En tiempos de memoria y reivindicación para las víctimas del conflicto armado en Colombia, la poetisa Awá Mirta Plaza alza su voz desde el horror y el desarraigo. Con la poesía como refugio y herramienta de sanación, reconstruye su historia y la de su comunidad, tejiendo palabras que curan y resisten, que narran lo que fue arrancado y lo que aún florece.
Por: Germán Ñáñez Lloreda.
@Nomadablues
Mi NIÑA
“Esa es mi niña que corre libre en la pradera,
ha vuelto de la guerra,
retorna a casa y juega a perseguir la luna,
a la libélula que vuela en la laguna.
Ella sabe que debe perseguir sus sueños,
porque gracias al cielo ya no tiene dueño.”
—Fragmento de Mi niña, Mirta Plaza
La voz de Mirta Plaza se alza desde las heridas del conflicto: las masacres, el asesinato selectivo, el desplazamiento forzado, los allanamientos y los desalojos. Su historia se entreteje desde el sur de Nariño, en el seno de la comunidad Awá, marcada por el terror impuesto por actores armados que disputan el control del territorio, hasta su llegada a Cali, en medio de procesos de lucha por el derecho a la vivienda en Navarro, en las inmediaciones de esta ciudad.
“Estas son comunidades, personas, familias que han adquirido sus casas, pero que están ubicadas al lado del río Cauca, en lo que llaman el Jarillón del río Cauca —comenta Mirta—. A esto le han llamado Plan Jarillón, donde quieren hacer unas construcciones y sacar a las personas de manera violenta, sin importar si hay condiciones de discapacidad o enfermedad. Gente en silla de ruedas a la que le han dejado su cama en la calle”.
Pero las historias de desplazamiento de Mirta se remontan mucho más atrás. Comienzan en el sur de Nariño, tras el asesinato de su familia nuclear —compuesta por 14 miembros—, cifra que se extendió a 25 integrantes de su comunidad entre 1993 y 2009.
“El corregimiento se llama El Parque, que pertenece al municipio de Barbacoas —continúa Plaza—. Este pueblo tiene una vía alterna que conduce hasta Ecuador. Mi comunidad estaba ubicada en ese corredor. Mucho tiempo después entendimos que estábamos mal ubicados. O dicho de otra forma, se trataba de un corredor estratégico para los actores armados, al lado de un río que desemboca en otro más grande, que se vuelve navegable y llega al mar”.
La comunidad Awá de Mirta es un pueblo de montaña. En su lengua, “Awá” significa “ser humano” y está íntimamente ligada a los sonidos del agua. En la memoria de la poetisa persiste el recuerdo del rapto de niñas, las agresiones y abusos cometidos por los mestizos, el menosprecio, la prohibición de hablar su lengua. A pesar de todo, la lengua resiste, y con ella se mantiene viva la memoria ancestral de su comunidad.
Los procesos de recuperación de tierras también cobraron víctimas entre los Awá. “Dos de mis primos iniciaron un proceso de recuperación de tierras en el corregimiento La Primavera, que llevaban muchos años abandonadas. Por eso los asesinaron a tiros”, afirma Mirta.
El reclutamiento de niños y niñas, así como el bombardeo de instituciones educativas, también forman parte de los recuerdos de su infancia. “Aquí unas religiosas crearon un internado, que fue aprovechado por los actores armados para reclutar menores. Dos de mis primos se los llevaron de allí. Ellos están desaparecidos. En febrero de 2004 entró el Ejército a bombardear. Menos mal ese día no hubo clase y las cosas no pasaron a mayores”, relata.
El primer desplazamiento
La gota de agua,
que va limpiando mi alma,
que va tocando mi corazón,
lavando mis entrañas.
La gota de agua, que baja por la montaña,
se vuelve ojo de agua, arroyo y río,
quebradita y riachuelo frío.
Se va juntando: madre laguna, lago y cascada.
Van serpenteando por los caminos,
van lavando los sueños míos,
de indio, afro y campesino.
Fragmento de "La Gota de Agua" (Mirta Plaza)
Huyendo de la guerra, Mirta logra llegar a Cali. “Para mí, llegar a la ciudad en desplazamiento es como atrapar un ave. No sales solo de una tierra. Sales de un territorio. Y el territorio es el agua, el río, la cascada, la información ancestral. Es donde está tu placenta enterrada, donde viviste tu hermoso parto, donde estás conectada con todo lo que hay allí: con los árboles, con las raíces, con los frutos, con la recolección, con las medicinas ancestrales, con la partería”.
Su hija nace en noviembre de 1993, en medio de muchos controles médicos por tratarse de un parto de alto riesgo. Una semana después, asesinan a uno de sus primos y, por ese motivo, su madre, su padrastro, su hermano de 16 años, su hermana de seis y su abuelo mayor, de 80 años, también deben desplazarse.
La familia queda dispersa en distintos puntos de la ciudad y cada uno intenta sobrevivir en diferentes oficios. La madre, que era la única profesora del pueblo, no puede ejercer, porque sin títulos no le es permitido. Entonces comienza a gestionar procesos de retorno, pero la situación de violencia no lo permite y las tierras de la familia son invadidas.
“Mi madre viajaba entre Cali y la comunidad. Ella traía historias y me las contaba. Yo las escuchaba y las iba guardando en mi memoria. Recuerdo que un día trajo la historia del asesinato de mi primo. Y fue allí cuando empecé a escribir esas historias de forma poética, no directa, porque me daba mucho miedo. Eso me fue creando un dolor en el alma. Un dolor que no se quita, que intento que se quite, y está allí”.
“Tú vives en la memoria y la memoria vive en ti. Y cuando tienes un dolor, recuerdas la plantita de la abuela, el olor, el secreto, la partería… todo eso. Es como recoger toda esa información y poder contarla. No dejar morir la memoria de los abuelos, de los ancestros, que somos nosotros mismos en ese recuerdo”.
“Para mí, la única forma de sanar —porque desafortunadamente yo no pude enterrar en físico a mis muertos— ha sido escribir. Entonces, es entender que también hay curanderas y sanadoras, como la abuela María Sabina, que nos enseñó que la poesía sana. Que el invitar a decir cúrate mijita y transmitir, con la hierba, la información de la medicina ancestral… eso es poesía, ¿no?”
Así fue como Mirta se lanzó hacia el salvavidas de la poesía, al oficio de escribir para sanar.
Poesía para sanar
Volaron en átomos mis letras,
se escribieron en las hojas de los árboles,
cual mariposas se posaron en la flor de mi corazón.
Las ardillas leyeron poemas de amor y de vida.
Entonaron bellos cantos los grillos,
con tantas palabras esparcidas junto al árbol de tantas vidas.
Muchas subieron a las nubes
y, cuando niebla, se posan en los botones.
Al otro día son nuevas
flores escritas de colores.
Fragmento de "Letras volando a un infinito de posibilidades" (Mirta Plaza)
Hoy, Mirta realiza talleres de arte ecológico en la ciudad de Cali. Se trata de espacios para sanar y sanarse a través del amor y el arte, en los que los participantes, usando cáscaras, semillas y otros elementos que la naturaleza expulsa, crean tarjetas, collares o artesanías, mientras reflexionan sobre la relación con la tierra y el proceso de sensibilización hacia ella.
“El taller se llama Volver al origen. Allí puedo compartir la conexión —o la forma en la que yo me conecto— con la madre tierra para poder escribir, para poder sanar. Y también para compartir ese tipo de saberes a través de ejercicios: palpar los pies, tocar nuestros chakras, conectarnos con el cosmos, con el universo, con el sol, con la tierra, con la cosmogonía indígena. Y que cada persona pueda escribir su propia historia, es decir, aquello que quiere sanar y compartir de su vida”.
Mirta ofrece estos talleres en distintos colegios de Cali y también impulsa, junto a otras personas, un proyecto llamado Bachué, que se desarrolla en Dos Quebradas, a dos horas de la ciudad, donde realiza terapias de reflexología.*
Además, trabaja junto a la Federación Casa Campesina, Afro, Indígena, Obrera y Popular en la reconstrucción de la escuela del corregimiento El Parque —la misma donde su madre fue maestra y que logró sobrevivir al conflicto armado—. Mientras tanto, gestiona la publicación independiente de sus 50 mejores poemas, una memoria poética marcada por la resistencia, la sanación y la dignidad.
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