A propósito de su nuevo libro Hilos del pensamiento crítico, el antropólogo colombiano Arturo Escobar revisa el fracaso del desarrollo y el avance del terricidio, y señala que los futuros posibles ya están germinando en prácticas comunitarias, feministas y ambientales que desafían el orden civilizatorio dominante.
Por: María Fernanda Padilla Quevedo
Arturo Escobar ha vivido entre Colombia y Estados Unidos, pero su pensamiento no se forjó en salones universitarios, sino en diálogo permanente con movimientos sociales. “La academia era un espacio para pensar, para leer, para investigar, pero me di cuenta que estaba aprendiendo más de los y las activistas con quienes trabajaba”, dice Escobar, una de las voces centrales de la crítica al desarrollo, al capitalismo y al modelo civilizatorio dominante.
A sus 74 años se define como intelectual activista y trabaja con organizaciones negras e iniciativas feministas del suroccidente del país. En el valle geográfico del río Cauca acompaña procesos que buscan repensar la región, marcada por el monocultivo de caña, las hidroeléctricas y el acaparamiento de tierras. Allí impulsan alternativas para garantizar acceso a la tierra, proteger el ambiente y defender derechos étnico-raciales y de género.
A pocos meses de que La invención del desarrollo cumpla 30 años, Escobar acaba de publicar Hilos del pensamiento crítico, una antología que recoge cuatro décadas de trabajo intelectual y político. El libro reconstruye la genealogía de sus ideas —de la crítica al desarrollo a la noción de relacionalidad— y muestra cómo estas se han nutrido de procesos afrodescendientes, feministas, indígenas y ambientalistas del sur global.
En esta entrevista con RAYA, Escobar reflexiona sobre la crisis civilizatoria contemporánea, el concepto de terricidio y el papel de los jóvenes en la construcción de futuros posibles.
Como humanidad hemos presenciado un genocidio en Palestina, el cambio climático avanza sin freno, crecen los discursos de odio y la deforestación sigue en niveles críticos. Frente a este panorama, ¿es usted pesimista o conserva la esperanza?
Arturo Escobar: Soy esperanzador con motivos de mucho pesimismo a veces. Tiene que ver con el momento en la vida en que estoy como persona mayor, preparando mi transición de este mundo. Pero también sigo buscando contribuir y mantener el compromiso con la vida y con las luchas.
Hoy nos dejamos apabullar por narrativas catastrofistas, pero dar esperanza —sobre todo a las y los jóvenes— es fundamental. Son esperanzas no ingenuas. Para verlas como reales, tenemos que reinterpretar radicalmente las luchas y nuestra comprensión de lo posible.
La academia es muy buena para la crítica, pero muy mala para las propuestas. Criticamos, pero dejamos que otros arreglen el mundo. Hay que repensar la academia para que se involucre en las luchas y abandone la supuesta neutralidad que nunca ha existido.
R.R. ¿Cómo afrontar el capitalismo, el extractivismo, el racismo y el autoritarismo sin perder la esperanza?
AE: Estamos ante una crisis profunda. Paradójicamente, cuando más se consolida ese capitalismo colonial, racista, mediático, transnacional, corporativo, genocida— para hablar de Gaza—, más vemos con claridad sus límites y efectos reales en el mundo.
Es una crisis civilizatoria que las comunidades indígenas de América Latina nombraban hace casi 40 años. Tiene raíces antiguas en el patriarcado hace 7.000 años, pero empieza a despegar en los últimos 500 años, desde el llamado descubrimiento de América, y se consolida con el surgimiento de la economía como forma de pensar, ser y vivir la vida. Hoy se profundiza con la inteligencia artificial y la tecnología, que nos están invadiendo en todas las esferas sin que nos demos cuenta. Está algoritmizando la vida.
Tenemos que volver a recuperar la capacidad de observar la situación actual de una forma compleja. Dicen las compañeras mapuches que necesitamos una revolución del pensamiento, que nos ayude a pensar el terricidio y las respuestas al terrorismo de formas nuevas. En última instancia lo que está en juego es reinventar las condiciones del ser humano. En filosofía lo llamaríamos caminar hacia una nueva ontología del humano y hacia una nueva forma de habitar la tierra.
R.R. ¿Qué significa una ontología distinta del humano?
AE: Significa ir más allá de lo que la filósofa Silvia Wynter llama “el modelo mono humanista del humano”. Ese humano, entre comillas, individualista, secular, liberal, maximizador de su propio beneficio, competitivo, agresivo y patriarcal, para darnos cuenta que el humano puede ser diferente y debemos reinventarlo.
R.R. ¿Cómo entender el terricidio?
AE: El terricidio es una de las formas más completas para describir lo que ocurre hoy. Lo nombraron mujeres mapuche en Argentina hace unos 10 años. Es una de las múltiples formas de matar la vida. No es solamente es el asesinato de los ecosistemas físicos, biológicos, sino que incluye los feminicidios, genocidios, juvenicidios y las violencias contra la gente no binaria.
También incluye la destrucción de los ecosistemas perceptibles, que son reales para muchas cosmovisiones indígenas. Tiene que ver con lo sagrado y los ancestros, con la conciencia de que el humano es parte integral del cosmos. Lo que en última instancia está matando a la tierra es negar esa interdependencia.
R.R. ¿Se puede frenar el terricidio?
AE: Frenarlo exige más que dejar de dañar ecosistemas. El desarrollo, durante los últimos 70 años, ha sido una de las formas más potentes del proyecto terricida al convertir a los países de Asia, África y América Latina, llamados subdesarrollados, en clones de segunda categoría de los países llamados desarrollados, industrializados. Ese modelo está acabando con la tierra.
Hay que cambiar las narrativas fundacionales de la vida. Ir más allá de la narrativa desarrollista, economicista, individualizante, patriarcal y colonial, entre otros, y meternos más en una práctica de vida desde otras concepciones, que están surgiendo por todos lados, algunas de las cuales han estado allí, pero que tenemos que empezar a cultivar activamente y activar.
RR: ¿Qué mecanismos individuales y comunitarios se pueden activar?
AE: En algún texto que escribimos con un par de compañeras, hablamos de la activación política de la esperanza y de la interdependencia. La interdependencia es una forma de pensar la vida que está resurgiendo y esta acepta que el fundamento de la realidad es la interdependencia entre todo lo que existe. De ahí el famoso Ubuntu, “soy porque somos”. Yo existo porque todo lo demás existe. En las sociedades modernas ya no sabemos nada de eso.
Nosotros los urbanos–modernos, en particular, hemos perdido esa conciencia. Para nosotros la tierra es rocas, minerales, montañas, ríos, los destruimos, los contaminamos, los acabamos, no los veneramos, no los consideramos seres sagrados como realmente deberíamos hacerlo. Otros seres humanos son potencialmente enemigos, pero en la perspectiva de la interdependencia no hay enemigos. Por eso decimos a veces que tenemos que caminar hacia una política sin enemigos.
Eso no quiere decir no pensar en la justicia y en la culpa real que tienen muchos personas, sobre todo la ultraderecha hoy en día, en perpetuar el estado actor del mundo, la policrisis, el terrorismo, como quiera que lo llamemos.
RR: ¿Cómo llevar esa perspectiva a la práctica transformadora?
AE: A través del cuidado de la vida, porque si pensamos que el fundamento de la vida es la interdependencia, entonces la única conclusión posible es que siempre tenemos que cuidar de la vida como un todo. Muchas comunidades y luchas sociales, ambientalistas, feministas, ecologistas, de grupos afrodescendientes, indígenas, algunas comunidades campesinas y jóvenes en las ciudades están entendiendo que seguir con este modelo es caminar hacia el suicidio.
Lo que está en juego es reinventarnos poco a poco en lo micro, en lo local y en lo regional, reconectarnos con las otras y con los otros y con el mundo natural. Las transiciones están ocurriendo todos los días en acto de resistencia. Lo clave es aprender a ver esos movimientos locales como alternativas viables y semillas de otros futuros posibles.
R.R. ¿Cómo lograr que estas alternativas no se queden en lo micro?
AE: No necesariamente le diría una nueva hegemonía, aunque es tentador hacerlo. Algunas personas usan el concepto de contrahegemonía o prácticas contrahegemónicas, que me parecen interesantes.
Las nuevas metáforas están en la biología. La del tejido, por ejemplo. En el valle geográfico del río Cauca hay proyectos que empiezan a tejerse para repensar la bioregión y construir una paz pluricultural, que supere el modelo hegemónico del monocultivo de caña y la ganadería extensiva, que ha beneficiado a una élite mayoritariamente blanca.
Otra metáfora es la de “confederación” de la revolución feminista kurda o la de los hongos o los micelios. Hay que pensar esto en distintos niveles: local, nacional, transnacional. Los zapatistas o las compañeras kurdas lo han hecho. Hay que aprender a ver esos modelos.
R.R. Su libro cumple 30 años. ¿Qué se replantearía?
AE: La ecuación del desarrollo sigue intacta. Esta plantea que para reducir la pobreza se necesita crecimiento económico, porque supuestamente el problema principal del tercer mundo era la pobreza. Después de 70 u 80 años, nos hemos dado cuenta de que eso no ha ocurrido.
Sí hubo modernización en América Latina, Asia y África, pero fue precaria y creadora de desigualdades. Países del tercer mundo, como Colombia, seguimos en el llamado tercer mundo. Hay pocas excepciones como Corea del Sur y Taiwán, por razones históricas particulares.
En la edición de 2011, reflexiono en el prólogo sobre una nueva geopolítica con el surgimiento de China, los BRICS y un mundo más policéntrico, a pesar de que sigan existiendo los imperios. Estados Unidos supuestamente es imperio aún siendo incapaz de serlo actualmente.
Hoy le apostaría más a las alternativas y la relacionalidad.
R.R. Muchos jóvenes están desencantados del futuro, pero son protagonistas de luchas territoriales, ambientales y feministas. ¿Dónde ve usted las semillas de esperanza?
AE: En procesos que emergen y otros de vieja data. En movimientos sociales, indígenas, afrodescendientes y en los feminismos latinoamericanos. También, en experiencias de Bolivia, Cuba, Brasil, Colombia y México.
A pesar de la represión, siguen impulsando formas diferentes del trabajo político e intelectual. Entre esa interfaz de trabajo intelectual y político de base hay grandes semillas que debemos cultivar.
