Más de cincuenta músicos se reunieron el pasado 30 de enero en el concierto Músicos Anónimos: una experiencia musical participativa, un ensamble que despidió a El Anónimo, bar insignia de la escena musical bogotana. A continuación una reseña del concierto, en el que se interpretó la famosa pieza de Terry Riley “In C” y Edson Velandia cerró su serie de Sinfonías Municipales con una protesta musical y teatral frente al recrudecimiento de la guerra en Palestina.
Por Santiago Erazo
Periodista cultural Revista RAYA
Los versos del título los escribió alguna vez Fouad Haddad, poeta egipcio encarcelado durante ocho años, entre los años cincuenta y sesenta, por sus posturas políticas, y liberado poco antes de la derrota de Egipto en la Guerra de los Seis Días. El cantautor Edson Velandia conoció los mismos versos gracias a otro poeta egipcio, Ahmad Mohsen, un muchacho de 28 años que ha hecho del viento su patria y que ahora vive en Bogotá debido al exilio impuesto por la dictadura de Abdelfatah El-Sisi. La idea de ver la sangre sin compararla con algo más como el vino o las uvas, sin embellecerla sino contemplarla en su llana literalidad, en el silencio que queda tras nombrar una atrocidad, fue el punto de partida de Velandia cuando el gestor cultural Santiago Gardeazábal lo invitó a componer una pieza para el concierto que despediría a El Anónimo, bar emblemático y estrella polar del circuito musical bogotano, el pasado 30 de enero.
Edson Velandia dirigiendo su Sinfonía Municipal No. 11. Crédito: @elolivasoyyo
Después de que El Anónimo cerrara sus puertas en 2023, había que hacer un último concierto, uno ambicioso, que recogiera algo del espíritu colectivo del bar –fueron veinte años acogiendo públicos e intérpretes de todas las riberas sonoras– y su vocación por el cuidado de los artistas que lo visitaban. El lugar elegido por la productora Nova et Vetera fue el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. El concierto, titulado Músicos Anónimos: una experiencia musical participativa, contó con un grupo heterogéneo de más de cincuenta intérpretes: músicos de la escena local de la capital –asiduos invitados a El Anónimo–, estudiantes de música de la localidad de Suba y un coro juvenil. El ensamble interpretó dos obras: “In C”, de Terry Riley, obra clásica del minimalismo de mediados del siglo XX, y la Sinfonía Municipal No. 11 de Edson Velandia.
La versión de “In C” fue dirigida por Santiago Botero, contrabajista y compositor bogotano, referente de la improvisación libre en Bogotá y un líder apropiado para capitanear a los músicos en medio de las mareas de la obra de Riley. “In C” (que en español traduce “En Do”, la tonalidad en la que fue escrita) fue una divisoria de aguas para la época –los años sesenta– por su búsqueda minimalista y por su huida de los procedimientos tradicionales en la ejecución de la música académica. Su novedad radica sobre todo en su estructura: un instrumento, que en el caso del concierto del 30 de enero fue el piano del baterista Juan Camilo Anzola, va dictando un tempo, a manera de metrónomo, al pulsar hasta el infinito la nota do. Y de ahí se van desgajando 53 melodías ejecutadas por momentos al unísono, por momentos desfasadas o acompañadas de otras a elección de los intérpretes, pues son ellos los que deciden cuándo repetirlas. Como una constelación, las melodías de “In C”, apenas numeradas en la partitura, alumbran según los movimientos que la propia obra, como un organismo vivo, va produciendo libremente. El efecto que produjo el ensamble dirigido por Botero fue el de un mantra –no en vano Terry Riley tuvo un gran interés por los ragas, aquellas melodías de la música clásica india que suenan sin parar–, pero también el de un animal marino que descansa y que por momentos se levanta del letargo para bramar o aletear o saberse salvaje entre ruidos y estertores. Al estar apuntalada con repeticiones libres, el final de la obra llegó por un silencio concertado, por un alejamiento cómplice para dormir al animal.
Edson Velandia y Joe Broderick durante los ensayos en el Teatro Mayor para el concierto del pasado 30 de enero. Crédito: @elolivasoyyo
Tras una breve interpretación en solitario de Óscar Pérez, entró en escena Edson Velandia, machete en mano –equipamiento clásico en su faceta de director–. Blandiendo su batuta de acero, que con las luces del escenario brillaba igual que los instrumentos de viento metal, como si fuera uno más, dio inicio a su última Sinfonía Municipal. Cuenta Edson que, si bien las Sinfonías Municipales también se habían podido realizar en varias ocasiones con ensambles de músicos numerosos, esta en concreto implicó un reto particular:
–Solo tuvimos un ensayo el mismo día de la función. Además, la mitad de la orquesta estaba compuesta por músicos en formación. La otra mitad eran músicos profesionales con los que ya tenemos mucha simpatía porque hemos tocado juntos en varios proyectos. Es decir, tenía que escribir de manera tal que para todo el grupo fuera igual de fácil tocar las piezas sin que pareciera una partitura simplona que pudiera aburrirlos. Otra dificultad fue que yo no pude volar a la hora programada porque en Bucaramanga estaba cerrado el aeropuerto por mal tiempo. El ensayo entonces lo dirigió Sebastián Rozo con mínimas indicaciones mías. Gracias a él pudimos salvar el estreno. Yo llegué a organizar apenas la puesta en escena y a darle los últimos detalles a la orquesta.
Inspirado en los versos de Fouad Haddad, Velandia había pensado en usar fragmentos de obras de escritores que, en sus palabras, “cuando hablan de la crueldad de la guerra y exaltan la resistencia de las víctimas lo hacen sin metáforas decorativas, son viscerales”. Sería una puesta en escena con actores recitando poemas o fragmentos de obras literarias atravesadas por la guerra, con el acompañamiento del ensamble. El gesto, la polinización cruzada entre música, poesía y teatro, estaría conducido por la condena el genocidio en Palestina y la tradición musical árabe.
El contrabajista Santiago Botero durante la obra "In C" de Terry Riley. Crédito: @elolivasoyyo
Si en “In C” el piano era la espina dorsal de la pieza, en la Sinfonía Municipal No. 11 lo que direccionó la atmósfera del concierto fue el oud, un tipo de laúd de once o doce cuerdas agrupadas en seis órdenes. Velandia conoció a través de Ahmad Mohsen a Abdel Ghany Sayed, músico egipcio también instalado en Bogotá, quien interpretó el oud a lo largo de la Sinfonía Municipal. Los ritmos árabes que el resto del ensamble fue interpretando estuvieron acompañados de la puesta en escena ya mencionada: un hombre –protagonizado por Ahmad– yace en el suelo, cubierto con una sábana blanca, llorado por dos mujeres, mientras se declaman fragmentos literarios en diferentes idiomas: un diálogo de Enrique V de Shakespeare en la voz de Joe Broderick; el poema “La inmortalidad” del poeta alemán Joseph Von Eichendof en la voz de Gina Sabino, y un parlamento de la adaptación teatral del Quijote hecha por el maestro Santiago García, interpretado por el actor original de esa obra, César Badillo. El hombre muerto, auxiliado por el propio Edson, vuelve a la vida y recita en árabe y en español el poema “Estado de sitio”, del poeta palestino Mahmoud Darwish.
Sobre la selección de los fragmentos, dice Velandia que fue un proceso colectivo:
–Todos los textos fueron seleccionados en diálogo con los intérpretes. Ellos y ella recitaron textos que ya conocían bien. Es decir: fueron los actores quienes también expresaron su protesta a través de los poetas.
El poema declamado por Ahmad –quien ha estado leyendo y recitando poemas suyos y de otros poetas árabes en diferentes eventos y conciertos en Bogotá– describe el aferramiento a la tenue luz de los días en medio del horror en Palestina: “Aquí, en la falda de las colinas, ante el ocaso / y las fauces del tiempo, / junto a huertos de sombras arrancadas, / hacemos lo que hacen los prisioneros, / lo que hacen los desempleados: / alimentamos la esperanza”. Darwish cantaba con sus poemas las melodías que produce una derrota, pero también las tonalidades del sumud, la valentía en medio de la orfandad y las demás formas de lo atroz.
El intérprete de oud Abdel Ghany Sayed. Crédito: @elolivasoyyo
Músicos Anónimos: una experiencia musical participativa fue ante todo el canto de cisne de un legendario espacio cultural, pero la Sinfonía Municipal No. 11 tuvo algo de ese lamento que viene de Oriente, de lo que suena debajo de las ruinas y trata de no perderse entre un barullo hostil. En el fondo, dice Edson Velandia, frente a “los discursos que imponen el gozo individual y el éxito como una religión que te va a salvar del aburrimiento”, surgen las voluntades humanas, pues “el arte no es nada sin las personas que lo crean. El rol del arte ante el genocidio les corresponde a las personas, no a sus oficios. Son ellas quienes deben defender la vida a ultranza usando todos los recursos que tenemos”.