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RAYUELA

Por: Germán Ñañez Lloreda

@NómadaBlues

La fiesta de la redonda esta vez llegó a Ecuador. Estamos en Calderón en la parroquia -localidad- más grande de Quito. La gente llega con la tricolor y por un instante se rememoran aquellos tiempos en que Colombia clasificaba a los mundiales. Son muchas las semejanzas con lo que podría ser un mundial en Bogotá: las camisetas amarillas, el sol picante que se transforma en frío en cuestión de minutos, la ciudad paralizada por el partido, entre otras.

Pero también hay muchas diferencias. La gente está sobria, no hay consumo de licor en las calles, el público se ubica ordenadamente frente a la pantalla gigante, el locutor pide la ola y en vez de un tsunami propiciado por la llegada de la selección ecuatoriana al mundial, solo hay una onda dispersa aquí y allá que termina en un pequeño remolino.

Transcurren unos minutos y el árbitro pita tiro penal para el conjunto suramericano, hay muchas expectativa, existen rumores de que los jugadores ecuatorianos fueron sobornados por Qatar para perder el partido. Pero Enner Valencia los desmiente acomodando la pelota al costado derecho del arquero. ¡Primer gol de Ecuador!. Celebración, abrazos, gritos, barras y un largo etcétera.

Pasan 15 minutos más y el mismo Enner marca el segundo gol de cabeza. Se repite el ritual. El partido continúa y luego viene un segundo tiempo mas bien aburrido. Se da el pitazo final y la selección ecuatoriana aprueba su primer examen en el mundial con una victoria importante.

La gente celebra pero sin patanería, ni desmanes, no hay harina sobre los ojos, ni globos de agua estallando contra los desprevenidos, ni abrazo al primer “veci” que se atraviesa, acompañado del “chorro a pico de botella”.

Así es como la celebración se extiende por las calles pero sin gente encima de los carros, ni nada que se le parezca. Al poco tiempo arrecia una granizada enorme que acaba de empantanar literalmente la celebración del triunfo de nuestra selección hermana. Por ella han desfilado varios técnicos colombianos como Francisco Maturana, Hernán Darío Gómez, Luis Fernando Suárez o Reinaldo Rueda. Esta vez nos toca mirar el triunfo de nuestro vecino desde la vitrina, se le felicita y se le quiere, pero hay una emoción que es difícil de reprimir y es la llamada “cochina envidia”.

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