Investigación

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Este texto está basado en el informe final de la Comisión de la Verdad que recogió los testimonios de 10.864 mujeres víctimas de la guerra. Evidencia el dolor y sufrimiento producto de continuas violencias y sus impactos, pero también la fuerza de sus resistencias y transformaciones. Escrito por la feminista y excomisonada de la verdad, Alejandra Miller.

Por: Alejandra Miller Restrepo
Excomisionada de la Verdad y feminista

 

Las violencias

«Las casas eran saqueadas, las gallinas, las vacas, se hacía un gran sancocho

 y luego ellos tenían la posibilidad de escoger a las mujeres con las que iban a acostarse.

 Las de determinada edad ya tenían claro quiénes eran las que iban actuar en lógicas de servidumbre; les tocaba lavarles la ropa, atenderlos, quitarles las botas [...]»

Testimonio de Mujer víctima

 

No habrá 25 de noviembre que alcance para hacer visible lo sucedido con miles de mujeres colombianas, sus vidas y sus cuerpos en éstos 60 años de guerra y violencia, que aún no cesan. El volumen “Mi cuerpo es la Verdad” del informe final de la Comisión de la Verdad, recoge las voces de 10.864 mujeres escuchadas por la Comisión que evidencian el dolor y sufrimiento producto de continuas violencias y sus impactos, pero también la fuerza de sus resistencias y transformaciones.

El conflicto armado afectó a las mujeres de forma desproporcionada y causó en ellas un impacto diferenciado. Esto debido, entre otros factores, a la histórica discriminación estructural que afecta sobre todo a mujeres campesinas, negras, afrocolombianas, raizales, palenqueras e indígenas, o aquellas con ingresos más bajos. La guerra causó una reconfiguración de los territorios y afectó todos los ámbitos de la vida de las mujeres: los roles comunitarios y familiares; las posibilidades de participación social, política, económica y de liderazgo; los saberes ancestrales y la vocación por la tierra; la movilidad y los emprendimientos; los proyectos de vida, la salud... Todo esto debido a las imposiciones de los actores armados y sus entramados, a la intervención militarista del Estado, la política antidrogas y el narcotráfico. Al final, el control de la vida y el cuerpo de las mujeres fue una forma de garantizar el control de la comunidad y del territorio.

El desplazamiento forzado fue el hecho violento más generalizado con 4.025.910 de mujeres que fueron afectadas. Las campesinas, indígenas y afrocolombianas son la cabeza de una multitud errante de víctimas. Sobre ellas han recaído, abruptamente, el cuidado de familiares y personas enfermas, y la supervivencia de la familia en condiciones de precariedad agudizada, sin recursos económicos, en medio del desarraigo y la estigmatización social, y eso las ha dejado en desventaja para enfrentar el desplazamiento. El despojo de sus tierras se facilitó por la falta de acceso de las mujeres a la titulación.

La violencia sexual es una de las expresiones de violencia más crueles y con una carga simbólica enorme para las mujeres, que funcionó para castigar y amedrentar a lideresas o a mujeres que formaban parte de organizaciones sociales y comunitarias, o a políticas defensoras de los derechos humanos. Las violencias sexuales fueron una práctica de todos los actores armados, extendida e invisibilizada durante el conflicto, sin embargo, la Comisión halló características diferentes en el modo en que se perpetraron estas violencias. En el caso de los grupos paramilitares, la violencia sexual funcionó como una estrategia de guerra para producir el desplazamiento forzado y controlar determinadas zonas, circunstancia particularmente evidente en algunos bloques paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC): los Bloques Calima, Norte, Héroes de los Montes de María, Élmer Cárdenas, Central Bolívar y Mineros.

En las FARC-EP y otras guerrillas, las violencias sexuales se utilizaron para recompensar a los combatientes, y se ejercieron al margen de la lucha ideológica, los estatutos internos y la relación con las comunidades, pues se consideraban conductas graves que debían ser castigadas de manera severa. Sin embargo, se estableció que, mientras más crecían sus filas y escalaba la confrontación armada, más aumentaba la imposibilidad de controlar efectivamente a sus hombres e incrementaban las violencias sexuales ejercidas por sus combatientes. En la Fuerza Pública, aunque hay menos casos reportados, se evidenció que la violencia sexual contra mujeres civiles fue una forma de atacar a las que se consideraban «enemigas», es decir, a las mujeres señaladas de colaborar con las insurgencias o de ser guerrilleras.

Muchas mujeres vinculadas a la política fueron expulsadas de la democracia y las violencias ejercidas contra ellas tuvieron un sesgo de género. A diferencia de los hombres, la mayoría de las mujeres en el ejercicio político abandonaron completamente sus proyectos políticos y no retomaron los escenarios de participación con los graves efectos que ésta situación acarrea para la democracia.

En lo que concierne a las mujeres que participaron en la guerra, la Comisión encontró que en la sociedad colombiana prevalecen discursos simplistas que las ubican como víctimas inermes o como victimarias atroces, desconociendo la enorme complejidad de sus decisiones, experiencias y roles. Reconocer dicha complejidad, así como los impactos que sufrieron, sin dejar de lado las responsabilidades que les corresponden, contribuye a la comprensión del conflicto y el rol de las mujeres en la sociedad.

Patriarcado y masculinidades guerreras

«Tenían que ser mujeres de casa. Que fueran serias y, si eran casadas, que respetaran al marido. Que si iban a andar con X o con Y, ahí sí pagaban los platos rotos por eso. Entonces se les decía que se comportaran o se iban, y si seguían en lo mismo se morían. Que estuvieran pendientes de los deberes con los hijos, si comían o no comían. Que vistieran cómoda y decentemente. Con vestido largo, con ropa larga. Sí podían usar minifaldas, pero no las mamás, ellas no podían usarlas»

Testimonio de exparamilitar de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU)

El patriarcado está fundado sobre la desigualdad, la opresión y la discriminación, en particular, en contra de las mujeres. En este entramado social, político, económico y cultural, la guerra se convierte en una de las formas de expresión más claras de este sistema para mantener un tipo de relaciones jerárquicas, injustas y violentas. Es un ejercicio de poder que se fundamenta en el desprecio, el control, el silenciamiento, la violencia y la subvaloración de las mujeres, que busca someterlas permanentemente. El patriarcado forma parte del conjunto de condiciones estructurales que ayudan a explicar dinámicas específicas de las violencias armadas en el país y la exacerbación de las violencias contra las mujeres en el marco del conflicto.

La guerra, adicionalmente, reforzó un tipo de masculinidad violenta; los actores armados han desarrollado estrategias de entrenamiento que exaltan unos valores acordes con esa visión de la virilidad, manifiesta en las violencias ejercidas contra mujeres. El entrenamiento militar (en diversos grupos armados y de las FFAA) inculcó valores que incluían la superioridad masculina, el uso de la violencia como medio idóneo para ejercer poder, las armas como estandarte; representaciones sexualizadas, denigrantes, misóginas y prejuiciosas basadas en los roles de género. Adicionalmente, el militarismo, como otra expresión del patriarcado, fomentó aquellos valores y comportamientos que privilegiaron el uso de la fuerza y aseguraron la adhesión a un modelo de hombre que encarna el dominio patriarcal.  Sin duda, las violencias contra las mujeres y su crueldad tiene, entre diversos factores, una explicación fundada en las masculinidades guerreras y sus concepciones patriarcales sobre los roles de las mujeres en la sociedad.

La Comisión de la Verdad corroboró también que el Estado ha sido responsable de agresiones a las mujeres en el contexto de la guerra, tanto por las acciones de algunos de sus agentes en zonas de conflicto, como al permitir y reforzar la desprotección que mantienen a las mujeres en unas condiciones históricas de desigualdad y las pone en esta situación de vulnerabilidad permanente frente a los armados.

La fuerza y la resistencia de las mujeres colombianas durante la guerra

«Al empezar a reunirnos dijeron que hiciéramos la asociación de víctimas. Era mucha la gente. Yo decía: “Juepucha... y yo encerrada por qué”. Uno piensa en el momento: “Estoy sola, solo yo soy la de ese dolor”. Luego, nos reuníamos todos los lunes y eso nos hacía falta. En el costurero empezamos a vernos como una familia. Después le dimos el significado a la aguja: era como un médico.

Que usted está triste, coja la aguja, coja la lengüeta, y ya empieza a pensar en otra cosa; deja de estar pensando en las cosas malucas y ya no se siente sola»

Testimonio Mujer víctima.

La violencia no logró aniquilar la capacidad de respuesta de las mujeres. Fueron ellas quienes lanzaron al país el reto moral de reconocer la pérdida de sus hijos en masacres y desapariciones. La movilización de estas mujeres, sus redes de apoyo y las organizaciones de víctimas se fueron convirtiendo en un referente ético, en parte de una conciencia colectiva que se ha levantado para luchar por la dignidad de la vida y exigir el fin de la guerra, para que se conozca la verdad y para que haya justicia y reparación.

En sus luchas, muchas mujeres han defendido otra comprensión de lo político al articular lo privado e íntimo –sus cuerpos y familias– con lo público. Ellas llevaron el trauma físico, personal, familiar, comunitario y territorial al espacio de la lucha política para mostrar los estragos de la guerra con su propia voz y en su propio cuerpo. En los testimonios, informes y recomendaciones entregados a la Comisión de la Verdad es evidente la manera en que se han levantado para denunciar lo intolerable y proponer otro horizonte como sociedad, que ponga en el centro la vida y la dignidad de las personas y las comunidades.

La Comisión puso de relieve la importancia de la resistencia de las mujeres y su rechazo a la guerra. Fueron ellas las que entendieron primero que la guerra está en el núcleo del patriarcado, y que por la vía de la guerra no hay salida hacia la recuperación de la dignidad de la vida, el tejido humano y la armonía con la naturaleza, de un mundo que acoja la dignidad y la igualdad entre hombres y mujeres, así como entre los pueblos. Por ello, con la convicción de lo escuchado en la Comisión de la Verdad puedo afirmar que las mujeres son el sujeto político central de los cambios que necesita el país; que sus voces, sus propuestas y sus luchas son indispensables para las transformaciones hacia una paz grande.

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