La revista RAYA revive tres voces claves para entender los hechos relacionados con la masacre de El Aro. Hace 25 años sucedió y en memoria de las víctimas aquí pueden leer y escuchar las versiones inéditas de quienes vivieron esta barbarie.
Por: Pablo Navarrete
Las siguientes son tres voces que retratan la crueldad de uno de los operativos paramilitares más salvajes de la historia del conflicto colombiano. Los tres monólogos, que hoy presenta la revista RAYA, son un homenaje a la memoria de las víctimas que nunca olvidan que hace 25 años se perpetró la masacre de El Aro en la que cayeron una decena de víctimas inocentes. Aquí pueden leer y escuchar la voz de una víctima, la de un protagonista de la guerra y la de un magistrado, quien varios años después, tuvo que ver los efectos de la masacre cuando el pueblo ya había sido escenario de complicidades entre organismos del Estado y fuerzas armadas ilegales.
Queremos revivir sus voces para que lo ocurrido en el corregimiento de El Aro, Antioquia, no se olvide, no se repita, pues es una herida que aún no cicatriza.
“La guerra no la hicieron solo los ejércitos”: Rubén Darío Pinilla, exmagistrado
Pinilla Cogollo fue presidente de la Sala Penal de Justicia y Paz de Medellín. Su convicción y convencimiento del poder de la justicia lo llevaron a ser, en su momento, uno de los magistrados más visibles y polémicos, luego de que en el año 2013 ordenara una investigación en contra del expresidente Álvaro Uribe Vélez por su presunta financiación y patrocinio de grupos paramilitares. Respecto a la masacre de El Aro, esto es lo que tiene por decir:
El 26 de octubre había elecciones regionales, y es muy raro, por ejemplo, que el alcalde de Ituango, diga que 3 días antes de las elecciones él fue informado de la toma del Aro por paramilitares y de las masacres que estaban ejecutando. Él le informó a la Gobernación y le informó a la Cuarta Brigada.
¿Y quién lo está diciendo? El alcalde municipal, no lo están diciendo los paras, ni nada, lo está diciendo el alcalde; él mismo dijo el día de elecciones, porque las personas no dan fechas. Yo me puse a ver cuando era el día de elecciones y coincidían las fechas. En Ituango vieron un helicóptero sobrevolando la zona, y eso coincide con lo que dicen las víctimas que ese día irían algunos paramilitares.
Luego, un helicóptero militar aterrizó a sacar unos heridos y dejar munición en El Aro. Entonces, hay otro evento que no solo los paramilitares están diciendo, sino que las victimas lo están señalando. En el municipio vieron el helicóptero, ellos no ven que aterriza, pero lo ven sobrevolar.
Hay otro fenómeno significativo: es imposible, con todos sus antecedentes, con la naturaleza de la toma, por el tiempo que duró, por lo que hicieron. Es imposible que las autoridades civiles y militares no tuvieran conocimiento de lo que estaba pasando allá, máxime cuando estábamos en pleno periodo electoral, cuando todas las alarmas se prenden, es decir, cuando toda la información circula con mayor fuerza, porque estamos pendientes de todo lo que suceda con los puestos electorales. Necesariamente se deduce que, por esa constelación de circunstancias, por la época electoral, por el tiempo que duró, por la naturaleza de la toma, era imposible que las autoridades no conocieran lo que estaba pasando en El Aro, donde también hubo puesto electoral, porque es un corregimiento grande. Entonces, era imposible que no supieran qué ahí no se podía hacer votación o que las votaciones estaban en peligro, e imposible que la guardia nacional no lo supiera.
Cuando terminan la masacre, empiezan a recoger cabezas de ganado, creo que fueron 1200. Sacan de toda la zona 1200 cabezas de ganado, y las bajan a Puerto Valdivia, en plena troncal, 1200 cabezas de ganado, y las embarcan ahí en la troncal. Con los campesinos arriándolos, porque pusieron a los campesinos a arriar. No es creíble que las autoridades militares y las autoridades de Puerto Valdivia no se enteraran.
Otro dato que me parece curioso, de ese día en que ellos salen a Puerto Valdivia con las cabezas de ganado, es que decretaron el toque de queda en Puerto Valdivia; entonces yo digo ¿para qué? Eso no es gratuito.
Muchas de las cosas que pasaron en El Aro están justificadas en una política de terror que tenía un sentido, una finalidad, y esa finalidad está ligada también en lo que es la doctrina de la Seguridad Nacional, que es clara en este fenómeno paramilitar.
La Seguridad Nacional se sienta en tres pilares: uno, identificar al disidente, al opositor, al que piensa distinto, como socialista, que tiene ideas socialistas, ideas comunistas, es decir, el que representa un peligro para la ideología establecida. Lo empiezan a considerar un enemigo y hay que tratarlo como enemigo; y con el enemigo es posible llegar hasta el extremo. Dos, como este mundo se divide entre amigos y enemigos, fuerzas de la democracia, fuerzas del comunismo, entonces, a esos otros hay que aniquilarlos. Ese es como un primer gran eje de la doctrina de la seguridad nacional. Esa guerra que pasó no la hicieron solamente los ejércitos, ni las instituciones, lograron vincular a la población civil en ese combate, hacerla parte de la guerra de la que ellos eran víctimas.
O sea, el objetivo no es solo los que están armados, sino también, los civiles desarmados que piensan diferente, que tienen actividades sociales, que las puede usted identificar, que creen que pueden servirle al enemigo. Y a esos también hay que exterminarlos, así se pensaba. Por eso ocurrió el exterminio de sindicalistas, exterminio de disidentes, de opositores políticos, de campesinos, de todo, porque todos están en la guerra y a todos hay que darles, porque la comunidad entera se va convirtiendo en apoyo, en aliada, quiera o no, voluntaria o involuntariamente, eso no importa; entonces, ahí se mete esa política de terror frente a la población civil.
“Todo se acabó con la masacre”: Miladis
Miladis es una de las sobrevivientes de la masacre de El Aro. Su fuerza para resistir en medio de los embates que trajo consigo la masacre la han convertido en una trabajadora incansable, en una convencida de la justicia y de la verdad.
El Aro era un pueblo calmado, era muy bueno, no había tanta violencia. No le daba a uno tanto miedo. Después de que pasaron las cosas, le daba más miedo a uno.
Antes, uno veía a la guerrilla pasando por ahí, por todo el pueblo. Llegaban muchos. Unas veces se levantaba uno y estaban por ahí, otras veces, se desaparecían en la noche. Pero no se metían con nosotros.
Las casas eran bonitas. Era un pueblito muy calmado y bueno. La gente muy unida. Luego quedó muy feo porque en Ituango hicieron unas casas, pero eran como un cuarto. La casa de mi mamá la quemaron y así la hizo el municipio. Yo he vuelto pero unas tres veces, después de que me vine de allá. Ya no volvió a ser como antes.
La gente era muy amable, muy unida. Pero como pasaron tantas cosas, todo el mundo se regó. Uno se separó de la familia; por ejemplo, en la familia de nosotros éramos muy unidos, y ahora ya uno vive por una parte, el otro por otro lado. Y siempre vivíamos juntos.
La plaza era muy bonita. Para subir al pueblo, hay una loma muy pendiente. Luego de que uno llegaba al pueblo, llegaba a un planito todo lindo. Había árboles por todo el marco de la plaza. Estaba el parque de la Virgen, la estatua de Simón Bolívar, la caseta comunal y había un mango muy bonito afuerita, era muy frondoso.
Había naranjos, palmas de coco, el quiosco parroquial –que estaba afuera de la casa cural– y ya no existe ni el quiosco ni el mango, todo se acabó.
Con mis hermanos éramos muy unidos, porque mi papá nos abandonó. Éramos siete hermanos. Mi mamá nunca nos abandonó, allá se podía ayudar con poquito, lavando ropa, haciendo cosas para vender, pero mis hermanos eran los que llevaban la obligación porque les tocó ponerse a jornalear. Como estaban todavía pequeños, no les pagaban un jornal completo, entonces se encargaron de la crianza.
Todo se acabó con la masacre…
Desde el domingo, empezó la zozobra y el miedo porque allá había un teléfono y empezaron a decir que iban los paramilitares.
Llamaban de La Caucana, de Medellín, de varias partes. Decían que los paramilitares iban para El Aro y que iban a acabar con todo. Empezó el miedo toda la semana, y el lunes –que ellos empezaron a subir de Puerto Valdivia hacia El Aro– iban matando gente y era más miedo para uno. No nos podíamos mover del pueblo porque estaban por todas partes. El miedo fue desde el lunes hasta el sábado.
El sábado empezó mucha balacera a eso de las 12 del día, no se veía, pero se escuchaba que estaban dando mucha bala. En esas, pasó un trabajador del municipio por la casa y mi mamá le preguntó que dónde se escuchaban esos tiros, porque ya estaba preocupada por mi hermanito.
Al lado de la casa de mi mamá había una cantina con billares, eso era de un cuñado mío. Había varia gente bebiendo. Desde la casa, nosotros escuchamos que los empujaban y los trataban muy mal. Les decían “guerrilleros”.
Ellos sacaron a la gente de las casas. Los acostaron boca abajo en la plaza, donde estaba el mango. Acostaron a los hombres boca abajo. Cuando empezaron a dar tiros, mi hermanita se asomó por debajo de la puerta y nos dijo “má, ahí hay un señor y está muerto, no se mueve. Está en el suelo y la otra gente está moviéndose”.
Ese día yo pensaba en que nos muriéramos todos para no vivir todo eso. Nosotros le decíamos a mi mamá “volémonos por el solar” y ella nos decía “qué tal que nos encontremos gente de esa por ahí escondida y nos maten”.
Pasó esa noche en pura oscuridad, solo se oían los perros latiendo y los grillos. Se escuchaba que ellos andaban por ahí y conversaban.
Al otro día, a las 6 de la mañana, nos sacaron de la casa. Nos decían “hijueputas guerrilleros, salgan”, nos trataban muy mal. Salimos y en la plaza estaba regado todo lo de la botica comunitaria, que era como una farmacia. A mí me habían capacitado para eso, pero no cobrábamos sueldo, sino que era voluntario.
Todo lo de las tiendas estaba regado, había gaseosa por todas partes, el señor del municipio estaba muerto.
Y en la otra esquina, donde hay otra entrada principal al pueblo que va de Puerto Valdivia, había un guerrillero, y tenía un machete de esos grandotes clavado en el pecho. Y en el otro costado de la plaza había otros muertos, pero eran paramilitares. En una esquina de la casa cural, había un muerto. Y en toda la puerta de la entrada de la casa cural pusieron otro muerto paramilitar. Nosotros teníamos que entrar al baño porque nos sacaron para la iglesia. Primero nos llevaron al (busto del) Simón Bolívar, pero allá es muy pequeño entonces no nos alcanzaban a tapar.
Empezaron a hacer tiros arriba en los montes, nos pasaron para la iglesia. Para entrar al baño de la casa cural teníamos que pasar por encima de ese muerto. Trataban muy mal al padre, porque nosotros hablábamos con el padre y le decíamos que hablara con ellos, que no nos fueran a matar.
El padre cogió el megáfono y empezó a hablarles, a decirles que nos respetaran la vida, que éramos gente humilde y que, si era porque la guerrilla iba al pueblo, que nosotros no los podíamos sacar porque ellos iban armados, entonces que nosotros no teníamos la culpa. Ellos lo trataban mal y lo insultaban muy feo. Como a eso de las 10 de la mañana nos dijeron que nos dejaban ir para que nos preparáramos un desayuno y que teníamos que estar a la 1 en la iglesia.
“Uno de los líderes del operativo se acercó al helicóptero y recibió unos maletines cargados de munición para continuar”: el hombre que vio al helicóptero
Por motivos de seguridad, nos permitimos reservar su identidad, pero el excombatiente hizo parte de la extinta guerrilla de las Farc EP y durante la incursión paramilitar en el corregimiento de El Aro fue uno de los que protagonizó el combate armado en contra de los paramilitares. Este es su relato:
Eran casquillos de 7.62 milímetros de munición AK47 y las cascarillas de 2.23 milímetros, ese fue el armamento utilizado por las Autodefensas Unidas de Colombia en la toma de El Aro. El enfrentamiento se iba calentando cada vez más y, a pesar de las pocas unidades con las que contaba la guerrilla, los paramilitares heridos ya alcanzaban los diez.
Por el transistor empezaron a decir, desde otra facción del Frente 18, que el helicóptero llegaba a llevarse a los paramilitares heridos, dejar armamento y algunas pocas unidades que reemplazarían a los muertos y a los moribundos. La llegada del helicóptero detuvo el ataque de manera bilateral, aterrizó ante los ojos de todos sobre el parque central del pueblo.
Con esfuerzo, uno de los líderes del operativo se acercó al helicóptero y recibió unos maletines cargados de munición para continuar con el combate. Dos hombres dejaron comida, se llevaron a un par de los heridos y volvieron a alzar vuelo.
“Es el helicóptero de Mancuso. Repito: es el helicóptero de Mancuso”, así se escuchaba por la radio. El guerrillero cuenta que por la frecuencia de comunicación de la guerrilla se comentó que ese helicóptero estaba “al servicio de Salvatore Mancuso y de Carlos Castaño”.
Minutos más tarde otro helicóptero empezó a sobrevolar el área del enfrentamiento. Casi sobre las 7 de la noche, el aparato aterrizó en el mismo lugar donde el helicóptero amarillo lo había hecho, de allí otros hombres recibieron más munición, se llevaron a los heridos y nuevamente despegaron. Sin embargo, estuvo rondando por el aire hasta que la incursión acabó.
Ya nosotros estábamos en desventaja. No teníamos forma de maniobrar para no dejar aterrizar a los helicópteros. Ya no había la posibilidad. Ya ellos prácticamente se habían tomado todo el pueblo. Por el radio, que lograba filtrar las conversaciones y señales que se daban entre sí los paramilitares, se hablaba de 5.000 y 6.000 kilos de munición. Eso era mucha carga y nosotros en ese momento no teníamos cómo frentiar eso.