Con destructores y submarinos nucleares en el Caribe, Washington reactiva la lógica intervencionista que marcó al continente desde el siglo XX. Raúl Zibechi y John Walsh analizan el momento y coinciden en que la “guerra contra el narco” es un pretexto: lejos de reducir la producción y exportación de cocaína, EE.UU. busca consolidar el control sobre América Latina y bloquear cualquier proyecto de soberanía regional. La tensión se dispara en la región, pues una intervención militar en Venezuela es una amenaza contra otros países latinos opuestos a la extrema derecha de Trump.
Por David González M.
Washington movilizó una armada al mar Caribe luego de la orden del presidente Donald Trump de atacar directamente a los carteles del narcotráfico. Y el pasado 2 de septiembre, el presidente dijo haber atacado un barco con drogas que zarpó desde Venezuela. "Acabamos, en los últimos minutos, de disparar a un barco que transportaba drogas... y hay más de donde vino eso... Estos vinieron de Venezuela”, aseguró desde la oficina oval.
La movilización de tropas escala tensiones en América Latina, donde varios países creen que se puede abrir una puerta para una amenaza directa a la soberanía. Los reportes coinciden en que no se trata de una operación menor de patrullas antinarcóticos. De acuerdo con el New York Times, fueron enviados tres destructores de misiles guiados con 4.500 marineros, el grupo anfibio Iwo Jima y la unidad expedicionaria de marines número 22, con otros 2.200 infantes. En los últimos días, se han sumado destructores que atravesaron el canal de Panamá, un submarino con armamento nuclear y aviones de vigilancia P8.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, aseguró desde Caracas que “1200 misiles apuntan hacia su país”. Vladimir Padrino, su ministro de Defensa, ordenó patrullas navales en aguas territoriales y la movilización de 15.000 soldados hacia la frontera norte con Colombia. Días antes, Maduro había ordenado la movilización de milicias populares como respuesta a lo que describió como “una nueva campaña injerencista de Trump”. Según el mandatario, estas milicias suman unos ocho millones de personas organizadas en más de 600.000 patrullas de base.
Al mismo tiempo, el canciller de Venezuela, Yván Gil, denunció ante la ONU la amenaza que representa Estados Unidos para la paz regional y alertó sobre la presencia del submarino nuclear de ataque rápido USS Newport News. Recordó que América Latina y el Caribe fueron declaradas zonas libres de armas nucleares desde el Tratado de Tlatelolco de 1967, por lo que la acción de Washington constituye una violación al derecho internacional.
En su primer gobierno, Trump había declarado a Nicolás Maduro como jefe de una supuesta red criminal. En julio pasado, el Departamento de Justicia aumentó en 50 millones de dólares la recompensa contra el mandatario venezolano. No fue el único: Washington también designó como Organizaciones terroristas Extranjeras a los carteles mexicanos de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación y Carteles Unidos; a la Mara Salvatrucha en El Salvador; y al venezolano Tren de Aragua. Ya en 2021, el Departamento de Estado había hecho lo mismo con la Segunda Marquetalia y las disidencias de las FARC de Colombia.
Contra cualquiera de estas organizaciones podría la administración Trump lanzar un ataque unilateral. La secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, respondió a una pregunta sobre Venezuela afirmando: “Trump está dispuesto a utilizar todos los elementos del poder estadounidense para impedir que las drogas desborden nuestro país y para llevar a los responsables ante la justicia. El régimen de Maduro no es el gobierno legítimo de Venezuela. Es un cártel narcoterrorista”, aseguró, afianzando el relato de que es una lucha contra las drogas.
Un operativo contra el narco en el Caribe, con más dudas que certezas
La presión aumenta en el Caribe y, aunque todavía no está claro en qué consistirá el operativo militar de Estados Unidos contra Venezuela, no son pocas las voces que lo señalan como un pretexto para una intervención directa y unilateral contra un país latinoamericano. El pensador uruguayo Raúl Zibechi, ganador del International Latino Book Award por su libro El Estado realmente existente, considera que las acciones de Washington deben leerse como una respuesta a la crisis hegemónica que atraviesa Estados Unidos en medio de la transición hacia un orden multipolar, y advierte que no será la última.
“¿Cuál es el proyecto estratégico de Estados Unidos? Afirmarse en esta región para sostener su hegemonía global. Entonces, no puede permitir que haya países que se le escapen de su órbita”, explicó a la revista RAYA. Zibechi agrega que Washington busca impedir que Venezuela, país con las mayores reservas petroleras del mundo y con estrechos vínculos con Rusia, China e Irán, se le escape de las manos. “Aunque Venezuela no desea amenazar a Estados Unidos, el simple hecho de no controlarla ya es para Estados Unidos una amenaza. Esto es muy interesante, es decir, EE. UU. considera una amenaza todo aquello que no controla”.
Desde Venezuela sostienen que el despliegue de destructores estadounidenses en el Caribe es apenas una excusa para justificar una intervención contra su soberanía. El gobierno venezolano cita el World Drug Report de 2025 de Naciones Unidas, que indica que el 87 % de la cocaína que sale de Colombia lo hace por el océano Pacífico. Apenas el 5 % se moviliza por el Caribe a través de Venezuela, y la mayoría con destino a Europa.
El mismo informe señala que Venezuela no es un país de tránsito relevante para la droga que llega a Estados Unidos, que está libre de cultivos ilícitos y que en su territorio no existen laboratorios de coca. Aunque la producción global de cocaína ha aumentado, Venezuela sigue siendo una ruta marginal del tráfico.
Washington, sin embargo, insiste en el presidente Maduro encabeza una organización mafiosa denominada el “Cartel de los Soles”. Esta acusación se apoya en informes de la DEA basados en testimonios de militares desertores de la Fuerza Armada Bolivariana. Según estas denuncias, no solo Maduro estaría implicado, sino también su ministro del Interior, Diosdado Cabello, y una red de generales venezolanos supuestamente vinculados a disidencias de las FARC.
Varios gobiernos de la región, desde Bolivia hasta México, han rechazado la narrativa de la “amenaza” venezolana y cualquier posibilidad de intervención. Incluso, el presidente Gustavo Petro defendió públicamente a Caracas: “El Cartel de los Soles no existe; es una excusa ficticia de la extrema derecha para derribar gobiernos que no les obedecen. El paso de cocaína colombiana por Venezuela lo controla la Junta del Narcotráfico, y sus capos viven en Europa y Oriente Medio”.
Zibechi sostiene que la llamada “guerra contra las drogas” siempre ha sido utilizada como herramienta de presión contra América Latina: “La guerra contra las drogas se sigue usando como excusa para neutralizar y debilitar al movimiento popular, y con Venezuela ocurre exactamente lo mismo: no es más que un pretexto, como siempre lo ha sido”.
Para John Walsh, director del programa de Política de Drogas de WOLA desde 2003, los movimientos de la armada de Trump en el Caribe son apenas una forma “muy costosa” de intimidación con pocos resultados. “Parece exagerado pensar que, a estas alturas, este tipo de amenazas e intimidación realmente pueda tener algún impacto”.
Walsh advierte que la flota desplegada no es útil para operaciones contra el narcotráfico. “La idea de que [los destructores en el Caribe] buscan frenar el narcotráfico en la región no es muy plausible”. Según Walsh, desde la era Reagan la armada estadounidense ha apoyado a la guardia costera en operaciones contra el tráfico de cocaína, pero sin resultados duraderos. “Por el contrario, si se compara con hace 20 años, los mercados de cocaína a nivel mundial son muchísimo mayores. Y toda esa cocaína aún proviene de la región andina (Colombia, Ecuador, Perú…)”.
Otra duda que le genera el plan de Trump es que, de acuerdo con los informes disponibles, la cocaína que transita por Venezuela no tiene como destino Estados Unidos, sino Europa. “Esto también plantea la pregunta de si realmente se trata de detener el narcotráfico, ya que se está pasando por alto el objetivo principal, que sería, en general, el Pacífico”.
Mapa: Principales rutas del narcotráfico, ONU 2025:
https://www.unodc.org/documents/data-and-analysis/WDR_2025/WDR25_B1_Key_findings.pdf
Y concluye Walsh: “Estos esfuerzos son como intentar vaciar el océano Pacífico con un dedal. Siempre se detendrá a algunos narcotraficantes, pero eso no cambiará el flujo de cocaína hacia los mercados de destino”. Aun así, reconoce que este tipo de respuestas militares al narco sigue teniendo un enorme apoyo político en Estados Unidos, pese a su ineficacia. “Trump está muy fascinado por las demostraciones de poder, las exhibiciones de la fuerza estadounidense y las fotografías que sugieren que Estados Unidos y el propio Trump no tienen rivales. Así que creo que no podemos descartar que mucho de esto tiene que ver con eso”.
La fallida guerra contra las drogas como excusa colonial
La demostración de poder de Estados Unidos en el Caribe no se queda en maniobras militares: ya movilizó a sus aliados políticos en la región. El gobierno de Javier Milei en Argentina y el de Daniel Noboa en Ecuador se apresuraron a declarar al supuesto Cartel de los Soles como organización terrorista. Incluso, el gobierno de Trinidad y Tobago respaldó públicamente el despliegue naval para, según sus palabras, “frenar el narcotráfico que viene de Venezuela”.
Para Raúl Zibechi, lo que vemos en el Caribe es continuidad del histórico intervencionismo de Washington, esta vez disfrazado bajo la narrativa de la “guerra contra las drogas”. “La hegemonía global de Estados Unidos no comenzó en África, ni en Asia, ni en Europa, sino en su entorno más inmediato: México, Centroamérica y el Caribe. Fue en esos países donde se realizaron la mayor parte de las intervenciones estadounidenses durante el momento de auge de Estados Unidos como potencia imperial, es decir, entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX”.
Zibechi advierte que la estrategia geopolítica de EE. UU. busca convertir al Caribe en un mar estadounidense: un espacio bajo su control absoluto para alejar cualquier amenaza de sus fronteras. El objetivo es claro: liberar fuerzas militares para concentrarlas en Asia-Pacífico, donde se juega la disputa central con su principal rival, China.
John Walsh, experto en política de drogas y director del programa en WOLA, señala otro ángulo: lo más preocupante es que Trump insista en una estrategia probadamente fallida, la respuesta militar al narcotráfico. Durante la administración Biden se intentó virar hacia la reducción de daños, con programas que mitigaron el impacto del consumo y lograron reducir las muertes por sobredosis hacia el final de su mandato.
Ese giro fue desmantelado por Trump. “El Congreso republicano y la administración Trump están desfinanciando, básicamente, las iniciativas que podrían contribuir a abordar la demanda y la salud en Estados Unidos. Está borrando la plataforma de reducción de daños y adoptando un enfoque basado en la aplicación de la ley, que además incluye soluciones militares”.
Walsh advierte que lo más peligroso es el creciente apoyo político que recibe esa narrativa dentro de Estados Unidos. El discurso de considerar a los grupos narcotraficantes como “organizaciones terroristas” abre la puerta a respuestas militares a nivel internacional. A nivel interno, la combinación de este discurso con el estigma contra inmigrantes construye una justificación peligrosa para medidas cada vez más extremas.
“Cuando Trump estaba en el cargo por primera vez, especuló sobre enviar misiles a México para atacar a los cárteles; eso fue visto en ese momento como una idea descabellada. Cuando Trump volvió a postularse, la mayoría de los republicanos del Congreso y otros políticos habían abrazado plenamente la idea de un uso unilateral de la fuerza militar estadounidense. Han empezado a generar una opinión pública que, incluso sin planes inmediatos, es más abierta, receptiva y solidaria a esos caminos Trump”.
Zibechi coincide en que los objetivos son nítidos: impedir cualquier forma de integración regional autónoma, como ocurrió con UNASUR en el pasado. Según él, el avance de gobiernos entreguistas afines a Washington será cada vez más evidente: “Ecuador, Bolivia y potencialmente en un futuro cercano, Chile, Argentina, Perú e incluso Colombia”. Concluye con una advertencia: “En los próximos años, más que esperar transformaciones positivas, el escenario estará marcado por la resistencia frente a un contexto desfavorable para América Latina”.