La obra “Mantener el juicio”, del Teatro Petra y la JEP, narra el conflicto colombiano desde historias íntimas de víctimas y victimarios que generan un fuerte impacto emocional. Su financiamiento con fondos públicos desató polémica, con críticas por un supuesto favoritismo político. En entrevista con RAYA, Fabio Rubiano defendió la independencia del proyecto y su valor como herramienta de memoria y reparación simbólica.
Por Ángela Martin Laiton y Santiago Erazo, Cultura RAYA
Cae el telón y las luces del escenario se apagan. Los aplausos se diluyen paulatinamente, como las últimas gotas que caen de un árbol tras una lluvia torrencial, hasta que la voz de una mujer irrumpe: “No quiero irme sin decirles algo”. No puede parar de llorar y las luces se encienden. Los actores de “Mantener el juicio” están congelados en una escena que no estaba en el libreto. “Hace 29 años que busco a mi hermano –continúa la mujer–. Él desapareció cuando yo tenía 11 años y nunca dejé de buscarlo. Pasé por la JEP y he ido comprendiendo cosas. Quiero agradecerles a todos ustedes por acompañarme hoy a cerrar este duelo”. Silencio. Todos en el escenario están inmóviles. El público parece una masa de lágrimas y carne incapaz de responder algo.
“Gracias a usted”, dice Marcela Valencia, la fundadora del Teatro Petra junto a Fabio Rubiano. Mientras tanto, en redes sociales sigue viva la discusión sobre la contratación del equipo teatral para la creación de “Mantener el juicio” por la Jurisdicción Especial de Paz. Cuánto cuesta una obra, se preguntan. Por qué destinarle un presupuesto público a un rubro como una pieza teatral enmarcada en el conflicto armado colombiano. En medio de estas discusiones, Raya entrevistó a Fabio Rubiano, actor, dramaturgo y escritor, para conocer sus impresiones acerca de la financiación de la obra y lo que implica representar en teatro procesos de reparación tan complejos como los de la JEP.
En una entrevista que dio para la emisora de la JEP, usted mencionó que dentro de las discusiones que tuvieron en la construcción de la obra estaba la pregunta por lo que conmueve, por qué la ficción conmueve más que la realidad. ¿Cuál es su conclusión después de todo este proceso?
Yo creo que todo tiene que ver con la narración. Nuestro trabajo es narrar historias, seamos dramaturgos, o actores o actrices. El objetivo es poner en cuerpo y voz la historia de alguien, narrar su vida. Entonces, para nosotros, contar algo como lo que ha hecho la JEP tenía que centrarse en la narración, en contar historias. Por eso nos preguntamos: ¿cómo contamos todo esto? Con la JEP nosotros llegamos a un acuerdo, les dijimos: "No vamos a hacer más macrocasos, que eso es el trabajo de ustedes, sino microcasos. O sea, ¿qué pasa con la vida cotidiana y privada, los hechos insignificantes de cada uno de los personajes? Para mí, ahí está el eje de la dramaturgia, de la actuación, de la dirección: en los hechos insignificantes.
A través de esos elementos mínimos, como la marca del labial en una taza, nos interesaba ingresar al corazón de los personajes, tanto víctimas como responsables; indagar en otros elementos de sus vidas. ¿Qué pasa, por ejemplo, con la esposa de un militar que se tiene que ver cara a cara con el guerrillero que tuvo encadenado a su esposa? Cuando ha ido gente de la JEP a ver la obra, nos han dicho: "Ay, qué bueno que cuenten ese tipo de historias, porque eso es lo que nosotros no podemos contar. Nosotros podemos contar los juicios, los casos, las sentencias, el lenguaje jurídico, pero eso no lo podemos contar”.
El teatro permite explorar las emociones y contradicciones de víctimas y victimarios de una forma diferente a otros medios. ¿Qué aporta el arte a la comprensión del conflicto, en comparación a lo que expresan otros lenguajes, como el del periodismo?
Ahora que usted nombra el periodismo, pienso que la crónica se parece mucho a la dramaturgia, en especial por todos los pasos que hay que seguir: la construcción del personaje, el desarrollo que tiene, a dónde lo va a llevar, la relación con el entorno. Todo eso es para nosotros vital y es absolutamente importante y necesario.
La mirada que menciona tiene que ver con cómo contar eso que pasa en la vida de los personajes, más allá de las atrocidades. Porque cuando alguien comete hechos atroces, parece que su humanidad se borrara, y eso me parece un error. Siguen siendo seres humanos, capaces de bondad y, al mismo tiempo, de cometer actos atroces.
Las personas tienen historias, familias, amores, decepciones, dolores… y son criminales. Que hay que decirlo así: criminales. Y son asesinos y han cometido asesinatos y producen el mayor dolor posible. Unos se arrepienten, otros no. Y unos perdonan, otros no. Una cosa muy interesante que vimos con la JEP es que nos decían, sobre todo los colaboradores: "No joda con el perdón. El perdón es un peso, el perdón no es necesario. Si lo hay, bien, pero el perdón no es necesario. No le ponga esa carga a la víctima”
Ahí es cuando sacamos una de las frases más duras de la obra, que sale de una audiencia, donde una señora dice: "Ay, mire, hoy no amanecí con ganas de perdonar”. Esa es una reacción natural y esperable. Una madre de un chico víctima de los falsos positivos fue la semana pasada a la obra, vio a Marcela Valencia y le dijo: "Usted en la obra perdonó, pero yo no voy a perdonar. Yo quiero verlo en la cara al que mató a mi hijo. Yo ya recuperé su cuerpo, pero estoy esperando 17 años para verle la cara. Para que me diga lo que hizo, para que me cuente. No para perdonarlo, yo no lo quiero perdonar”.
La humanización de los actores armados ha sido una constante en su trabajo, sobre todo en su dimensión compleja y contradictoria: lo que vemos de ellos, lo que refleja su fuero interno, es un caleidoscopio de emociones. ¿Qué es lo más retador de construir este tipo de personajes?
El trabajo radica en darle ese carácter contradictorio y, sobre todo, darle voz al personaje. Algunos personajes dicen cosas con las cuales no estoy de acuerdo, pero aquello no significa que deba omitirlas. Ahí radica cierta honestidad que uno tiene con su profesión. También hay gestos como los acentos que le dan vida a los personajes, como ocurre con el campesino que personifica Jorge Iván Rico. De todas formas, este ejercicio del carácter contradictorio no le gusta a mucha gente. A mí me han dicho guerrillero o estalinista por retratar de una forma más compleja a los guerrilleros. También ha habido gente que después de ver la obra me ha dicho: “Yo he trabajado con excombatientes, con firmantes de paz y salí muy afectado, porque la gente empatiza con el militar, y sigue su historia y lo entiende, pero con el guerrillero no hay mucha empatía”. Y yo les respondo: “Estoy sostenido en lo que vi en las audiencias”, y de una u otra forma van surgiendo las contradicciones de todos estos personajes, esté o no de acuerdo con lo que dicen en las obras.
La polémica que se dio en redes sociales sobre el financiamiento de "Mantener el juicio" suscitó un debate sobre la relación entre el arte y los medios económicos que lo sostienen. ¿Por qué hay tantas personas que ven con malos ojos que una obra artística reciba financiación estatal?
Yo creo que la gente tiene derecho a no estar de acuerdo con que haya dineros públicos para lo que sea. Alguien puede decir: “Pero para qué le van a dar comida a los niños si ellos están acostumbrados a comer otra cosa”, como dijo alguna vez un político de la costa. El problema son los argumentos que se utilizan para decir eso. La persona que hizo el derecho de petición sobre el contrato de la obra tiene todo el derecho a solicitar información sobre qué pasó con esa plata y cómo se invirtió. Lo que me parece que no procede es interpretar la situación como lo interpretó él y algunos medios diciendo: “Le dieron 197 millones a Fabio Rubiano porque es petrista, y se los dio directamente la JEP”. Ahí se está haciendo una triangulación equívoca. El dinero no me lo dieron a mí, fue para la Fundación Teatro Petra. Fue una alianza donde la JEP puso una plata, nosotros pusimos otros recursos, el equivalente a otros recursos. Además, la JEP no es de Petra. La JEP ni siquiera nació con el gobierno Petro.
Entonces uno dice: “Un poquito de rigor en sus sentimientos, por favor”. ¿Por qué nos atacan después de todo lo que hemos trabajado, y de manera independiente? ¿Solo porque dos o tres del grupo votamos por Petro? El Teatro Petra no es petrista, ni se llama así por Petro. Es un proyecto que tiene 40 años. Y hay gente dentro del equipo que odia a Petro, y discutimos y mamamos gallo. Este es un grupo heterogéneo, absolutamente heterogéneo.
¿Qué tanta independencia tuvieron al hacer la obra?
Cuando empezamos a pensarnos esta obra con la JEP yo les dije: “Queremos independencia”. Vamos a hacer ficción a partir de hechos de la realidad. Si están de acuerdo, vamos a mostrar eso. Al final, el equipo de la JEP vio los ensayos y lo único que nos corrigió fue el lenguaje jurídico.
Las modificaciones que nos pidieron fueron cosas muy sencillas, muy simples. De resto, ellos nos abrieron los archivos, nos dieron los videos, nos dejaron ver las audiencias, nos reunimos con magistrados, magistradas, con cooperantes, y siempre llorábamos. Nos permitieron contar estas historias desde una perspectiva independiente. ¿Por qué? Porque lo que ofrecemos con Petra es un mecanismo de comunicación para contar una guerra. Es un valor agregado, que en realidad es el valor principal, es una manera de reparar víctimas. Las víctimas que han ido a ver la obra, víctimas de todos lados, nos esperan, nos saludan con una emoción inmensa, y al final uno dice: “Vale la pena hacer todo esto”.