De pequeña le decían que había nacido con dones curativos. A sus 14 años entró a la escuela. Ha vivido en distintos países de Latinoamérica, pero su esfuerzo por mostrarle al mundo el poder del arte ancestral la llevan hoy a la Trienal de Arte Latinoamericano de la Gran Manzana, uno de los eventos más prestigiosos del arte americano.
Por: Pablo Navarrete
El sol empezó a convertir el paisaje en una sábana esteparia. Mientras la sequía llegaba a Loja, los campesinos empezaron a irse para trabajar en compañías extractoras de petróleo y en empresas que buscaban desarrollar expediciones para encontrar oro en aquella tierra confinada en el sur de Ecuador. Y ahí en ese lugar, del que unos huían para el Amazonas del norte y otros se quedaban librando la batalla en contra de la sequía, estaba Carmen Vicente.
Aquella ciudad queda en una montaña. Sus crestas verdosas, junto al sol y la manigua, dejan ver una aldea en la que conviven campesinos que conocen la belleza del mundo por la sabiduría heredada de las maestras curanderas del territorio.
Durante la década de los años 60 Loja era un lugar tan reducido que las letras (vocales y consonantes que componían las historias escritas en revistas y periódicos) eran forasteras para los pocos habitantes del recóndito pueblo. Y por eso mismo, nadie se imaginó que Carmen Vicente, oriunda de esa aldea, se acercaría a ellas para crear una manera de curar con la palabra buena parte de las heridas de allí y del mundo.
El primer contacto que Carmen tuvo con las letras fue a través de envolturas de periódicos que llegaban hasta su pueblo: ¿Qué dicen las letras? ¿Qué esconde ese rompecabezas alfabético? Así, preguntándose y preguntándose fue como empezó todo: “Aprendí a leer por desesperada curiosidad”, dice Carmen, “yo quería saber de las letras por justicia”. Carmen no rehuye al comentario incómodo; y por eso, ahora, a sus 65 años, cuando considera que su camino ha estado cruzado por los avatares de la buena suerte, no teme volver al pasado para recordar las injusticias invisibles que vivió en carne propia y decir en voz alta que las letras le dieron forma a su lucha por hacer del arte una manera de sensibilizar al mundo frente a la justicia. Frente a la reivindicación de la mujer. Y frente a la posibilidad de construir un mundo donde se acaben las imágenes de terror.
A eso es a lo que esta artista y poeta se ha dedicado: a hacer arte para volver “a la belleza de nuestro origen”, asegura. Lo cual no es poca cosa. Para ella la belleza -en un mundo que se ha condenado a las guerras, a la muerte y a la carencia de la vida digna- “es un derecho”, y es un derecho porque, dice Carmen, en la vida “todo es arte”.
El arte como revés del terror, a eso se ha dedicado, incluso, desde que era una niña cuando en su comunidad descubrieron que tenía habilidades para curar animales y niños de su territorio. Tal vez, el conjuro y la cura era la palabra en los labios de Carmen. Hablar con ella es también entender la maravilla de caminar por el mundo cual peregrina, buscando el origen de todo, es decir, convirtiéndose en dueña de su propio tiempo y en recolectora de palabras que después convierte en imágenes, en arte. En la voz de su historia, de su territorio y de su raíz.
“A veces, me quedo pensando y digo: ¿de dónde habrá salido esto que tengo ahora en la cabeza? ¿De dónde habrá salido esto que acabo de decir? Y ahí es cuando me doy cuenta que a todos nos pueblan las palabras de otros”. Eso explica que para ella, desde que era niña, el sueño del otro mundo, de la vida que se escondía detrás de las montañas, “era las letras”. Por eso, cuando tenía 14 años, siendo apenas una adolescente, se atrevió a cruzar la montaña con la convicción de que “allá iba a estar eso de las letras”. Las búsquedas de Carmen Vicente son su obra de arte, su manera de decirle al mundo que “si no trabajas para hacer algo bello para ti, te mueres antes”. Lo bello para ella está en lograr trascender el resentimiento y ganarle la partida al odio, “con el poder del conocimiento” que, a ella, le ha llegado gracias al arte sagrado de los altares y gracias a la causa que defiende a capa y espada: la vida.
Ha trabajado con mujeres, ha hecho muñequería popular, teatro, y -aun cuando sigue atravesando el mundo de cabo a rabo- sigue preguntándose: “¿Cómo llego al otro lado sin que este cuerpo sufra?”. Como ella misma lo dice, su arte “vuelve a la comunidad; toma lugar también en la ciudad” y se ofrece como un refugio, “un espacio y un tiempo para reafirmar la relación con la tierra, prestar atención al lenguaje sagrado y cotidiano de los humanos y de las cosas”. Pero su sello personal, explica, “conjuga mis oficios, recojo y recolecto, trenzo hilos y telas. Hago bonito un trozo de vida para ofrendar, desde el arte, mensajes y propósitos secretos para las naciones”.
Pero si hay algo que convierte en íntima la experiencia artística que Carmen le regala al mundo es la creación de imágenes, la capacidad adquirida para transformar en retratos y obras de arte los poemas que ella misma escribe, como este:
“Antes de que los humanos hayan declarado la guerra, las mujeres pusieron colores para garantizar la continuidad de la vida, imaginando mapas poblados de los que nacieron, nacen y nacerán, sangre de su ser”.
La palabra y la imagen que Carmen recrea con cada obra que hace con sus manos, y con cada palabra que escribe en sus poemas, es resultado de haber aprendido a ver lo que pocos ven, o, como ella lo dice sin falsa modestia, “haber aprendido a caminar en la noche”. Porque fue en la noche donde Carmen empezó a sentir curiosidad por la palabra, por crear nuevas realidades con su obra, pero, sobre todo, con bordar las visiones del mundo a través del arte, que es lo único que une.
La última obra de arte de Carmen quiere decir exactamente eso: “quiero que el mundo aprenda a ver otras imágenes”. Y esas ganas de hacer de su obra un camino hacia el sol, hacia lo sagrado y bendito de la palabra, es lo que hoy la tiene en la Trienal de Arte Latinoamericano de Nueva York, uno de los eventos que une a artistas de América para reafirmar la palabra y las manifestaciones del arte de distintas áreas del sur del continente americano.
Allí, Carmen estará con su obra “Chakana Florida”. La inaguracion será este domingo 4 de septiembre y busca exponer la chakana, palabra quechua que significa escalera al cielo. Con esta obra, Vicente quiere exponer cómo sobre esta chacana florida, la cruz del sur, hecha por ella, “se suspende la humanidad”.
Carmen es una artista de nacimiento, pues, no hay mejor artista que el curioso que crea desde aquello que desconoce, o desde lo que -en tiempos de oscuridad- no logra ver. Y ella ha hecho eso: creó un lenguaje que pone la mirada sobre lo que todos ignoran o desconocen, como la fuerza de la mujer, el delicado estado de salud mental de la humanidad y la necesidad imperiosa de “educar a los ricos” a través del arte. Por eso, vale la pena intentar caminar sobre la escalera al cielo que Carmen le señala al mundo con la gran chacana que hoy brilla desde la Trienal de Arte Latinoamericano de Nueva York, para que algún día, alguien pueda decir, con el mismo orgullo que ella lo dice, que “la luna medio fortuna”.