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RAYUELA

Tras la creación del mural “Las cuchas tienen razón” en Medellín a mediados de enero, dicha consigna, y otras más, como “Al Catatumbo nada lo tumba”, empezaron a diseminarse en la paredes de las ciudades más importantes del país. A su vez, alcaldías y colectivos privados han persistido en cubrirlos. El periodista y escritor Jorge Pinzón Salas, exdirector de la revista Cartel Urbano y autor de “Grafiteros. Historia oral de la escena bogotana que redefinió la ciudad”, conversó con Raya sobre las repercusiones de este hecho para el desarrollo del arte urbano en el país.

Por Santiago Erazo, Cultura Raya

Ha sido en el ladrillo y en el cemento, encima de la pintura y las superficies descascaradas, sobre el yeso y el estuco que la frase “Las cuchas tienen razón” se ha escrito desde el pasado 11 de enero. A partir de ese día, cuando apareció al norte de Medellín, esas cuatro palabras han sido pintadas en calles de Bogotá, Ibagué, Bucaramanga y Barranquilla, entre otras ciudades del país, a la manera de un eco que ha rebotado de lugar en lugar, de avenida en avenida. Pero paralela a la escritura surgió el borrado, tanto institucional como privado. Poco después de ser pintado el mural, la Alcaldía de Medellín lo ocultó por orden de Federico Gutiérrez. Cuando en Bogotá se replicó el mismo gesto en apoyo a las madres de La Escombrera, cuyos hallazgos fueron recientemente respaldados y legitimados por la Jurisdicción Especial para la Paz y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, un grupo de pintores contratados por Josías Fiesco, excandidato al Concejo de Bogotá y miembro del Centro Democrático, cubrió con pintura gris lo hecho por varios colectivos de grafiteros y organizaciones sociales y artísticas en una extensa pared entre la calle séptima y la carrera cuarenta y cinco. 

En el fondo, este movimiento pendular entre lo que se dibuja y lo que se emborrona, entre lo que aparece y se superpone como un palimpsesto infinito que recorre las arterias de los centros urbanos del país, es para Jorge Pinzón Salas, autor de “Grafiteros. Historia oral de la escena bogotana que redefinió la ciudad” (Ediciones Uniandes, 2024), el resultado del terreno del caos que es el mundo del grafiti y el arte urbano. Raya habló con Pinzón Salas sobre la relación de dicho mural con las lógicas grafiteras y la transformación de las expresiones artísticas en el espacio público durante los últimos años.

A lo largo de la discusión que ha suscitado “Las cuchas tienen razón” se han usado indistintamente las palabras “mural” y “grafiti” para referirse a la frase en cuestión. ¿Hay alguna diferencia entre muralismo y grafiti? Y en concreto para el caso de “Las cuchas tienen razón”, ¿hasta qué punto podemos hablar de dicho mural como un grafiti? 

En el sentido estricto y canónico del término “grafiti”, no podríamos decir que la obra en cuestión sea propiamente una expresión grafitera. Algunos grafiteros, como DjLu o Stinkfish, la llamarían una expresión callejera o una expresión del espacio público, en la que está incluido el mural. Y en el mismo sentido, otros la incluirían en una sombrilla de expresiones artísticas hechas en la calle, porque el grafiti tiene otra lógica para el grafitero primigenio, el grafitero que se considera heredero de esas primeras expresiones de Filadelfia, de la Nueva York de los años 60, 70 u 80. Esto se ve así pues para ellos el grafiti es una manera de marcar su territorio, no de comunicar el mensaje de un colectivo, menos de hacerlo a través de una ideología. 

Ahora bien, también habría que mencionar los casos en que la distinción entre mural y grafiti no existe. Por ejemplo, Ospen, uno de los grafiteros pioneros en Bogotá, que comenzó a fotografiar los primeros grafitis que hubo en la ciudad, y uno de los que comenzó luego a hacer sus propios grafitis, cree que el grafiti es todo. Y es interesante que un grafitero pura sangre, un grafitero de raza, como Ospen, considere que el grafiti es todo lo que está en la calle. Para él seguramente el grafiti de “Las cuchas tienen razón” entraría en el espectro del grafiti, como también entraría un stencil, como entraría un mural o como estarían las marcas de las barras bravas a lo largo de las grandes ciudades. 

En su libro hace hincapié en la figura de autoría de los grafiteros que perfila. Incluso menciona que muchos grafiteros hacen sus tags [una suerte de firma del grafitero] para luego poder decir “yo estuve allí”. Pero el mural de “Las cuchas...” y otros que han sido pintados en los últimos años se acercan más a la expresión espontánea de un grupo variopinto de ciudadanos que no están necesariamente vinculados al arte callejero o a las lógicas de los tags. ¿Ese hecho habla de algún tipo de democratización del arte urbano en las grandes ciudades del país?

Más que una democratización, veo ese hecho como un escalón más en el camino evolutivo –en el sentido de transformación– del fenómeno del grafiti y del arte urbano. Me parece que es un paso más que se da dentro del país en el desarrollo del grafiti en los últimos 40 años, empezando con los primeros gestos lírico-políticos de Luis “Keshava” Liévano, que eran muy básicos y que jugaban con las palabras a partir de situaciones sociales y políticas particulares. Luego vendrán los grafitis de las barras bravas, las inscripciones de las guerrillas y del sindicalismo, pasando por el grafiti con inspiración neoyorquina de finales de los años 80, sobre todo lo que hacían los grupos de rap. De ahí pasamos al stencil y de ahí al tipo de arte urbano que empieza a hacerse por cuenta de la publicidad y la moda. Podemos rastrear esa evolución hasta un momento importantísimo en la historia contemporánea reciente del arte urbano, que es el estallido social, cuyo influjo llega hasta lo que estamos viendo en las últimas semanas. 

Yo no recuerdo que un impacto mediático como el que produjo el mural de “Las cuchas…” se diera antes del estallido social. Yo pensaría que el estallido fue un antes y un después en el arte urbano. Es decir, antes del mismo ya existía el grafiti político, ya había manifestaciones en las paredes con contenido político y social, pero no a ese nivel. Allí hubo algo inédito.

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Mural "Al Catatumbo nada lo tumba", pintado el pasado 25 de enero sobre la carrera 26, en Bogotá. Crédito: DjLu

Cuando en Medellín apareció la frase “Las cuchas tienen razón”, el alcalde Federico Gutiérrez dijo: “Apoyo completamente el arte urbano, pero debe realizarse bajo normas que respeten el orden público y no utilicen los muros para ofender o politizar”. ¿Cómo entender esa tensión entre expresiones artísticas en el espacio público e institucionalidad? ¿Qué lectura hacer de esa idea de un grafiti que no ofenda?

Todas las expresiones que he mencionado atrás forman parte del terreno del caos del grafiti, donde todo vale. Es un ámbito que se ha querido reglamentar, pero siempre vuelve a encontrarse con el impulso indomable de quien sale a la calle a pintar sin que le paguen. Esa persona no juega con las mismas reglas de la institución, y muchas veces se burla de la institución. En otras ocasiones la critica y la pone en tela de juicio. E incluso ha entendido, como muchos grafiteros, que de algo tendrá que vivir, entonces le sirve acercarse a la institución y plegarse a sus dictámenes, pero hay tantas voces en el grafiti, hay tantas maneras de verlo, que es difícil reglamentarlo, más en ciudades como Bogotá, que está absolutamente saturada de arte urbano. 

Al final, hay tantas personas que siguen saliendo, jóvenes y no tan jóvenes, que es muy difícil que haya una unidad de criterio. Sin embargo, si la hubiera, yo me atrevería a decir que sería la del espíritu no reglamentado, primigenio, del graffiti. Y por eso, si casi todo se vale, incluso se vale que los borren. Esto lo digo sin querer defender a quien cubrió recientemente el mural de “Las cuchas…”, que tendrá sus razones o sinrazones ideológicas. Es algo que, dentro de las reglas del juego indómito del grafiti, querámoslo o no, tendría lugar.

Con todo, en medio de las dinámicas ingobernables del arte urbano, los medios de comunicación han decidido en las últimas semanas usar el verbo “vandalizar” para dar cuenta de ese borramiento sistemático que ha habido contra “Las cuchas tienen razón”. ¿Podríamos hablar de un giro de tuerca frente a cómo los medios de mayor alcance están editorializando este tipo de noticias y la legitimidad del arte urbano?

Yo no estaría tan seguro de que los medios hayan cambiado su discurso, porque cuando hay manifestaciones y se pintan grafitis en espacios como TransMilenio, los medios de gran difusión llaman a eso “vandalizar”. Ahora bien, lo que mencionas puede significar una lucecita de sensatez. Al final, en todo hay matices, y cuando ocurre algo que raya en lo vulgar, como lo hecho contra el mural, o como la destrucción de la instalación de las botas en el Congreso, se dan esos matices y eso permea a los medios. También ha servido la inserción del ámbito grafitero en la agenda de las alcaldías.

De todas formas, todo esto habla de la vitalidad del arte urbano y del graffiti, y la discusión contribuye a esa misma vitalidad. En una ciudad como Bogotá, por ejemplo, hay un terreno más plural, más abierto, más democrático, diferente al caso de Barcelona, donde ahora hay una persecución contra los grafiteros que está el rojo vivo. 

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Colectivos pintan el mural "Las cuchas tienen razón" en Medellín. Crédito: Corporación Jurídica Libertad

“Las cuchas tienen razón” es una oración cargada de subtextos y de lecturas porosas, que invitan a plantearse desde diferentes lugares, lejos de una llana literalidad. ¿Qué preguntas le detona a usted esa frase en la dimensión en la que ha sido escrita?

La pregunta más importante sería qué nos están diciendo esos muros, no solo los de “Las cuchas tienen razón”, sino ese bombardeo de grafiti, de arte urbano en la ciudad más allá de lo evidente. Lo evidente sería decir que hay nuevas generaciones saliendo a pintar, que hay jóvenes de 20 años a los que les sigue pareciendo interesante marcar el territorio y que encuentran en los muros un lenguaje simple, sin el cual se sentirían condenados al silencio, como dijera en su momento Brassaï, el fotógrafo húngaro. Por eso no hay que simplificar lo que ocurre con los grafiteros, así como no hay que simplificar a “Las cuchas tienen razón”. Eso es lo que a la institucionalidad y a cierta derecha le interesa. Hay que seguirse preguntando qué es lo que nos está diciendo el joven de Ciudad Bolívar que viaja hasta el centro y recorre buena parte de la ciudad marcándola. Es una realidad que resulta mucho más profunda y compleja de lo que parece. Seguramente ellos, los grafiteros y los colectivos artísticos, tampoco podrían descifrarla con palabras fácilmente, pero me parece que la vitalidad del grafiti y del arte urbano nos va dando pistas al respecto. 

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Colectivos pintan el mural "Las cuchas tienen razón" en Medellín. Crédito: Corporación Jurídica Libertad

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