Derechos Humanos

RAYUELA

El asesinato en Gaza del periodista de Al Jazeera Anas Al Sharif, junto a cuatro colegas, refleja los riesgos diarios que enfrentan quienes informan y resisten bajo el genocidio israelí. En entrevista con RAYA, durante su visita a Colombia, la periodista Leila Warah y la activista ambiental Najia Abdellatif —desde Cisjordania— narran esa misma realidad: represión, devastación ecológica y la lucha palestina por la tierra, la memoria y la libertad. El último mensaje de Sharif, un llamado a romper el silencio, es la misión que asumen cada día otras y otros.

Por David González M.
Fotos: Alejandro Gómez

El pasado domingo 10 de agosto, Israel asesinó al principal periodista de Al Jazeera, la cadena global de noticias qatarí que llega a 130 países en el mundo, mientras realizaba su trabajo en Gaza. Disparó un misil de precisión contra la carpa para periodistas donde se encontraba, matándolo junto a otros cuatro colegas que lo acompañaban.

Su nombre era Anas Al Sharif. Había dejado un mensaje a su esposa por si lo mataban: “Si estas palabras te llegan, sepan que Israel ha logrado asesinarme y silenciar mi voz”. Los nombres de sus compañeros asesinados en el ataque eran Mohammed Qreiqeh, y los camarógrafos Ibrahim Zaher, Mohammed Noufal y Moamen Aliwa.

El mensaje de Sharif también estaba dirigido a los demás periodistas y voces que siguen denunciando el genocidio en curso en Gaza: “Les suplico que no permitan que las cadenas los silencien ni que las fronteras los restrinjan. Sean puentes hacia la liberación de la tierra y su pueblo, hasta que el sol de la dignidad y la libertad se alce sobre nuestra patria robada”. Según el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), desde el 7 de octubre de 2023, Israel ha matado a 186 periodistas palestinos en Gaza.

No muy lejos de Gaza, y también bajo el régimen de apartheid impuesto por Israel, comunicadores, activistas y creadores de contenido luchan por romper el silencio desde Cisjordania. La otra parte de Palestina es igualmente una prisión, como describe el historiador israelí Ilan Pappé en su libro La cárcel más grande de la tierra:

“Los arquitectos [de la ocupación] se esforzaron por diseñar cárceles para gente que sufría un castigo colectivo por un delito que jamás cometió. El gobierno [de Israel] ofreció a la población de Cisjordania y de la Franja de Gaza ambas versiones de la megaprisión. Una era una cárcel panóptica a cielo abierto, la otra, una prisión de máxima seguridad. Si no aceptaban la primera, tendrían la segunda”.

De esa “cárcel a cielo abierto” que es hoy Cisjordania son Leila Warah y Najia Abdellatif. Ambas estuvieron hace unas semanas en Colombia y se reunieron con medios y organizaciones para compartir su experiencia. Lo que cuentan es la prolongación de lo que Sharif pidió en sus últimas palabras: seguir hablando, romper el cerco del silencio, tender puentes hacia el mundo.

Leila es palestina-estadounidense y nació en los Emiratos Árabes Unidos, como parte de la diáspora. Dedica su trabajo digital a explicar al mundo cómo es vivir bajo ocupación, desde el campo de refugiados donde nació su padre, en la Palestina histórica.
Najia Abdellatif nació en Suecia y creció en Jerusalén. En 2017 fundó Zero Waste Palestine, iniciativa que vincula la destrucción ecológica causada por el colonialismo con las prácticas de ocupación. “Hago hincapié en establecer vínculos entre la destrucción ecológica causada por el colonialismo y las prácticas de ocupación”, dice a RAYA.

Estas voces son el testimonio de lo que significa la ocupación en Palestina y, también, aquello que Sharif pidió en sus últimas palabras: romper el silencio.

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RAYA: Najia, en su trabajo usted vincula la destrucción ambiental con la ocupación colonialista israelí ¿Cómo se manifiesta esa relación en la vida cotidiana de las comunidades palestinas?

Najia: El colonialismo, en esencia, consiste en conquistar tierras y explotar recursos naturales. En el caso de Palestina, la causa principal es el robo de tierras. El objetivo de estas ocupaciones es apropiarse de la mayor cantidad de territorio posible para crear un Estado propio. Naturalmente, esto también se convierte en un problema ambiental: el medio ambiente es siempre víctima de las actividades coloniales.

El entorno ha sido afectado por acciones de los colonos, como la construcción de asentamientos, la expansión de caminos, la edificación de muros. Todo ello ha provocado pérdida de biodiversidad, destrucción de la naturaleza y de árboles, así como envenenamiento y contaminación de tierras, suelos, agua y aire, también como consecuencia de diferentes actividades de guerra.

Por eso, en su esencia, la justicia ambiental es un tema central cuando hablamos de la ocupación de Palestina.

RAYA: En 2017 creó la iniciativa Zero Waste Palestine. ¿Qué busca con este proyecto y cómo se convierte en una forma de resistencia frente al colonialismo y la ocupación?

Najia: Empecé hace siete años, como reacción a la crisis de residuos en Palestina, pero también en el mundo árabe en general.

En el contexto palestino, el medio ambiente queda relegado a un segundo plano porque hay otros desafíos urgentes. Mi idea principal era enviar un mensaje a mi gente y a mi comunidad: es fácil y sencillo vivir de una manera más consciente —reducir desechos, vivir de forma más natural, llevar una vida más saludable— tanto para nosotros como para el medio ambiente.

Me pregunté: ¿cómo el colonialismo, la ocupación y el capitalismo desconectan a los humanos de la tierra? ¿Cómo podemos recuperar esa conexión y usarla como método de resistencia, para mantener nuestra resiliencia y firmeza hacia la tierra? Esa fue la motivación de la iniciativa.

RAYA: Leila, usted crea contenido desde Cisjordania para audiencias internacionales. ¿Qué aspectos de la realidad palestina no aparecen —o se distorsionan— en la cobertura de los grandes medios?

Leila: El objetivo es que la gente, en especial el público internacional, comprenda mejor lo que ocurre en Palestina. Se oyen palabras como “apartheid”, “puestos de control”, “incursiones militares nocturnas”, pero pocos entienden realmente lo que significan, porque nunca han estado en Palestina ni han visto la realidad. Por eso intento mostrarlo de forma visual.

También busco explicar el colonialismo de asentamiento desde sus orígenes: la Nakba de 1948, los eventos previos bajo la ocupación británica que sentaron las bases para la limpieza étnica, y la ocupación de 1967 que seguimos viviendo hoy.

Lo que muchas personas pasan por alto sobre lo difícil que es informar desde el terreno en Palestina es que Israel nos está matando con 10.000 formas. En Cisjordania, donde trabajo a diario, hay entre 10 y 20 hechos noticiosos cada día: demoliciones de casas, ataques de colonos, incursiones militares, arrestos, detenciones administrativas, hambre, violencia sistemática. Todo ocurre a tal escala y de manera tan interconectada que resulta difícil explicarlo al mundo: hay demasiadas historias que contar.

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RAYA:  En Colombia vivimos un conflicto que saturó de imágenes y noticias a la población. ¿Cómo se puede contar la violencia en Palestina sin que el público internacional desconecte o se insensibilice?

Leila: La gente ya estaba cansada de escuchar sobre Palestina antes de la guerra. Incluso antes del 7 de octubre de 2023, Cisjordania vivía su año más mortífero desde la Segunda Intifada. Nadie hablaba de Palestina, a nadie le importaba.

Con el inicio del genocidio, hubo un repunte de interés, querían aprender, querían detener el genocidio en Gaza y se volcaron al activismo. Pero con el tiempo, la gente se ha vuelto insensible. Se han vuelto insensibles a la muerte de palestinos, a la violencia contra ellos. Hoy en día, parece que tienen que asesinar a cien personas en un solo día para que sea noticia —e incluso eso podría no aparecer en los titulares. Cien palestinos asesinados al día no es noticia de primera plana. Es una locura.

Esa es nuestra lucha: mantener al mundo comprometido. A la gente conectada, involucrada, actuando, hablando y atenta a lo que está ocurriendo. Lo intentamos, pero no sabemos si funciona o no.

RAYA: En Israel no se ven grandes movilizaciones contra el genocidio en Gaza. ¿Por qué cree que la sociedad israelí guarda silencio o incluso respalda estas acciones?

Leila: Para empezar, no reconozco a Israel, sino tierras palestinas ocupadas desde 1948, la tierra de donde proviene mi familia. Me resulta bastante difícil hablar de lo que ocurre allí porque no tengo permiso para acceder; solo puedo entrar a Cisjordania.

Esto es parte de un diseño del gobierno israelí para acorralar a los palestinos en áreas cada vez más pequeñas. Mientras los colonos israelíes pueden moverse libremente entre los territorios del 48 y Cisjordania, e ir de un asentamiento a otro como si fuese un solo territorio conectado, los palestinos no pueden hacerlo.

Al analizar el papel de la sociedad israelí, debemos recordar que, en términos generales, no solo observan el genocidio ni lo que hace su gobierno: son participantes activos. Israel es un Estado militar, y casi toda su población sirve en el ejército.

Todos los israelíes están obligados a servir, y por lo tanto, forman parte activa de la ocupación, ya sea en el genocidio, en Cisjordania o donde sea que estén. Son parte de esa estructura colonial en movimiento. Además, para que exista una colonia, estos deben convertirse en mayoría. Eso requiere expulsar a la población nativa y reemplazarla.

Lo que hoy vemos en Cisjordania con los ataques de colonos y la expansión de los asentamientos es lo mismo que ocurrió en 1948: los palestinos son expulsados y los colonos se instalan. Por eso, incluso la mera presencia de colonos israelíes es profundamente dañina: viven en tierras palestinas robadas.

RAYA: En Colombia se conoce poco sobre la figura de los colonos y su papel en la ocupación. ¿Cómo operan y qué impacto tienen en la vida de las comunidades palestinas?

Israel tiene la ley del derecho de nacimiento, que permite a cualquier persona judía, de cualquier parte del mundo —ya sea de Colombia, Argentina, Estados Unidos o cualquier otro lugar— venir a Palestina, obtener la ciudadanía, derechos y vivir allí. Como si fuera su país: obtienen el pasaporte, pueden circular libremente por el territorio y acceder a beneficios.

En contraste, los palestinos que fueron expulsados en 1948, y nuevamente en 1967, no pueden regresar a su tierra. No existe un “derecho de nacimiento” para los palestinos que fueron desplazados y que aún viven como refugiados en otros países o incluso dentro del propio territorio palestino, como mi familia, que vive en un campo de refugiados desde 1948.

Una de nuestras principales luchas como pueblo palestino es el derecho al retorno a nuestra tierra —tanto la ocupada en 1948 como en 1967—, el derecho a vivir libremente en Palestina, a la autodeterminación, y a un Estado democrático donde podamos participar en el gobierno que nos rige, con igualdad de derechos y acceso al agua, los alimentos y los servicios, como cualquier otra persona.

RAYA: Cuando estuve en Belén, un hombre que tomaba café me dijo que el edificio en el que estábamos era más antiguo que el Estado de Israel. La conexión con la tierra es un elemento central en la identidad palestina. Najia ¿Cómo se preserva ese vínculo a pesar de los desplazamientos y la violencia?

Najia: Históricamente, una gran parte de la comunidad palestina ha sido agricultora. Naturalmente, está muy cercana a la tierra, ya sea cultivándola o alimentándose de ella. Pero, como resultado de la ocupación, muchos palestinos han sido expulsados de sus tierras por la fuerza, lo que ha provocado una desconexión física con la tierra.

Sin embargo, a partir de esa desconexión también surge un contraste: la conexión con la tierra se vuelve aún más evidente y significativa. Es un concepto del que muchos palestinos hablan: somos parte integral de la tierra y estamos profundamente conectados con ella. Pero esta conexión no existe solo a causa de la ocupación. También es parte natural de nuestra sociedad y de nuestra comunidad, de cómo vivíamos antes y de cómo muchos aún vivimos hoy.

Esta conexión con la tierra se refleja claramente, por ejemplo, en nuestra herencia, en nuestra cultura, en la forma en que vestimos. Los patrones que bordamos en la ropa se basan en elementos de la naturaleza: pájaros, plantas y árboles que observamos. En nuestras canciones y en el folclore popular hay muchas referencias a la agricultura, la naturaleza y la tierra.

Entonces, la tierra, en el contexto palestino, representa mucho más que un espacio para la agricultura o la ganadería. Es un concepto profundamente arraigado que ha sido amenazado, ya que el núcleo de la lucha gira en torno a quién posee la tierra, quién es expulsado y cómo la ocupación intenta apropiársela constantemente.

Muchos palestinos —la mayoría de quienes aún viven en Palestina y no fueron expulsados en 1948— no tienen acceso a las tierras que originalmente poseían. En Cisjordania, por ejemplo, creo que el 60 % de los agricultores palestinos no pueden acceder a sus tierras porque están bajo control de la ocupación israelí. Hay muchos casos en los que, aunque las tierras estén ubicadas en Cisjordania, los palestinos no pueden llegar a ellas porque ahora están bajo control militar y se les prohíbe el acceso.

Además, hay constantes intentos de violencia: incendian olivos, acosan a los campesinos, atacan a quienes cuidan ovejas o incluso se las llevan como si estuvieran en su propia tierra. Son intentos de sembrar terror, de ejercer violencia sistemática para expulsar a los palestinos de sus tierras. Son esfuerzos calculados para asustarlos y forzarlos a irse.

RAYA: Recuerdo también a una mujer en Cisjordania que intentaba crear una especie de biblioteca de semillas nativas. Y pensaba en cuántas formas tiene el pueblo palestino para resistir el desarraigo. ¿De qué manera la preservación cultural se convierte en un acto de resistencia?

Najia:  Sí, las semillas de la biblioteca de semillas de Vivian Sansour y la preservación de semillas tradicionales, son un método muy claro de resistencia, pero también de simple existencia en la tierra. Permanecer allí, a pesar del acoso constante, la violencia y las amenazas de que sea tomada o robada, es, básicamente, enfrentar la violencia.

Vivir en la tierra y no abandonarla es una forma de resistencia. También se trata de preservar la cultura y el patrimonio que tenemos. Hablamos de los orígenes y de la historia del pueblo palestino, especialmente en contraste con los intentos israelíes de apropiarse de esta cultura, robarla y borrar la memoria.

La preservación cultural es otra forma de vida. Y sí, creo que una de las formas más claras de resistencia es simplemente permanecer en la tierra, a pesar de su condición insoportable y de los constantes intentos por hacerla inhabitable.

RAYA: Leila, en su labor como periodista y creadora de contenido, ¿qué riesgos ha enfrentado directamente por parte de la ocupación israelí?

Laila: Cualquier forma de defensa hacia un palestino es vista como una amenaza. Ha habido muchos casos de periodistas arrestados y procesados simplemente por hacer su trabajo.
Y no solo periodistas: cualquier activista, defensor o creador de contenido cuyo trabajo consista en difundir la verdad sobre Palestina y la violencia de la ocupación enfrenta riesgos. Nadie está libre de peligro, porque siempre existe esa amenaza.

Hablar abiertamente es un riesgo, especialmente en Gaza. Aunque toda Palestina es una, también debemos reconocer que mi trabajo en Cisjordania no es tan peligroso como el trabajo en Gaza, donde se enfrenta directamente a lo que expertos internacionales en derechos humanos describen como un genocidio.  En 2024, el Comité para la Protección de los Periodistas declaró que ese año fue el más mortífero para la prensa, y que el 70 % de los periodistas asesinados en el mundo fueron víctimas de Israel.

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RAYA: A menudo se dice que el derecho internacional y las instituciones globales han fracasado frente a Palestina. ¿Qué tipo de alianzas o acciones concretas pueden impulsar quienes viven en otros países?

Leila: Tenemos que elevar nuestros estándares y reformular los marcos internacionales, como el derecho internacional, que han sido construidos por Occidente y por potencias coloniales interesadas en mantener su poder. Es evidente que algo está mal cuando un tribunal internacional se presenta, dice que hay un caso probable de genocidio y califica al primer ministro de Israel como criminal de guerra... y no pasa nada. Nada cambia. Nada detiene este sistema inherentemente defectuoso.

Debemos dejar de intentar trabajar dentro de un sistema que actúa en nuestra contra, que no está diseñado para ayudarnos ni apoyarnos, sino para servir a esas potencias occidentales que siguen teniendo el control. Y creo que algo que la gente necesita recordar y reconocer, si queremos lograr cambios, es que todos estamos librando nuestras propias batallas. Ustedes están aquí luchando por Colombia. Nosotros estamos en Palestina, luchando por Palestina. En Estados Unidos, hay quienes luchan contra su propio gobierno.

Pero no estamos conectando los puntos. Mientras estas superpotencias trabajan juntas, no nos damos cuenta de que, en el fondo, todos luchamos por las mismas causas.

Por eso debemos luchar por Colombia como luchamos por Palestina, y los colombianos deben luchar por Palestina como lo hacen por su propio país. Porque todos estamos enfrentando a las mismas superpotencias. Y si no nos unimos, aunque seamos mayoría, no lograremos cambiar nada.

Si nos mantenemos unidos, hay una forma de derribar este sistema. Pero mientras sigamos fragmentados, no funcionará. Esa es la estrategia del colonialismo: dividir y vencer. Y han hecho un excelente trabajo dividiéndonos para poder vencernos. Para contrarrestarlo, necesitamos conectarnos, como lo estamos haciendo ahora.

RAYA. Najia  ¿cómo imagina el futuro de Palestina y qué lugar ocupa la esperanza en esa visión?

Najia: Es una pregunta difícil de responder.  Hay una diferencia entre la esperanza y el optimismo. Creo que la esperanza es la idea de que las cosas podrían mejorar o no, pero aun así necesitamos aferrarnos a ella y seguir trabajando por un cambio.
Mientras exista esta ideología sionista y la ocupación colonial, no se podrá lograr ninguna forma real de justicia.

Parece, y se siente, como algo inmenso. Tal vez poco realista. Pero aun así, debemos mantener viva esa esperanza. Y cuando vemos en todo el mundo diferentes ejemplos de solidaridad, eso resulta verdaderamente reconfortante.


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