Análisis

SÍNTESIS

Los resultados de las elecciones en el Reino Unido y Francia representan un respiro para las posiciones democráticas y progresistas en Europa. Sin embargo, la extrema derecha sigue avanzando y normalizando discursos xenófobos y antidemocráticos. 

Por: Paula Jimena Ñáñez Ortiz, especial para RAYA

En las últimas semanas, Europa ha sido testigo de dos citas electorales de gran relevancia para su futuro político inmediato. En primer lugar, las elecciones generales celebradas el pasado 4 de julio en el Reino Unido, convocadas de manera anticipada por el conservador Rishi Sunak.

La voluntad popular expresada en las urnas por la ciudadanía británica otorgó una holgada victoria al Partido Laborista, liderado por Keir Starmer, quien actualmente se encuentra formando su gabinete de gobierno. Este triunfo pone fin a 14 años de gobiernos conservadores, que han sumido al país en una compleja situación interna, marcada por la salida del Reino Unido de la Unión Europea, en un proceso conocido como Brexit, marcado por falsas informaciones y promesas vacías de recuperar la grandeza del país, en una suerte de añoranza de épocas imperiales. 

El regreso de los laboristas a Downey Street plantea numerosos desafíos en materia económica y política a los que tendrá que hacer frente el nuevo gobierno, con restricciones marcadas por el déficit económico y la baja inversión extranjera, revertir políticas de recortes y austeridad, invertir en políticas sociales, controlar la inflación y estabilizar el mercado laboral. Remontar el crecimiento económico, que se ha estancado en niveles modestos desde la crisis financiera del 2008, situación agravada por la pandemia, e implementar políticas para estabilizar el mercado laboral y reducir el desempleo.

Asimismo, la socialdemocracia británica deberá construir una política de migración acorde con los estándares internacionales de derechos humanos, alejándose de las propuestas de Rishi Sunak, planteadas desde la lógica necropolítica: deshumanizantes, xenófobas, racistas y clasistas. Estos planteamientos se sitúan en posiciones más cercanas a los partidos de ultraderecha como el liderado por Nigel Farage, que construyen una narrativa de enemigo interno centrada en las personas migrantes.

Por otra parte, en términos geopolíticos el Reino Unido se asoma al desgaste que la Guerra de Ucrania está produciendo en los países europeos, en particular, las repercusiones en materia de previsión energética. Los precios del gas mayorista han subido un 40% en el país desde el inicio de la confrontación bélica. 

En términos geopolíticos, el Reino Unido deberá afrontar el desgaste que la guerra de Ucrania está causando en los países europeos, especialmente en materia de previsión energética, con un aumento del 40% en los precios del gas mayorista desde el inicio del conflicto. Además, la política exterior británica deberá replantear su estrategia geopolítica, recuperando una voz propia y abandonando su papel de fiel escudero de Estados Unidos. característico desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

En términos simbólicos, es claro que triunfo del Partido Laborista inyecta una dosis de esperanza en el panorama político europeo. Sin embargo, es importante considerar que el 63% de los escaños logrados se obtuvieron con un porcentaje menor de votos que los obtenidos por Jeremy Corbyn en 2017.  Los resultados reflejan una fragmentación del voto conservador entre los tories y el partido de ultraderecha Reform UK, liderado por Nigel Farage, que vuelve a escena política con 4 escaños en el Parlamento.

En segundo lugar, las elecciones legislativas francesas convocadas por el presidente Emmanuel Macron también han sido de gran relevancia. Tras los nefastos resultados de su partido en los comicios para la Eurocámara y la victoria del partido ultraderechista Agrupación Nacional (RN), liderado por Marine Le Pen, Macron decidió convocar nuevas elecciones. Sin embargo su estrategia no tuvo el efecto esperado, ya que su partido perdió la mayoría parlamentaria absoluta en 2022, y las políticas antipopulares, como la reforma pensional o las políticas de corte liberal, han generado un enorme descontento entre la población y que ha sabido capitalizar la extrema derecha. Es un error político considerar que en una situación de polarización las posiciones centristas lograrían alcanzar la victoria.

Ahora bien, el anuncio de Macron provocó una rápida reacción de los partidos políticos de la izquierda que conformaron una coalición electoral, el Nuevo Frente Popular (NFP), integrado entre otras agrupaciones por el maltrecho Partido Socialista, Los Ecologistas, el Partido Comunista y La Francia Insumisa, entre otros. Esta jugada política puso en fuera de juego a Macron, que parece haber sido escéptico ante la conformación de una alianza política a su izquierda. El motor de esta unión electoral se produce por el temor a una victoria de la RN, que se vislumbró en los resultados de la primera vuelta, siendo el partido ganador en esta primera fase.

Los resultados definitivos de los comicios del pasado domingo dan cuenta de la efectividad del “cordón sanitario” impuesto a la extrema derecha, en un contexto puntual de movilización política, y construido por la izquierda, el partido de Macron y una parte importante de Los Republicanos (partido conservador). Al parecer estos últimos hicieron un ejercicio de memoria histórica al recordar la alianza entre los conservadores alemanes y Hitler, que finalmente desembocó en el ascenso del nazismo.

El Nuevo Frente Popular consiguió ser la primera fuerza de la Asamblea Nacional, seguida del bloque de Macron, que pierde más de 80 escaños. El tercer puesto queda para la agrupación liderada por Le Pen y Jordan Bardella, este último representa el blanqueamiento de la extrema derecha, la cara “amable” de la agrupación. 

Aunque se logró evitar que el RN llegará al poder, no debemos perder de vista que esta agrupación obtiene 54 escaños más, pasando de 89 a 143, con casi 9 millones de votos, dos más que la unión de izquierda, que obtuvo más escaños debido al sistema electoral francés.  En este sentido, el partido de Le Pen gana terreno político y electoral en todo el país galo, en particular en las zonas rurales, caracterizadas por una situación social mucho más precaria y en donde el discurso xenófobo, antiinmigración y euroescéptico cala con mayor profundidad.

Finalmente, aunque estos dos comicios electorales dan un balón de oxígeno a las posiciones democráticas y progresistas en Europa no debemos perder de vista que la extrema derecha avanza con paso decidido. Este avance representa la normalización de los discursos xenófobos, machistas, contrarios a las demandas de reconocimiento y de diversidad de diferentes colectivos. Estamos en un momento de auge de las guerras, de reposicionamiento geopolítico, de crisis ecológica, de lucha por la hegemonía a nivel internacional y de desconocimiento flagrante de los tratados internacionales de los derechos humanos. 

Por lo tanto, los movimientos y partidos políticos socialdemócratas, progresistas y de izquierda europeos deben tener altura de miras y responsabilidad política para frenar el avance de movimientos antidemocráticos. Se debe conectar con las clases populares, con los "olvidados" de la globalización, con los afectados por los procesos de desindustrialización y con las zonas rurales. Deben ofrecer no solo una esperanza coyuntural sino políticas que pongan en el centro la vida.

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