Inundaciones, lluvias torrenciales, deslizamientos: alertas. Algunos dicen que si por allá llueve, por acá no escampa y si bien en Colombia estamos enfrentando una ola invernal, que prontamente empatará con la siguiente ola invernal de fin de año, otras regiones del mundo se secan, se queman y se deshacen del calor: peligro. Este ensayo sobre las crisis del agua es el primero de una serie sobre el cambio climático.
Por: Lina María Forero Suescún
El agua, ese precioso líquido capaz de provocar crecientes súbitas y retomar territorios a punta de fuerza; ese líquido vital para las cosechas, la cocción y la limpieza. Ese líquido que mueve páramos, hidroeléctricas y básicamente todo lo que nos rodea es uno de varios elementos clave en la geopolítica actual, algunos hablan de guerras del agua y mercados del agua, otras hablan de guardianas del agua y más. Una que otra metáfora para hacernos entender, para describir la relación que tenemos con el agua y qué tanto dependemos de ella. El agua es vida, aún así desperdiciamos litros y litros con nuestro sistema sanitario e industrial.
Según la ONU, en 2022 más de 2.300 millones de personas enfrentan una situación de estrés hídrico definido como la extracción de una cantidad excesiva de agua dulce procedente de fuentes naturales en comparación con los recursos de agua dulce disponibles. Es decir, de la fuente de agua dulce de la que disponen toman mucho, poniendo en riesgo la cantidad de agua dulce disponible para ellos mismos en el futuro y para otros, para todos. El aumento del estrés hídrico puede tener consecuencias devastadoras para el medio ambiente y dificultar o incluso revertir el desarrollo económico y social. En efecto, se estima que la escasez de agua resultante, que tiende a afectar desproporcionadamente a la población más vulnerable, podría desplazar a 700 millones de personas de aquí al año 2030.
En casos de inundaciones, deslizamientos y desastres como huracanes, la cantidad de agua dulce y potable a disposición de quién la necesite, paradójicamente disminuye. Las posibilidades de beber agua contaminada aumentan, los mosquitos pululan y las enfermedades no se hacen esperar. Más estrés —no solo hídrico— estrés humano, social y económico, institucional y logístico. Un estrés que deviene de una idea citadina donde la humanidad vive sobre tierra firme.
El 16 de noviembre de 2020, San Andrés, Santa Catalina y Providencia, y otros departamentos del Caribe, enfrentaban una situación sin precedentes el huracán Iota destruyó el 98 por ciento de la infraestructura de la isla de Providencia, dejó más de seis mil personas damnificadas, afectó gravemente a San Andrés y Santa Catalina, y le demostró al país lo poco preparado que estaba para afrontar un escenario como ese. Básicamente, desde la Colombia continental esperábamos que el huracán se disipara, como otros de nuestros problemas.
En días recientes, a raíz de una visita del nuevo gobierno colombiano nos enteramos que la reconstrucción de Providencia incluía casas de 685 millones de pesos y no necesariamente porque sean ultra resistentes a los huracanes, sino por los costos extra. Verán, como le mencionó la interventoría a El Espectador, “los costos agregados superan en más de la mitad el costo de la vivienda”. En otras palabras, los habitantes de Providencia están siendo perjudicados por vivir lejos de los centros industriales y de poder, por una emergencia asociada al Covid-19 y por una crisis mundial de contenedores. Emergencia que ellos desconocen de primera mano, pues solo han reportado 551 casos positivos y 8 fallecidos desde 2020 y la crisis de los contenedores que seguramente solo ven a la distancia. Como si fuera poco, se reportan tensiones entre quienes fueron beneficiaros de las casas y quienes no. Y en la actual temporada de huracanes nadie sabe si Providencia enfrentará una situación similar, lo que es cierto es que todavía no están preparados.
Por otra parte está La Mojana, una subregión geográfica en el Caribe colombiano que incluye once municipios de cuatro departamentos y hace parte de la depresión momposina. Es una región plana, llena de humedales y zapales que reciben y regulan las aguas de los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge. Durante siglos esta región ha enfrentado períodos de inundación y sequía, pero en décadas recientes, debido a las acciones humanas, los ecosistemas se han debilitado, la construcción de diques, drenajes y el secamiento de los humedales han disminuido la capacidad que tenía la zona para amortiguar las aguas, al tiempo que las lluvias se han intensificado. Una combinación para el desastre.
El 27 de agosto de 2021 se rompió el dique que contenía las aguas del río Cauca en el municipio de San Jacinto del Cauca, en el departamento de Bolivar, inundando La Mojana y alterando la vida de por lo menos 100.000 personas. Hay quiénes se han asentado temporalmente en zonas más altas, otros acampan al lado de carreteras departamentales y, en general, sobreviven con las expectativas de las promesas gubernamentales. La hambruna, las restricciones para desplazarse y la incertidumbre son parte de la emergencia silenciosa que viven más de 100.000 personas, que si estuvieran juntas serían equiparables a la población de Quibdó o Sogamoso. El 8 de septiembre de 2022, la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo y Desastres anunció que no continuaría con las obras de reconstrucción del dique en el sector, dado que su reparación no solucionaría el problema de las inundaciones que enfrentan las poblaciones de la región, y se plantea una posible reubicación de la gente. Así, sin más.
La Mojana es una región extensa, mientras unos sectores enfrentan emergencias, otros ya han adelantado esfuerzos para adaptarse a las inundaciones y a otras posibles consecuencias del cambio climático en la región. Resiliencia es la palabra clave en este proceso. El proyecto «Reducción del riesgo y de la vulnerabilidad frente al cambio climático en la Depresión Momposina en Colombia» (financiado por Adaptation Fund del Protocolo de Kioto e implementado en 2019 en los municipios de San Benito Abad y San Marcos del departamento de Sucre y Ayapel del departamento de Córdoba) fue la primera fase del programa «Mojana, Clima y Vida» (financiado por el Green Climate Fund) que prolongará múltiples soluciones basadas en la naturaleza como restauración ecológica, reconectividad hidrológica, bancos de semillas, entre otras, por lo menos hasta 2028. Durante este periodo el proyecto pretende extender, precisar y construir un modelo de adaptación integral al cambio climático en toda al región de La Mojana.
Las inundaciones actuales no son inesperadas, aunque sean más fuertes y más prolongadas que antes, son un escenario muy probable para la región de La Mojana. Según Ronald Ayazo, investigador adjunto del instituto Humboldt, la gestión territorial de la biodiversidad, la adaptación y una cultura anfibia son las claves para abordar de manera integral los períodos de inundaciones y sequías. Una única solución no es suficiente, menos si es de origen antrópico como los diques, menos si la pretensión es desviar el agua o tratar de controlarla. Este líquido nos ha enseñado una y otra vez que hace parte de nuestras vidas, retoma cauces, traspasa límites y desdibuja fronteras y nos seguirá enseñando que nuestras vidas hacen parte de él.
La adaptación, la cultura anfibia, o la cultura del agua también tiene sus límites. Para una situación extrema nadie está completamente preparado, esa es una pretensión humana más y los cambios que estamos enfrentando traen un mayor grado de aleatoriedad, como si cada evento intentara desafiar sus propias predicciones. Este aspecto nos demuestra que tenemos todo por hacer y que la resiliencia humana y le rehabilitación ecosistémica de los humedales son estrategias básicas en la reducción de la vulnerabilidad frente a eventos climáticos extremos.
En 2021, el Instituto Humboldt publicó tres volúmenes de Territorios Anfibios en Transición: Reconstrucción socioecosistémica de humedales en los que documenta un marco conceptual, herramientas de planificación y caracterización de los territorios anfibios de Colombia incluyendo estudios de caso y la perspectiva de las comunidades de La Mojana frente a los servicios ecosistémicos. También explica las estrategias de adaptación al cambio climático en La Mojana, el monitoreo de la rehabilitación socioecológica de humedales (para el que incluye indicadores ecológicos, sociales
y participativos) y la apropiación social y comunicación del proceso centrando a las comunidades como protagonistas del territorio. Una lectura y unas guías clave para aquellos que quieren abordar la complejidad del cambio climático y que ojalá quisieran vincularse de alguna forma constructiva al proceso en La Mojana.
Otra victoria en este proceso de rehabilitación socioecosistémica es que la región de La Mojana ya tiene una hoja de ruta. Según Ronald Ayazo y gracias al Instituto Humboldt se tienen los lineamientos de dónde, cómo, con quién, qué especies, qué técnicas, qué diseños y qué metodologías para al menos 11 municipios mojaneros. Estos procesos no son rápidos, no son perfectos y requieren un compromiso social, político y económico a largo plazo, un acompañamiento a las comunidades, unos presupuestos sensibles a las realidades del contexto y un fortalecimiento de las capacidades comunitarias frente al mismo proceso de restauración.
Eventualmente este proceso andará solo, dice Ayazo. Ese es uno de los propósitos, y al tiempo La Mojana no es la única región que requiere este tipo de intervenciones. Para el proyecto «Mojana, Clima y Vida» esta será una década de trabajo arduo, y para la agenda nacional y global de cambio climático será una década decisiva y regenerativa, de aciertos y errores en la gestión del territorio y el agua. Esta década es y será un rasero para la humanidad, en todas sus dimensiones, incluyendo la capacidad de sobrevivir, de adaptarse, de ganarse la vida y de sobreponerse a la dificultad con mucha recursividad y, como dicen en la región, mucho perrenque.
Otro gran desafío como seres humanos, es vernos como el agua, cambiantes, adaptables, calmados, pero también llenos de fuerza, poderosos pero también destructivos. Proveedores de vida y bienestar, pero también fuentes de sed y enfermedades. Las aguas nos permiten vivir y también nos pueden enseñar a vivir con ellas. Una mente regenerativa y abierta al cambio es el desafío de esta década y es uno de los desafíos frente al cambio climático. Una creciente sin freno, en la cual viviremos y ojalá encontremos las formas más compatibles de navegarla.