Es una de las cantautoras de música colombiana más reconocidas de la región. Ganadora de un Latin Grammy. Nacida en Girardot y criada en Cali, donde se presentará este sábado en Bellas Artes. En entrevista con revista RAYA cuenta detalles sobre su vida, las razones por las que dejó Colombia, pero los motivos para seguirle cantando 20 años después de haber comenzado su recorrido musical.
Por: Pablo Navarrete
Una semana después de que asesinaron a Jaime Garzón (13 de agosto del año 1999), una artista musical de 20 años de edad, recién egresada de la Universidad Javeriana, se subía a un avión rumbo a Boston. Se iba para observar desde otra orilla del mundo la vida de ese país de amores y odios en el que había nacido, vivido y sufrido. La vida de ese país, dueño de sus primeras tristezas. Su nombre es Marta Gómez, y ahora, tras 20 años de haberse ido, ella, la mujer que le canta a lo innombrable, a la ausencia y a la magia que reside en las manos de las mujeres, se convirtió en la voz que, desde el canto y la creación, le dice no a la guerra.
Se llama Marta. A secas. Sin apelativos. Marta. Así de simple y de poderoso al mismo tiempo. Nació en el año 1979 en Girardot, pero creció en Cali, una ciudad que durante la década de los años 80 era un escenario de barbarie. “Los primeros escritos que hacía cuando tenía 7 u 8 años eran acerca de lo que pasaba en mi país. Crecí en una época muy difícil, recuerdo que varias veces mis papás no me mandaban al colegio porque se había avisado que cerca podía haber una bomba”.
Marta es discreta y sencilla al hablar de su carrera, pero ella sabe que haber visto a su país minado por los cuerpos destajados y por las causas de los señores de la muerte, hizo que adquiriera la capacidad de conjurar las guerras pequeñas -las que invaden los corazones y alimentan odios- con lo que sabe hacer desde que nació: cantar. Porque esa es la magia de Marta, haber nacido con la música entre la garganta, la música nació con ella, “cuando tenía 4 meses y mi mamá me ponía en la cuna, ella escuchaba que yo empezaba a hacer sonidos con la voz”, relata. Esos sonidos eran música que con los años se convertirían en el camino de Marta Gómez.
En medio del país que perfeccionaba sus maneras para recrudecer la guerra, Marta crecía con un dolor, con la melancolía de vivir en el país del amor y la desilusión, pero cantando, siempre cantando y convirtiendo su dolor en la voz que, desde el coro del Liceo Belalcázar, de Cali, le cantó a ministros, presidentes y figuras de la época que, al llegar a Cali, eran agasajados con el concierto del coro: “Mi mamá me metió a un colegio que era musical, el Liceo Belalcázar, de Cali. Yo era la solista del coro, y así empezó todo, cantando con más de 80 niñas”.
Marta proviene de una legendaria dinastía de ferreteros de Cali que durante más de 100 años ha estado trabajando en el mundo de los materiales de construcción, acero e industria metalmecánica. Esta tradición se había extendido a lo largo de generaciones que sobrevivieron a la época de La Violencia, a los días en los que el narcotráfico quiso permear cada rincón del país. A la recesión. A todo.
La herencia de la empresa ferretera que su familia había construido alcanzó a llegar hasta las manos de sus dos hermanos mayores, pero Marta rompió, por primera vez, ese ciclo. “Mi mamá me dijo, ‘bueno, si no quieres entrar a la ferretería, está bien, pero te tienes que formar. Tienes que entrar a la universidad y formarte como músico’. Y fue ahí cuando ingresé a la Universidad Javeriana a estudiar música”.
Marta ha cantado junto a Pablo Milanes, león Gieco y Piero. Su música no ha dejado de conmover a lo largo de 2 décadas.
Y fue así como Marta, que había crecido escuchando a grupos como Mecano y Presuntos Implicados, terminó sus estudios en la Javeriana y se fue becada para Berklee College of Music, Boston. Pero se fue con rabia, Colombia pasaba por uno de sus momentos más duros. La guerra había tomado múltiples formas, y antes de irse “secuestraron a un tío mío. Fue una experiencia muy dura para mi familia. Recuerdo a mi papá y a mi abuelo yendo a hacer fila hasta los estudios de Voces del Secuestro para dejarle un mensaje a mi tío. Era una época muy difícil. Y cuando ya pasó todo, entonces toda la familia se replanteó su vida. Unos dijeron: nos quedamos en Colombia. Pero mis papás ya no se sentían seguros en Colombia, ya no querían seguir viviendo acá. Y con mucho dolor decidieron irse exiliados a Canadá”.
Todas esas son piezas que conforman la historia discográfica que durante 20 años Marta Gómez ha hilado. Sus canciones son el retrato de un país que resiste desde distintas partes del mundo, son el dolor de las mujeres que perdieron a sus hijos en medio del conflicto. Son la soledad de los exiliados. Las confesiones de los refugiados, que todos los días aguantan para volver a su país con la ilusión de verlo distinto, “porque es muy duro irse y dejarlo todo. Nadie quiere abandonar el país en el que se nació. Nadie quiere exiliarse por la guerra”.
Marta lleva 23 años viviendo por fuera de Colombia, actualmente reside en Barcelona, pero todavía recuerda que ese agosto de 1999, pocos días antes de irse, asesinaron a Jaime Garzón ¿Qué le esperaba en un país que buscaba exterminar toda clase de brillo? Hacer música: ese era el reto de su vida. “Me fui de Colombia con mucha rabia. Tenía muchísima rabia. Pero la música me alivio”. Allá, en Boston, en ese lugar al que antes ella ubicaba poniendo el dedo sobre un mapamundi, llegó a hallar su estilo y esencia musical. Pero todavía faltaba trecho por recorrer: llegó a Boston a trabajar como niñera, dio clases de música en jardines infantiles, cantó en las calles “e hice todo tipo de oficios con la música que son tan dignos como lo que hago hoy”.
El sello que Marta logró encontrar desde tierras ajenas a la suya tiene algo que lo hace tan especial y radica, dice ella, en la honestidad que le pone a su trabajo. En la dedicación que le otorga a su oficio y en la fe absoluta que tiene en la música como una manera de transformar vidas. “Una vez, alguien de Estados Unidos se me acercó luego de haber cantado y me dijo: ‘no te entiendo nada, pero te creo’. Y creo que ahí está mi sello. Yo no espero ser una cantante famosa ni tampoco vender millones de discos, no. Yo hago música porque quiero y necesito hacerlo”.
Aunque Marta es modesta con la manera en la que se refiere a su trabajo musical, cuenta con orgullo cómo fue la creación de varias de sus canciones que se convirtieron en éxitos en distintas partes del mundo, como, por ejemplo, ‘Para la guerra nada’, una de sus canciones más reconocidas:
“Todo comenzó porque, por trabajo, viajaba recurrentemente a Israel y me impresionaba mucho el conflicto entre la comunidad árabe e Israel. No entendía cómo era que en un país que era tan especial conmigo podían pasar cosas tan duras. Así que me senté a leer acerca de este conflicto para entenderlo mejor y encontré habían diseñado una manera para detener a los misiles que lanzaban hacia Israel”. Esa imagen de un cohete deteniendo en el aire la fuerza de un misil se fundió con la de un niño elevando una cometa al cielo.
“Y les dije a varios amigos y colegas que me enviaran estrofas que rimaran para ir componiendo la canción, y esas pocas frases se convirtieron en montones”. Por eso, la canción comienza con esa imagen: la del anhelo de ver los cielos replegados de cometas.
La otra canción es ‘Confesión’, la escribió poco tiempo después de irse de Colombia y es el relato del país en el que ella creció, la canción que cuenta la situación de orfandad y marginalidad a la que los indígenas se ven sometidos. La tristeza que a veces siente de haberse ido con su país “atravesado en la garganta”, como ella lo menciona en esta canción. Pero lo especial de ‘Confesión’ es que “cualquier persona que la escucha, sea de El Salvador, Cuba, México, siempre me dice que se siente como si estuviera describiendo la historia de su país”.
Ese no es un dato menor. Si las canciones de Marta se sienten, se escuchan y se perciben con la misma intensidad en cualquier país, es porque ella -sin lugar a dudas- logró encontrar una manera de ser muchas y muchos al mismo tiempo, gracias a sus canciones. De vivir muchas vidas. De ser los cientos de países que la escuchan. De entender el dolor de los países que viven bajo la condena de los horrores.
Pero también les ha cantado a los niños a través de varios de sus discos. Su voz y sus melodías son un viaje sensorial para los bebés y niños que escuchan sus canciones, fue la música infantil la que hizo que Marta Gómez ganara, en 2014, el Latin Grammy con el álbum ‘Coloreando’. Canciones de sol, canciones de luna, canciones a caracoles, canciones a las estrellas y a la ternura. Canciones que hacen creer en la hermosura de la música como la salvación de los países que hoy siguen caminando hacia la tristeza. Eso es lo que hace Marta Gómez.
Hoy, ella vuelve a Colombia, específicamente a Cali, para celebrar los 20 años de su camino discográfico. Se presentará este 10 de septiembre en la sala Beethoven, de Bellas Artes. Este regreso a Cali es -tal vez- una manera de reencontrarse con su raíz y de mirar para atrás y agradecer por haber caminado sobre una saga de 19 episodios discográficos que le han permitido mantener la riqueza de su música, pero, sobre todo, conservar su independencia creativa.
El camino ha sido largo, y a veces difícil, pero “ya me acostumbré a que me digan que no sin tomarme eso a personal. Entiendo que simplemente no soy lo que buscan. Acepto que esa puerta se tiene que cerrar y que tengo que seguir”. No espera cambiar su lenguaje musical. Quiere seguir siendo ella. Cuenta que no quiere impresionar a nadie. Se quiere seguir sintiendo orgullosa de lo que ha logrado con su música, es decir, convertirse en un referente cultural de la paz y la reconciliación que siempre canta “para la guerra nada”.
Veinte años después de haber comenzado, y de interpretar en su último disco conmemorativo, ‘Filarmónico 20 años’, 14 de sus 200 creaciones musicales, acompañadas de la Orquesta Filarmónica Juvenil de Bogotá, Marta sonríe y recuerda aquella tarde en la que su hermano llegó con un poema hasta su alcoba: “mira, necesito que le pongas música a esto”, le dijo. Quería que ella convirtiera ese papel en una canción, en la dedicatoria de amor “a una de mis compañeras de colegio. Y lo hice. Esa fue mi primera canción. Y logré lo que mi hermano quería: ganarse el corazón de la niña”. A eso se siguió dedicando, a cantar desde el corazón, algo que solo los artistas como marta saben hacer. Por eso cree que su oficio va más allá del interés comercial, porque la belleza de Marta Gómez radica en la intención de cantar para contar “sin intenciones. Simplemente cantar”.