Antes perseguida por su origen africano, la marimba fue señalada como instrumento pagano y prohibida por la Iglesia. Hoy, desde el litoral Pacífico colombiano, suena en escenarios de todo el país y el mundo. En lo que va de 2025, nuevos discos como “Pacífico Maravilla”, de Nidia Góngora, “Machete”, de Bejuco, y Lindo E’, de Semblanzas del Río Guapi, revelan un auge sonoro que mezcla raíz ancestral y propuesta contemporánea como símbolo de identidad, memoria y resistencia afrocolombiana.
Por Santiago Erazo, Cultura Raya
La marimba venía del diablo, decían. Quien bailaba su música estaba invadido por oscuros apetitos. Por eso el fray Hilario Sánchez mandó a quemar treinta de ellas en el municipio de Barbacoas, Nariño, en una pira que chamuscaba la madera de palma de chontaduro y que hacía crepitar lentamente, como un sórdido intérprete con dedos de fuego, las teclas de los “pianos de la selva”.
El año era 1743 y la persecución a la marimba, con todas sus vociferaciones y todas sus discordancias, apenas empezaba.
El padre Manuel María Mera, en 1908, les preguntaba a los guapireños, en el Cauca, con tono inquisidor: "¿En tu casa hay marimba?". Cerrando el puño, Mera afirmaba que los pueblos ribereños del río Patía o el río Guapi estaban sucumbiendo a "los salvajes bailes de los negros costeños". Incluso creía que cada tecla de la marimba debía llevar el nombre de un determinado demonio o alguna criatura selvática: el riviel, la tunda, el duende o Remigio el cojo (una afirmación que de seguro partía de las historias de los marimberos sobre la existencia del duende que habita en el instrumento). Cinco años después, en septiembre de 1913, el periódico tumaqueño El Micrófago publicaba una nota en la que le agregaría a la discusión una notoria africanofobia:
“La marimba, instrumento de los pueblos salvajes, nos hace recordar así como si estuviéramos en alguno de los pueblos del África. Ese eterno son, de un solo diapasón y de un solo compás, esa monotonía que semeja los ayes de una raza proscrita”.
Era entonces un instrumento diabólico y peligroso por su influjo africano, algo que se solía repetir a pesar de que, según Guillermo Abadía Morales, ese gran estudioso del folclor colombiano, el origen del piano de la selva estaba realmente en las marimbas mexicanas y guatemaltecas que habían llegado al país con la diáspora indígena hasta el Pacífico y a las manos de mujeres y hombres esclavizados.
Pasaron los siglos y las décadas hasta que los currulaos, los jugas y los alabaos fueron calando en la sensibilidad de un país entero. Hoy hay quienes dicen que el futuro de la música en Colombia está en el litoral Pacífico. Habrá quien crea que esa es una afirmación lapidaria, pero detrás de la misma hay nuevas músicas y nuevas propuestas que han ido viendo la luz este año: artistas negros que hacen sonar sus marimbas, cununos, bombos y guasás desde Tumaco y Guapi hasta las antípodas del mundo.
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En estos cuatro meses de 2025 ha sido evidente que las músicas del Pacífico están recorriendo el país de forma inusitada. Se irrigan en emisoras radiales, fiestas en las grandes ciudades, listas de reproducción y reels de Instagram. Y todo lo anterior es, en buena parte, producto de la irrupción de ambiciosas producciones discográficas que se están consolidando más que nunca en el mapa sonoro de Colombia.
El pasado 8 de abril, Nidia Góngora, exmiembro de Canalón de Timbiquí y cantante frecuente en los proyectos del productor inglés Quantic, así como de ensambles aclamados por la crítica, como Ondatrópica, lanzó “Pacífico maravilla”, su primer álbum en solitario, un repaso por su educación sentimental en Timbiquí, Cauca, y un homenaje al sábalo, al bunde, a la marimba y a los arrullos. Las canciones suenan al terruño de Nidia, se entretejen con las voces de niños y mujeres timbiquireñas –de hecho, varios temas y paisajes sonoros fueron grabados y producidos allí–, pero también están atravesadas por los años de experiencia de Góngora trabajando con productores y artistas de dub, salsa, latin jazz y afrobeat.
Presentación de “Pacífico maravilla”, el nuevo disco de Nidia Góngora, en la Media Torta de Bogotá, el pasado 18 de mayo. Fotografía de @tropicalfilms__
El disco, además, es un homenaje a la presencia afrocolombiana en la música de nuestro país y de América Latina; una que, incluso tras ir ganando legitimidad artística y cultural, sigue siendo incómoda en un país cuyos hombres negros y mujeres negras, como dice el historiador Javier Ortiz Cassiani, idearon músicas y bailes “y formas propias de entender y explicar el mundo como un conjuro contra el olvido y la negación”. Por eso, en una de las canciones de “Pacífico maravilla”, titulada “Insistencia”, la antropóloga Shirley Campbell Barr recita:
“Insisto en tararear las notas de canciones que ya ni recuerdo.
En cantar las canciones que casi fueron borradas de la memoria.
Insisto en tener la voz más gruesa y sonora de todos en la América.
Insisto en llevar tambores a la iglesia.
En adorar dioses y diosas con nombres impronunciables.
Insisto en ser la parte más incómoda de este continente”.
La voz de Campbell se va entretejiendo con la melodía que una marimba de chonta arma con ternura, mientras de vez en cuando un coro de mujeres tararea otra melodía, una respuesta también dulce a lo que, desprovisto de música, podría sonar como uno de aquellos poemas combativos de la afroamericana Maya Angelou, pronunciados igual que quien combate el fuego con más fuego.
Pero lejos de ser un panfleto, “Pacífico maravilla” es el recordatorio de que, más allá de la exclusión aún imperante, algo vigoroso está ocurriendo con la música afrocolombiana. Y el hecho de que una parte del disco se haya grabado en Timbiquí no es una nota de color ni una simple anécdota. Es un ejemplo más de cuán robustecido está el panorama discográfico del Pacífico, uno en el que agrupaciones como Semblanzas del Río Guapi o Bejuco apuntalan sus producciones en un diálogo entre la ancestralidad y los conocimientos adquiridos dentro del centro del país.
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Luego de ganar entre una oleada de pañuelos blancos el primer premio en el Festival Petronio Álvarez en 2015, Semblanzas del Río Guapi se consolidó como un grupo de mujeres y hombres aferrados al diálogo entre la tradición y la modernidad. Ese diálogo, en todo caso, no es una mixtura radical con aires nuevos, sino una defensa de la ancestralidad salpimentada con elementos modernos.
–Semblanzas es un grupo que se caracteriza por estar muy apegado a la raíz –dice Eder “El Mago” Camacho, manager de la agrupación–. Estamos muy cerca de lo tradicional, pero con gusto que camina cerca de lo contemporáneo.
Su nuevo disco, “Lindo E’”, lanzado por Discos Pacífico –subsello de Llorona Records– y producido en Bogotá por El Mago y por Diego Gómez, también conocido como “Cerrero”, es un reflejo de una búsqueda que tiene un pie puesto en el pasado, en la tradición de aires de marimba descendientes del bambuco viejo, como el bunde, el aguabajo, el currulao y la juga, y otro en el presente, en las historias de ahora, en el paisaje guapireño convertido en canción:
–Escuchar “Lindo E’” –dice El Mago– es como llegar a Guapi y sentir un arrullo en la calle, la magia del chureo, los bajones de las cantoras. Este disco me da una sensación de casa.
Derivados todos del bambuco viejo, los aires de las músicas de marimba guardan entre sí varias diferencias.
Las nueve canciones de “Lindo E’” pueden escucharse como nueve postales o nueve acuarelas no solo de las vivencias en Guapi, del reconocimiento de los orígenes africanos, como en la canción “Negro E’”, sino de la forma en que el conflicto armado y el narcotráfico han transformado sus narraciones. En “Mi Pueblo”, otra canción del disco, el coro reza:
“Ahora se habla de coca y marihuana,
antes se hablaba de un pepiao de naidí.
Ahora se habla de guerra y de conflicto,
antes se hablaba de un plato de birimbí”.
–Las letras de las músicas afro –dice Yamile Cortés, cantante y directora de Semblanzas del Río Guapi– han cambiado drásticamente. En ellas ahora contamos las diversas situaciones que vivimos en nuestro contexto. Y aprendimos a cantar denuncias públicas con ellas y que en otro espacio no podríamos mencionar.
Semblanzas del Río Guapi en el Centro Nacional de las Artes, diciembre de 2024. Fotografía de @jpocampo20
Luego de grabar su primer disco, Semblanzas del Río Guapi fue tejiendo puentes cada vez más no solo con aquellas nuevas narrativas, sino con la propia industria musical. Para su segundo álbum, “Voy Pa Allá”, contaron con la producción de Iván Benavides, exdirector del Centro Nacional de las Artes y uno de los productores musicales que mejor ha entendido el valor de las músicas tradicionales del país. Gracias a Benavides, dice El Mago, aprendieron a componer canciones de menos minutos de duración, con un “mensaje más claro”, que pudiera interpelar públicos más amplios. Y en este tercer álbum esos aprendizajes se complementaron con la posibilidad de “capturar el alma de la ancestralidad y la espiritualidad de las músicas de marimba fuera del contexto de la calle, puesto en un fonograma”.
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Si para el caso Semblanzas del Río Guapi el horizonte trazado ha sido incorporar a su sonido las nuevas narrativas de los territorios afrocolombianos del Pacífico, para Bejuco, la agrupación tumaqueña que también lanzó en mayo un nuevo álbum, “Machete”, con Discos Pacífico, el derrotero es el de aunar las raíces a nuevos ritmos, como el afrobeat nigeriano y el influjo de músicos africanos de vieja guardia, como el baterista Tony Allen o el cantante Fela Kuti. El resultado es un género que han bautizado “afropacificbeat”, un sonido que ya estaba consolidado en su primer disco, “Batea”, y que en “Machete” serpentea maduro entre ocho canciones que conforman un “manifiesto rítmico”, en palabras de sus propios integrantes.
El nuevo álbum abre con uno de los singles que dieron a conocer este trabajo a inicios de abril: “Me mueve el tambó”, una oda elemental al tambor, al cununo macho o al cununo hembra. Hay otros homenajes a objetos de la tradición: al machete, “un buen amigo” que no desampara al campesino del Pacífico, o al arroz, ese alimento universal que es “como el bajo en la orquesta”, como dice un verso del poeta caucano Horacio Benavides.
Portada de “Machete”, del grupo Bejuco.
“Machete” llega junto a otros proyectos ambiciosos de Bejuco que amplían la conversación con el Pacífico, como “Ritmo entre dos mares”, una colaboración discográfica de este año entre Bejuco y La Escuelita del Ritmo, una fundación musical afropanameña, ubicada en Portobelo. Este es un momento prolífico para Bejuco, en el incluso han ampliado esa conversación con África que siempre ha estado presente. En 2025, junto a otros miembros de Semblanzas del Río Guapi, tocaron con Balimaya Project, supergrupo conformado por músicos de Mali que trenzan los ritmos de la música mandé con el jazz.
–A la gente de Balimaya y a nosotros nos unen unas raíces, que son nuestra ancestralidad –dice Julio Sánchez, bajista y compositor de Bejuco–. En este encuentro nos hemos dado cuenta de que nuestra diáspora es muy grande y rica, y que hay muchos puntos de encuentro. A pesar de hablar idiomas distintos, el lenguaje universal de la música nos logra unir en notas, en versos, en elementos percutivos que hemos heredado de la Madre África.
Estos hitos recientes de Bejuco, de Semblanzas del Río Guapi o de Nidia Góngora no son, en todo caso, una explosión cultural surgida por generación espontánea. Los miembros de estos grupos son cantantes, percusionistas y marimberos que han tomado el testigo de las grandes voces del Pacífico: Zuly Murillo, Leonor González, Petronio Alvarez o Peregoyo y su Combo Vacaná. Y son también los descendientes de los grandes marimberos: Silvino Mina, José Antonio "Gualajo" Torres, Baudilio Cuama, Críspulo Ramos o Justino García. Con las notas de la marimba, cuyo timbre desde siempre ha recordado el repiquetear de la lluvia y la vida acuífera de las mujeres y hombres negros de la parte occidental del país, han apagado en parte los espíritus incendiarios de quienes alguna vez vieron en la marimba un instrumento pecaminoso y en su baile un acto impuro. Y nos han recordado que la música colombiana le debe mucho a las músicas de marimba, bombo, cununo y guasá.
–El mundo debería dejar de solo hablar de Colombia por la cumbia –dice Eddy Gómez, directora de Discos Pacífico– y empezar a hablar de toda la música del litoral Pacífico. La historia de las músicas colombianas fue durante décadas marcada por el Caribe. Ahora es el momento del Pacífico.
Balimaya Project junto a miembros de Bejuco y Semblanzas del Río Guapi en el Centro Nacional de las Artes. Abril de 2025. Crédito: Discos Pacífico.