Postales de una visita al barrio La Victoria, de Quito, donde la memoria de los pueblos indígenas que retrató el artista Guayasamín se mantiene viva.
Por: Germán Ñañez
“El espíritu del pueblo andino es tremendamente melancólico, pero también fiestero” dice Pavel Égüez, tratando de explicar un poco las emociones contradictorias que atraviesa la provincia de Pichincha, cuya capital es Quito, en la república del Ecuador.
Pavel —cabello largo y claro, gafas redondas y transparentes— es un importante artista quiteño que ha realizado varios obras entre pinturas y murales. Conoció al maestro Oswaldo Guayasamín y su influencia se puede observar en sus obra.
Y es que Guayasamín casi se puede ver en todas las calles de Quito, distintos murales se dispersan en varios lugares, pero también los puestos de dulces están sumergidos en sus colores y sus formas. Los rostros de las personas, los colores tierra, un filtro, una mirada que se repite aquí y allá.
Tengo la oportunidad de ir a hacer algunas tomas al norte de la capital, en el barrio La Victoria en la zona de Guanamí. Una planicie árida con una suave inclinación, habitada por población en su mayoría indígena,
están celebrando una minga para sembrar árboles, construir un parque y realizar una brigada de salud bajo la coordinación de la prefectura de Pichincha y la asistencia de la prefecta Paola Pabón, importante lideresa del correísmo.
Los primeros que salen al encuentro de la cámara son los músicos pingulleros, ritmo que recibe su nombre de una flauta ancestral que imita el sonido de algunos pájaros y que es la encargada de encabezar y dirigir la comparsa. Va acompañada de un bombo y algunos redoblantes con un ritmo constante de marcha milenaria.
Más adelante se observa un ritual de limpieza con los taitas y una ceremonia en torno a una mandala realizada con frutas tropicales que evocan la energía del sol. Alrededor aromas de hierbas, los pingulleros, palabras rituales y colores: muchos colores de hombres y mujeres pájaros y astros fundidos con y en la naturaleza.
La Victoria es un barrio deprimido, allí —al igual que en muchos cinturones de miseria de America Latina— la llegada de los servicios y derechos básicos no es fácil. Los arbustos se abren paso de manera ruda entre la tierra árida.
La memoria de los pueblos explotados sigue vigente en todas partes. En las minas de plata del Potosí murieron miles de indígenas. Todos entraban, pero según el realto no hay registro de que ninguno que haya logrado salir con vida de allí, incluyendo niños, niñas, hombres y mujeres.
La memoria se hace arte a través de la pintura, Guayasamín realiza un cuadro sobre este episodio de la historia. Lo que no dicen los periódicos se dibuja en las paredes; los pueblos siguen su lucha, una constante búsqueda entre la desazón de los intentos fallidos de emancipación, pero también la esperanza que nunca falta. Así son las calles de estas ciudades de Latinoamérica, entre la fanfarria y la melancolía.