¿Qué hubo detrás de la muerte de los estudiantes abatidos el 8 y 9 de junio de 1954? ¿Cómo se trató de encubrir el caso durante el gobierno de Rojas Pinilla y qué rol desempeñó la prensa en medio de la dictadura? Este fragmento de una novela inédita del escritor colombiano Daniel Ángel ahonda al respecto.
A propósito del Día del Estudiante, RAYA publica un fragmento de Entre pájaros y árboles, novela inédita del escritor colombiano Daniel Ángel, autor, entre otros libros, de Silva (Seix Barral, 2019) y Sepultar tu nombre (Seix Barral, 2022-2023), este último en dos entregas que retratan a profundidad las guerras de Villarrica y Sumapaz. En el siguiente fragmento, la narración, escrita a manera de libelo, se dirige al general Rojas Pinilla. Allí, con datos puros y duros, y partiendo de diferentes fuentes de archivo, se describe la censura, la manipulación a la prensa, las masacres y el horror perpetuados por su gobierno. La diatriba se centra finalmente en la muerte de Uriel Gutiérrez, estudiante asesinado por el Ejército en 1954, así como los otros que murieron también a manos de soldados el 9 de junio de ese mismo año.
Por Daniel Ángel
Nacemos para morir. Aquí, a este cielo sin cielo, en esta frontera sin límites, en este mar sin caminos, todos navegaremos algún día. Nadie escapará de la siega, el momento de la cosecha donde estaremos con las manos vacías y entonces nada tendremos que enseñar, nada que guardar, nada que dejar. Y nuestro recuerdo, nuestra memoria también se irá difuminando con el paso de los días. Quien te recuerda hoy, mañana se ocupará de sus asuntos y también olvidará tu nombre. Si alguna vez escribiste un poema, una carta de amor, pintaste un cuadro, temo decirte que también aquello perecerá, porque los ojos se cierran al igual que los oídos y las lenguas morirán y entonces tendrás que preguntarte por el sentido de tu existencia, por tus amarguras, por tus alegrías, por tus esperanzas. ¿Qué te quedará?
De seguro, y eso espero, que te quede el remordimiento por todo lo que hiciste, ya pasaste por tus instantes de miedo frente a la muerte, ya pasaste por el angustioso momento en el que sopesaste qué sería de ti después de la vida, ya inhalaste tu última bocanada de aire para que tu cuerpo empiece a apagarse, como una fábrica en la noche. Y entonces, lo sé, contaste con tus dedos las pocas cosas buenas que hiciste, pero eso no te alcanzará, nadie fue a pedirte cuentas, nadie te preguntó qué tanto daño hiciste. Tú te creías ese cuento, pero las cosas son peores, porque nada se te olvidó, tu memoria permanece intacta y tu castigo será recordar toda la maldad que infligiste. Y yo, yo te ayudo a recordar para que no te hagas el desentendido, yo te ayudo a repasar esos instantes peores en que fuiste cruel y despótico y ordenaste acabar con tantas vidas sin pensar primero en el valor de la vida misma.
¿No quieres que prosiga con mi memorial? Lo siento, esa es mi función, no dejar que nada se escape a tu recuento de tortura. Por ejemplo, ¿recuerdas que nunca dejabas publicar esos artículos en los diarios de Medellín que hablaban de las masacres que cometían tus compinches? Sé que no lo recuerdas, como tampoco las setenta y ochenta denuncias penales por asesinato que se recibían mensualmente en el viejo Caldas en el cincuenta y cinco, y que nunca dejaste que se publicara ni una sola nota sobre ellas. Y que tus censores de prensa eran ignorantes y muchas veces querían hacer correcciones gramaticales a las ediciones de los periódicos, ufanándose porque los respaldaban no sé cuántas armas.
¿Se te hace conocido el nombre de Fernando Gómez Martínez? Sí, el director de El Colombiano de Medellín, pues él, por aquellos días, llevó un diario donde escribía todas las noticias que no podía publicar en su periódico. ¿Quieres saber cuáles noticias no podía publicar? Aquí dejo sólo algunas: «Marzo 8/56: atentado a Roberto García-Peña. Abril 13/56: fotografías de un homenaje rendido en Ocaña al ministro de Gobierno, Lucio Pabón Núñez, que aparece en mangas de camisa y con revólver y cuchillo al cinto. Abril 17/56: crónica liviana donde los ratones antioqueños matan un gato, sacudiéndose por primera vez en la historia el milenario yugo. Abril 26/56: foto de una familia espantosamente macheteada en el municipio de Gómez Plata. Mayo 21/56: el discurso de instalación pronunciado por el alcalde de Medellín en el congreso de alcaldes de capitales de departamento. Junio 3/56: la palabra “conservador” y el nombre de Mariano Ospina Pérez. Junio 10/56: estudiantes detenidos fueron obligados a lavar excusados, a trotar y a arrodillarse ante el retrato de Rojas Pinilla. Junio 6/56: Cuentan y no acaban sobre las atrocidades y desafueros cometidos por el exalcalde de Puerto Berrío, Capitán Santamaría. Agosto 9/56: Desde Cali se ha dirigido hoy al país el señor presidente, en una arenga encendida en la cual vuelve a inculpar a los políticos de la tragedia de Cali. No se podrán escuchar palabras más incendiarias ni más irresponsables en boca de un mandatario. Dios salve a Colombia. Septiembre 6/56: Ocho horas estuvo detenido en un calabozo del Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC) el corresponsal en Bogotá, Guillermo Hoyos, por haber transmitido la noticia del viaje a Roma del secretario privado de la Presidencial de la República. El viaje era “secreto de Estado” y, según dijeron en el SIC a Hoyos, la orden de arresto la dio el presidente Rojas. Abril 22/57: Sobre los responsables (del contrabando de café por Cúcuta) son casi unánimes las versiones para señalar a los altos funcionarios de la Aduana Nacional, como el Capitán Nicolás Díaz. Asegurándose, además, que del negocio participa (Samuel) Moreno Díaz, en colaboración con algunos negociantes inescrupulosos». ¿Cuál fue el último nombre? ¿Samuel Moreno Díaz? ¿Robando? ¿El esposo de tu hija? ¿El yerno del presidente?
Y los periodistas pensaron que uniéndose podrían soportar tu persecución, tu hostigamiento, hacer un contrapeso real convocando al tercer congreso de prensa escrita en Bogotá. Pero ni siquiera allí los dejaste tranquilos, porque enviaste a Edgar Reina, director de la Oficina de Información y Propaganda de Estado (ODIPE), a vigilar todo lo que ocurriría en el Congreso y metiste a los tuyos como coordinadores del mismo. Pero lo peor de todo, sí, lo peor y más bajo, fue cuando intentaste comprarlos, comprar a los periodistas, porque tú no entendías que a una persona uno puede comprarle una casa o un carro, pero nunca a una persona de verdad, con principios, uno puede comprar sus ideas, su moral, y tu solución fue darles casas a los periodistas en Bogotá y en las otras ciudades, librarlos de los gravámenes de importación y de impuestos, reducirles en cincuenta por ciento los costos de transportación y gratuidad absoluta en todos los espectáculos públicos, pero ellos deberían respaldar a tu gobierno, deberían hablar maravillas de ti, deberían, en pocas palabras, venderle el alma al diablo. Y a quienes no lo hicieron, quienes no vendieron su conciencia, los perseguiste y los hiciste exiliar.
Por aquellos días, ¿no recuerdas?, en pleno congreso, tus aliados se volvieron mayoría y decidieron una nueva votación para elegir a los representantes de la Comisión Nacional de Prensa, y allí quedó el director del Diario de Colombia, que quizás debió de llamarse Diario del Gobierno, Diario de mi Gobierno, Diario de mi Familia, porque era el famoso Samuel Moreno Díaz. El mismo saqueador, embaucador y ladrón. Sí, tu yerno, tu yernísimo. Y jugaste otra de tus cartas, quizás la más desesperada porque no querías a los periodistas, pero necesitabas de ellos para que aprobaran tu reelección en la Constituyente para las presidenciales del cincuenta y ocho, así que por medio de la Dirección de Información y Prensa del Estado (DINAPE) y de su director, el coronel Juan Córdoba, quisiste acercarte de nuevo a la prensa e intentaste suavizar a los periodistas pidiéndoles autocensura, prometiendo que quitarías a los censores oficiales, pero advirtiendo, eso sí, que no podían publicar noticias sobre los hechos de violencia en el país, ningún comentario que condujera al derrocamiento del gobierno, noticias económicas que dijeran la verdad sobre la situación del país y que alertaran a la opinión pública. No podían utilizar ningún tipo de lenguaje irrespetuoso sobre los funcionarios del gobierno y cosas más estúpidas, claro, como todo lo que hiciste, víctima de la desesperación.
Ah, pero mi querido y excelentísimo general, eso no fue nada en comparación con lo que le hiciste a esos muchachos, a los estudiantes, al futuro de la patria del que tanto hablabas y tanto alardeabas proteger. Todo mi recuento es poco, para la canallada, la salvajada que les hiciste a esos jóvenes, para el martirio que debieron vivir a tus expensas y de tus matarifes. ¿O es que ya no recuerdas el ocho y nueve de junio del cincuenta y cuatro? ¿Los olvidaste? Imposible, uno jamás puede olvidar una cosa de esas. Pero sí recuerdas que estabas a pocos días de conmemorar la celebración del primer aniversario tuyo en el poder, eso sí lo recuerdas, que pusiste a todo el mundo a revolotear con las fiestas en los pueblos, los voladores, las pancartas, con todos los niños de los colegios haciendo desfiles, porque debía ser por todo lo grande, la población debía darse cuenta de la magnificencia de su gobernante, y no podías permitir que nada ni nadie estropeara la celebración, tu celebración, así que pusiste a todos los miembros de la ODIPE a correr de un lado a otro para que nada se quedara por hacer, para que se inauguraran plazas, parques, calles con tu nombre, el de tu esposa, el de tus hijos, para que el desfile militar fuera perfecto y ostentoso, para que la prensa, tu prensa, diera el listado con todas las obras que habías mandado a hacer seis meses antes y que fueran enunciadas ese día, para que la prensa internacional, la de tus amigos, vieran que ese gobierno del general, del excelentísimo general, era próspero, era un gobierno como nunca antes visto, parecido incluso a los ritos con que los papas imponían a los césares romanos sus tronos: así querías verte, así querías que te vieran. Pero todo se te fue al traste porque eres un cerdo, porque siempre actuabas de la peor forma posible, quizás tenías veinte soluciones y escogías la peor, acompañado eso sí de tus secuaces, de los que te hablaban al oído, y como tú no confiabas en tu capacidad de razonar, en tus reflexiones insensatas y débiles, dictaminabas actuar siempre por la fuerza.
O ya olvidaste el asesinato de ese muchacho de Caldas, estudiante de cuarto año de medicina y de segundo de filosofía, Uriel Gutiérrez, el joven al que mató la policía en la entrada de la Universidad Nacional, de la Ciudad Blanca, esa que siempre quisiste cerrar porque, según tú, era una guarida de comunistas, rojos y liberales. No recuerdas que ese ocho de junio, como todos los años, los muchachos de la Universidad iban a hacer su peregrinación hasta el Cementerio Central para visitar la tumba del otro joven asesinado en el veintinueve, de Alfredo Bravo, y que primero les cerraste el Cementerio y enviaste a tus policías y soldados para que nadie entrara, y que luego de ruegos les diste el permiso para que visitaran la tumba, pero en la Universidad los mandaste a emboscar, sí, así se llama eso, una emboscada, porque para dónde iban a coger esos muchachos, ellos con palos y piedras y tus soldados y policías con fusiles y pistolas. Y fue allí donde uno de tus policías le disparó al joven Uriel Gutiérrez, le disparó en la cabeza porque el joven murió de inmediato. Por supuesto, los estudiantes se enardecieron, ¿qué querías que hicieran?, ¿que se quedaran quietos, muertos del miedo? Pues no. Lo que más grima me da fueron los informes que presentó la policía, donde tergiversaron los hechos, porque claro que los iban a cambiar, cómo iban a decir ellos que fueron los responsables del asesinato de ese joven. Sabes que no fue justo que hayan dicho que fueron los estudiantes quienes detuvieron el tránsito vehicular de la Ciudad Universitaria, y que por ese motivo empezó la riña, y que la policía, al no poder defenderse de la brutal pedrea a la que fueron sometidos, disparó, pero todos al aire, sin órdenes de ningún superior, porque, finalmente, según reza en los informes: «Todos afirman haber disparado al aire y su confesión queda comprobada con el hecho de no haberse producido sino la muerte del estudiante Uriel Gutiérrez, a quien probablemente alcanzó un proyectil fatalmente desviado». Ellos nos creyeron pendejos, y claro, tú también.
¿Tampoco te acuerdas de que luego del asesinato de Uriel su cuerpo fue llevado al aula máxima de la universidad y tú enviaste a varios de tus ministros para que hablaran con los estudiantes? ¿Tampoco recuerdas que el ministro idiota Pabón Núñez, antes de decir otra tontería, les prometió a los jóvenes mejorar las residencias estudiantiles y la alimentación? Ustedes creían que todo lo podían arreglar dándole cosas a la gente, pero no, los estudiantes se indignaron. Aquella misma noche recibiste una delegación de estudiantes, ¿ya no te acuerdas?, los recibiste en tu despacho del Palacio de Nariño, les prometiste que abrirías una investigación exhaustiva por la muerte de Uriel, además de dejarlos hacer una manifestación pacífica el día posterior. Así fue, los estudiantes se reunieron desde tempranas horas en la Ciudad Universitaria y luego salieron a marchar tomando la avenida veintiséis hasta la carrera séptima, pero en la calle trece una tropa, recién desembarcada de Corea, perteneciente al Batallón Colombia, les impidió el paso y luego, sin más, abrieron fuego, como en un pelotón de fusilamiento.
Así fue como mandaste a matar a esos muchachos, yo lo recuerdo porque estaba en la casa, esperando a mi hijo que se encontraba en el centro de Bogotá cuando me llegó la noticia. Lo primero en lo que pensé fue que eras un desgraciado, luego pensé en la suerte de mi hijo y, por último –lo recuerdo como si hubiera sido ayer–, pensé en qué excusas sacarías tú y tus cómplices. Y esas excusas no se hicieron esperar: primero mandaste a ubicar a tu ministro París en su oficina, a la hora indicada, para que diera su informe y dijera que desde la congregación de la marcha dispararon primero a los soldados. Luego, tu general Duarte Blum señaló que, como se acercaba el trece de junio, día de la conmemoración de tu ascenso al poder, la inteligencia del SIC y del gobierno había descubierto que los comunistas y los laureanistas sabotearían la manifestación. También dijeron que dos de tus soldados habían resultado heridos. Pero la versión más sorprendente fue la de Pabón Núñez, pues dijo que los estudiantes habían prescindido de celebrar las honras fúnebres de Uriel y que en realidad se dedicaron a lanzar improperios contra el gobierno, además de repartir volantes y hojillas mimeográficas con propaganda subversiva. ¿Quieres saber el testimonio de Abel Naranjo, el entonces decano de la facultad de derecho de la Universidad? Mira lo que dijo: «Recuerdo que unos estudiantes me entregaron llorando una cartera de apuntes ordinaria con un retrato de una muchacha y dos pesos colombianos, en efectivo, como lo único que habían encontrado en el bolsillo de su compañero Helmo Gómez Lusich, de nacionalidad peruana y estudiante de economía, caído en la calle trece. Después, en la tarde, recibí información de otros estudiantes sobre cómo un grupo de soldados acompañados de un fotógrafo les habían impedido acompañar ese cadáver, y al día siguiente, en un periódico llamado El Día, apareció una fotografía de documentos, dizque descubierto por el detectivismo (SIC), en el bolsillo de esta víctima. Dichos documentos consistían de propaganda comunista y un plano de la Casa Presidencial, además del acceso a ella. Todo esto iba publicado en la literatura consiguiente, según la cual éste dizque era el encargado por el Soviet de capturar el Palacio Presidencial». ¿Cómo la ves?
Pero las reacciones en el exterior no se hicieron esperar, algunas a tu favor como, las que dieron en Quito y en Nueva York gracias al comunicado que le hiciste escribir a tu ministro Evaristo Sourdís, pero en la revista Time y en El Tiempo y en El Espectador no se quedaron callados, especialmente El Espectador, que publicó las fotos de la masacre. De inmediato prohibiste todo tipo de manifestaciones o reuniones públicas, y hasta conversaciones telefónicas que tuvieran como fin alterar el orden. ¿Cómo sabías qué hablaba la gente por teléfono? Además, para mostrar tu buena voluntad, nombraste a Carlos Arango Vélez, excandidato liberal por la presidencia, como encargado de la investigación de la masacre. Pero el tiro te salió por la culata, porque a Arango no le gustó que hubieras destituido al rector de la Universidad Nacional por un militar, y así supo que tú ibas a manipular la investigación y por eso renunció. Después, la investigación fue un fiasco, un montaje, porque la Corte Suprema de Justicia encargó a un abogado conservador, Jorge Gutiérrez Gómez, quien reclamó y ordenó el traslado fuera de la ciudad de todos los oficiales que estaban vinculados a la investigación. ¿No te da vergüenza? ¿Quieres que te repita una, sólo una de las conclusiones a las que llegaron finalizada la investigación? Mírala bien, para que no se te olvide: «Los soldados que resultaron heridos lo fueron involuntariamente por sus mismos compañeros. Nadie fue herido con revólver, pistola o escopeta. Todas las bajas fueron con proyectiles blindados».
(…)
Ahora te van quedando las cuentas claras, ahora que acabamos tu memorial podré decirte que siento vergüenza de ti, que siento pena por ti, que caminarás enceguecido como Edipo por la tierra de los muertos, que desde la magra tierra se levantarán millones de manos campesinas, de las vidas que quitaste, y te pedirán sus sembradíos, sus ranchos, sus vidas, sus familias, y no tendrás cómo responderles, porque el pasado, debes saberlo bien, el pasado no lo cambia nadie.