La iniciativa se inspira en el trabajo de base de comunidades vulnerables que por años han usado el arte como herramienta de paz, para llevar esta visión a escala nacional y consolidar la educación artística como política de Estado.
Por: Juan Sebastián Lozano
En los barrios más vulnerables de Buenaventura, los jóvenes de la Fundación Mareia no usan guitarras para componer canciones de amor, sino para construir un escudo sonoro contra la violencia. En el Putumayo, el Proyecto "Liderando con Amor" enseña teatro y danza para ofrecer alternativas al reclutamiento forzado. Estas y otras iniciativas en las zonas más apartadas de Colombia han demostrado por años el poder del arte como una herramienta de paz y transformación social, un modelo que ahora se eleva a escala de política de Estado.
El Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes lanzó Artes para la Paz, un programa con el objetivo de llegar a un millón de estudiantes en cinco mil instituciones educativas. Calificado como el esfuerzo más amplio de educación artística en la historia de Colombia, busca integrar disciplinas como música, danza y teatro en el sistema educativo.
La articulación con la educación y las advertencias de los expertos
El Ministerio reporta que el programa opera en los 32 departamentos y 732 municipios, cubriendo el 66% del territorio nacional, incluyendo zonas PDET (Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial) y ZOMAC (Zonas Más Afectadas por el Conflicto Armado). El presupuesto de 184 mil millones de pesos para 2025 se distribuye en un 67% para formación y un 20% para talento humano. Desde 2023, se han entregado 611 dotaciones de kits musicales y se planea dotar a 60 escuelas y 53 colegios más con instrumentos y elementos para danza y audiovisuales. El programa ha contratado a 4.000 artistas y sabedores en 2025, con una meta de 8.000 para 2026.
El Gobierno Nacional insiste en la articulación estructural de las artes con el sistema educativo. El programa se alinea con la Ley 115 de 1994, que ya reconoce las artes como una materia fundamental, y va un paso más allá al crear 1.700 nuevos cargos docentes en colegios públicos. Adicionalmente, apoya a más de 500 organizaciones de base que desarrollan procesos artísticos autónomos y ha firmado convenios con seis universidades públicas para facilitar la formación profesional de los estudiantes.
A pesar de esta ambición, expertos como Lucas Ospina, artista, crítico y profesor de arte, advierten sobre la complejidad del planteamiento de fondo. “El planteamiento de fondo no es nuevo: desde hace más de dos décadas, instancias como la Unesco han insistido en que la educación artística no puede reducirse a una clase de pintura, música o teatro dentro del horario escolar. Imaginar, ver con la mente, es un ejercicio transversal a toda experiencia educativa y vital”, afirmó Ospina.
La alta dependencia de contrataciones temporales plantea interrogantes sobre la sostenibilidad del programa. El viceministro Fabián Sánchez reconoció que no todos los beneficiarios buscan certificarse, lo que requiere un equilibrio entre formación formal e informal que podría complicar la evaluación del impacto educativo. La ministra Kadamani reconoció que el programa enfrenta “dificultades de todo tipo”, desde problemas de orden público hasta desafíos climáticos. Para Ospina, el enfoque del programa podría limitar la exploración artística. “Hay que desconfiar de la ecuación simplista que equipara arte con paz: muchas veces se hace arte precisamente porque no se está en paz. Lo valioso de la educación artística está en permitir que esa tensión encuentre cauces de representación: en lugar de aniquilar al otro, lo retrato, lo comprendo, lo represento”.
Un legado en construcción y la prueba de la implementación
La ministra Kadamani destacó la importancia de la apropiación social para la continuidad del programa: “La única manera de que un programa continúe es a través de la apropiación social, y este programa la tiene”. Sin embargo, la articulación con el Ministerio de Educación enfrenta tensiones históricas que podrían dificultar la integración estructural de las artes en el sistema educativo.
Al final, todo se reduce a la ejecución. Lucas Ospina insiste en que, si bien la existencia del programa debe celebrarse, el desafío está en llevarlo a la práctica.
“En últimas, todo se juega en la implementación. Lo que definirá el verdadero alcance de Artes para la Paz será si estas actividades quedan como un curso accesorio más, o si logran integrarse de manera viva a la política educativa y cultural de cada territorio, dejando un eco duradero en la experiencia escolar y vital de quienes pasen por ellas”, concluyó Ospina.
El programa evoluciona desde el piloto Sonidos para la Construcción de Paz, que demostró el potencial de la música para la reconciliación. En un país marcado por el conflicto, esta iniciativa representa un esfuerzo por hacer del arte un derecho accesible y una herramienta para construir un futuro más equitativo.