“El loco de Dios en el fin del mundo” es la reciente novela de no ficción del escritor español Javier Cercas. En el libro narra su viaje a Mongolia junto al papa Francisco, una insospechada oportunidad que tuvo para diseccionar la religión católica. Diálogo con el autor en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
Por: Juan Sebastián Lozano
Javier Cercas firmaba novelas en el Salón del Libro de Turín y se le acercó un funcionario del Vaticano vestido de negro. Era el año 2023, el papa Francisco aún viajaba, era un rockstar en distintos escenarios, hacía declaraciones polémicas mientras bendecía a fieles e infieles desde el púlpito. Lorenzo Fazzini, responsable de la Libreria Editrice Vaticana (LEV), le ofreció a Cercas escribir un libro sobre el papa. Francisco y su corte viajarían a Mongolia en pocos meses y él podría acompañarlos. “Pero, oiga, ¿no saben ustedes que yo soy un tipo peligroso?”, preguntó el español.
El autor de Soldados de Salamina, una de las novelas más importantes de las últimas décadas en Hispanoamérica, es un ateo convencido. Por supuesto, es anticlerical. Pero no podía rechazar la oferta del Vaticano, algo así nunca había sucedido, era una bendición de ángeles y los demonios. Le dijeron que podía escribir lo que quisiera. Viajó entonces con el papa, con cardenales, periodistas y demás; durante la odisea solo le concedieron unos minutos para hablar con Francisco.
Cercas le preguntó al papa sobre la vida eterna y la resurrección de la carne, pues el español piensa que sin estas creencias no hay catolicismo y la Iglesia sería una ONG más. Quiso saber si su madre vería a su esposo fallecido después de muerta (ella estaba convencida de esto, era una católica sin fisuras). La respuesta de Jorge Bergoglio está en las últimas páginas del libro.
En El loco de dios en el fin del mundo, el escritor habla con cardenales, periodistas del Vaticano y fieles comunes sobre el dogma católico; pregunta, cuestiona, pero no juzga. Durante el viaje a Mongolia conoce a misioneros, verdaderos héroes, que dedican su vida a ayudar a los más pobres, a niños desamparados, ancianos, prostitutas, alcohólicos. Ellos son los protagonistas de la novela.
¿Por qué cree que el Vaticano lo eligió para este libro?
No lo sé, esa es la única pregunta que no hice, lo que sé es que nunca le habían ofrecido esto a nadie. ¿Por qué me eligieron a mí? Yo puedo tener mis hipótesis, tú las tuyas. No existe un libro así y no sé si exista en el futuro, me siento un privilegiado.
¿Lo eligieron porque el papa quería acercarse aún más a los ateos?
Eso sin duda, pero hay millones de escritores ateos. Lo de acercarse a los no católicos hacía parte de su visión de la Iglesia. No es verdad lo que dicen sus detractores, que Francisco solo hablaba para los ateos, pero sí es verdad que él quería que la Iglesia llegara a la “periferia”: que su mensaje llegara a musulmanes, budistas y ateos. Esa era su visión de misionero. ¿A dónde van los misioneros? A buscar a los que no son como ellos. Lo que hizo Jesucristo fue ir a buscar a los que no eran como él.
Para el papa, lo más importante que debía hacer la Iglesia era la labor misionera. Los misioneros que están en Mongolia son los personajes más importantes del libro.
A mí me impresionaron los misioneros, no pueden no impresionarte. El loco de Dios por antonomasia en el libro es Francisco, porque Francisco viene de Francisco de Asís, que se llamaba a sí mismo “el loco de Dios”. Pero el libro está lleno de locos, también hay un loco sin Dios que soy yo. Los locos de Dios son los misioneros. Este libro se puede leer como un elogio de la locura, porque hay que estar loco para hacer lo que hace esta gente, que es asumir a fondo, con radicalidad, el cristianismo. O sea abandonarlo todo, su casa, sus ambiciones, su país, e irse al fin del mundo a echar una mano, a estar con los niños, con los pobres, con las putas y los alcohólicos, que es lo que hacía Cristo. Ese es el cristianismo, no es otra cosa. El cristianismo no es de los ricos y poderosos, esa es una perversión.
Cuando volví de Mongolia iba por el Vaticano gritando: ¡ya tengo la solución a todos los problemas de la Iglesia, todos deberían ser misioneros! Pero esto no lo pienso yo solamente, lo pensaba Francisco, él hablaba de una iglesia misionera, que es la que asume con radicalidad el cristianismo y vuelve al cristianismo primitivo.
En el libro hay un misionero que dice que se necesitan diez papas Francisco para cambiar la iglesia realmente.
Estoy de acuerdo con él. Estos días hemos escuchado una cantidad de tonterías increíbles, como que Francisco fue un papa que no hizo la revolución, pero cómo va a hacer un papa la revolución, eso es de una ignorancia pasmosa respecto a lo que es la iglesia, a sus dos mil años de historia. El papa Francisco al menos planteó los problemas. La gran revolución que tendría que hacer la iglesia, la que está pendiente, es la que planteó el Concilio Vaticano II, que consiste en volver al cristianismo primitivo, al cristianismo de Cristo, y este fue el objetivo de Bergoglio. Y en su lucha ni siquiera se quedó a medias, se quedó en un 5%, pero es que era eso o un cisma, porque la oposición a él era muy fuerte, eso es lo que ignora la gente. Hay resistencias increíbles, brutales, a las mínimas reformas que planteaba Francisco, y el símbolo de esto fueron los sacerdotes rezando para que se muriera. Había por todas partes gente, entre ellos sacerdotes de alta jerarquía, que rezaban para que se muriera el papa.
Si la Iglesia quiere sobrevivir, debe hacer la revolución que planteó el papa Francisco.
¿La resistencia al papa fue muy grande dentro del Vaticano?
No, yo creo que la resistencia no estaba sobre todo dentro del Vaticano. Él, con el tiempo, construyó un Vaticano a su medida. La resistencia está en muchos cardenales, en algunos obispos, en gran parte de la Iglesia, y en gran parte de los fieles también. Este libro se está leyendo mucho en España, en Italia, en Latinoamérica, y noto que hay gente, fieles comunes y corrientes, no solo las altas jerarquías, que dicen que lo planteado por Francisco es un cristianismo demasiado radical. Ellos quieren una iglesia más conservadora, más tradicional, que el papa sea “infalible”. No les gusta que el papa haya pedido que rezaran por él, que haya dicho que es un pecador. Ellos quieren una figura semidivina.
El Papa Francisco desde el inicio se presentó como un hombre normal y corriente, lo que era. Cuando se equivocó pidió perdón. Eso a mucha gente le molestó.
El papa tuvo incluso un famoso diálogo con una joven trans, le dijo que ella era bienvenida en la Iglesia.
Eso, lo de los homosexuales, los trans, la apertura respecto a esto, fueron mínimos gestos pero muy valiosos teniendo en cuenta el conservadurismo de la Iglesia. Este hombre supo, porque conocía la Iglesia mejor que tú y que yo, que había cosas que no podía hacer, así de fácil. Es entendible que se le reproche que no haya hecho más por la inclusión de las mujeres y de los homosexuales, pero es valioso lo que hizo mirando el contexto. Yo lo que he intentado es entender al papa.
El cineasta John Waters, por ejemplo, escribió que el papa era un fraude, que aparentaba ser “gay friendly”, pero no hizo nada por la comunidad lgbtiq+.
Sí, el Papa Francisco cambió mucho menos de lo necesario, pero es que para cambiar lo necesario hacen falta no diez papas, sino cuarenta. La historia de la Iglesia es la historia de una perversión, esto no lo digo yo, lo dijo Dostoievski en el siglo XIX mejor que nadie, es un hecho. La gran revolución que Bergoglio apenas inició es la de volver al cristianismo primitivo. Repito, él se tomó en serio esto, pero hay cambios que la Iglesia no hará al menos pronto.
Hay un libro del escritor colombiano Fernando Vallejo, “La puta de Babilonia”, que narra los incontables crímenes de la Iglesia católica a lo largo de la historia. Es difícil seguir siendo católico después de leerlo.
Esa es la historia de la Iglesia; nuestra fobia a ella está justificada. En nuestros países, en España, en Latinoamérica, hemos vivido lo peor de la Iglesia: el clericalismo, el constantinismo, la verticalidad. Nosotros no sabemos lo que es la Iglesia de Cristo, esa era otra cosa, la de los desgraciados, la de los que no tienen dónde caerse muertos. Cristo era un tipo peligroso, muy peligroso, por eso lo crucificaron. Cristo dijo: “yo no vine a traer la paz, sino la espada”. Cristo estaba rodeado de putas, de desgraciados. ¿Eso qué tiene que ver con la Iglesia? De seguro poco. Cristo era un peligro para el poder.
Pero en contraste con lo negativo de la Iglesia está la gran labor de los misioneros.
Es que eso es el cristianismo, el de los misioneros es el cristianismo de verdad, ellos hacen lo que Cristo dijo en el evangelio: abandona todo y sígueme. Eso es lo que hacen, dejan todo y se van a países del tercer mundo a ayudar a los que más lo necesitan. Porque ni siquiera van a convertir gente, el proselitismo está prohibido.
El proselitismo está entonces prohibido en el catolicismo actual.
Está terminantemente prohibido, pero no solo desde Francisco, Benedicto XVI ya hablaba de esa prohibición. La idea de ir a convertir a los “infieles” está fuera del marco mental de los misioneros, ellos van a ayudar y si alguien quiere pertenecer a la Iglesia, pues bienvenido sea. No es el caso de los protestantes, para quienes el proselitismo forma parte de su acción.
En el libro dice que, gracias a Francisco, en el Vaticano funciona una especie de democracia. Esta se expresa a través del sínodo.
No lo digo yo, es un hecho, se llama “sinodalidad”. Mi traducción libre es “democracia”. No es democracia parlamentaria, no hay elecciones, no hay parlamento; el Vaticano es una monarquía absoluta, pero sí hay democracia en el sentido etimológico del término: poder del pueblo. Es decir, en la sinodalidad se trata de dar la palabra no solo a las jerarquías de la Iglesia sino a los creyentes, a los católicos, a los bautizados e incluso a los no bautizados interesados en participar. Eso es el sínodo, son reuniones de gente en las que se discuten temas y también se reza.
Para asistir uno simplemente lo pide, tú puedes hacerlo, incluso los no bautizados, los no creyentes, todo el mundo puede hacerlo. Si uno lee los Hechos de los apóstoles, el libro de la Biblia, se da cuenta de que en esa época las decisiones se tomaban de manera asamblearia, se discutían los problemas y al final se llegaba a una conclusión; pues esto es lo que está haciendo la Iglesia hoy. Es quizás lo más importante que puso sobre la mesa el papa Francisco, algo que va en contravía de la Iglesia tradicional.
De esto nadie habla porque el discurso religioso del papa no aflora por motivos obvios, aunque se discuten largamente en el libro; los medios de comunicación no saben cómo hablarlo o no les interesa. Pero la sinodalidad es ir a una democracia que nosotros no tenemos, nosotros votamos cada cuatro años y ya. Vamos a ver qué ocurre con la muerte de Francisco. La Iglesia sigue siendo una monarquía, el papa puede tomar la medida que se le da la gana, pero si tiene dos dedos de frente no va a tomar una medida que no tenga una amplia aprobación porque no sería sólida, se arriesgaría a una oposición fuerte. En Italia, y de esto, se ha hablado muy poco, unos fieles lograron anular la resolución conservadora de unos obispos y cardenales respecto a las mujeres y los gays, ahí ganó el progresismo de católicos de a pie.
Bergoglio, en todo caso, era un personaje muy político.
Sí, era un personaje muy político, por eso lo eligieron. Ahora, ¿las reformas que inició son irreversibles? No lo son, pero no va a ser tan fácil que la Iglesia vaya en otra dirección. Mucha gente piensa que como la política en el mundo ha dado un giro reaccionario, la Iglesia también va ir por ese camino, pero no lo veo fácil. La cuestión se va a ir aclarando poco a poco a medida que avanza el cónclave. Hay una posibilidad, que es seguir con las reformas más o menos atenuadas; más radicales no, eso es imposible porque han ocasionado un gran shock en la Iglesia, un gran terremoto. Creo que las reformas pueden seguir sin avanzar radicalmente o retroceder radicalmente; en un punto medio va a estar la situación.
Tengamos en cuenta que ha habido un cambio enorme en la Iglesia, en muchas cosas. Antes la inmensa mayoría de los cardenales eran italianos o europeos, ahora no, hay de Papúa Nueva Guinea, por ejemplo, y de otros países de la “periferia”. Veo difícil que la Iglesia se vaya a alinear con la visión del mundo de Donald Trump.
Hablemos de la forma del libro, en él mezcla varios géneros. ¿Cómo la fue trabajando?
Fui encontrando la forma a medida que avanzaba. Desde el principio decidí que no iba a haber ficción, me parecía ridículo. La realidad que vi parecía de ficción, Mongolia es muy exótico, pero el Vaticano es aún más exótico si se mira con ojos limpios, si lo miras de verdad, sin prejuicios, no a favor o en contra. Ese fue el gran esfuerzo para mí, llegar sin prejuicios. Cuando me ofrecieron el libro empecé a trabajar, a leer todo lo que había escrito Bergoglio, los libros fundamentales sobre su papado, sobre él, etc. También sobre Mongolia, pero muy pronto me di cuenta de que lo importante era el Vaticano. Lo esencial en el libro es la Iglesia, el Vaticano. Claro, Mongolia representa la manera de ver la Iglesia de Francisco, la importancia de la periferia. Entonces, de a poco fui configurando el libro. Ya tengo una cierta experiencia en este tipo de libros mezclados, híbridos, mestizos, sin ficción. Como te dije, es una novela, es el género que lo engloba todo, donde todo es posible.
¿Sigue siendo un ateo férreo después de hablar con el papa y tras su experiencia en el Vaticano?, ¿le ha abierto alguna puerta o una ventanita a la fe?
Yo me he dado cuenta de que el tipo que narra el libro no soy exactamente yo, o sea, esta es una novela sin ficción. Hay una mezcla de géneros, de ensayo, de crónica. Es una novela porque la novela tiene la capacidad de integrar los géneros y de trascenderlos. No hay ficción en el libro, pero me di cuenta, una vez publicado este, de que el narrador no soy yo exactamente, es una versión de mí mismo. Es el loco sin Dios que alude al loco de Nietzsche en La gaya ciencia. Al final del libro el narrador siente una nostalgia –como la siente el loco sin Dios de Nietzsche– del sentido, del orden en su vida que le proporcionaba la religión católica cuando era un adolescente creyente.
Es muy difícil vivir sin dioses, sin una idea de trascendencia, sin algo más allá de lo humano a lo que aferrarse.
La filósofa Hannah Arendt dijo que los ateos son necios que creen saber aquello que no se puede saber. El científico Louis Pasteur dijo que un poco de ciencia nos aleja de Dios y mucha nos acerca a él. Hay muchísimos científicos que son creyentes porque la ciencia no puede explicarlo todo. Hay un ateísmo tontorrón, como de casino de pueblo, de “la ciencia lo explica todo”. No, la ciencia no lo explica todo. Me preguntas si he cambiado, y sí, este libro me ha cambiado por entero, todo, la visión de la Iglesia, la visión de mí mismo, la visión de montones de cosas. Ahora bien, esto no me ha devuelto la fe en un Dios, te mentiría si te dijera lo contrario. De todas formas, es verdad que el loco sin Dios, al final del libro, dice: ¿y si lo imposible fuera cierto?
¿Y si después de dar tantas vueltas intelectuales nuestras madres católicas tuvieran la razón?
(Risas). En algún momento del libro, le digo al cardenal José Tolentino –que según amigos portugueses es el mejor poeta de la lengua portuguesa en la actualidad– que la fe es como una intuición poética, y él está de acuerdo. La intuición poética es la visión de un sentido donde aparentemente no lo hay. Recuerda que al papa se lo dije también, y él me respondió que la fe es un don. Ambas cosas son complementarias, pero el don o la intuición poética la tienes o no la tienes. En todo caso, me gusta mucho lo que me dijo Fazzini, otro personaje del libro: si te conviertes al catolicismo, no lo digas en el libro porque no vas a vender ni una puñetera copia, ni un ejemplar. Espera tres o cuatro años y escribes un libro sobre tu conversión. Entonces, en cuatro años hablamos…