Por: Elmer Montaña
En Cali existe una casta de oligarcas intocables, rodeada de hordas de sumisos e incondicionales servidores que se disputan a mordiscos el sacrosanto derecho a exaltarla más allá de la máxima línea de la absurda adulación y la protegen hasta de la inoportuna brisa que se atreve a mortificarla.
Es una casta de momios, como acertadamente la definió el célebre columnista bugueño Ramiro Bejarano, para diferenciarla de las momias. En efecto, las momias permanecen imperturbables bajo sus mortajas, rigurosamente silenciosas, dueñas de un eterno reposo que les confiere señorío y solemnidad, mientras que los momios salen de sus catafalcos para sembrar miedo y esparcir un lenguaje preñado de odio y desprecio hacia los mortales, haciendo alarde de vanas ostentaciones y ridículas falsedades.
Durante el Paro Nacional o Estallido Social, los voceros de la casta oligárquica caleña vomitaron fuego contra los indígenas y acudieron al llamado del fetichista General Zapateiro, liderando una pequeña tropa de camisas blancas autodenominada “personas de bien”, para combatir a “las personas de mal”, esas que según la oligarquía salieron a las calles a protestar contra un gobierno que tuvo a bien presentar una reforma tributaria que eliminaba impuestos a los ricos y los aumentaba al pueblo holgazán y mantenido y que la policía combatió heroicamente.
Aprovechando el desorden y la falta de liderazgo en las filas del Pacto Histórico, la oligarquía llevó a la Alcaldía a un hijo de sus entrañas, inocente, puro y casto, libre de toda mácula, enviado desde el Olimpo de los momios para que llevara la luz y el desarrollo a una ciudad contaminada por las ideas progresistas.
Lo que no previó la casta de momios oligarcas es que el Prometeo que enviaron, negoció el reino antes de ser elegido y después quedó atrapado en manos de cíclopes, tártaros, trolls, duendes y erinias, que reinan en su lugar y se comen a trancazos las jugosas viandas servidas en la mesa de la Alcaldía.
El inocente oligarca que enviaron no sabe gobernar, porque lo suyo es cargar niños y abrazar vendedoras de fritanga para mostrar a través de las redes sociales y los medios de comunicación, cebados con dineros públicos, que los dioses aman a los humanos.
Mientras tanto, Cali se parece cada vez más a Ciudad Gótica, pero huérfana de un héroe melancólico y malhumorado que la defienda.
Si algo caracteriza a la Casta de Momios Oligarcas de Cali es su soberbia, pero sobre todo que es arisca e intocable, por esa razón es intolerante a la crítica y la diferencia. Desde el Olimpo donde se regodean lo momios, por lo general excelsos clubes que no pagan impuestos construidos en terrenos del municipio, exigen sumisión y obediencia a la plebe, que bendicen y maldicen por la miseria que cargan a cuestas, por su ideología o militancia política y sueltan el Cerbero que custodia sus puertas para que se alimente de la carne de progresistas, mamertos y petristas.
La casta repudia, con odio visceral, a quienes se atreven a llamar a cuentas al inocente oligarca que gobierna la ciudad, porque creen que los dineros públicos les pertenecen. Por eso llaman a la repartija, distribución y al pago de favores mediante contratos, alta gerencia y predican que el control social es un invento del comunismo, una aberración que debe ser objeto del mayor desprecio y persecución. Ni que decir el asco que sienten por las organizaciones de base, veedurías, sindicatos, mingas, etc.
Así como para los griegos las Arpías, mitad mujer y mitad ave, eran criaturas abominables, asociadas al caos y la destrucción y los Fomorianos, seres deformes y sucios, lo eran para los celtas, para la casta criolla son de la misma estirpe las lideresas de la oposición y los líderes sociales que hacen veeduría y control social.
La casta de momios oligarcas escupió tanto veneno sobre la ciudad, lanzó tantas injurias y burlas sobre los ciudadanos, cometió tantos abusos, que perdió la estima de quienes hasta hace poco la consideraban una élite de ricos filántropos. Así como el soldado sometido a interrogatorio respondió a Nerón que quería matarlo “porque no hallo otro remedio a tus continuas maldades”, la ciudadanía que otrora respetaba la casta, hoy la descalifica, le exige que ponga freno a los abusos y la denuncia por codiciosa y raponera.
La ciudadanía le perdió el miedo y respeto a la casta de momios oligarcas y está dispuesta a enfrentarla con determinación, valentía y perseverancia, desde todos los espacios posibles: los sindicatos, universidades, colegios, agremiaciones, veedurías, organizaciones populares y barriales, etc.
Cada vez más personas se unen y organizan para impedir que la casta siga malgastando y saqueando los recursos de la ciudad. Desde todos los espacios la gente repudia tener que pagar un impuesto predial abusivo y expropiatorio, mientras que los clubes, edificios y mansiones de los ricos oligarcas son considerados Bienes de Interés Cultural, exentos del pago de dicho tributo.
La lucha no es fácil porque el alcalde de la casta tuvo la inteligencia de corromper la mayoría de los medios de comunicación y cuenta con pandillas de columnistas, trolls y bodegas dedicadas a desprestigiar, perseguir y hostigar a quienes denuncian incompetencia, ineficiencia, engaños, falta de conocimiento, abusos y actos de corrupción en la administración municipal.
Esta columna es un pequeño homenaje a las valientes concejalas del Pacto Histórico y el aguerrido concejal del Partido Verde que han llevado a cabo un riguroso control político a los funcionarios de la Alcaldía. Recordemos de quienes se trata: María del Carmen Londoño, Ana Erazo y Rodrigo Salazar. Cuenten con nosotros compañeros.