El periodismo tradicional en Colombia no se ha tomado en serio la revelación y la denuncia que hizo hace dos semanas el diario El País de España, cuyo contenido cuando menos ha sido reducido a una conspiración de cafetería o al plan de un viejo loco y decrépito que no quería tumbar al presidente Gustavo Petro. Bajo ese panorama de la negación, Señal Investigativa decidió realizar un capítulo especial para resaltar no solo los audios que reveló El País, sino también, para evidenciar una serie de hechos que se relacionan directa e indirectamente con el plan trazado por el excanciller Álvaro Leyva para tumbar al primer mandatario. De hecho, así ha quedado ratificado en las últimas horas cuando esta revista reveló más detalles y los contactos del excanciller Leyva en La Florida, Estados Unidos, y sus movidas para que ese país descertifique a Colombia en la lucha contra las drogas.
Efectivamente, el pasado 5 de julio Señal Investigativa emitió el programa especial en el que predominó una línea de tiempo de hechos que se materializaron en medio del plan develado, muchos relaciones directa e indirectamente, como las reuniones en Estados Unidos de congresistas colombianos las cuales habrían sido gestionadas por la hermana del excanciller Álvaro Leyva, residente en Florida y enlace con el congresista Mario Díaz-Balart, republicano y muy cercano al presidente Donald Trump. Como ese ejemplo, también podemos mencionar el plan pistola del Clan del Golfo, grupo ilegal con el que luego revelaría Leyva estaba alineado con su plan.
Desde entonces, varios medios de comunicación, entre ellos, La Silla Vacía han pretendido bajarle el tono a la revelación del plan de Leyva y hacerle periodismo no solo al trabajo realizado autónomamente por RAYA, sino también, al de El País, cuestionando la credibilidad de las fuentes. Y en este punto queremos plantear el primer debate: ¿quién o quiénes tienen la facultad para decir cuál es el buen periodismo? Nosotros estamos convencidos que son los hechos, como están planteados en los trabajos realizados. Un hecho claro y concreto, por ejemplo, es que hoy es innegable que el plan de golpe existió y que estuvo liderado por el excanciller Leyva. Sobre eso, La Silla sigue dándole vueltas pretendido justificar lo injustificable frente al comportamiento reprochable de los conspiradores.
Por eso, a propósito del artículo de La Silla Vacía, hay que señalar que Señal Investigativa es una coproducción entre RTVC y Revista RAYA, pero toda responsabilidad editorial y periodística recae exclusivamente en nuestro equipo, que ejerce su labor profesional con plena independencia. No ha existido, ni existirá, injerencia de la gerencia, ni mucho menos del Gobierno. Cualquier insinuación en ese sentido es contrario a la verdad y busca otros objetivos como sucedió con el editor de La Silla, Daniel Pacheco, quien en un mensaje privado al director de esta revista sugirió que el Presidente de la República hizo una revisión previa de nuestro producto. Además de falso, esa afirmación busca alimentar sospechas infundadas sobre un trabajo que no se desmonta con rumores, sino con hechos como los que hemos presentado.
Lo que presentamos el 5 de julio —y que profundizamos en la publicación del 13 de julio sobre la fuente original de los audios— no es propaganda ni narrativa vacía. Es una reconstrucción rigurosa de hechos confirmados por múltiples fuentes y respaldados por documentación: grabaciones, reuniones, nombres, relaciones, fechas de hechos concretos y declaraciones públicas. La existencia o no de un complot para sacar al presidente de la República del poder no depende de que los involucrados, aun cuando sean cogidos “in fraganti”, lo reconozcan ni de que los medios lo validen. Tremenda ingenuidad, por llamarla menos, riñe con el sentido de la profesión. En el plano judicial, será la justicia quien determine responsabilidades, pero en el terreno de la verdad periodística e histórica lo revelado es suficiente para abrir una discusión de fondo sobre los límites de la democracia y las formas encubiertas de su desestabilización.
Frente a esa realidad, La Silla Vacía ha optado por una lectura distinta y ciertamente vacía de hechos y evidencias, que respetamos como decisión editorial. Lo que no aceptamos es que esa lectura pretenda deslegitimar la nuestra desinformando a su audiencia con acusaciones infundadas. En su sala de redacción pueden, al igual que Leyva, presentar los hechos como “neoconstitucionalismo dialógico”, o cualquier otra hipótesis que consideren, pero no es su redacción la que nos dicte cómo entender hechos, categorías jurídicas y de simple comprensión, ni mucho menos, desde donde se nos den lecciones sobre derecho constitucional, teoría del Estado y análisis de coyuntura. Las diferencias de enfoque son parte del ejercicio periodístico, pero resulta inadmisible convertirlas en plataformas de descalificación del trabajo ajeno que ha presentado hechos.
No estamos en una competencia en el plano de lo simbólico por imponer una narrativa favorable o desfavorable a alguien. No nos mueve el afán de disputar relatos, sino el deber de informar con responsabilidad. Como lo advirtieron Noam Chomsky y Edward S. Herman en Manufacturing Consent, muchos grandes medios —en nombre de la neutralidad— terminan al servicio de consensos que refuerzan el statu quo. Nuestra ética periodística está en otro lugar: en el control ciudadano a todas las formas de poder, en la defensa de lo público y en la calidad de la democracia.
Revista RAYA, próxima a cumplir tres años, ha publicado más de 500 investigaciones y análisis, y ha llevado cerca de 50 de ellas a la televisión gracias a la alianza con RTVC. Todas han sido realizadas con independencia, rigor y responsabilidad. A la fecha, pese a sufrir casos de acoso judicial, tenemos un record de cero rectificaciones, a pesar de que lo han intentado en múltiples oportunidades. Pero los jueces nos han dado la razón. No nos mueve el aplauso, ni los premios de periodismo para validar nuestro trabajo por quienes se hacen llamar guardianes del periodismo, pero en realidad son guardianes de un discurso hegemónico. Nos mueve el deber de informar, de incomodar cuando es necesario, y de seguir haciéndolo con convicción.