Análisis

SÍNTESIS

Tras la aceptación de Oscar Iván Zuluaga, de haber recibido dineros indebidos por parte de Odebrecht para su campaña de 2014, la crisis del Centro Democrático no pretende agotarse. En medio de la emergencia de una nueva derecha, que se reconfigura en la ausencia de Uribe, la incertidumbre se cierne sobre el fantasma de la corrupción que arrincona a ese partido en un escenario electoral clave para su existencia: las elecciones de octubre. Análisis.

Por: Alejandro Chala
Analista de la Revista RAYA

Este lunes 10 de julio será el primer cara a cara entre la Fiscalía de Francisco Barbosa y uno de sus copartidarios que estuvo a un paso de ser el Presidente de la República en 2014: Óscar Iván Zuluaga, uno de los uribistas más cercanos al expresidente Álvaro Uribe, quien ha confesado que sí sabía del millón y medio de dólares que aportó por debajo de la mesa la multinacional Odebrecht para su campaña electoral, por lo que será imputado por los delitos de falsedad en documento privado, fraude procesal y enriquecimiento ilícito. Su hijo, David Zuluaga, también cayó en la saga de corrupción, pues fue su gerente de campaña y será imputado por el delito de fraude procesal. El fiscal Barbosa pretende demostrar que no es complaciente con los miembros de su partido, mientras el Centro Democrático, principalmente Uribe, ha intentado desmarcarse del hecho mostrándose como “engañado” por el excandidato Zuluaga.

Aunque el uribismo, en cabeza de su partido Centro Democrático, sigue siendo una fuerza política importante en la derecha colombiana, los escándalos de corrupción, los escenarios jurídicos que enfrentan varios de sus integrantes, incluído el expresidente Uribe, y las tensiones internas, ha perdido terreno en la pugna por una idea de seguridad, orden y tradición frente a los cambios sociales, culturales y políticos que han demandado otros sectores de la sociedad. Sin aún poder reponerse de la derrota de las presidenciales en 2022, cuando ganó la izquierda, durante el primer semestre de 2023, ad portas de las elecciones regionales, se ha enfrentado a una serie de escándalos cuyo punto cumbre son los audios ocultos, que tiene la Fiscalía, revelados por Semana y en los que Zuluaga confesó que sí sabía de los dineros corruptos que entregó la constructora brasileña a su campaña.

En este escenario, el escándalo de Odebrecht volvió a tomar la fuerza que los poderes judiciales y políticos habían intentado ocultar. No obstante, esta papa caliente no podía dejarla pasar el fiscal Barbosa, pues existe abundante evidencia de que Zuluaga sabía detalladamente sobre los aportes corruptos de Odebrecht. Daniel García Arizabaleta, otro uribista consumado, exgerente de Invías, con varias sanciones de la justicia y quien grabó a Zuluaga, fue el contacto clave del uribismo para recoger ese dinero y ganar durante la segunda vuelta presidencial de 2014. No obstante, el plan fracasó.

Tras estas revelaciones, la mayoría de las cabezas visibles del partido, principalmente su líder natural, Álvaro Uribe Vélez, decidieron desprenderse de Zuluaga aduciendo que "había traicionado la confianza" del expresidente y que se había aprovechado del propio partido. Por eso, solicitaron investigaciones y redujeron el escándalo en una frase famosa: “se trata de una tragedia familiar”. Del mismo modo, los medios cercanos a posturas de derecha, como la revista Semana, también hicieron eco de aquellas declaraciones, abriendo el escenario para que el escándalo también salpica la campaña de reelección de Juan Manuel Santos, que también está siendo investigada por haber recibido dineros de Odebrecht.

Al mismo tiempo, otra denuncia de corrupción estalló dentro de las bases del Centro Democrático. El 28 de junio la Corte Suprema de Justicia abrió un proceso contra el senador Ciro Ramírez, debido al supuesto direccionamiento de contratos para la construcción de varias obras en los departamentos de Tolima y Quindío, dentro del entramado de corrupción que llevó a la condena del ex senador liberal Mario Castaño. Ante esta denuncia, la mayoría del uribismo ha guardado silencio, lo mismo que el propio expresidente Uribe, que se ha concentrado en apagar el incendio incontrolable que ha desatado Zuluaga. Con este panorama, ¿Cuál es el futuro del uribismo en medio de la menguada presencia política de Uribe, los escándalos de corrupción y las tensiones internas, mientras se enfrentan a la emergencia de una nueva derecha posturibista y a un escenario electoral clave para su existencia como partido? Este análisis pretende, al menos, generar un esbozo al respecto.

La nueva generación posturibista está manchada de corrupción

Uno de los grandes cuestionamientos que dejó el proceso electoral de 2022 era si el uribismo, cómo proyecto político, se estaba agotando. El desgaste generado por el gobierno Duque ya hablaba de la desarticulación de las ideas del proyecto uribista con una realidad política posterior al relato de la seguridad democrática y de la confianza inversionista que los legitimó durante los primeros 20 años del nuevo milenio. En la actualidad, dichas premisas han pasado al plano de lo secundario respecto a las grandes urgencias sociales y económicas que tiene el país, varias de ellas generadas por el propio gobierno Duque en los cuatro años anteriores y otras agravadas durante la gestión del mismo.

Igualmente, acorralado por las recientes acusaciones de corrupción y los procesos judiciales subsiguientes, la derecha alternativa que el Centro Democrático logró estructurar y lanzar como opción de poder apenas hace ocho años, se ha venido desinflando hasta el punto que su dispersión habla muy bien de su estado actual: rota, en medio de disputas y pugnas internas personales entre todos los intereses de quienes quieren retomar las banderas que impulsaron al uribismo y le dieron la suficiente fuerza para derrotar a Santos dos veces, en 2016, con el plebiscito, y en 2018 con el ascenso de Duque, y acorralada jurídicamente en varios frentes, siendo el más prominente el proceso que afronta el expresidente Uribe por la presunta manipulación de testigos en su caso de paramilitarismo.

En paralelo al reencauche del proyecto uribista desde 2013, una nueva derecha ha venido surgiendo desde las postrimerías de 2016, cuando se cerraron las negociaciones de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC. En realidad, la nueva derecha colombiana hace parte de una oleada mayor de renovación política en la derecha, que viene inaugurada con la salida de los gobiernos nacional-populares y del socialismo del siglo XXI en el continente, y su reemplazo por programas políticos muchísimo más agresivos, que se conformaron alrededor de la necesidad de desmontar los programas sociales impulsados por esta marea rosa. Todo esto, impulsado con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y la articulación ideológica alrededor de lo que se considera como la lucha contra "el marxismo cultural" y la oleada de un conservatismo social que gira más sobre las disputas socioculturales e identitarias que por el tradicionalismo político y el proteccionismo económico de finales del siglo XX. Es decir, la nueva derecha en Colombia se ha articulado frente a una serie de disputas ideológicas mucho más difusas que el programa político del uribismo.

Este surgimiento se ha venido consolidando hasta el día de hoy, tanto a partir de la experiencia del gobierno Duque (que logró diferenciar esta nueva derecha del uribismo a partir del paro nacional de 2021) como en la llegada del Pacto Histórico como el primer gobierno de centroizquierda en el país. Frente a este panorama, han emergido dos fenómenos claramente diferenciados:

  1. Se ha capitalizado una oposición que se ha movido hacia posiciones de derecha en cabeza de Cambio Radical y su líder natural, Germán Vargas Lleras, que aprovechando la ausencia de Uribe (quien siempre ha sido su rival político) ha capitalizado a toda la oposición de derecha frente a la posibilidad de consolidar un grupo de poder que genere un bloqueo político al gobierno de centroizquierda y frene cualquier intento de movilizar las reformas en el escenario del Congreso. En este caso, el Centro Democrático como partido ha pasado de liderar ese proceso de reconstitución ordinario de la nueva derecha en Colombia, a convertirse en el soporte de la estrategia política de Cambio Radical, quien ve incómodamente a ese partido como un aliado. Al mismo tiempo, Cambio Radical ha empezado a replantear todo el andamiaje ideológico de derecha desde una perspectiva de superación del uribismo, en el que se reconoce el legado de los dos gobiernos de Uribe, pero buscando que el discurso no se encuentre ligado a su figura, sino a pilares políticos mucho más amplios.
  2. Han empezado a surgir procesos embrionarios (especialmente en las grandes ciudades) de nuevos liderazgos emergentes que pueden convertirse en el recambio de los viejos líderes del partido, pero que ahora mismo no tienen la suficiente fuerza y capacidad de movilización para enarbolar las banderas del uribismo. Con las bases aún en un momento incipiente, los liderazgos actuales del partido, en cabeza de Miguel Uribe, Paloma Valencia y María Fernanda Cabal, han tratado de profundizar en sus propias lecturas del uribismo, lo que ha llevado a que existan tendencias que se disputen por las estructuras del partido.

El largo ocaso del patriarca

En paralelo a la nueva derecha que viene surgiendo en Colombia como proyecto político, también se ha venido consolidando la debacle de Uribe cómo figura pública y política determinante en el país. A pesar de que sigue subsistiendo bajo la herencia de su legado en algunas regiones del país, no ha logrado reponerse del golpe que le propinó la Corte Suprema de Justicia en 2020 tras imputarle una presunta manipulación de testigos en un caso en el que se lo acusa de haber conformado un grupo paramilitar en el siglo pasado. De manera menguada trata de adelantar una nueva estrategia política que garantice la presencia de su proceso político en la figura del Centro Democrático, siendo memorable su ausencia en la mayoría del proceso de selección de candidatos a cargos legislativos y a la presidencia en 2022, así mismo como su constante ausencia en los escenarios políticos nacionales para aparecer en las regiones y, desde allí, enviar mensajes y dictar lineamientos a su partido.

Del mismo modo, la coherencia que existía dentro del discurso del Centro Democrático se ha venido desmoronando desde el paro nacional del 21 de noviembre de 2019, cuando comenzaron a surgir los primeros disensos entre los sectores más conservadores y reaccionarios del partido respecto a las formas como el Gobierno de Duque estaba confrontando el estallido social. Esa división se comenzó a profundizar luego de que la Corte Suprema ordenara la detención de Uribe en septiembre de 2020, situación que se vio acompañada por otro estallido el 9 de septiembre, cuando ocurrió el asesinato del abogado Javier Ordóñez por efectivos policiales (en la que se canalizaron muchas de las frustraciones económicas de la gente a causa de las medidas de la emergencia social para paliar la pandemia) y que alcanzó su punto máximo con el paro nacional del 28 de Abril de 2021, cuando aquella división volvió a hacerse manifiesta en el momento en el que Duque retiró la reforma tributaria y sucedió la crisis de gobernabilidad que, por poco, lo saca de la presidencia.

A diferencia de las expectativas de analistas y generadores de opinión en el país, el triunfo de Gustavo Petro y del Pacto Histórico no ubicó a Uribe como el principal contradictor del gobierno. De hecho, a lo largo de este gobierno han existido tres reuniones en las que Petro ha interlocutado con Uribe y ha consolidado una oposición moderada por parte del expresidente (distinto a la tendencia radical y confrontativa de María Fernanda Cabal y a la oposición de derechas impulsada por Cambio Radical), que lo ha contenido en medio de las disputas del gobierno con los partidos tradicionales y la posterior ruptura de la coalición; al mismo tiempo, lo han puesto en segundo plano respecto a otros líderes opositores o independientes que aprovechan su ausencia para reencaucharse, tal cuál como está sucediendo con Germán Vargas Lleras y César Gaviria.

Bajo estas circunstancias es que Uribe ha impulsado la idea de una “consulta popular” que someta a la opinión ciudadana las bases fundamentales de las reformas sociales propuestas por el gobierno de centroizquierda, con el fin de canalizar un potencial programa político de la oposición. No obstante, Uribe no ha logrado rodear apoyos políticos importantes alrededor de su propuesta. Tan es así que, frente a la estrategia del gobierno de presentar de nuevo la reforma laboral el 20 de julio próximo, el expresidente ha decidido proponer un plan quinquenal de mejoramiento a la situación de los trabajadores y una prima adicional ajustada a las variaciones del crecimiento económico anual.

Sin una estrategia política clara que enlace las diferentes las propuestas e iniciativas de Uribe y su partido (que en su mayoría han fallado como contrarreformas y las ponencias negativas a las reformas de Petro), que ponga al gobierno a interlocutarlas y discutirlas, parece que este último intento del expresidente por encarnar en su figura la totalidad de la oposición está fallando, y con ello, también su intento por volver a la relevancia en la política colombiana. El proceso judicial en la Fiscalía, heredado de la Corte Suprema (que no ha logrado la preclusión en dos oportunidades) le sigue limitando y lo arrincona en la esquina de la observación no-participante, desde donde, atado de manos, no deja de ver este largo ocaso en el que se encuentra su figura. Eso queda en evidencia cada vez que es rechiflado en las plazas públicas de varias regiones del país, señalado de ser impulsor del paramilitarismo.

Los “buenos muchachos” que no heredarán la tierra

Actualmente existen dos grandes problemas en el proyecto uribista y en su partido Centro Democrático, uno devenido del otro:

  1. Los escándalos en los que el Partido ha estado involucrado, que en su mayoría se relacionan con la corrupción y con ejercicios autoritarios de poder. Estos escándalos han salpicado a las figuras más cercanas del proyecto uribista, que en últimas eran los llamados a tomar las banderas del programa político de Uribe y del Centro Democrático. El ejemplo más visible es el caso de Andrés Felipe Arias y el caso de Agro Ingreso Seguro en 2009, que atajó la posibilidad de Uribe de continuar su proyecto político en la figura que había formado específicamente para ello y le obligó a elegir a una figura que no venía de su partido y que poseía un proyecto político propio. Hablamos de Juan Manuel Santos, quien, según Uribe lo traicionó y se convirtió en su enemigo más enconado. Del mismo modo, el golpe que genera la reapertura del caso Odebrecht y la confesión de Oscar Iván Zuluaga afecta todo el simbolismo que llevó a Uribe, como punto de honor, a construir su partido Centro Democrático y lanzar una candidatura frente a la figura que lo había traicionado y a la que había impulsado en 2010.

Sin embargo, estos escándalos también han contaminado la relación entre las grandes figuras del partido y sus bases militantes, haciendo que la legitimidad y la credibilidad del Centro Democrático se haya venido al piso con el paso de los años. Junto con la incapacidad de generar líderes y estructuras regionales y con la fuerte dependencia del partido en la figura de Uribe, han llevado a que el Centro Democrático haya retrocedido desde 2019 en los lugares donde antes poseían una amplia ventaja y disputaba frente a las estructuras políticas tradicionales. Además de ello, también existe una crisis en la generación de liderazgos políticos regionales coherentes con el proyecto político de ese partido. La corrupción de miembros del partido tanto a nivel nacional cómo regional ha horadado las bases militantes y ha impedido construir un partido que vaya más allá de la figura central de Uribe.

  1. La incapacidad del uribismo por generar liderazgos que, en últimas, encarnen los principios de su partido y sucedan naturalmente a su líder original. Uribe, agotado por la imposibilidad de poder entregar su proyecto político a una figura que canalice sus ideas, se ha hecho consciente de que su estrategia para establecer un sucesor ha fracasado. Tanto en el viraje de Juan Manuel Santos hacia el centro y el inicio de los diálogos de paz con las FARC en 2012, como en las estrategias sucias representadas en el caso del hacker Andrés Sepúlveda y las financiación ilegal de Oscar Iván Zuluaga en 2014; sumando a ello, la inexperiencia de su discípulo Iván Duque y su incapacidad para negociar con los sectores más poderosos de su propio movimiento, hoy le permiten ver las consecuencias.

Por eso, sus cálculos sobre las posibilidades de reformar y modificar los aspectos más progresistas de la Constitución de 1991 (lo cual lo llevó a proponer una asamblea nacional constituyente en la campaña electoral de 2018, sin lograr captar la atención del público nacional) y frenar las reformas que surgieron tras la firma del Acuerdo de Paz para promover su visión definitiva de lo que debería ser el Estado de opinión y "el triángulo de la confianza" (como máxima expresión de su filosofía política, aquella con la que gobernó el país desde 2002) se disiparon mientras Duque se aferraba a la idea de mantener el statu quo y socavar los Acuerdos de Paz de manera institucional, sin modificar la constitución de ninguna manera.

Las elecciones regionales de octubre, la prueba de fuego

La crisis que ha desatado el escándalo de Óscar Iván Zuluaga y los dineros que recibió de Odebrecht, terminan por sentenciar la crisis que vive el Centro Democrático desde el año 2020. En este caso, hay que señalar que, como diagnóstico hacia las elecciones regionales, los resultados de las legislativas y presidenciales de 2022, así mismo como la consulta de la derecha, sí denotan cierta fragilidad y retroceso del Centro Democrático respecto a los partidos tradicionales en las zonas rurales y respecto a candidaturas independientes o de centroderecha moderada en las grandes ciudades. Puede ser que en el caso de Medellín, muy probablemente Federico Gutiérrez logre canalizar los reclamos de la oposición de derecha frente a la gestión de Daniel Quintero y del gobierno nacional, pero más allá no se observa que el Centro Democrático tenga fortaleza en otras regiones por fuera de Antioquia, el norte del Valle del Cauca, el Eje Cafetero y algunas regiones al interior del departamento de Cundinamarca.

Es más, este retroceso electoral también se viene acentuado por el surgimiento de nuevas candidaturas alternativas e independientes que han recibido el coaval del Centro Democrático, pero que al final no han permitido la supervivencia misma del partido. Es decir, el partido ha sobrevivido en parte porque ha logrado anquilosarse en candidaturas independientes tendientes hacia la derecha, pero que no son parte de su proyecto político.

De otro lado, también existen tensiones dentro del partido que mantienen y profundizan la crisis, a pesar de que el Centro Democrático construya y difunda mensajes de carácter unitario. En este caso hay que entender que las militancias se han organizado dentro de tendencias representadas por los liderazgos en el Congreso (Miguel Uribe, Paloma Valencia, María Fernanda Cabal, entre otros) y que los escándalos han generado desconfianzas dentro de estos liderazgos y los grupos de interés a quienes representan además de las bases políticas. También es cierto que el Centro Democrático se ha constituido alrededor de la defensa de unos pilares fundamentales y con unos puntos de vista ideológicos parecidos, ubicados en la derecha del espectro político, pero demasiado retardatarios frente a los retos que implica esta nueva derecha que está emergiendo. Es decir, que las diferentes iniciativas que esta nueva derecha ha propuesto respecto a dinámicas sociales y culturales están generando tensiones dentro del partido que pueden tener eco dentro del panorama electoral, específicamente en el voto en las ciudades. En el voto en el campo las militancias no son tan fuertes y van muy ligadas hacia la figura unificadora de Uribe, pero en el escenario urbano sí es muy probable que existan estas tensiones, que se ahondan con la desconfianza generada en las bases y en las militancias por los casos de corrupción que siguen estallando y que generan suspicacias y choques dentro de las estructuras del partido.

Esto implica reconocer que el Centro Democrático se sostiene bajo una frágil unidad y cierta desorientación que en el tiempo puede convertirse en rupturas profundas entre las diferentes tendencias internas existentes. Lo que sigue uniendo al partido es la figura de Uribe, aún a pesar de que a nivel político nacional sigue languideciendo en el ocaso de su proceso judicial, que lo sigue aislando de las grandes discusiones y escenarios de decisión política.

Al final, en la larga y horrible noche que vive el uribismo hoy, al Centro Democrático le podrían quedar dos estrategias que se ven a la orden del día:

  1. Convertir las elecciones en un escenario de refrendación del gobierno, es decir, hacer de las elecciones un plebiscito contra el gobierno.
  2. Impulsar una política de calle a través de las consultas populares en las regiones, iniciativa que es promovida por el Centro Democrático y Álvaro Uribe contra las reformas del gobierno en curso y las cuales presentarán en la siguiente legislatura.

Es muy probable que, en este caso, la conformación de una estrategia política que radique en lo plebiscitario no sea la ideal con los escándalos que están estallando al interior del Centro Democrático, en un escenario tendiente hacia el bloqueo político y en el que el panorama electoral va a estar delimitado por la gestión de alcaldes, gobernadores y concejales dentro de sus ejercicios de poder a nivel regional, y no tanto frente a la coyuntura a nivel nacional que puede incidir, pero que no será tan determinante en este proceso electoral.

Conclusiones

El uribismo y el Centro Democrático se encuentran inmersos en una larga y horrible noche de crisis política. Esta crisis ha sido marcada por una serie de factores, incluyendo la fuerte violencia del uribismo durante los estallidos sociales, la deslegitimación del gobierno de Duque, la estigmatización de los sectores políticos subalternos, los problemas en la implementación de los Acuerdos de Paz, los escándalos de corrupción que siguen salpicando a las figuras más importantes del partido y las tensiones internas. Aunque el uribismo ha sido una fuerza política importante, su proyecto se ha desgastado frente a los cambios sociales y políticos que exige hoy la sociedad. A su vez, la emergencia de una nueva derecha más amplia ha integrado y superado al uribismo en términos de discurso político y protagonismo. Las elecciones regionales de este año van a ser un indicador crucial para el Centro Democrático, ya que deberá decidir si se aferra a la figura de Uribe o se abre a nuevos discursos y liderazgos políticos dentro de la emergencia de esta nueva derecha. El uribismo y su partido enfrentan desafíos significativos para recuperar su relevancia debido a la pérdida de legitimidad y credibilidad, así como la falta de liderazgos que encarnen su programa, por lo que han elegido estrategias plebiscitarias para reconstruirse, que siguen siendo una apuesta arriesgada. Frente a la coyuntura, el uribismo aún no puede dilucidar las primeras luces de un potencial nuevo amanecer político. Las elecciones regionales de octubre darán el veredicto final.

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