análisis

SÍNTESIS

Tras un largo periodo en el que gobiernos conservadores habían desvalijado el multilateralismo reemplazándolo por foros dependientes de afinidades ideológicas, el presidente de Brasil, Luis Inacio Lula, lideró el regreso de la mayoría de países latinoamericanos a UNASUR y la CELAC. La Cumbre de Brasilia de inicios de junio marca el inicio de un progresismo que va por cambios profundos en la región como tener una moneda propia.

Por: Mauricio Jaramillo Jassir

Profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario

La Cumbre de Brasilia convocada por Luis Inacio Lula da Silva llegó en un momento inmejorable tanto para Suramérica como para el resto de la zona. En esta urgen espacios de concertación política y diálogo, tras un largo periodo en el que gobiernos conservadores habían desvalijado el multilateralismo reemplazándolo por foros dependientes de afinidades ideológicas con pocas chances de trascendencia. Desde 2015, se conjugaron hechos que conspiraron contra la integración y prácticamente dejaron sin piso los dos principales escenarios de cooperación y diálogo político: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) a las que arbitrariamente se les etiquetó como sucursales del denominado “castrochavismo”. En nombre de una reencauchada doctrina de contención[1] (como en las épocas más emblemáticas de la Guerra Fría) se retrocedió como pocas veces en la historia reciente de América Latina y Caribe.

¿Por qué esta Cumbre era tan necesaria? ¿Qué se puede esperar de ahora en adelante? Y ¿Qué papel podría desempeñar Colombia en el concierto latinoamericano?

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Foto: Presidencia

CELAC y Unasur ¿castrochavismo?

El origen de Unasur y la Celac es revelador sobre la evolución del proceso integrador y de diálogo político. Es importante diferenciar integración de cooperación, la primera hace alusión a la forma como los Estados van desmontando barreras para el libre tránsito de bienes, servicios, capitales y personas, mientras que la segunda abarca desde el diálogo político hasta la puesta de marcha de acciones concretas en una región. Las instituciones de integración por excelencia en Suramérica fueron la Comunidad Andina y el Mercado Común del Sur creadas en 1969 y 1991, respectivamente. Paralelamente, la Organización de Estados Americanos (OEA), en funciones desde 1948, había sido el espacio más recurrente de la cooperación y diálogo político en las Américas.

El surgimiento tanto de Unasur como Celac responde a la necesidad de contar con un espacio político de cooperación, que sobrepasara la idea de que la regionalización dependiera en exclusiva del libre comercio, y contar con esquemas donde no hubiese le interferencia desmedida de los Estados Unidos. Su presencia le restó legitimidad a la OEA; en especial en la Guerra Fría pues mientras se castigó a Cuba suspendiendo sus derechos desde 1967, hubo injustificable condescendencia con regímenes militares responsables de los peores vejámenes, en especial en el Cono Sur, donde tuvo su más intensa expansión el Plan Cóndor que condujo a la desaparición, tortura y asesinato de miles de personas.  

Unasur contrariamente a lo que se ha presumido en el último tiempo, no nació como una iniciativa de la izquierda. En realidad, fue producto de la evolución de la Comunidad Suramericana de Naciones (CASA) surgida por iniciativa de Fernando Henrique Cardozo presidente brasileño de centro y con el apoyo de varios gobiernos de derecha o conservadores. En 2007 en la Cumbre en la Isla Margarita se cambió el nombre de Comunidad a Unión, por sugerencia de Chávez y aunque que la mayoría estaba compuesta por gobiernos de la llamada nueva izquierda, se dio la concurrencia de Uribe Vélez de Colombia, Nicanor Duarte de Paraguay y Alan García del Perú, todos de orientación conservadora. Al año siguiente, se conformó la Unasur que comportaba tres novedades: primera vez que la región andina y el Cono Sur tenían un espacio de diálogo político y cooperación; Chile se integraba con membresía plena a un organismo regional pues se había retirado en 1976 del entonces Pacto Andino y ha sido socio, mas no miembro de Mercosur; y, Guyana y Surinam vecinos y parte de Suramérica, han estado siempre aislados y se trataba de corregir la situación. En resumidas cuentas, era el primer espacio de encuentro de la zona sudamericana fragmentada históricamente.

Entre 2015 y 2018 periodo en que sobrevivió como bloque, avanzó en el desarrollo de proyectos concretos en salud, infraestructura, posiciones comunes en drogas y, sobre todo, una capacidad para intermediar en crisis políticas como en Guyana, Surinam, Venezuela y en la frontera colombo-venezolana. Un dato que no es menor habida cuenta de la coyuntura: la última elección con garantías plenas en Venezuela y con participación de la oposición ocurrió en diciembre de 2015, en buena medida por facilitación de Unasur, tanto de la Secretaría General, como del Consejo Electoral Suramericano.

Cuando la región fue cambiando de ciclo ideológico y llegaron gobiernos conservadores, los espacios regionales perdieron valor. La elección de Mauricio Macri en 2015 marcó el punto de inflexión para que, un bloque hegemónico de administraciones de derecha convirtiera a Venezuela como único tema de la agenda regional. Por ende, un nutrido grupo emprendió la denuncia del tratado de Unasur y comenzó la retirada de más de la mitad de sus miembros. En 2017, ante la decisión de Maduro de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, se creó el Grupo de Lima, un foro de conservadores que buscaba hacer presión sobre Caracas y denunciar una deriva autoritaria. A partir de 2019, la estrategia se radicalizó cuando se puso en marcha el “cerco diplomático” promesa de campaña de Iván Duque que buscaba un cambio de gobierno a la fuerza. Por primera vez en la historia, un gobierno colombiano invitaba expresamente a los militares de un vecino para remover a un presidente.

En esta estrategia del Grupo de Lima, no solo se apuntó al desmonte de Unasur, sino que también se congelaron actividades en la Celac, heredera del Grupo de Río. Para 2017 se tenía prevista una cumbre con la Unión Europea en El Salvador, pero se terminó cancelando para no concederle ningún espacio diplomático a Venezuela. Esto empeoró cuando se eligió a Jair Bolsonaro en Brasil y este tomó la decisión de retirarse del foro. Así se vivió buena parte de la pandemia, sin organismos regionales salvo la improvisada iniciativa del Foro de Progreso del Sur (Prosur) lanzada por Iván Duque y Sebastián Piñera y cuya efímera vida se explica porque rápidamente el chileno agobiado por los problemas internos (movilizaciones desde 2018 que exigían una refundación constitucional) tomó distancia.

Así en los últimos años, se fueron abandonando los espacios de diálogo político con el peregrino argumento de que solamente la presión regional con sanciones y aislamiento, podría empujar una transición política en Venezuela. El fracaso, como bien se sabe, fue rotundo e indiscutible.

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Foto: Presidencia

Nueva izquierda y progresismo en América Latina

La llegada de gobiernos progresistas de forma reciente no puede equipararse con quienes gobernaron a comienzos de los 2000 en ese primer ciclo, Chávez, Correa, Morales, Kirchner o Mújica. Los márgenes de maniobra de lo que se denominó como “la nueva izquierda latinoamericana” o la “marea rosada” eran más amplios pues no dependían de coaliciones, sino que podían gobernar con mayorías en los Congresos que les permitieron avanzar en cambios estructurales. Los casos de Bolivia, Ecuador y Venezuela son paradigmáticos, cristalizando una refundación constitucional en 2009, 2008 y 1999 respectivamente.

El panorama de los progresismos recientes de Gabriel Boric, Alberto Fernández, Gustavo Petro, Xiomara Castro, Luis Arce y Luis Inacio da Silva es bien distinto. Gobiernan con una dependencia del centro y sin mayorías en los aparatos legislativos. Han tenido que buscar los consensos y se han producido fracturas dentro de la propia izquierda. Boric sufrió el rechazo del proyecto constitucional en septiembre de 2022 que lo condujo a una crisis agudizada en mayo ante la victoria de la derecha radical (Partido Republicano) en las elecciones del Consejo Constitucional encargado de redactar la carta magna que será puesta a consideración del electorado en diciembre. Se trata de un revés considerable y que deja mal herida su gobernabilidad y principal promesa de campaña. El mandatario argentino, por su parte, no pudo superar del todo los disensos con Cristina Fernández, acusada y condenada en primera instancia por corrupción y para colmo de males, el plan de pagos para saldar la deuda inmensa que dejó Macri con el FMI (45 mil millones de dólares el mayor préstamo de la historia de ese organismo)[2] recortó la capacidad de inversión social del peronismo. Petro ha enfrentado serias dificultades en la construcción de consensos para las reformas sociales (trabajo, pensiones y salud) y la paz total se ha visto entorpecida por acciones violentas que han terminado por desvalorizar un tema bandera para el progresismo colombiano.

En este escenario no será fácil rescatar el discurso integrador o de diálogo político, pues las prioridades están enfocadas hacia la política interna y no siempre las cuestiones regionales son del interés de la ciudadanía. Es más, en coyunturas electorales pueden tener efectos adversos pues algunas hasta son impopulares per se o instrumentalizadas como ocurre con el caso de Venezuela.

El mérito de Lula en la convocatoria de la Cumbre de Brasilia consiste precisamente en haber congregado a los doce mandatarios (incluido Alberto Otálora del Perú en representación de Dina Boluarte) en momentos en que es urgente el diálogo político, pero no parece fácilmente justificable de cara a una ciudadanía que exige respuesta a problemas internos que no dan compás de espera.  

Un progresismo fragmentado

Otra de las diferencias de estos gobiernos progresistas es que a diferencia del proyecto regional impulsado por Chávez y demás, las divisiones y fragmentaciones están a la orden del día. Boric ha sobresalido por mantener un férreo discurso frente a Nicaragua y Venezuela como violadores de los derechos humanos, mientras otros han optado por rescatar el principio de la no injerencia tanto por razones ideológicas (tradición latinoamericana), como pragmáticas (para tener una interlocución que permita avanzar). Las sanciones que Estados Unidos ha impuesto han revelado su esterilidad, desde abril de 2015 se impusieron sobre individuos, pero se reforzaron y ampliaron a sectores como el petróleo en 2018 bajo el discurso radical de Donald Trump que llegó a reconocer que “todas las opciones estaban en la mesa”, dejando entreabierta la posibilidad de intervención militar[3].

Mientras la mayoría de ciudadanos venezolanos sufría las sanciones económicas, no se avanzó un ápice en una transición política hacia el restablecimiento de la democracia. Los procesos de negociación entre oposición y gobierno secundados por Unasur, la Iglesia, República Dominicana, Noruega y Barbados terminaron estrellándose contra la intransigencia de las partes.

En la Cumbre de Brasilia, se produjo el retorno de Venezuela a los esquemas regionales de diálogo político. Los doce presidentes suramericanos no se encontraban desde 2014, por lo que la expectativa no podía ser menor. El retorno de Caracas a estos circuitos no es de ninguna manera un aval regional al giro autoritario, por lo que es absurdo tildar la postura brasileña de convocarla, como una manera de “lavarle la cara”. La obsesión de la derecha y los medios con el denominado “régimen de Maduro” ha llevado a que cualquier intento por rechazar las sanciones o reconocer la improcedencia de las salidas de facto, sea interpretado como una señal de simpatía hacia el oficialismo. La Cumbre consiguió uno de sus principales objetivos: sentar en una misma mesa a gobiernos de distintas corrientes ideológicas y que, incluidos los de derecha, reconocieran a Nicolás Maduro como presidente. De lo anterior se desprende la necesidad que han expresado casi todos, incluido Boric, de que las sanciones sean levantadas. América Latina no puede volver a la lógica de la Guerra Fría, en la que se violaba el principio de no injerencia con la excusa de la defensa de la democracia. Comprobadamente se sabe que funcionan mejor otras formas de diálogo para promover cambios o transiciones.

Los proyectos regionales concretos

Más allá del tema venezolano, la Cumbre de Brasilia sirvió a propósitos concretos. En primer lugar, puso en la agenda el tema de la integración financiera que Argentina y Brasil quieren liderar bajo la propuesta de una moneda regional o mejor, una unidad de cuenta común. No podría haber una moneda en sentido estricto, pues se requeriría de una banca regional con capacidad de emisión como ocurre en Europa con el Banco Central Europeo que imprime euros. En este caso, la propuesta es comerciar con una moneda virtual o bajo mecanismos de compensación para evitar el dólar y reducir la dependencia hacia Estados Unidos. Esta idea es sobre todo impulsada por el ministro de economía y excandidato presidencial del Partido de los Trabajadores, Fernando Hadad y aunque inicialmente se hablo de una alianza argentino-brasileña, se tiene contemplado ampliarla a toda la región. El costo que asume América Latina y el Caribe por depender del dólar es muy alto en términos transaccionales y soberanos. Por ende y tal como lo han hecho otras zonas y países del Sudeste Asiático o los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), se deben explorar y poner en marcha iniciativas para comerciar en monedas propias o digitales.  

En segundo lugar, ha transcurrido tanto tiempo sin activar el diálogo regional, que los temas se han venido represando. La Cumbre ha servido para ir organizando una suerte de priorización de temas para gestionar una gobernanza migratoria, que incluya a Venezuela principal protagonista, revivir los proyectos de integración en infraestructura, la transición ecológica prioridad para todos los Estados -lo cual es apreciable en el avance de los Acuerdos de Escazú[4] de cosecha latinoamericana- y la apertura de espacios para dialogar crisis binacionales como la actual colombo-peruana.

Finalmente, revivir un esquema de diálogo en América del Sur implica la posibilidad de proyección extra regional. Esto significa el acercamiento al África Subsahariana, abonado en Colombia por la gira de Francia Márquez y respaldado en una vocación histórica brasileña, solo interrumpida recientemente en el cuatrienio Bolsonaro. En el segundo semestre se tiene contemplada una Cumbre entre la Celac y la Unión Europea que puede revivir un canal de diálogo entre ambos lados del Atlántico que completa 6 años de interrupción. América Latina no puede mantenerse al margen de un sistema internacional en el que la erosión del poder de Estados Unidos y Europa es cada vez más patente y su desinterés por temas de la mayor importancia para el Sur Global es inocultable, pues solo parecen enfocados en mantener la guerra en Ucrania. Si la región latinoamericana quiere revivir las discusiones sobre migraciones, transición energética, seguridad alimentaria, multilateralismo y comercio justo, entre otros, debe abandonar el impulso automático de discutirlos pasando exclusivamente por el norte industrializado y empezar a dialogar entre sí, es decir entre pares.

La oportunidad que convoca Brasil para corregir errores del pasado, no parece fácilmente repetible en el corto y mediano plazo. Cuanto antes, la región debe trabajar en conjunto partiendo de la base de que no hay nada más sano para la integración y el diálogo político que los disensos. América Latina y el Caribe pagó muy caro basar su diálogo político en las afinidades ideológicas, por ende, llegó el momento de recomponer una integración que no sea producto de los intereses pasajeros de los gobiernos de turno, sino como prioridad de los Estados.

[1] La doctrina de contención del comunismo se usó como excusa en los golpes militares contra Jacobo Árbenz en Guatemala, Juan Bosch en República Dominicana, Joao Goulart en Brasil y Salvador Allende en Chile.

[2] Mur, Roberto (9 de junio de 2018). “Argentina recibe el mayor préstamo en la historia del FMI”. La Vanguardia. https://www.lavanguardia.com/economia/20180609/444222786362/fmi-rescate-argentina-prestamo.html

[3] France 24 (26 de junio de 2019). “Trump dice que ‘todas las opciones están sobre la mesa’ en Venezuela”. https://www.france24.com/es/20180926-trump-dice-que-todas-las-opciones-estan-sobre-la-mesa-en-venezuela  

[4] Es el Acuerdo sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe. 25 Estados han firmado y 15 lo han ratificado, incluida Colombia.

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