En medio de las recientes alertas de la Procuraduría General de la Nación por los altos niveles de mercurio en varios ríos del Bajo Cauca y el nordeste antioqueño, el Teatro Tierra presentó en Bogotá el pasado 8 y 9 de marzo Mina//Mata, una obra que entrecruza la tragedia ambiental de Minamata, en Japón, con la contaminación por mercurio en Colombia. RAYA entrevistó a Juan Carlos Moyano, el director del Teatro Tierra y el responsable de este montaje que pone en tensión el arte y la ecología.
Por: Santiago Erazo
Cultura RAYA
Están crispados los cuerpos con cantidades nocivas de mercurio disolviéndose en la sangre. Se recogen, trémulos, en sí mismos. Convulsionan. Deliran. Se sabe que el efecto es ante todo neuronal; por eso el puente entre los músculos y el cerebro se quiebra. La desconexión varía según el nivel de afección: pueden ser dedos tensos, similares a la rigidez articulatoria propia de la artritis, pero también parálisis completa, estados de coma, demencia profunda y la muerte.
A este síndrome neurológico se le conoce como enfermedad de Minamata, y lleva su nombre por la ciudad japonesa donde la compañía Japonesa Chisso estuvo vertiendo metilmercurio durante más de tres décadas en las aguas residuales de la zona. La práctica derivó en tragedia cuando los habitantes de Minamata fueron consumiendo los peces y mariscos contaminados. Y la tragedia, a su vez, derivó en enfermedad. Sus vestigios aún los vemos, sobre todo en territorios horadados por la minería y otras actividades extractivistas. El pasado 19 de marzo la Procuraduría General de la Nación señaló los niveles alarmantes de mercurio en los ríos del Bajo Cauca y el nordeste antioqueño. Y ya en 2023 la misma entidad había reparado en los riesgos de contaminación por mercurio debido a la minería ilegal en los farallones de Cali.
En medio de esta contingencia, el 8 y 9 de marzo de este año se presentó en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo Mina//Mata, una obra que amalgama como dos fotografías superpuestas la tragedia de Minamata y las derivaciones de la misma en nuestro país, sobre todo en las cuencas hídricas donde el oro se paga con metilmercurio en la sangre. Esta es la escenificación del horror, pero también es lo que reverbera en medio de la ira frente a los verdugos. RAYA conversó con el director de Mina//Mata, Juan Carlos Moyano, quien ha adaptado la obra del guion teatral de Gilberto Martínez Arango, maestro del teatro antioqueño que nunca montó en vida esta pieza.
La obra está inspirada en la tragedia de Minamata, en Japón, pero el montaje tiene referencias constantes a la cultura del Pacífico. El lugar concreto no se menciona, y quizá por eso la obra parece un paisaje en doble exposición: el Pacífico de Japón y el Pacífico colombiano juntos. ¿Cómo plantearon este diálogo entre la historia de la tragedia japonesa y esa otra tragedia en curso que ocurre en nuestro país?
La obra en la que nos basamos, escrita por Gilberto Martínez, surge a partir de un interés suyo por la cultura japonesa. Él buscó generar un vínculo y contextualizar la obra en Japón con referentes como el teatro noh, y al tiempo tejer un vínculo con los desastres ambientales y la contaminación industrial, así como sus terribles efectos. Junto a esta obra estaba el trabajo de Eugene Smith, un reportero fotográfico estadounidense que laboró durante muchos años en la revista Life y que había retratado en un libro la tragedia de Minamata. Este libro había impresionado mucho a Gilberto Martínez. Así fue que quisimos rearmar la historia de la obra original, pero nos desprendimos de toda la parte ornamental del proyecto de Gilberto y los referentes japoneses, pues con ello terminaría pareciendo una parodia.
Nos quedamos entonces con el puro hueso y de esta forma retomamos las historias de Gilberto, pero dándole un giro. En la obra original la palabra “Minamata” está dividida en “Mina” y “mata”, y en la mitad del significante hay dos barras inclinadas. Esos signos los entendí como un río que separa en dos la palabra. Y por eso pretendimos dar cuenta del drama de los ríos del Pacífico con la tragedia de Minamata, que parece extenderse a nuestros tiempos y nuestras tierras.
El tema lo conocemos de cerca, porque la enfermedad no solo se limita a la tragedia en Japón. Aún ocurre. Nosotros tenemos una compañera que trabaja periódicamente en los ríos de varias partes de Colombia, y ella dice que se ha encontrado con muchos casos de deformaciones físicas, insuficiencias cerebrales, agonía y muertes extrañas en cuerpos atacados por el sistema nervioso. El resultado es la tragedia para las familias y para las comunidades.
Así fue que, dentro de una ficción interior, quise fabular que la obra sucedía una década más adelante, cuando la problemática del mercurio fuese más universal. Entonces preferimos ubicar la historia en un espacio más cercano, sobre todo pensando en las regiones de nuestro país donde la minería y el extractivismo están horadando los ecosistemas. Por eso decidimos contextualizar la obra en un ambiente próximo, pero siguiendo la historia original.
La tragedia de Minamata fue retratada por Eugene Smith y luego llevada al cine. ¿Qué le aporta el lenguaje del teatro a la narración de esta historia?
Lo que pretendimos fue pasar del lenguaje escrito al lenguaje concebido a través de las acciones, las imágenes visuales, un discurso lumínico y, por supuesto, la actuación de los intérpretes. Todo esto ocurre en una especie de simbiosis, que yo llamo “el arte del alquimista”. Es decir, es un trabajo más bien artesanal en el que uno encuentra su propio dispositivo expresivo y renuncia a la lealtad literal para imponer una lealtad esencial en diálogo con la intención del autor. De hecho, una parte de los textos fue reescrita para acomodarla a ese lenguaje, porque al final la acción física y la imagen forman parte de una gramática para estructurar los términos de comunicación con el público.
Algo particular de la obra es la presencia de las bateas o pailas cuyos significados proliferan a lo largo de la obra: son una batea pero también son un catre o una cuna en la que fallecen los personajes por esta enfermedad. Además son una canoa, un escudo, un tambor y una trinchera. ¿Cómo pensaron el elemento de la paila?
Incluso con las bateas se arma dentro del montaje la esfera del poder, que viene siendo también una gota de mercurio. Hay una cantidad de imágenes alrededor. Desde hace muchísimos años hemos hecho obras con un número mínimo de objetos cotidianos. Primero, porque contamos con pocos recursos económicos para organizar escenografías demasiado costosas. Segundo, porque somos un grupo que siempre ha sido itinerante y transitar con exceso de escenografía es algo que se volvió imposible. Y tercero, porque es un concepto estético con cierta influencia minimalista y objetual donde uno trabaja lo polisémico de los elementos.
Hay un proverbio del teatro chino que dice: “En todo objeto hay mil objetos”. Y también el poeta de la revolución rusa Vladimir Maiakovki, que fue un hombre de teatro, hablaba de que los objetos tienen vida propia. Esos dos criterios nos han hecho pensar que hallar en escena el espíritu de los objetos es posible y la relación que se establece entre los intérpretes y los objetos da la oportunidad de elaborar una iconografía poética más o menos sorprendente que surge de una exploración y de un trabajo persistente con el elemento.
Cuando en la Casa del Teatro de Medellín, la sede de Gilberto Martínez, me encuentro con una paila y unas piedras y una pared, de inmediato me pongo a pensar en la visión literal del objeto, pero también en lo que el objeto puede proporcionarnos para hacer un montaje de emergencia, porque en ese momento no teníamos dinero. Luego ganaríamos varias becas para seguir el montaje, pero en ese momento no había plata, así que yo pensé: “esa paila puede ser la batea en la que se ciernen las piedras para extraer el oro grano a grano”. Esa paila también fue la boca de la draga, un espíritu metálico aterrador en contraste con la naturaleza, con los ríos donde están instaladas. Incluso esa paila puede ser un objeto musical, aunque eso aún no lo hemos aprovechado lo suficiente.
Al final esta es una obra con un evidente contenido ecológico, aunque también hay una búsqueda artística en los parlamentos de los actores, que por momentos tienen vuelos líricos, o en las propias coreografías. ¿Cómo abordar el ecologismo en el arte sin caer en el panfleto o en la cartilla institucional?
Parto de la idea de que no somos activistas, sino artistas del teatro. También parto de la idea de que, así el teatro pueda ser usado como vehículo de comunicación o una propaganda, es un arte en el que el propósito estético es una constante innegable. Inclusive, al negar la estética se pueden construir niveles de expresión artística que no dejan de ser estéticos. Como quisimos hacer una obra de teatro, prescindimos del discurso literal.
Y a pesar de que hay un contenido político, porque sí es una obra política y ambientalista, nosotros anduvimos buscando la experiencia de lo que les ocurría a los personajes en sus situaciones de vida, de lo que en la realidad tenían que enfrentar, y acudimos a testimonios de gente de los ríos del Chocó, más que a cifras o a consignas. La idea también era tratar ciertos temas horribles de manera hermosa, no para embellecer el horror, sino para volver más sensible y elaborado el efecto subliminal en espectadores y espectadoras que van a un teatro y pagan una boleta para vivir una experiencia estética principalmente.
Mina//Mata es también un homenaje a Gilberto Martínez Arango, sobre quien usted dijo al inicio de la obra que era un maestro teatrero al nivel de Enrique Buenaventura o Santiago García. ¿Cuál diría que es la importancia de Gilberto dentro del teatro moderno colombiano?
Hay algo curioso en la evolución del teatro colombiano que ocurre en la década del sesenta. Surgen tres maestros –en un contexto donde había más gente, por supuesto– que son determinantes. Uno aparece en Bogotá, con Santiago García y el Teatro La Candelaria; otro en Cali, con el Teatro Experimental de Enrique Buenaventura, y en Medellín se destaca Gilberto Martínez, que tuvo varios grupos a lo largo del tiempo y que quizás por eso no pudo alcanzar la proyección que tuvieron Buenaventura y García a nivel internacional.
Al final Gilberto montó la Casa del Teatro de Medellín pero antes de eso había participado en el Teatro Libre y en otras agrupaciones. De joven, Gilberto fue un atleta ganador de medallas de oro en los Juegos Panamericanos; un hombre que practicaba natación en Medellín y que para foguearse iba a los pozos de la quebrada de Santa Elena amarrándose a un árbol para poder hacer un entrenamiento físico semiestático, a contracorriente. Así se ganó una medalla de oro, y yo creo que así logró también construir un rumbo teatral.
Gilberto creó una obra teatral larguísima y fue un maestro. Les enseñó a muchos y forjó la carrera de otros más. Cuatro de los actores de Mina//Mata fueron formados por él y conforman hoy en día su grupo. Con esta obra entonces quisimos hacerle un homenaje a ese esfuerzo creativo. En perspectiva uno se da cuenta de que Buenaventura, García y Martínez fueron una especie de triángulo donde precisamente el teatro colombiano pudo afianzarse y hacer cosas interesantes.