Cientos de personas atraviesan diariamente el paso fronterizo que une a Perú con Ecuador en búsqueda de una vida digna. En ese trayecto, no quedan exceptuados de sufrir todo tipo de violencias, incluida la sexual. Los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) que trabajaron durante más de un año en la zona fueron testigos de las condiciones sanitarias de quienes se encontraban en tránsito, pero también, de quienes estaban asentados o vivían en la región, y no contaban con acceso a la salud.
Por Jean Hereu, coordinador general de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Perú
La ciudad de Tumbes, que está ubicada a 23 km de la frontera entre Perú-Ecuador, es uno de los principales puntos de entrada al país de población migrante y uno de los más transitados de América del Sur.
Es cosa de todos los días que, personas como tú y como yo, intentemos alcanzar una vida mejor; aún más, frente a situaciones adversas.
Es cosa de todos los días despertar temprano en la mañana para seguir caminando hasta que el clarear del día lo permita.
Es cosa de todos los días que familias con hijos o sin hijos, amigas y amigos, vecinas y vecinos, provenientes mayoritariamente de Venezuela, transiten por la zona fronteriza que une a Aguas Verdes, una localidad del departamento peruano de Tumbes, con la ciudad ecuatoriana de Huaquillas.
Según el último reporte de la Organización Mundial para las Migraciones (OIM), en octubre ingresaron por la frontera norte de Perú alrededor de 10.000 personas migrantes y refugiadas, y por el mismo sitio, salieron más de 9.800. Para muchas personas, este paso es el primer punto de ingreso al país, donde se asentaron más de 1,5 millones de venezolanos, de acuerdo con información de ACNUR. Pero también, para muchas otras, es solo un lugar de paso para seguir viaje hacia países del sur, como por ejemplo Bolivia y Chile, o un camino para quienes buscan llegar a países del norte del continente americano.
La clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF) se encontraba ubicada en Aguas Verdes, una localidad peruana perteneciente al departamento de Tumbes, fronteriza con Ecuador.
Sin embargo, todas estas cifras cuentan y no explican. No dicen que por este paso fronterizo transitó Francis, una mujer de 49 años que sufría de hipertensión y que salió de Venezuela hace cinco años cargando con el peso de sus maletas, pero también, con todo el peso de sus sueños. O que Daijer, que llevaba seis años fuera de casa, se le erizaba la piel cada vez que recordaba lo mucho que le dolía no poder abrazar a su mamá. Él viajaba con su hermano y con su nuera, y esperaba con ilusión conocer el resultado de una prueba de embarazo que le revelaría si se convertirá en tío.
Muchas de estas historias de todos los días fueron recogidas por los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF), quienes brindaron atención médica, salud sexual y reproductiva, y salud mental en Aguas Verdes desde finales 2021 hasta octubre de este año.
Fernando, 19 años, de Bolivia, se acercó hasta el puesto de salud de MSF para ingerir algo durante el desayuno y continuar su camino hacia Venezuela
Coreografiar un lugar seguro
En Aguas Verdes, frente a la terminal terrestre y a un costado del puente Bolsico, de lunes a sábado funcionó durante un año la clínica de MSF. Anteriormente, en ese mismo sitio, había un hotel de pasajeros llamado El Bosque – tal vez haciendo alusión al bosque tropical en el cual luego se extendió la ciudad – que se convirtió en un centro de salud donde muchas personas recibieron por primera vez asistencia sanitaria a lo largo de todo su trayecto migratorio.
Si bien a la clínica llegaban a diario quienes se encontraban en tránsito, principalmente familias con niños menores de cinco años, mujeres que habían huido de sus casas por violencia de género, hombres solos, jóvenes y adolescentes, no se excluía el acceso a peruanos que no contaban con el beneficio del Sistema Integral de Salud (SIS) u otra atención sanitaria, como así tampoco a quienes decidían asentarse en localidades cercanas a la frontera de Ecuador, como Tumbes, Aguas Verdes y Zarumilla.
“Al estar ubicados en el camino, las personas no tenían que llegar hacia nosotros, nosotros llegábamos a ellas”, asegura Roland Fourcaud, quien fue el coordinador del proyecto de MSF en Tumbes. En la clínica de MSF, 8.268 personas recibieron atención médica y más de 46.400 personas fueron asistidas en el punto de hidratación, donde además alrededor de 33.480 recibieron orientación en diversos temas de salud.
Diariamente arribaban al puesto de salud de MSF familias con niños y niñas menores de 5 años.
Violencia sexual, una emergencia que acecha en el camino
Atreverse a abordar rutas migratorias no implica únicamente dejar un país, las raíces, los afectos, un hogar, que ya es mucho decir, sino también, la posibilidad de atravesar todo tipo de “violencias invisibles”, a las que hizo referencia Milagritos Valderrama, coordinadora médica del proyecto de MSF en Tumbes, y de las cuales poco se habla ante el temor que causan entre quienes las sufren. La violencia sexual es una de ellas.
De impulso vivaz, esta obstetra proveniente del mismísimo corazón de la selva amazónica, de Pucallpa – capital del departamento peruano de Ucayali –, formó parte de los orígenes de este puesto fronterizo. “En nuestra clínica, atendimos a mujeres, hombres y población LBGTIQ+ que sufrieron violencia sexual durante su niñez, su adolescencia, o su vida adulta, tanto en sus países de origen, en el camino migratorio como así también en los países de acogida”, explica. “En el caso particularmente de las mujeres, en muchas ocasiones nos relataban que su primera relación sexual fue forzada o que la sufrieron por parte de sus parejas”.
Las agresiones y los abusos sexuales tienen consecuencias sanitarias muy complejas y pueden acarrear riesgos a largo plazo en la salud de las personas. Para asistir a quienes han pasado por este tipo de situaciones, los equipos de MSF proporcionaron atención médica y tratamiento preventivo para evitar infecciones de transmisión sexual como el VIH y la sífilis y brindaron asistencia psicológica. “Curamos sus heridas físicas, pero también queríamos que sepan que estábamos allí para escucharlos”, expresa Milagritos. En el puesto de salud, se realizaron en total 2.980 atenciones en salud sexual y reproductiva, incluyendo consultas ginecológicas y controles prenatales.
Gloria Mendoza, integrante del equipo de promoción de la salud de MSF, conversa con niños y niñas migrantes en el espacio lúdico del centro de salud de MSF. Allí, participaban de diferentes actividades como pintura y dibujo mientras descansan junto a sus familias del camino.
Para tratar heridas invisibles tan duras como estas, Paul Díaz, quien fue el referente de salud mental de MSF en Tumbes señalaba lo siguiente: “quienes sufren violencia sexual evitan exponer lo que les ha sucedido porque necesitan seguir camino sin pensar en el dolor y la angustia que les ha producido”, explica el psicólogo. “Se desconectan psíquica y emocionalmente, se convierten en robots que no disfrutan de nada; no viven y no quieren sentir -continúa-. Por supuesto, esto tiene consecuencias; aunque parezca que no sufren, tampoco viven, disfrutan, experimentan o se atreven a hacer cosas nuevas”.
A diferencia de la población migrante, cuyas afectaciones psicológicas suelen ser el estrés y la ansiedad, las personas asentadas se acercaron mayoritariamente al puesto de salud para tratar trastornos como la depresión o el duelo, los cuales ocurren muchas veces por estar lejos de casa y extrañar a la familia.
“Cada uno tiene una historia, un sufrimiento, lleva en sus espaldas miseria y hambre, por haberlo tenido todo y de repente no tener nada más que el bolsito de los sueños para poder trabajar”, relató Francis, migrante venezolana. “Queremos algún día poder volver a nuestro país. Ahí están nuestras raíces, ahí nacimos, ahí está nuestra vida completa. Ahí tenemos nuestra familia, nuestros vecinos, nuestros amigos de la infancia”.
Un secreto al oído
-Contabas Eliana que vives desde hace un mes en Tumbes. ¿Por qué decidiste asentarte en este lugar?
-Caminé durante 26 días con mi pareja para llegar hasta acá. Vine para trabajar y poder darle una casa a mi hijo de seis años. Pero él ahora está con mi mamá en el estado de Lara, Venezuela, que es de donde provengo, porque no quería ponerlo a caminar, exponerlo al sol, o que se lo comieran los zancudos, me daba miedo por él.
-Debe haber sido una decisión muy difícil para ti.
-Imagínate. Lo extraño mucho.
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Personal de enfermería de MSF tomándole la temperatura y la presión a una mujer migrante que se acercó junto a sus hijos a la clínica de MSF
Cuando ingresaban a una consulta de salud sexual y reproductiva en la clínica de MSF, algunas mujeres susurraban para contar lo que las aquejaba. Sentían pudor de que las examinaran porque no habían tenido acceso a un baño a lo largo de su trayecto migratorio para poder higienizarse, ducharse o cambiar su ropa íntima durante su período menstrual.
Judith Godos, una de las obstetras que trabajaba en el centro de salud, cuenta que, frente a ese tipo de situaciones, detectaron que la entrega de kits de higiene era una necesidad primaria para las personas a las que atendían. “Las toallas menstruales, los pañitos íntimos y los protectores diarios les ayudaban a transitar dignamente su camino. Y el hecho de que pudieran acceder a un baño en nuestros consultorios era un aspecto sumamente reconfortante para que lograran sentirse mejor”, explica.
Además, la gran mayoría de mujeres que requerían atención en el puesto sanitario lo hacía por infecciones vaginales, como cervicitis, infecciones urinarias o inflamaciones pélvicas, pero también, se realizaban pruebas de embarazo, se les brindaba atención durante su etapa gestacional y orientación e información general sobre su salud sexual y reproductiva. Asimismo, a los hombres y a la población LBGTIQ+ se les atendía en su cuidado de órganos sexuales y en la entrega de anticonceptivos. “Muchas personas querían realizar una planificación y tener una vida sexual sin riesgos, ya sea si estaban en el camino como si estaban asentadas”, dice Mónica Gonzalez Gutierrez, también obstetra de MSF.
Personal de enfermería de MSF pesa y mide a una bebé que llegó con su familia hasta el puesto de salud de MSF
El síndrome de la valija
Kevin, de 26 años, viajaba junto a su hijo, su esposa, su primo y más mochilas de las que podía cargar. Ellos eran del estado de Lara, de Venezuela, pero en 2017 viajaron a Perú para conseguir un empleo. Si bien al principio lo consiguieron, con los años y al agrandarse la familia, su situación cambió y decidieron regresar a su país natal. “Vinimos hasta el puesto porque necesitábamos medicinas y refrescarnos para poder continuar poco a poco”, contó. “Volver al cariño familiar es lo que más anhelamos; hace seis años que no veo a mi mamá, a mis abuelos ni a mis tíos, aún no conocen a mi hijo”.
En cambio, para los pacientes asentados en Tumbes, era posible realizarles un control y un seguimiento de su enfermedad aguda o crónica. En este caso, las que generalmente observaba el médico eran la diabetes, asma, hipertensión, tuberculosis y VIH.
“Al final, lo que buscábamos era que durante el tiempo que estuvieran con nosotros, aunque fuera cortito, recibieran la mejor calidad y calidez de atención, y el tratamiento más adecuado en el momento en que lo necesitaban”, sostiene la coordinadora médica de MSF. “Si avanzaban hacia otro punto, también los orientábamos y referíamos para que pudieran acceder a atención sanitaria. Y si en algún momento necesitaban volver con nosotros, sabían que siempre podían volver”.