 4 de mayo Andrés Camilo finalizara su proyecto con Consorcio Energía Colombia para irse a Medellín.
El 3 de abril, Andrés Camilo tuvo una reunión entre 12 del día y 3 de la tarde en la Junta de Acción Comunal del corregimiento de Pascuita, ubicado en el municipio de Ituango, allí, estuvo junto a funcionarios de EPM. Terminaron el orden del día y acercaron a Peláez hasta San Andrés de Cuerquia: “Mamá, me dejaron en San Andrés de Cuerquia porque en el Valle de Toledo no hay hotel”, dice uno de los últimos mensajes que Andrés Camilo le dejó a su mamá. Llegó la noche y la señal se empezó a poner difícil:
“Es muy complicado hablar por llamada cuando se está por esa zona. Entonces hablamos media hora por WhatsApp. Yo lo sentía muy cansado, hablábamos y bostezaba todo el tiempo. Varias veces me decía que se sentía agotado. Que estaba muy cansado, pero hablamos de todo: del viaje a Canadá, de Natali. Yo creo que nunca había hablado tanto por teléfono con Andrés camilo”, recuerda Claudia.
Al acabar la conversación, Peláez le dijo a su mamá que iba a comer algo y volvía al hotel porque al otro día, eso le dijo él a Claudia, “lo iban a recoger porque tenía otra reunión. Eso me dijo. A fin de cuentas, él salió a comer”. Pero aquí empieza el surco de preguntas sobre el que Claudia ha tenido que andar durante casi cinco meses: “¿Con quién se encontró? Si se quedó en la calle, ¿conocía a la persona con la que se quedó hablando? Debía ser alguien de mucha confianza, porque él nunca se quedaba en la calle con nadie en un pueblo que él no conocía a nadie. Tenía que ser una persona muy cercana a él. Alguien lo sacó. Alguien se lo llevó”.
La última vez que se advirtió sobre la presencia de Andrés Camilo fue a las 12:57 de la noche del 4 de abril. Caminaba serio “como ido”, asegura Claudia. Con las manos atrás “él nunca ponía las manos atrás, pero esa noche sí las tenía atrás. Andaba como perdido porque él bajó por la cámara y luego volvió a pasar. Borracho, borracho, no estaba, pero sí tenía algo raro. ¿Qué hacía mi hijo a la madrugada andando solo en la calle? ¿Quién se lo llevó? ¿por qué se lo llevaron? ¿lo mataron? ¿por qué lo mataron?”. Todos los días se pregunta lo mismo.
A las 3 de la tarde del 4 de abril, Claudia recibió la llamada de su hijo menor: “me dijo que Andrés Camilo no aparecía. Yo sentí como si me hubieran clavado ocho puñales en el corazón y supe de inmediato que algo le había pasado a mi hijo”. Ahí empezó la película de horror:
Entre 9 de la mañana y 1 de la tarde, el departamento de seguridad de WSP llegó hasta el hotel en el que se estaba hospedando Andrés Camilo, eso cuenta Claudia, le solicitaron a la administradora que le diera acceso a la habitación de Peláez. Ella, insistiendo en que el ingeniero podría volver en cualquier momento, se negó a hacerlo, ellos decían que no, que les abriera la puerta. Salieron, y minutos después volvieron al hotel acompañados de policías: “le dijeron a la señora que frente a los policías iban a sacar las cosas de Andrés Camilo, ella les abrió la habitación. Sacaron las pertenencias de mi hijo y se las llevaron”.
Eso solo hizo que nacieran más preguntas en la cabeza de Claudia: “¿ellos sabían que Andrés Camilo no iba a volver? ¿Porqué sabrían eso? ¿Por qué qué sacaron las cosas de mi hijo de esa manera?”. WSP emprendió exploraciones e investigaciones de búsqueda para encontrar a Andrés Camilo, todo fue en vano, “yo siento que no fue mucho lo que hicieron. De vez en cuando llaman a averiguar cómo va la búsqueda de mi hijo y cuando salgo a algún medio de comunicación me llaman a decir que por favor les baje el perfil a ellos, pero ¿cómo voy a hacer eso?”. EPM ha sido más constante en las labores de búsqueda de Peláez: volantes, drones “cosas que de pronto no servirán de mucho, pero uno por lo menos siente que algo están haciendo para encontrar a mi hijo”.
Las hipótesis que la Policía Nacional, la fiscalía y demás organismos de búsqueda del departamento han arrojado en torno a la desaparición de Andrés Camilo son varias: unos dicen que el contratista se tiró al río, una conjetura que para Claudia no tiene sentido, pues “¿cómo se iba a tirar al río si ya tenía comprados los tiquetes para Canadá?”. Otros afirman que, por alguna razón, Peláez está en las montañas “caminando perdido, loco, eso me han dicho”. Pero otra, y es en la que Claudia cree más, es que Peláez fue retenido por un grupo armado “y ahí ya hay dos opciones, o lo tienen secuestrado, o me lo mataron”. Claudia cree con firmeza absoluta que su hijo está vivo.
A propósito de las tesis que giran alrededor de la desaparición del ingeniero Peláez, son muchas, incontables -según relató Claudia Yepes a esta revista- las personas que se han acercado a su familia para “aprovecharse de la situación por la que estamos pasando. Unos nos han dicho que lo vieron en un pueblito, que les mandemos cien mil pesos para irlo a recoger. Nos piden dinero, tiquetes de avión, de todo”.
Las desilusiones que pesan sobre el paradero de Andrés Camilo han sido muchas, como aquella en la que alguien la llamó a decir que era el vocero del grupo armado que tenía a Andrés Camilo. Que debía viajar hasta Bucaramanga por una USB en la que estaba la información con las instrucciones para facilitar la liberación del ingeniero, “viajamos, y cuando llegamos nos encontramos con una USB vacía. Todo ha sido una película de horror. Un laberinto sin respuestas. Una pesadilla”, a la que se suman experiencias como la que toda la familia de Andrés Camilo Peláez vivió con Adriana Mora, una psicóloga que aseguraba tener la información exacta en la que estaba enterrado el cuerpo del ingeniero.
Al principio, la familia de Peláez creyó lo que Mora decía: que tenía poderes divinos, una sabía de ultratumba que podía hablar con las energías extraviadas, como la de Andrés Camilo. “Pero luego a mí me dejó de gustar eso. Me mandaba mensajes de 10, 12 y 15 minutos hablándome acerca de que ella era la persona elegida para decirme dónde estaba enterrado el cuerpo de mi hijo. Si se encontraba un paquete de frunas, me llamaba y decía que eso tenía un significado especial, que eso quería decir que ella era la única que podía decirme dónde estaba Andrés Camilo”. La situación con Mora se tornó, relata Claudia, insostenible. Y, al final, Natali -la novia de Peláez- y Claudia tuvieron que demandarla por acoso.
El martes 4 de abril en la tarde, varias horas después de que sacaron las pertenencias del ingeniero Peláez del hotel en el que se estaba hospedando en San Andrés de Cuerquia, Claudia recibió todas las cosas de su hijo. Ropa. Un computador que pertenecía a WSP y que días después pasaron a recogerlo, cuando el contrato de Peláez terminó. La terminación del contrato del ingeniero fue el 4 de mayo. Un mes después de su desaparición. “A su cuenta le llegará la liquidación”, le dijeron al esposo de Claudia. “¿Cómo van a hacer eso? Y así se desentendieron de todo lo que tuviera que ver con la búsqueda de Andrés Camilo”.
En el mismo mes en el que su hijo desapareció, Claudia Yepes abrió su perfil de Twitter (@claoyepes) en el que diariamente publica fotos demarcando los días que su hijo lleva desaparecido, “no sé de dónde saco fuerzas para seguir. Uno se cansa, pero yo ya dejé esto en las manos de Dios, pero yo confío en que voy a saber dónde está mi hijo”. Intentando buscar respuestas que le expliquen la ausencia repentina de su hijo, comenta que “en esas zonas hay mucha minería ilegal, mi hijo con eso era muy radical. Para él la naturaleza y los campesinos eran sagradas, no consentía nada con ellos. De pronto le hizo un comentario a la persona equivocada. Es muy ingenuo. Por eso yo siempre le digo, “niño, no sea ingenuo””.
Colombia es una fábrica de desaparecidos. Un territorio de ausencias en el que conviven las historias de propietarios de calvarios, como el que hoy vive Andrés Camilo y su mamá. Un sufrimiento que se suma a los más de 1.400 desaparecidos que Medicina Legal registró solo en el primer trimestre de este año. Y todas las mamás de los desaparecidos esperan una respuesta, un alivio: “Durante meses le insistí al expresidente Duque que por favor me ayudara. Una semana antes de irse del gobierno me dijo que pondría todos los recursos para hallar a Andrés Camilo. Con (el presidente Gustavo) Petro no he podido hablar, pero voy a luchar para que me escuche”.
A Claudia no le importa que los días, desde el 3 de abril del 2022, sean largos y pesados. Ella se levanta todas las mañanas a gritar el nombre de su hijo. Esperanzada. Con el alma destajada por el silencio. Dispuesta a preguntar por el paradero de su hijo, dispuesta a esperarlo y a llamarlo hasta que el sol de su vida ilumine el lugar en el que esté Andrés Camilo Peláez Yepes.