El poeta indígena camëntsá, Hugo Jamioy, escribe sus textos en su lengua materna y en camëntsá. Así ha logrado llevar el pensamiento de su pueblo y la esencia de la naturaleza más allá de las fronteras de Colombia. RAYA habló con Jamioy para conocer la misión de vida que ha asumido: sembrar la palabra.
Por María Fernanda Padilla Quevedo
Las palabras de Hugo Jamioy Juagibioy están vivas. Cuelgan de las ramas de los árboles, danzan con el bejuco del yagé, se sientan alrededor del fuego con un taita, juegan con los colibríes, lloran la muerte de la tierra ahogada por represas… todo en ellas es vida. “Quem uábeman/ endmën chë nduant¨sebjon camuent¨sá matëng;/ chë botamán inÿnent¨sán chë uanguët¨san jobocnan/ y jotbayán chë juatsbuañ oboyejuayëng” (La poesía/ es un capullo de flores hecho palabra;/ de su colorido brota el aroma que atrapa a los danzantes del aire), escribe.
Jamioy nació en el “Sagrado lugar de origen”, conocido como el Valle del Sibundoy, un territorio habitado principalmente por los pueblos indígenas ingas y camëntsá en el departamento del Putumayo. A sus 53 años, ha publicado tres libros de poesía o de “la palabra bonita”, como él prefiere llamarle: "Mi fuego y mi humo, mi Tierra y mi sol", "No somos gente" y "Danzantes del viento”. Sus obras han sido traducidas al inglés, francés, italiano y portugués. Hugo Jamioy ha dedicado su vida a “sembrar la palabra bonita”.
La Revista Raya habló con Jamioy sobre su obra, su misión de preservar la palabra y la ancestralidad como acto de resistencia, y sobre la injusticia que enfrentan los pueblos indígenas.
RAYA: Recientemente, se conmemoró el Día Internacional de los Pueblos Indígenas y la poesía, la palabra, tuvo un espacio representativo en las intervenciones culturales. ¿Qué ha significado la poesía para los pueblos indígenas, principalmente para su pueblo camëntsá?
Hugo Jamioy: Quisiera hacer una claridad y es que la palabra poesía, como tal, no existe en nuestras lenguas indígenas. Con quienes he logrado conversar, me dicen que no existe. Cada pueblo tiene una forma particular, desde su lengua materna, para referirse. En el caso de nuestro pueblo le decimos Botaman Biyá, para referirnos al hombre o a la mujer de la palabra bonita. Es ahí donde podemos encontrar un punto de referencia entre lo que es la poesía y lo que es la palabra bonita, para el caso camëntsá.
Para nosotros la palabra bonita juega un papel determinante en la vida, en la identidad, en esa relación que existe entre el ser humano y la naturaleza, el ser humano y la tierra, el ser humano y el cosmos, el ser humano y otros pueblos del mundo. La palabra bonita es el fundamento de la existencia de nuestro ser espiritual, donde se sostiene nuestra vida. Si en el mundo occidental existe la poesía, en el mundo indígena existe la palabra bonita.
RAYA: ¿Cómo entender la palabra bonita?
Hugo Jamioy: La palabra bonita está cargada de toda una construcción filosófica, metafórica y de una riqueza tan valiosa, que prácticamente en esa forma de expresión, que han usado nuestros abuelos, nuestros mayores, se fundamenta la vida. La palabra bonita sostiene nuestra existencia.
RAYA: Pienso principalmente en la palabra oral, que ha marcado la expresión de los pueblos indígenas. ¿Cómo ha sido el proceso de pasar la palabra bonita de la oralidad a la escritura?
Hugo Jamioy: Las palabras bonitas que nos acompañan en la vida están presentes en todos los tipos de lenguajes: lo simbólico, la naturaleza, los lugares que transitamos a diario, no solamente en la tradición oral, que nos identifica. Se manifiesta a través de esos regalos que uno encuentra al caminar por la montaña, por la laguna, por el valle y que son manifestaciones de la naturaleza. Para nosotros, se convierten en formas hermosas de manifestación de la naturaleza y se nombran desde nuestra palabra.
Esa forma de percibir las relaciones con los seres de la naturaleza y con las personas con las que hablamos, siempre está mediada por una forma bonita, amorosa. Cuando hemos adquirido la posibilidad de escribir, la única forma de sustentar la fuerza con la que sale nuestras palabras escritas, se convierte o se califican como poesía. Esto no es nada más sino intentar que, a través de ese otro medio escrito, mantengamos el espíritu de la palabra.
RAYA: ¿Cómo se hace un poeta o un Botaman Biyá en el pueblo camëntsá?
Hugo Jamioy: No todos están llamados a heredar la palabra bonita o a manifestarla. Por lo general, se hereda. Si en la familia, un abuelo, un papá, un tío, una tía, han cultivado esa habilidad de la palabra bonita, alguien de sus hijos o de sus nietos lo hereda. Otros desarrollan esa posibilidad. Resulta que al interior de nuestra comunidad, quien tiene el manejo de esa palabra bonita, se convierte en un personaje supremamente importante porque, a través de la palabra, tiene la capacidad de entender al mundo y la relación entre el ser humano y la naturaleza.
Por lo general, esa persona es buscada para convertirse en consejero y una de las características de nuestra comunidad. En determinados asuntos comunitarios, territoriales, espirituales, etcétera, estas personas son llamadas para profundizar en las reflexiones.
RAYA: ¿Cómo se convirtió en un Botaman Biyá o un hombre de la palabra bonita? ¿Cuál fue el inicio de todo?
Hugo Jamioy: Jamás pensé que tenía la posibilidad de dedicarle tanto a la poesía, no tenía la proyección de convertirme en alguien de la palabra bonita al interior de mi comunidad. Mi proyección andaba por otro camino, pensando más en las necesidades de mi pueblo. Llegando a la universidad y al estar en medio de personas que se dedicaban a la escritura, me di cuenta que lo que yo escribía podía asimilarse a géneros que existen en occidente.
En un comienzo intenté hacer algo de poesía, pero no entendía lo que es la poesía de occidente. Sabía que había una fuerza de la palabra muy importante en mi pueblo, que hizo que ese tipo de expresiones se convirtieran en una fuerza espiritual. Sentía que la palabra, desde nuestra tradición, podía trascender los límites de nuestro espíritu y del territorio; entonces me atreví a intentar transmitir las anotaciones filosóficas que existen en el pueblo, que habían hecho parte de mi vida.
Me dediqué a la escritura de los mensajes que uno recibe de la familia, de la comunidad, de la montaña, del canto de las aves y de los ríos. Este oficio ha sido la única posibilidad de adentrarnos en nuestra palabra, poder transformarla y compartirla.
RAYA: En la universidad se suelen tener siempre referentes occidentales, europeos o anglosajones, de la literatura. ¿Hay algunos referentes indígenas de Latinoamérica y otra parte del mundo, que hayan sido guias en ese proceso?
Hugo Jamioy: La oportunidad de haber intentado escribir de manera muy particular, sin saber que existían otros hermanos en América o en el mundo, me dio la posibilidad de saber que había algo por decir. Lógicamente, siempre habrán referentes al interior de nuestra comunidad: mis taitas, que me heredaron esa palabra bonita, mis padres, mi comunidad, los abuelos y abuelas. Ellos son el primer referente porque ayudan a entender lo hermoso que existe en el mundo.
Luego, tuve de referencia a algunos escritores en lenguas indígenas de América, especialmente un hermano mapuche de Chile, otro hermano maya de México y otro maya quiché de Guatemala. También, he tenido referentes de mujeres que están escribiendo y que afortunadamente en un buen momento las leí. Cada una de las personas con las que he podido encontrarme en el camino, ha sido valioso no solamente por sus lecturas, sino para teorizar sobre las propuestas que cada quien está haciendo. Me han contagiado de la necesidad de manifestarnos a través de lo escrito, ya sea desde la poesía u otro género, para que las personas puedan acceder a nuestro pensamiento, reconocernos y construir hermandad alrededor de la vida misma.
RAYA: En Danzantes del Viento, hay otros escritos como Analfabeta o Desencantos de Urra se siente la reinvindicación sobre la situación de vulnerabilidad que han enfrentado los pueblos indígenas. ¿Esta parte también es palabra bonita?
Hugo Jamioy: La misma situación que se vive dentro de nuestras comunidades hace que la palabra bonita, finalmente, tenga la posibilidad de abrir diálogos alrededor de que también somos seres humanos que sentimos, que tenemos un dolor frente a situaciones injustas y que no podemos quedarnos en silencio. Es al menos justo que podamos manifestarnos desde el lamento, el dolor y la tristeza de saber que no debería ser la vida así. ¿Cómo es posible que en nuestra vida y nuestros territorios tengamos tantas expresiones tan bonitas, pero finalmente llega gente extraña y daña nuestras posibilidades de seguir desarrollando lo que es bonito?. Lo mínimo que podemos hacer es manifestarnos y tratar de llamar la solidaridad de la mayoría de la gente, que permanece en silencio.
RAYA: Actualmente, usted reside en la Sierra Nevada de Santa Marta, un lugar reconocido como el corazón del mundo. ¿Qué lo inspira hoy en la Sierra?
Hugo Jamioy: Aquí hay un cúmulo de textos inéditos, que se están fermentando, madurando, para que en algún momento salgan. Todos los territorios son una invitación a intentar algo y dejar algún texto que permita saber por dónde transitamos. Aquí, donde permanezco más tiempo, no solamente ha sido una inspiración para la poesía, sino para desarrollar otros géneros y generar procesos de formación, para que más jóvenes asuman la tarea de escribir su propia historia. Los pueblos indígenas hoy debemos asumir esa tarea inmensa de escribir nuestra propia.
RAYA: ¿Por qué es importante que los pueblos puedan narrar su propia historia?
Hugo Jamioy: Hay personas que se interesaron en escribir sobre las comunidades indígenas y lo hicieron en su momento, con la intención de defendernos, de darnos a conocer o justificar nuestra existencia, o también como una forma de alimentarse de nuestra tradición. Con el paso del tiempo, hemos ido aprendiendo a escribir nosotros mismos, a leer nosotros mismos desde esa formación alfabética y creo que esa etapa ya tiene que cambiar. Los mismos pueblos indígenas deben manifestar su propia historia, su condición, su esencia.
Nosotros, que estamos hablando de nuestras propias lenguas, vamos a contar sobre la esencia de lo que sentimos y vivimos. Este renacimiento de los pueblos indígenas, a través de las letras, es una forma de revalorar lo que estamos viviendo y lo que estamos haciendo. Sobre todo, esas maravillas y riquezas que tenemos en nuestros pueblos.
RAYA: ¿Cómo es el proceso con jóvenes de la Sierra para que puedan contar su propia historia?
Hugo Jamioy: En sus lenguas maternas ellos tienen mucho que contar. No se les ha dado la posibilidad de hacerlo, tampoco se les ha instruido en las formas que pueden usar para expresarlo. Por eso, se están entrenando en las formas sobre cómo quieren contar lo que. Los pueblos indígenas tenemos muchísimo que contar. Se deben promover espacios de reflexiones, de interpretaciones, de procesos de traducción y escritura creativa, tanto en lengua materna como en español.
Tenemos que superar el estigma que nos sembraron de que nuestras lenguas no son valiosas. Hoy tenemos esa debilidad y esa falta de convicción para poder manifestar. Es necesario seguir generando esos procesos de formación, con el fin que nuestros jóvenes puedan sentir la fuerza y la convicción de que todo lo que está en su tradición oral es valioso.
RAYA: Con este semillero, ¿qué proyecto tienen a futuro?
Hugo Jamioy: En octubre o noviembre, estaremos entregándole a Colombia cinco títulos de cinco relatos de origen, que estamos trabajando ya en la parte final del proceso de historia aquí, en la Sierra Nevada. También es el inicio de una editorial indígena, la cual se va a encargar de seguir generando procesos de formación, de investigación, de escritura y procesos editoriales, para que no solamente Colombia sino el mundo pueda adentrarse en lo que es nuestra vida. Este proyecto está dirigido para un público infantil.
RAYA: La palabra narra y crea realidades. ¿Qué palabra del camëntsá deberíamos aprehender desde el español y occidente para ampliar la forma de comprender el mundo?
Hugo Jamioy: Una de las que más ha representado una influencia fuerte en mi vida es: Jabuayenan, que significa “sembrar la palabra en el corazón”. Cuando uno trata de asumir esa tarea jamás va a sembrar palabras negativas en el corazón de la otra persona. La mejor forma de contar algo es contarlo de una forma bonita. De esa manera, siempre va a quedar la posibilidad de que el otro sienta que quedó algo sembrado en su espíritu, en su corazón, a partir de escuchar a otra persona. Ojalá intenten aprenderse la palabra en el corazón y practicar la palabra.