¿Alguna vez alguien te ha enseñado a respirar? Si el aire tuviera un asterisco los términos y condiciones serían muy largos, tan largos que nos quitarían el aliento. Este ensayo sobre lo que nos dice el aire, el segundo de esta serie sobre el cambio climático, es un pequeño homenaje a Bruno Latour por su muerte esta semana.
Por: Lina María Forero Suescún
¿Qué tanto de aquello que respiramos es oxígeno? Realmente un 21 por ciento. Únicamente un 21 por ciento del aire que respiramos es oxígeno y en un 78 por ciento es nitrógeno. El balance entre el nitrógeno y el oxígeno posibilita la vida animal, vegetal y de todo lo que hay en el planeta. Si el aire solo fuera oxígeno el planeta ardería espontáneamente, ese 21 por ciento es un número perfecto para nuestra capacidad respiratoria. En el aire también existen elementos como el argón, el dióxido de carbono y el vapor de agua. El argón es inerte, el dióxido de carbono es nuestro pequeñísimo gran inconveniente y el vapor de agua es lo que conocemos como humedad.
¿Cuál es el problema con el dióxido de carbono? Todos los problemas. Primero, y como lo explica Kimberly Nicholas en su libro Under the Sky We Make, el carbono —cuya fuente principal es el díoxido de carbono— es para siempre. Parte de las emisiones de CO2 de la Revolución Industrial en Europa siguen en la atmósfera. El CO2 se mantiene durante miles de años en el cielo, no va a ninguna parte, no se transforma tan rápido como quisiéramos y, como dice la autora, será nuestro legado más grande y determinante para las generaciones futuras: definirá dónde podrán vivir, cómo podrán ganarse la vida y cómo será su relación con la naturaleza.
Segundo, el CO2 es acumulativo. Entre los ciclos del oxígeno, el agua, el dióxido de carbono y el nitrógeno existen varias interacciones. Los seres humanos respiramos, tomamos el oxígeno y expulsamos CO2, las plantas toman CO2 durante el día y expulsan O2. Entre los animales, las plantas, las algas y las cianobacterias intercambiamos oxígeno y dióxido de carbono en un ciclo terrenal o de baja intensidad. Al tiempo, como humanidad ponemos cierta cantidad de CO2 en la atmósfera cuando quemamos combustibles fósiles, dicha cantidad excede y ha excedido la capacidad del planeta para capturar el CO2 y queda por ahí.
De hecho, el 86 por ciento del dióxido de carbono emitido entre 2011 y 2021 provenía de pantanos y fondos marinos llenos de lodo (tan viejos como 300 millones de años pueden ser) transformados en petróleo, carbón y gas por el calor y la presión de la Tierra. Ese dióxido de carbono pertenece a un ciclo geológico de alta intensidad; no existe un elemento en la tierra que pueda hacerle contrapeso.
Desafortunadamente para la humanidad no es así, los árboles hacen lo que pueden, el océano hace lo que puede a costa de sí mismo, pero no dan abasto y hoy en día nuestras industrias, nuestros carros —por más eficientes que sean—, nuestros aire acondicionados, emiten más CO2 en tres días de lo que los volcanes del planeta emiten en un año.
Tercero, el CO2 calienta el aire, y calienta el planeta. Afortunadamente para nosotros, cierta cantidad de CO2 en la atmósfera posibilitó la vida como la conocemos, su efecto invernadero convirtió este planeta en un lugar habitable; su exceso lo hará inhabitable. El CO2 se mide en partes por millón (ppm), parece una nimiedad pero antes de la revolución industrial la concentración era de 280 ppm y el nivel de partes por millón considerado como seguro para el planeta es de 350 ppm. En Mauna Loa, el observatorio ubicado en la isla grande de Hawaii que es referente mundial en el monitoreo del cambio atmosférico desde 1950, se registraron 419 ppm abril de 2021 y en julio de 2022 se registraron 421 ppm como puntos máximos en el año. Este calor al que estamos sometiendo al planeta y a otros seres sintientes no se irá pronto, incluso si hoy mágicamente dejáramos de emitir CO2 tardaríamos décadas en enfriar al planeta. Entre más pronto aceptemos que vivimos en un planeta más caliente, mejor.
Ahora, un aire más caliente no es lo único. Existe el polvo, ese mugrero que trasnocha a más de uno y que en otras latitudes viene en formas de tormentas. Entre más sequías, más polvo llegará y nuestros pulmones sufrirán. También existe el esmog o la mugre en el aire —una mezcla entre polvo, hollín y humo—; de nuevo, fatal para nuestros pulmones, para la piel, para la sangre que transporta el oxígeno a todo el cuerpo. Es tal el efecto, que la polución se ha vinculado a un incremento en las enfermedades mentales en niños y con la probabilidad de sufrir demencia en adultos —me ahogo un poco escribiendo esto.
Para infortunio del oriente asiático, la mayoría de ciudades con los peores índices de contaminación están en China, India y Pakistán. Este es un legado de la mentalidad industrial y progresista, otrora de los centros del poder colonial, que explotará hasta el último de gramo de carbón a su disposición —ojalá yo me tuviera que tragar estas letras.
Como si fuera poco, a través del aire viajó el covid-19, que mucho nos ha mostrado sobre aquellas cosas que viajan en el aire pero que no podemos ver. Que nos transforman la vida, pero volteamos la mirada para reactivar la economía y retomar el rumbo (o cualquier eufemismo que nos permita añorar un pasado cercano pero inalcanzable).
El covid-19 ha sido un gran laboratorio: nos ha enseñado que debemos abrir las puertas de los salones de clase, entre mayor circulación del aire, menor exposición al virus y de paso menor CO2 en el aire, los cerebros se oxigenan y aprendemos mejor. Nos ha enseñado que en ciertos espacios siempre será mejor llevar un buen tapabocas bien puesto, es autocuidado y es el cuidado entre todas de aquellas personas que están en mayor riesgo, de paso le hacemos el quite a las micro partículas que están suspendidas en el aire y nos regalamos años de vida. Y nos ha enseñado que las cuarentenas y las restricciones en movilidad no son la única, ni la solución definitiva a la calidad del aire.
En un estudio realizado por Jorge A. Bonilla en cuatro ciudades latinoamericanas, el autor concluye que mejorar la calidad del aire no es tan simple como restringir la conducción y cerrar empresas. El autor recomienda centrar los esfuerzos financieros y de política pública en el contaminante más crítico que es el material particulado con diámetro de 2,5 micrometros e identificar otras medidas de reducción de estas partículas en el aire. Medidas que incluyan factores metereológicos, químico-atmosféricos y relativos al transporte regional de contaminantes. De nuevo, la complejidad del cambio climático y de la calidad del aire no se resuelve rápida ni fácilmente, implica un involucramiento de la ciencia y la ciudadanía.
En el manejo de la ansiedad es básico aprender a respirar y respirar a conciencia, ahora necesitamos aprender a respirar con conciencia climática. Si necesitamos comprar ventiladores, aire acondicionados, purificadores, humidificadores, deshumidificadores, monitores de calidad del aire, instalar calefacción en nuestras casas, pensémoslo dos veces, pensémoslo diez veces. ¿Realmente necesitamos el aire acondicionado al máximo? ¿Qué tan justo es con nuestros vecinos que no tienen aire acondicionado en sus casas? ¿Qué tan justo climáticamente es con las generaciones futuras realizar eventos en espacios cerrados, pero en ciudades turísticas con un uso altísimo de aire acondicionado? Como si fuera poco, por un millón cien mil pesos puedes comprar un monitor de aire que funciona realmente, pero ¿quién dispone de ese dinero? No quiero que se sientan culpables, no creo que eso solucione nada, quiero que piensen más de dos veces al consumir o comprar cosas que para otras personas son inalcanzables, simple.
Adicionalmente necesitamos acceder y usar la información disponible, iniciativas como BogotáDCO2 o la Red Nacional Ciudadana por la Calidad del Aire son un ejemplos de veeduría y movilización ciudadana. Camilo Morales Mosquera de BogotáDCO2 nos recuerda que el uso de la bicicleta es clave, pero debe estar articulado a la convivencia y la confianza ciudadana y que como conjunto debemos presionar a las instituciones para que se dejen de usar aquellos vehículos que sean más contaminantes. Presionar a aquellas instituciones que estén dispuestas a escucharnos, que abran algún canal de interlocución con la ciudadanía y brinden acciones concretas para mejorar la calidad del aire, la pregunta es quién está dispuesto/a ¿las Corporaciones Autónomas Regionales? ¿MinAmbiente? ¿Secretarías de Ambiente? ¿Secretarías de Movilidad? ¿Alguien?
1,2,3,4, respira...