La propuesta de cuatro alcaldes y una gobernadora de declarar el monocultivo de caña de azúcar como un idílico 'paisaje cultural' en el Valle del Cauca choca frontalmente con la realidad de un modelo productivo que ha devastado el medio ambiente y explotado a los trabajadores. Detrás de esta romantización de la caña, se esconde un aumento del 580% en el uso de fertilizantes en 62 años y una multiplicación por 5.4 de la huella hídrica. Esta iniciativa política busca disfrazar los intereses económicos de unos pocos como una supuesta riqueza cultural.
Por: Mario Pérez Rincón y Paula Álvarez Roa
“Un monocultivo como paisaje cultural, es como promover el consumo de azúcar como regulador de la glucemia”.
John Alexander Giraldo
A finales de agosto de 2024, han trascendido varias noticias en el marco de la COP 16, que se llevará a cabo en Cali el próximo mes de octubre. Una de ellas es que 85 países han confirmado su participación, lo que significa la presencia de cerca de 12 mil delegados, incluidos varios jefes de Estado. Además, se sumarán otros 10 mil efectivos encargados de la seguridad del evento, el cual, según ha señalado el gobierno nacional, tiene como objetivo "resaltar la diversidad ecológica y cultural del país".
Otra noticia es que, en el marco de la COP, alcaldes de cuatro municipios del Valle del Cauca —Candelaria (cuyo territorio está casi en su totalidad dedicado al monocultivo de caña), Florida, Pradera y, por supuesto, Cali—, apoyados también por la gobernadora, han planteado la intención de declarar el "Paisaje Cultural de la Caña de Azúcar" para que sea reconocido por la UNESCO.
Desde nuestra posición como estudiosos del tema y preocupados por este anuncio, quisiéramos recordar, tal como lo hicimos en 2008 y en años posteriores, las implicaciones socioambientales del monocultivo de caña de azúcar y lo que ha significado para la región en la que se extienden las 265 mil hectáreas sembradas en los departamentos del Cauca, Valle y Risaralda. Sea esta una invitación para retomar nuestro trabajo: “Deuda Social y Ambiental de la Caña de Azúcar en Colombia”, ampliamente conocido en diversos ámbitos y expuesto en distintos escenarios ante múltiples organizaciones ambientales, sociales, laborales y académicas a nivel nacional e internacional.
Existe suficiente evidencia científica y empírica sobre las consecuencias que los monocultivos, y en particular el de caña de azúcar, tienen para quienes trabajan, viven y dependen del campo. Entre los principales impactos se encuentran: la afectación a la soberanía alimentaria, la pérdida de biodiversidad, la crisis climática, el uso intensivo de agua y tierra, la desecación de humedales, la pérdida de la franja riparia de los ríos, la desertificación de suelos y la deforestación. Por otro lado, los efectos socioeconómicos incluyen conflictos por la propiedad de la tierra, desplazamiento interno y confinamiento de comunidades, quemas a cielo abierto, afectaciones a la economía campesina y el incremento de conflictos socioambientales. Estos temas han estado en el centro del debate público y político, especialmente en los departamentos del Valle del Cauca y el norte del Cauca, donde se concentra cerca del 80% del área cultivada de esta gramínea.
El monocultivo de caña de azúcar, destinado tanto a la producción de azúcar como de agrocombustibles, como el etanol, lleva años intentando mostrarse bajo un “ropaje verde” o como una solución al cambio climático. Según el gremio de Asocaña, el etanol contribuye a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y mejora la seguridad energética. Sin embargo, nuestros análisis señalan lo contrario: el uso del suelo ha cambiado radicalmente, sustituyendo la producción de alimentos y la preservación de ecosistemas que funcionaban como sumideros de carbono y soporte de biodiversidad, por enormes extensiones de monocultivos que requieren un uso intensivo de agua, territorio y energía fósil en forma de agroquímicos, fertilizantes y maquinaria. Este proceso ha generado importantes impactos en los ecosistemas regionales, incluyendo la reducción del bosque seco tropical, hoy en peligro de extinción, y la degradación de los humedales, además de la expansión del cultivo hacia las márgenes de los ríos.
Los datos de expansión del cultivo de caña de azúcar desde los años sesenta del siglo pasado hasta la actualidad evidencian una clara correlación entre el monocultivo y los impactos socioambientales. El área sembrada se ha multiplicado por 4.3, pasando de 61 mil a 265 mil hectáreas entre 1960 y 2022. Esto ha significado un incremento en la ocupación del valle geográfico del río Cauca (VGRC), del 14% al 60%, con las consecuentes repercusiones socioambientales. Además, la cantidad de agua utilizada en el cultivo, medida como el agregado de Huella Hídrica Verde y Huella Hídrica Azul, se ha multiplicado por 5.4, aumentando de 814 Hm³ (1 Hm³ = 1 millón de m³) a 4.431 Hm³, lo que ha incrementado la presión sobre el recurso hídrico y exacerbado la conflictividad ambiental relacionada con el agua.
El uso de fertilizantes necesarios para recuperar el potencial de fertilidad de la tierra deteriorada por el monocultivo es otro indicador importante de la presión ambiental sobre el territorio del VGRC, donde se siembra caña. La cantidad anual de Nitrógeno, Potasio y Fósforo pasó de 24.860 toneladas en 1960 a 144.400 toneladas, lo que representa un crecimiento del 580% en todo el periodo. Al sumar todos los fertilizantes aplicados al suelo en estos 62 años de análisis, el total asciende a 5,4 millones de toneladas, de las cuales una parte importante ha contribuido a la contaminación hídrica y del suelo durante este periodo.
Finalmente, es crucial examinar el impacto sobre la seguridad y soberanía alimentaria de nuestros territorios asociado al cultivo de caña de azúcar. El Valle del Cauca, que concentra el 61% (162 mil hectáreas) del área cultivada en la región, es uno de los departamentos que más depende de alimentos provenientes de otras zonas del país. Un estudio de la Universidad del Valle muestra que, al comparar los kilómetros recorridos por los alimentos para ser consumidos en Cali, Bogotá y Medellín, Cali registra los trayectos más largos. En 2017, los alimentos consumidos en Cali recorrían un promedio de 2.185 kilómetros, frente a los 1.706 km de Bogotá y 1.330 km de Medellín, lo que significa un 28% y un 64% más, respectivamente. Esto evidencia una mayor inseguridad alimentaria en la región.
Nuestros estudios también han revisado las condiciones laborales, mostrando que existe una deuda social y ambiental en la industria de la caña de azúcar con los trabajadores y la naturaleza. Constatamos que los pasivos en cuanto a su vida y dignidad humana eran enormes. Analizamos sus recibos de pago, modalidades de contratación, prestaciones sociales y, en general, sus condiciones laborales, particularmente las de los corteros de caña. Estos trabajadores están expuestos a laborar a la intemperie bajo altas temperaturas, realizando tareas como quemar caña y luego cortarla, enfrentándose diariamente a accidentes que incluyen desde la pérdida de falanges hasta cortes en el cuerpo por los machetes, lesiones en los ojos, y otras enfermedades ocupacionales producto del trabajo repetitivo.
Preocupa a un amplio sector de la sociedad, en el que nos incluimos, la propuesta de convertir esta región en "Paisaje Cultural de la Caña de Azúcar", ya que esto invisibilizaría las realidades previamente mencionadas. Bajo el pretexto del turismo, incluso el ecoturismo, los alcaldes y la gobernadora impulsan esta iniciativa en escenarios como la UNESCO, buscando obtener salvaguardias y rótulos de preservación. Sin embargo, esto sería un oxímoron para las Naciones Unidas, pues los monocultivos son contrarios al uso sustentable de los ecosistemas. Incluso desde un enfoque meramente paisajístico, el paisaje cañero no puede ser considerado un Paisaje Cultural, ya que:
- No existe un desarrollo cultural social inherente al cultivo de caña, ni este ha representado una idiosincrasia para todos los integrantes de la sociedad valluna.
- Los detrimentos directos e indirectos del monocultivo de caña son irreconciliables con el medio ambiente y los habitantes de la región.
- La industria cañera no ha hecho aportes significativos en aspectos identitarios como la arquitectura, la cultura urbana o el vestuario, ni ha rescatado el patrimonio arqueológico y precolombino de la región.
El reconocimiento de un Paisaje Cultural debe basarse en la protección de la diversidad biológica, promoviendo el uso sostenible del agua y otros bienes ecosistémicos. En efecto, el monocultivo de caña no significa nada de esto, ni mejora la calidad de vida de las poblaciones aledañas; al contrario, atenta contra la biósfera, una preocupación central de la UNESCO. La contaminación resultante del uso de herbicidas, fertilizantes, las quemas a cielo abierto y la generación de enfermedades respiratorias son solo algunas razones por las cuales esta declaratoria carece de sentido.
Finalmente, no se puede ignorar que el alcalde de Cali proviene de una familia tradicionalmente ligada al negocio cañicultor. Durante 160 años, la familia Eder, con su Ingenio Manuelita, ha construido un imperio cañero, y hoy busca que su negocio se incluya en una "ruta turística" respaldada por la UNESCO. El alcalde de Cali utiliza su poder para intentar darle un nuevo sello, esta vez de "Paisaje Cultural", a un negocio familiar que por generaciones ha generado críticas, buscando borrar cualquier objeción al monocultivo. Este sería un triunfo no solo económico, sino también simbólico y material.
Por todas estas razones, la propuesta del “Paisaje Cultural Cañero” en el Valle del Cauca resulta un despropósito, un contrasentido y una trampa de ciertos políticos y empresarios que intentan vender el impacto negativo del monocultivo como si fuera un dulce manjar. Todo esto, en el marco de la COP, cuyo propósito es precisamente la conservación y protección de la biodiversidad en el mundo. “Es indignante que un símbolo de esclavitud y de la política colonial de dominación cultural de las élites sea rehabilitado bajo el falso naturalismo de un paisajismo industrial azucarero” (John Alexander Giraldo, intervención en foro de discusión).