El suicidio de una residente médica en Colombia pone de manifiesto la crisis de salud mental que enfrentan los profesionales de la salud, especialmente durante su formación. Jornadas laborales excesivas, acoso laboral, un sistema de salud mercantilizado y la falta de apoyo institucional son factores que contribuyen a este problema.
Por: César Geney Celis y Lizeth Johana Vergara *
“Residencia SI pero no ASÍ”, esta más otras tantas expresiones han permeado a la sociedad Colombiana en los últimos días, todo esto alrededor del suicidio de una médica residente de la Pontificia Universidad Javeriana. Se hace necesario analizar la situación de la salud mental - depresión, síndrome de burnout y suicidio- en profesionales de medicina general que se encuentran estudiando para ser especialistas (residentes) y su relación con el sistema de Residencias Médicas y un sistema de salud mercantilizado.
En una encuesta realizada en los años noventa en los Estados Unidos a 3.183 profesionales en medicina, se les preguntó si volverían a elegir la profesión. El 44% de las personas encuestadas señaló que no lo haría (Schroeder, 1992). En este mismo país, la tasa de suicidios en médicos es de las más altas, 40 suicidios por cada 100 mil habitantes (Vogel, 2018). La Fundación Estadounidense para la Prevención del Suicidio enuncia que la profesión médica tiene mayor riesgo de suicidio que la población general (Izadora, et al. 2019). Una recolección y análisis de múltiples estudios realizado por Schernhammer y Colditz para el American Journal of Psychiatry encontró que los médicos hombres tenían 141% más riesgo de suicidio que la población general, mientras que para el caso de las médicas, el riesgo era de 227% (Schernhammer et al., 2004), evidenciando las desigualdades de género.
El agotamiento profesional conocido como síndrome de burnout, se manifiesta a través del cansancio o agotamiento emocional (pérdida progresiva de energía, desgaste, fatiga), la despersonalización (sensación persistente o repetitiva de separación del cuerpo de los procesos mentales) y la sensación de falta de realización personal (el trabajo pierde el valor que tenía para el sujeto). Estas experiencias pueden derivar en trastornos de la salud, como el consumo de sustancias psicoactivas, poca motivación para realizar el trabajo asignado, ideación e intento de suicidio, según varios estudios (Jacob, et al. 2023).
En el caso de trabajadores de la salud, el burnout no solo afecta el bienestar del profesional sino que también puede comprometer la calidad de la atención al paciente. Varios estudios han demostrado una relación entre el burnout y la iatrogenia (daños por el ejercicio médico a la salud de los pacientes).
En Colombia, investigaciones como las realizadas por Paredes y Sanabria (2008) revelan altas tasas del síndrome de Burnout en residentes de especialidades médico-quirúrgicas de la Universidad Militar Nueva Granada. De 138 trabajadores de la salud encontraron que 72, es decir más del 50%, presentaron un nivel de burnout. A nivel nacional otros estudios corroboran esta tendencia en diferentes especialidades, evidenciando la presencia de depresión e ideación suicida, en un porcentaje significativo de residentes (Ramírez, et al. 2010; Ramírez, et al. 2021; Molina, 2022).
Un estudio de Estados Unidos evaluó el matoneo percibido por 24.104 residentes de medicina interna. Los resultados mostraron que 2.876 contestó haber experimentado acoso por parte de sus superiores desde el inicio de su residencia (Ayyala et al., 2019). Lo anterior pone en evidencia la violencia psicológica, el acoso laboral, el acoso sexual y prácticas de sexismo, como parte de las problemáticas invisibilizadas y que pueden ayudar a comprender la situación de salud mental.
Por su parte, la Asociación Nacional de Internos y Residentes (ANIR) realizó una encuesta a 129 trabajadores de la salud en la que encontró que el 79,8% reportó haber sufrido violencia psicológica, el 14,7% violencia física (incluyendo un 11,6% por parte de docentes) y el 42,6% acoso sexual por parte de sus docentes. Ante la realidad de estas investigaciones los profesores de la Universidad Nacional Mauricio Torres Tóvar y Carolina Corcho Mejía recomendaron iniciar una nueva ola del movimiento #MeToo en personal médico (Torres Tovar & Corcho Mejía, 2019) para visibilizar y combatir todas las situaciones de matoneo, acoso sexual y laboral.
El fallecimiento de la colega de la Universidad Javeriana vuelve a encender todas las alarmas con respecto a la salud mental de trabajadores de la salud. Esta situación es el resultado del currículum oculto de las residencias médicas. Sin embargo, las residencias médico quirúrgicas no son un grupo aislado de quienes trabajan en el sector salud; la existencia de la precarización de los salarios y la sobrecarga laboral se relacionan con el deseo de alcanzar el sueño de la especialización médico quirúrgica que permita a su vez mejorar sus condiciones. Sin embargo, el temor a represalias y la alta demanda de cupos genera un ambiente de silencio y conformismo. Cuando, en Colombia, solo el 9% de los médicos generales logra ingresar a una especialidad, de acuerdo con lo planteado por la Asociación de Facultades de Medicina de Colombia, el silencio se vuelve norma.
Por otro lado, se encuentra el silencio institucional y la reproducción de prácticas de violencia. Resulta inquietante escuchar las declaraciones del decano de la facultad de medicina de la Universidad Javeriana, respecto a los residentes en medicina, en las que afirmó que acatar la ley 1917 de 2018, que limita la jornada laboral de los residentes a 12 horas diarias y 66 horas semanales, máximo, implicaría extender los años de formación de las especialidades. Según el decano, ya están configurados los tiempos de los programas actuales y no se cumpliría con los objetivos pedagógicos. Estas afirmaciones no sólo hacen caso omiso de la ley, sino que contradicen los datos reportados por el Colegio Médico Colombiano que encontró que el 20% de los médicos laboran más de 66 horas a la semana (2019), lo cual constituye una clara violación y explotación laboral.
Además, el decano afirmó que los suicidios son inevitables y difíciles de prevenir. Sin embargo, esta afirmación es contraria a la evidencia científica que demuestra que los suicidios son muertes violentas prevenibles. Existen diferentes capítulos de libros, artículos científicos y recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud que respaldan esta afirmación. Estas declaraciones desconocen toda la problemática de salud mental y física que enfrentan los médicos en formación.
Han resonado también diferentes testimonios médicos reconocidos en redes sociales, quienes han relatado haber vivido situaciones similares. A estos profesionales se les exigía “aguantar”, “hacer de tripas corazón”, “morderse la lengua”. “No nos excedemos, nos exigimos” pregonaba hace algunos años un grupo de Facebook de médicos colombianos analizado en la tesis doctoral de la médica salubrista Adriana Ardila (Ardila Sierra, 2016). Históricamente a los médicos se les ha exigido ser fuertes, aguantar, tener la piel dura, casi como olvidando que como todas las personas somos seres de carne y hueso, a las que nos da hambre, frío, sueño, calor, estrés y agotamiento.
Hasta el momento, hemos logrado dilucidar cómo dado el escaso porcentaje de oferta brindado por el sistema de residencias médicas, las y los profesionales soportan y silencian su malestar. Ahora bien, no se logra entender cómo en un país con tantas necesidades en salud, la oferta para la formación de especialistas y subespecialistas sea tan escasa. Por tanto, una reforma en el sistema de formación de personal de salud debería basarse en una revisión exhaustiva del modelo actual y de las necesidades de los distintos territorios.
La memoria de la humanidad también es de corto plazo. Hace muy poco nos quitábamos el sombrero, aplaudíamos desde nuestras casas para agradecer el enorme trabajo que realizó el personal de salud para la contención y control de la pandemia por Covid-19. Dentro de estos, varios cientos fueron médicos residentes, quienes con toda la valentía posible, le pusieron el pecho a la epidemia más importante de los últimos tiempos. Sin embargo rápidamente se impusieron en internet narrativas que descalificaban su esfuerzo, como la “generación de cristal”, “los médicos de ahora no aguantan nada”, “esto es normal en el proceso formativo” y que a su vez “ayudaba a erigir el carácter”. Una normalización patológica de lo que termina siendo el abuso y el maltrato.
La letra con sangre no entra. Como bien relata Irene Vallejo en su libro El Infinito en un Junco, es inaceptable que perduren prácticas educativas basadas en el castigo físico, como las que se aplicaban en el antiguo Egipto que decían que la cabeza de los estudiantes estaba en la espalda, y que sólo después de un par de latigazos en el dorso era que el estudiante estaba dispuesto a recibir todo el conocimiento como una esponja. En una era marcada por los derechos humanos, los avances tecnológicos y científicos como la inteligencia artificial, sorprende que sigamos recurriendo a estas prácticas tan vetustas y dañinas.
Si bien no se pretende idealizar la profesión médica, es fundamental exigir condiciones laborales dignas. Largas jornadas sin descanso, fines de semana trabajados completos, festividades sin la compañía de la familia, entre otras cosas sacrifican las personas que trabajan en salud para cumplir con su profesión. En un sistema de salud mercantilizado proliferan múltiples formas de maltrato y se generan ambientes laborales tóxicos y paradójicamente insalubres. El ser humano no es ningún tambor para aguantar tantos golpes, decía el escritor ruso Fiodor Dostoievsky.
No puede ser que, en un país con escasez de profesionales en la salud, no se tengan estrategias de prevención de la enfermedad y promoción de la salud física y mental. Cada muerte termina siendo muy dolorosa y se convierte en una gran pérdida para una nación con limitación de especialistas y de profesionales en la salud. No puede ser que en un país en donde además de pagar onerosos valores de matrículas y soportar las cargas tanto académicas como de horarios, se le tenga que sumar al proceso formativo todo el estrés de las agresiones generadas por los docentes.
Que este sea el momento definitivo para transformar los escenarios de aprendizaje en la formación médica y de las demás profesiones de la salud. Que sirva entonces como la gota que colmó el vaso y que se derrame el movimiento #MeToo en el campo de la salud. Que este sea el momento de cambiar estos paradigmas que nos están quitando vidas. Que nos empecemos a preocupar por cuidar a quienes nos cuidan.
* Especial para RAYA elaborado por: César Geney Celis, médico, MSc(c) Salud Pública, integrante del Colectivo Salud y Buen Vivir y Lizeth Johana Vergara, Especialista Medicina Interna, integrante del Colectivo Salud y Buen Vivir.
Ardila Sierra, A. (2016). Neoliberalismo y trabajo médico en el Sistema General de Seguridad Social en Salud. Universidad Nacional de Colombia.
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