Las tensiones entre la vida y la obra de la poeta colombiana María Mercedes Carranza son el centro de la exposición "El oficio de vestir", abierta al público en la Biblioteca Nacional de Colombia, donde están expuestos los objetos cotidianos que inspiraron su poesía. RAYA habló con Melibea Garavito Carranza, hija de María Mercedes, sobre el legado de una de las poetas capitales de la poesía colombiana.
Por Santiago Erazo, Cultura Raya
“¿Existen los almacenes de poemas?”, se preguntaba con ironía María Mercedes Carranza en un texto publicado en la revista Semana el 11 de noviembre de 1986 y que llevaba como título “Los poetas no existen”. Era la respuesta a un informe que vio la luz en la misma revista unos días atrás, en el que se retrataba la figura del poeta en Colombia como "un loquito que escribe 'cosas' que no interesan y que publica libros que nadie los quiere regalados". En su reflexión, donde analizaba la relación entre poesía y utilidad en un mundo mercantilista, María Mercedes culminaba señalando que "en esta sociedad el poeta no existe porque no produce mercancía". Y aun así, los poetas existen. María Mercedes lo demostró a lo largo de su vida creando un espacio para ellos –la Casa de Poesía Silva– o ideando premios y certámenes que acercaran la poesía a círculos sociales más amplios, como los concursos “Descanse en paz la guerra” de 2003 o “La poesía tiene la palabra”, cuando en 1989 se eligió a "Ese otro que también me habita", de Darío Jaramillo Agudelo, como el mejor poema de amor de la poesía colombiana.
La propia María Mercedes Carranza también fue poeta, una de las más relevantes del país, y la prueba de ello no solo está en su poesía, sino también en los objetos anodinos de su cotidianidad con los que vida y poesía se urdían en un nudo ciego: espejos, baúles, vajillas, gafas, una poltrona llena de arabescos rojos, cartas, recibos, libros y fotos apuntalaban sus días, pero también recorrían como una constelación silenciosa su poesía. Son precisamente estos objetos los que conforman “El oficio de vestir”, una exposición que recorre la obra y la vida de Carranza y que es organizada por la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes, el Banco de Archivos Digitales de Artes en Colombia (BADAC) y la Biblioteca Nacional de Colombia, abierta al público hasta septiembre de 2024. RAYA habló sobre la exposición y la obra de Carranza con Melibea Garavito Carranza, hija de María Mercedes y una de las curadoras de la exposición, junto con Lucas Ospina, Carolina Cerón, María Juliana Vargas, Jerónimo Pizarro y Ximena Gama.
Esta exposición, que inicia oficialmente con el trabajo del Banco de Archivos Digitales de Artes en Colombia y que es retomada por la Biblioteca Nacional, orbita alrededor de los objetos personales de María Mercedes Carranza. ¿Qué lugar ocupan para usted estos objetos en la poesía de María Mercedes?
Cuando muere mi mamá, yo quedo con un apartamento lleno de objetos y empiezo a guardarlos en cajas. En ese momento comienzo a leer por primera vez la poesía de mi mamá y descubro en su obra dos poemas que me hacen imaginarme lo yo quiero hacer, que es al tiempo lo que está sucediendo en la exposición. En particular pienso en el poema “Aquí entre nos”, que es el que los asistentes ven en las escaleras de la instalación y que inicia diciendo: “Un día escribiré mis memorias, ¿quién / que se irrespete no lo hace? Y / allí estará todo. Estará el esmalte / de las uñas revuelto / con Pavese y Pavese con las agujas y / una que otra cuenta de mercado”.
Desde ese momento yo guardé cuentas del mercado, y en general cosas que de pronto otra persona hubiera votado. Fíjate por ejemplo en los muebles de la exposición, que eran de mi abuelo y de mi bisabuelo. Ella menciona en un poema la poltrona en la que siempre se sentaba a leer o a hacer visita con un novio: “Como llegar a la casa / al final de un día despiadado y sumergirse en ese sillón / que ya es cuerpo de mi cuerpo”. Pienso también en ese poema llamado “Oh, dulces prendas”, donde mi mamá dice: “Me miran los objetos cotidianos, / manoseados por tantos sangre atrás”. Entonces de repente está también el espejo, o el teléfono, que es el cómplice de sus amores en varios de sus poemas. Todos esos objetos que la acompañaron durante tantos años de alguna manera para ella fueron como la sangre que la recorría.
“El oficio de vestir” tiene varios hilos conductores, pero no deja de ser una instalación en la que los objetos se entrecruzan de diferentes maneras. Para usted, ¿cuál podría ser la mejor forma de recorrer la exposición?
La expo tiene un gran hilo conductor, que es la niñez. Creo que al ubicarse desde la sección dedicada a ese tema se podría empezar a explorar el resto de objetos y poemas. Sin embargo, el objetivo de esta exposición era desplegar el archivo. Que los poemas sean los protagonistas en medio de varios ecosistemas de imágenes del archivo de mi mamá. A cada uno de esos poemas se les creó alrededor un pequeño archivo de documentos para mostrar cómo esos poemas pertenecen a alguien que existió, que escribió, que tomó fotos. Entonces es un llamado a que busques el poema que más te gusta, que más te llama la atención, y volver más cercana a María Mercedes; que te puedas sentar en su silla y escuchar su voz; hacerla aún más íntima.
Antes de conocer a la María Mercedes poeta, vivió con la María Mercedes madre. ¿Cómo fue transformándose la imagen que tenía de su madre a lo largo de los años?
Antes de que mi mamá muriera, yo la veía a ella como una mamá muy fuerte y al final de la vida como una mamá amiga, pero solo conocía dos poemas de ella realmente. En el momento en que ella fallece, estudié literatura, como la familia manda; alguien tenía que hacerse cargo de vigilar la publicación de la obra completa de mi madre. Entonces decidí echarme al hombro eso, había que digitar esos poemas para poderlos entregar en esa época a la editorial Alfaguara. Y así es que empiezo a leer la poesía de mi mamá. Para mí fue una gran sorpresa descubrir la calidad de esa poesía, ya no mirándola desde el prisma de ser hija, sino desde el lugar de una persona que estudiaba literatura. Me sorprendió saber que yo estaba sentada en un comedor o acostada en una cama con una persona que escribía unos poemas de esa hondura.
También había algo de perseguir cierta justicia para con mi mamá. Ella trabajó toda la vida por la poesía de los demás, por que los poetas se dieran a conocer, pero el trabajo que mi mamá hizo por su obra fue muy poco. Su poesía era tan buena, tenía vuelo propio, pero era más conocida por su trabajo como gestora cultural, su legado en la Constituyente y demás. Por eso decidí que iba a trabajar para que la poesía de mi mamá llegue lo más lejos posible, y eso es lo que he hecho durante estos 21 años.
Han sido entonces ya dos décadas de no solo haber leído la obra de María Mercedes, sino también haberla releído y analizado muchas veces.
Yo creo que debo haber leído la obra completa de mi mamá unas 10 o 15 veces. Y por eso llega un momento en que, además de descubrir que mi mamá era una escritora y poeta de gran hondura, empiezo a descubrir que en esa poesía hay un dolor del que no fui consciente nunca. Ella era una muy fuerte, muy vital, que siempre estaba al pie del cañón, y de repente, de tanto leerla en orden, empieza uno a aislar ese ser que está ahí oculto entre sus versos.
Dentro de la María Mercedes Carranza poeta aparecen, como matrioshkas, otras Marías Mercedes en su obra poética, en sus cuatro poemarios: la María Mercedes conversacional y de tono irónico, por las venas de Nicanor Parra, de Vainas y otros poemas; la María Mercedes interesada en la poesía amorosa de Hola, Soledad; la María Mercedes volcada hacia la dignidad de las víctimas del conflicto armado de El canto de las moscas… ¿Cuál de ellas es la que más resuena con usted?
Yo creo que eso es lo que tiene la literatura: si tienes una poeta favorita, te puede acompañar toda la vida. Ha sabido momentos en que he preferido poemas de Vainas; de ese libro hay unos dos poemas que aún hoy en día me encanta leerlos. Por ejemplo, “Métale cabeza” me parece un poema que todos deberíamos tener enfrente del inodoro para leerlo todos los días sin que se nos olvide. Me parece que en cada uno de sus libros hay poemas que me han acompañado en diferentes edades y unos que no me dejan de gustar, como “Tengo miedo”, que es el poema con el que yo más me comunico, porque yo siempre tengo miedo: tengo miedo porque vivo en Colombia, tengo miedo porque la vida es así; tengo miedo, soy humana y tengo miedo.
¿Cuál es el lugar que ocupa para usted la obra de María Mercedes dentro de la historia de la poesía colombiana?
Para mí la poesía de María Mercedes Carranza es sobre todo una poesía muy honesta, muy de mirarse a sí misma. No es una poesía ni femenina ni feminista, ni tampoco creo que sea una poesía con bandera o de panfleto. Pensaría que María Mercedes se escapa un poco incluso de sus generaciones, en el sentido de que es una persona con lupa y bisturí que está dejando una confesión de lo que fue ella, y de su vida y su experiencia vital.