Abdullah Hammad, higienista de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Gaza, fue asesinado por fuerzas israelíes el 3 de julio pasado mientras esperaba un camión de ayuda humanitaria en Khan Younis. Su muerte, la número 12 entre el personal de Médicos Sin Fronteras, desde el inicio del genocidio, motivó a una colega ecuatoriana, psicóloga que trabajó con él en Gaza, a escribir este texto como un homenaje y un llamado urgente al fin de la barbarie.
Por: Gisela Silva González
Especial de MSF para la Revista RAYA
Viernes 4 de julio. Mañana soleada en Quito. A las 11:20 a.m. saqué mi celular del bolsillo y miré rápidamente las redes sociales, antes de atender mi próxima consulta. De repente, sentí un frío por todo el cuerpo y me olvidé de todo lo que estaba pasando en el exterior. En el feed apareció una noticia corta que decía lo siguiente: “Médicos Sin Fronteras (MSF) lamenta y condena la pérdida de Abdullah Hammad, ex colega de la organización en Gaza, quien fue asesinado por fuerzas israelíes el 3 de julio mientras esperaba un camión de distribución de ayuda humanitaria”.
Abdullah fue mi compañero de trabajo en Gaza en 2024. Fui psicóloga en Almawasi y Rafah durante más de seis meses. Ambos fuimos testigos de la limpieza étnica en la Franja de Gaza, del sufrimiento de cientos de miles de civiles, incluyendo niños, niñas, mujeres embarazadas y familias en general, destrozadas por un asedio que ya supera cualquier escenario terrorífico imaginable.
La noticia me trasladó a esos recuerdos con él y otros compañeros en la Franja. En el día a día, a pesar de la crisis humanitaria, nos sosteníamos unos a otros con sonrisas, apoyo, bromas y conversaciones. Ahora me parece muy doloroso ver las fotos que compartió su hermano tras el asesinato, ingresando a la clínica de Nasser en un último intento por salvarlo. En mi mente, cuando leí la noticia, aparecieron dos imágenes contrapuestas, la de un ser humano que vi lleno de vitalidad mientras trabajé en Gaza, y ahora la de un hombre sin vida, con una familia desamparada que cada día tiene más dificultades para sobrevivir.
La verdad, me cuesta seguir con la vida como si nada después de ver este tipo de noticias. Es muy doloroso, también, que las personas se conviertan en una cifra y que no se detenga el asedio. En menos de dos años, más de 56.000 personas han sido asesinadas en Gaza, según el Ministerio de Salud local. De este número, más de 18.000 son niños y niñas, y además, más de 127.000 personas han resultado heridas.
Detrás de cada número hay personas que luchan por sus vidas, con sueños, aspiraciones, tristezas… Al final, lo que me parece dolorosísimo es la deshumanización de estas personas que se nos van cada día.
Intentar regresar a una realidad que no está atravesada por el horror de Gaza es difícil. Existe mucha impotencia y en ningún momento de nuestra formación profesional es posible prepararse para algo así. ¿Qué amigo mío será el siguiente? ¿Qué otra paciente, mujer embarazada, puede perder a su familia la próxima semana? ¿Esos dolores no importan? Estas son algunas de las dolorosas preguntas que me pasan por la mente.
Lo que pasa en Gaza es inhumano y cruel. Siento que las células de mi cuerpo están activas en una estrategia de afrontamiento, de duelo, para seguir en mi día a día, mientras mis lágrimas no se detienen. Como decía El Principito, de Saint Exupery, « fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante». Por eso hoy duele tanto. Porque con colegas como Abdullah compartimos humanidad, miedo, ilusiones y respiramos el mismo aire. Escribí esta columna pensando en honrar su vida y para hacer un llamado a la humanización del otro. No podemos seguir viendo esta catástrofe como una noticia más que aparece en nuestros teléfonos móviles.