La Cumbre por un Nuevo Pacto Financiero Global realizada en París los días 22 y 23 de junio puso en el centro de su discusión el planteamiento de algunos líderes latinoamericanos y caribeños para mitigar el cambio climático. ¿Por qué es urgente avanzar en una estrategia en ese campo?
Por: Ángela Martin Laiton y Jose Luis Guzmán
Durante su discurso en la última Cumbre del Clima de Sharm El-Sheikh (COP 27) en Egipto, la primera ministra de Barbados, Mia Amor Mottley, fue enfática en señalar la necesidad urgente de una transformación de las lógicas financieras del mundo ante la debacle que representa la crisis climática. “Construimos pirámides en el pasado, logramos erradicar la esclavitud, desarrollamos vacunas para el mundo en una pandemia global, mandamos un hombre a la Luna y ahora un robot a Marte. Sabemos lo que hay que hacer, solo hace falta una simple voluntad política”. No es la primera vez que Mottley abre el debate con estos puntos frente al quehacer de los Estados del Norte Global y el mercado para enfrentar las catástrofes, cada vez más frecuentes, por cuenta del calentamiento global.
La pobreza y la crisis climática, hojas del mismo árbol
Los países que más sufren los cambios generados en el planeta por cuenta de la crisis climática son, particularmente, los más empobrecidos. Según el informe “Hambre y calentamiento global” publicado por Oxfam en septiembre de 2022, “los 10 países más afectados por el cambio climático han sufrido un incremento del 123 % del hambre severa en los últimos seis años”. Estos puntos críticos señalados, castigados por intensas sequías y por el aumento significativo en las tasas de pobreza y hambrunas, son Somalia, Haití, Yibuti, Nigeria, Afganistán, Guatemala, Kenia, Madagascar, Burkina Faso y Zimbabue.
Si bien el caso de los países africanos se presenta como el más crítico, los países latinoamericanos (de los cuales Guatemala es el más serio) también tienen un riesgo alto. De acuerdo con la ONG costarricense La Ruta del Clima, los impactos climáticos en América Latina y el Caribe se traducen en la amenaza a la seguridad hídrica y alimentaria de sus poblaciones, y en el aumento de eventos hidrometeorológicos extremos y de la tasa media de la temperatura. Aunque estos países del Sur Global tan solo producen el 0.13 % de las emisiones mundiales de carbono, son los principales afectados por los fenómenos climáticos, mientras los países industrializados, que controlan el 80 % de la economía, son quienes producen más de tres cuartas partes de estas emisiones.
Bajo estos argumentos, tanto Mottley como muchos otros líderes de los países del Sur llevan reclamando durante casi treinta años el cumplimiento de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, acordada a principios de los años noventa para señalar la vulnerabilidad de los países del Sur frente a los efectos de la crisis climática y la falta de recursos para encararla. Por ello, desde entonces se vienen discutiendo formas de financiación de los países más ricos para proteger y mitigar los daños de dicho fenómeno en el Sur.
Sin embargo, la acción de las naciones más contaminantes no ha correspondido con los compromisos adquiridos, a pesar de que en países como Haití los desastres naturales tienen a su población en una crisis constante al borde del hambre, la pobreza y la violencia.
La raíz de la crisis en el extractivismo
La crisis climática a la que hoy nos enfrentamos tiene una raíz indiscutible y es el modelo económico extractivista impulsado por los mercados del Norte. La subyugación de los países del Sur, la cual los lleva a producir materias primas que sostienen las industrias globales, rompe inmediatamente con la biodiversidad de las zonas explotadas y fuerza a asumir los efectos sociales y ambientales provocados por cuenta de la extracción. La compra de estas materias nunca contempla el daño ambiental, sociológico y cultural que genera dentro de las comunidades y, además, muchos de los recursos que entran en pago terminan en los bolsillos de los acreedores de multimillonarias deudas financieras.
Este daño ambiental transfronterizo ha llevado a que distintas organizaciones sociales visibilicen la deuda ecológica externa que tiene el Norte Global con las regiones más empobrecidas del mundo. Según el documento “Justicia un Reclamo Radical: Financiación de daños y pérdidas”, realizado por La Ruta del Clima, “la deuda ecológica tiene dos matices, uno relacionado con las exportaciones a muy bajos precios de productos primarios que no incluyen las externalidades negativas (de la extracción y del procesamiento y la contaminación a escala global) y que deteriora la base para el desarrollo local. Y segundo, ‘la ocupación gratuita o muy barata del espacio ambiental -atmósfera, agua, tierra- al depositar los residuos del proceso productivo’ ”.
El tiempo para detener el incremento de la temperatura de la Tierra en 1.5 ºC se reduce, mientras el modelo extractivista se aferra a una narrativa económica que la ciencia ya demostró que solo llevará a la catástrofe planetaria. Los efectos de la economía extractiva dejaron en 2022 a más de 48 millones de personas en situación de hambre severa en los países más afectados por la crisis climática, frente a los 21 millones de personas afectadas que se registraban en 2016, según el ya citado informe de Oxfam. La emergencia climática es una bestia que avanza a pasos agigantados, gracias, en parte, a que muchas industrias, como la petrolera, se dedicaron por años a negar el cambio climático, después ocultaron su responsabilidad y ahora se resisten por distintos medios a la transición energética justa.
Transformar la economía mundial para que el planeta reverdezca
Frente a todo lo anterior, se han aunado fuerzas dentro de los países del Sur para que los acuerdos logrados en La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y el tercer pilar del Acuerdo de París (que plantea “ofrecer financiación a los países en desarrollo para que puedan mitigar el cambio climático, fortalecer la resiliencia y mejorar su capacidad de adaptación a los impactos del cambio climático”) cuenten con compromisos concretos tanto de los gobiernos de los países que más contaminan como de sus industrias.
Para ello, una de las razones principales por las que se organizó la Cumbre por un Nuevo Pacto Financiero Global realizada en París es la que planteó la primera ministra de Barbados, la Iniciativa Bridgetown, que consiste en “reformar la arquitectura financiera mundial y, en particular, el modo en que los países ricos ayudan a los países pobres a afrontar el cambio climático y adaptarse a él”. Para ello se plantean tres iniciativas: 1. Cambiar la forma en que se proporciona y reembolsa la financiación ante desastres naturales, dado que con ellos los países aumentan su deuda y entran en una espiral de crisis. 2. Que los bancos de desarrollo presten 1 billón de dólares adicionales a los países del Sur para incrementar la resiliencia climática. 3. La creación urgente de nuevos mecanismos para mitigar el cambio climático desde el sector privado.
A este tipo de propuestas, que han tenido eco incluso en los países responsables de la contaminación, se han sumado distintos gobiernos progresistas, como el de Gustavo Petro. El presidente colombiano y la ministra de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Susana Muhamad, enfatizaron durante dicha cumbre la necesidad de hacer “condonación de deuda externa de países de renta media y baja para poder invertir en adaptación y mitigación al cambio climático”.
Esta propuesta de Gustavo Petro aborda la necesidad de crear un Plan Marshall en el que los países del Norte liberen presupuestos para los países más vulnerables a través de la emisión de derechos especiales de giro por el Fondo Monetario Internacional. Para ello, propone crear un panel de expertos en financiamiento con quienes se haga un proyecto de reforma al sistema financiero para la acción climática que se presentará en la Cumbre del Clima COP28.
Por ahora, las decisiones tomadas han sido tímidas frente a la reacción inmediata que debería tener la agudización de los efectos de la crisis climática en América Latina y el Caribe. Mientras, los llamados de los países más afectados continúan haciéndose en distintas plataformas y a través de diversas propuestas. La propia Mottley cerró su discurso durante la COP27 increpando sobre cuál será la acción inmediata del planeta ante la tragedia inminente: “Pido a la población del mundo que nos hagan responsables [a los líderes] y nos pidan que actuemos en su nombre para salvar la Tierra. La elección es nuestra: ¿qué van a hacer? ¿Qué van a elegir salvar?”.