Más allá de la inclusión en el Convenio sobre Diversidad Biológica, los pueblos afrodescendientes han protegido su entorno durante siglos, contribuyendo a la biodiversidad. Estas son cinco voces del quehacer cotidiano con el que han preservado la naturaleza.
Por: María Fernanda Padilla Quevedo
(X e IG: @mafepaque)
Los pueblos afrodescendientes han tenido una certeza ancestral: no hay ningún lugar que tenga mejor vida que las orillas de los ríos y los mares. No en vano, los principales asentamientos que construyeron al liberarse de los españoles en Colombia se ubicaron junto a los afluentes de agua. La comida y las tierras fértiles siempre han estado allí. “Hemos sido guardianes de los ríos, hemos peleado por defenderlos de la contaminación y la explotación”, dice Elena con tono férreo.
Los siglos de saberes y prácticas ancestrales alrededor del agua y el territorio fueron uno de los puntos de debate en la COP16, la principal cumbre mundial sobre biodiversidad que se llevó a cabo a finales de octubre de 2024. La vicepresidenta Francia Márquez presentó la propuesta de reconocer e incluir, en el Convenio sobre Diversidad Biológica los aportes de los pueblos afrodescendientes en la protección de los seres vivos y el ambiente en el planeta. Fue una discusión que duró dos semanas y, al final, fue acogida por los cerca de 196 países asistentes.
“Es un reconocimiento a esas luchas que hemos llevado a cuestas ancestralmente, para que no solamente nos vean como un pueblo que ha sido esclavizado sino que hemos subsistido y persistido”, celebra Elizabeth Moreno, conocida como “Chava” y quien lleva dos décadas defendiendo al río San Juan y su comunidad de la guerra.
Aunque el reconocimiento de estas luchas a nivel internacional es un paso importante, en los territorios donde estas comunidades viven y cuidan de los ríos, las prácticas ancestrales siguen siendo esenciales para la conservación. RAYA recorrió la ciudad de Cali para conocer los saberes que los y las afrodescendientes han preservado en sus comunidades para proteger el río, los peces, las plantas, los animales y las semillas nativas.
Azoteas para rescatar las semillas
Elena cuida su azotea, que construyó en la terraza de su casa ubicada en el oriente de Cali. Allí funciona, además, el centro cultural La Azotea de la Abuela. Foto: María Fernanda Padilla Quevedo
Cuando Elena Hinestroza vivió en Timbiquí, Cauca, se dio cuenta que la planta de toronjil y otras comenzaron a escasear en las azoteas, unas huertas tradicionales de las comunidades afrodescendientes del Pacifíco. “Era un problema porque vivíamos de esas plantas para medicina, alimentación, para respaldo… para todo”, recuerda Elena. Por esta razón, se decidió, junto a otras mujeres, a crear una red de intercambio de semillas, con el fin de recuperar las plantas.
Al desplazarse forzosamente de su tierra por amenazas hace 17 años, Elena retomó las azoteas junto a sus hijas. Hoy tiene rudas, cebollas largas, romero, poleo, tomillo “iscancer (sic)”, prontoalivio, albahaca, cuernos de venados y bambúes, entre otros.
La flor del ajo ayuda a limpiar las energías. Es una planta espiritual. Foto: María Fernanda Padilla Quevedo
“Acá estamos preservando y conservando esa biodiversidad de plantas, que están sirviendo a los insectos y a las abejas para hacer su trabajo de polinizar. Si ellas no tienen eso no pueden vivir. Al igual, mucha hierba que está aquí ni siquiera la he sembrado, sino que las aves las traen en sus heces desde muy lejos. Entonces, estamos trabajando por sostener esa biodiversidad que hay en este planeta”, afirma Elena.
Oro y plantas antes que mercurio
Bernardino Mosquera conoce el río Atrato como a su propio cuerpo. Lo recorre y lo cuida desde hace casi 5 años. Él es uno de los 14 guardianes de este cauce, que fue declarado sujeto de derechos por la Corte Constitucional, a través de la sentencia T-622, tras recibir una demanda que buscaba parar la minería ilegal y la deforestación indiscriminada en sus orillas.
Bernardino lleva defendiendo más de 20 años su municipio Río Quito, en el Chocó. Foto: María Fernanda Padilla Quevedo
Bernardino recuerda que las comunidades afrodescendientes encontraron en la minería artesanal una forma de subsistencia histórica. Antes de la llegada de la maquinaría, cuenta, se utilizaban bateas y plantas para separar la arena del oro.
“Tenemos el yarumo, el guásimo, la escoba babosa… eso separa la tierra del oro. Queda puro, no hay necesidad de amalgamar, ni de quemarlo a cielo abierto, que es lo que causa el daño en el medio ambiente. Pero las grandes empresas, por rendimiento y para agilizar el proceso, inventaron el mercurio que hoy nos está matando”, lamenta Bernardino.
Más de 3.000 hectáreas han sido degradadas por la minería en el Chocó, principalmente en municipios como Río Quito, según Codechocó.
Foto: María Fernanda Padilla Quevedo
Preservar, cuidar y proteger
Para Elizabeth Moreno, su comunidad ha encontrado una fórmula para proteger la biodiversidad: preservar, cuidar y proteger. Eso se traduce en unas tareas principales que se deben seguir: aprender sobre la naturaleza y conservar el legado de los ancestros; comprender que se debe cuidar de la naturaleza para sobrevivir y transmitir los saberes y los conocimientos sobre esto; y, finalmente, comprometerse con el cuidado del medio ambiente para que todos sean guardianes del planeta.
“Si Dios nos dio a nosotros la naturaleza, nos dio la tierra, era para que viviéramos y pudiéramos persistir en ella y que, a través de nuestros conocimientos y del tiempo, fuéramos regando la semilla para que se produzca más. Tenemos que meternos en la cabeza que somos nosotros los que necesitamos de la naturaleza, no ella de nosotros. Si no la cuidamos, no vamos a subsistir”, agrega Chava.
Chava ha sido una defensora del río San Juan, otro de los afluentes más importantes del Chocó, y de sus comunidades. Foto: María Fernanda Padilla Quevedo
Organizarse para apañar el río
“Gracias a la Ley 70 del 93 podemos estar en un territorio y nos respetan como comunidades, como consejo comunitario y no pasan por encima de nuestra autonomía”, dice Eduard Cuero mientras recorremos las calles del asentamiento ancestral Playa Renaciente, ubicado a orillas del río Cauca. Para él, el reconocimiento de la propiedad colectiva de la tierra para los pueblos afrodescendientes, establecida en la Ley 70, les ha permitido impulsar prácticas que permitan conservar, principalmente, los afluentes de agua.
El 25 de julio de 2007, la comunidad se organiza como Consejo Comunitario, aunque es un territorio ocupado desde hace 200 años por población negra.
En Playa Renaciente, han implementado un programa de educación ambiental con los mayores y los jóvenes, tienen una guardia cimarrona (una iniciativa de auto-cuidado y protección de la ancestralidad) que se encarga de salvaguardar el territorio y evitar que arrojen basuras, y hacen jornadas de siembra.
Desde hace un año Eduard lidera el consejo comunitario. Le ha apostado, además, a la revitalización del territorio con grafitis.
“Nosotros sabemos que tenemos que aportar al río lo que él nos da. Fuera de evitar que arrojen basura, tenemos que sembrar árboles porque estos son beneficiosos para el territorio y para el río. Eso lo hacemos para mantener esa hermandad entre nuestro pueblo y el afluente”, agrega Cuero.
Mujeres cuidadoras
¿Qué entendemos por biodiversidad? ¿Los humanos hacemos parte de ella? Para Elena Hinestroza no hay forma de desligarnos de allí. El reconocimiento de los afrodescendientes en el Convenio de Diversidad Biológica también pone el foco sobre las tareas del cuidado de la vida, que las mujeres de su pueblo han hecho históricamente, según ella.
Elena ha convertido su emprendimiento la Azotea de la abuela en un espacio de encuentro, comida y sanación de las mujeres afrodescendientes.
“Las mujeres negras le hemos puesto a toda la biodiversidad. No solamente a las plantas, los insectos, los árboles y los ríos, sino también a los seres humanos. Hemos sido las cuidadoras. Si salimos de nuestro pueblo a la ciudad, lo primero que hacemos es cuidar a los niños en una casa de familia, porque eso es lo que ha habido para nosotras: descuidar a los nuestros para cuidar a los hijos ajenos”, dice con fuerza.
Pescar a los grandes
Elena y Rosemberg Colorado, integrante del consejo comunitario Playa Renaciente, coinciden en que la pesca ha sido fundamental para sus pueblos, tanto para comer como para vender. “Nosotros siempre nos hemos sustentado del río, si no ha sido pescando, ha sido sacando arena”, cuenta Colorado.
Rosemberg ha sido un pescador ancestral en distintos municipios. Esa fue la labor durante su juventud para subsistir. Foto: María Fernanda Padilla Quevedo
Ambos recuerdan que los pueblos afrodescendientes han apelado al uso de atarrayas, canastos y anzuelos para pescar, con el fin de que los peces pequeños puedan salir y solo queden los grandes. Si en la atarraya quedan algunos peces pequeños, se vuelven a poner en el agua e, incluso, en las zonas marítimas tienen vedas en ciertas épocas del año para no pescar, afirman. De esta forma buscan conservar las especies.
Actualmente, Rosemberg monitorea el río en la barca de la corporación autónoma regional. Recorre las orillas midiendo el nivel del agua. Foto: María Fernanda Padilla Quevedo
“El río antes era muy hermoso pero con la represa ha ido cayendo el nivel. Los pescadores que habíamos aquí se han ido acabando, porque se han ido muriendo o ya no tienen fuerza. Ahora, también, se han ido extinguiendo los peces, ya no hay jetudo (sic) y las mueludas (sic). Estamos tratando de no seguir contaminándolo”, afirma Rosemberg.
Tierra para todo
Los consejos comunitarios, la autoridad étnica reconocida para las comunidades afrocolombianas en el país, que tienen titulado su territorio, no tienen grandes extensiones de tierra, afirma Bernardino Mosquera. Han aplicado formas de separar la tierra para vivir, cultivar y conservar.
“Cultivamos y dejamos descansar la tierra. Cuando sembramos el arroz y el maíz, dejamos sin trabajar la tierra durante dos años. Con los otros cultivos dejamos descansar 5, 6 o 7 años. De generación en generación hemos venido conservando ese estilo de vida. Además, cultivamos sin ningún tipo de químico y eso nos garantiza ser verdaderos guardianes de la naturaleza”, dice Mosquera.