Los estallidos sociales que sacudieron América Latina entre 2019 y 2023 no fueron sólo expresiones de rabia, sino el origen de nuevas formas de comunidad política. Así lo plantea el geopolítico mexicano Jaime Preciado Coronado en su más reciente libro. En diálogo con RAYA, analiza estas manifestaciones, el avance de las derechas y por qué México ha logrado contenerlas bajo el liderazgo de López Obrador y Claudia Sheinbaum.
Por: David González M.
Jaime Preciado Coronado es uno de los principales geopolíticos latinoamericanos. Su más reciente libro, Del estallido social a la comunidad geopolítica de pertenencia. fue presentado durante la conferencia de CLACSO en Bogotá. En esta obra, analiza los estallidos sociales que sacudieron a América Latina entre 2019 y 2023 y plantea que estas irrupciones no fueron episodios de caos, sino el origen de nuevas formas de comunidad política, capaces de reconfigurar el mapa regional.
Con él hablamos sobre esas revueltas, el auge de las derechas, las derivas autoritarias y el papel de la izquierda mexicana bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum.
RAYA: ¿Qué es una “comunidad geopolítica de pertenencia” y cómo se forja a partir de los estallidos sociales?
Tomé el caso de seis países —cuatro en el continente y dos en el Caribe— en los que ocurrieron estallidos sociales: Colombia, Chile, Ecuador y Bolivia; y en el Caribe, Haití y Puerto Rico. En esos dos también hubo manifestaciones masivas que hablaron del descontento con relación a la dominación política que sufren.
Agrego un séptimo caso: las caravanas migrantes, donde me parece que también se empiezan a dar estos procesos. Ya no de búsqueda de una identidad común, sino una búsqueda de sentido de pertenencia que ayuda, por ejemplo, a que se defiendan los migrantes en su paso por México y otros países para intentar llegar hacia Estados Unidos.
Y esos son procesos de solidaridad interna, de defensa en contra del crimen organizado, de demandas. Y me refiero a sentidos de pertenencia, como ya decía, y no tanto a identidades, porque el concepto de identidad me parece un tanto esencialista, como algo que es una camiseta que te coses y que te va a caracterizar como diferente. El sentido de pertenencia, en cambio, es más flexible en ese plano porque, en nuestras trayectorias, adoptamos distintas formas de asociación comunitaria, de vinculación con otras y otros en distintos procesos de convivencia o de elaboración y procesamiento de demandas.
RAYA: ¿Cuál es la hipótesis central que sostiene su investigación?
Una hipótesis fuerte del trabajo es que, justamente, el estallido no es sinónimo de caos, sino que es sinónimo de formas de descontento con distintos aspectos del capitalismo y sus formas de dominación. De tal manera que se llega a una demanda que es, por una parte, callejera —recuperar el espacio público de la calle—, pero también es el espacio de lo territorial.
La manera en que se enuncia lo que se está buscando es también muy indicativa de la construcción de lo político bajo parámetros diferentes a los que estamos acostumbrados en los procesos electorales. Pero, al mismo tiempo, esos estallidos han tenido repercusiones de signo positivo y negativo en los procesos electorales que han atravesado.
RAYA: ¿Cómo explica usted el auge de las derechas en América Latina? ¿Por qué logran ganar elecciones en países como Argentina, Ecuador o El Salvador?
El ascenso de la derecha lo solemos entender como un plano exclusivamente ideológico, y la verdad es que hay que analizar también la eficacia de sus discursos en relación con las situaciones materiales inmediatas. Si observamos, por ejemplo, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, vamos a tener que incluir ahí a todos aquellos a quienes supo hablarles sobre los efectos perversos de la globalización, y hacerles ver que sobre sus espaldas recae todo el costo de una globalización injusta, depredadora, en la que se precariza el empleo y todo lo demás.
Entonces, para decirlo así lo más rápido posible: hay un discurso con una base material que la derecha está manejando de manera distinta a como lo hacía antes, cuando todo giraba en torno a los valores libertarios o cosas por el estilo.
Indudablemente, ese discurso atrae muchos sectores de la población que no se sienten incluidos en las demandas de derechos colectivos o de ciudadanía social. Entonces, el problema es que la derecha ya sabe cómo tocar ciertas fibras de la existencia humana relacionadas con la situación material del día a día.
Y el problema es cómo también esto ha sofisticado el engaño sobre esa percepción de las condiciones materiales. Porque te llevan a que en la calle defiendas el derecho a la libertad y a la propiedad privada, pero al mismo tiempo te están condenando a que tú pagues los rotos del proceso de concentración del capital por toda esta apertura indiscriminada al capital, por ejemplo.
Entonces, es como una suerte, otra vez, de lenguaje engañoso, pero más sofisticado en términos de lo que la derecha supuestamente puede ofrecer. Y ahí está muy claro el tema.
RAYA: Pero ese discurso no ha demostrado resultados reales. ¿Por qué sigue funcionando?
Claro, claro. O sea, en el caso de Estados Unidos está demostrado. Si observas la geografía electoral de ese país, hay una zona que es todo el noreste, en donde está el llamado "cinturón del óxido": todos esos condados, regiones en donde las industrias siderúrgicas, automotrices, dejaron de ofrecer empleos y se fueron oxidando, deteriorando.
Y esos fueron parte de los votantes de Trump. Ese sector empobrecido de la clase media que ya no tiene ninguna perspectiva por el proceso de acumulación de capital, pero se les ofrece una zanahoria ¿no? Se les ofrece algo que quizá no sea tan alcanzable, pero que abre cierta esperanza de que en alguna ocasión se podrá lograr.
RAYA: En México, ese discurso no parece calar con la misma fuerza. ¿Qué ha pasado allá?
Bueno, en años recientes, ves un movimiento como el que encabeza quien es considerado el líder prototipo de la extrema derecha en México: Eduardo Verástegui. Y observas que hace manifestaciones, por ejemplo, contra grupos LGBTI+, manifestaciones donde se ponen a rezar el rosario para “ahuyentar al diablo” y a todas las amenazas que, según ellos, representan esos grupos. Y viene, por supuesto, una reacción de rechazo frente a esa postura.
Sin embargo, también tenemos ejemplos de cómo el movimiento de extrema derecha a nivel mundial está teniendo repercusiones muy fuertes en México. Verástegui, junto con algunos sectores del Partido Acción Nacional vinculados al viejo movimiento cristero, han sido la base para organizar la Conferencia Internacional de Acción Política, financiada nada más y nada menos que por Donald Trump.
Su segunda edición se realizó en México, alrededor de 2021 o 2022, y fue un evento muy combativo, mediático y espectacular. De hecho, en fechas más recientes, esa conferencia ha servido como plataforma para publicitar a figuras como Milei, Novoa de Ecuador y algunos líderes del entorno de Bolsonaro —como sus hijos—, quienes han jugado un papel bastante nefasto.
Raya: ¿Y cómo ha respondido el gobierno mexicano a esa avanzada? ¿Qué explica la fortaleza de López Obrador y ahora de Claudia Sheinbaum?
Yo creo que, en el centro, está el hecho de que, por su propia trayectoria, López Obrador —y luego Claudia Sheinbaum, como representante más clara del espíritu del movimiento estudiantil del 68—, asume un espíritu de un nuevo humanismo mexicano.
Es decir, ya no están tan preocupados por definirse como marxistas, leninistas, socialistas radicales o incluso socialistas democráticos. Inclusive, el término socialismo se cuida mucho para que no aparezca como dominante en las acciones del gobierno. Más bien, se pone en el centro este nuevo humanismo.
Y ese nuevo humanismo es como heredero de la Revolución Mexicana y de sus valores laicos, sus valores de justicia social: la tenencia de la tierra en manos de la nación, una legislación laboral exitosa, etc… Entonces, todo eso hace que haya una aceptación más amplia, y no una polarización. Hace que haya más aceptación por el respeto a la idiosincrasia popular.