Por: Juan Guillermo Romero
En Colombia, la participación política juvenil ha sido un camino lleno de expectativas que pocas veces se cumplen. Los Consejos de Juventud, concebidos como espacios para dar voz a quienes representan el presente y el futuro del país, tendrán este 19 de octubre su segunda elección en la historia.
El marco legal que los respalda existe desde hace más de dos décadas con la Ley 375 de 1997, el Estatuto de Ciudadanía Juvenil aprobado en 2013 y la reforma introducida en 2018. A pesar de esa normativa, la primera elección solo se concretó en diciembre de 2021 y el resultado dejó una alerta: de más de doce millones de jóvenes habilitados apenas un millón doscientos setenta y nueve mil participaron, es decir, poco más del diez por ciento. Ese dato refleja un desencanto con la institucionalidad y una profunda desconfianza hacia un Estado que no ha logrado garantizar oportunidades reales.
El primer periodo (2021-2025) deja aprendizajes importantes, pero también frustraciones. En muchos municipios los Consejos no contaron con espacios físicos para sesionar ni con recursos básicos para ejercer sus funciones. En algunos casos las asambleas juveniles nunca se convocaron y la construcción de políticas públicas quedó en el papel. Todo esto hizo que el entusiasmo inicial se diluyera en la falta de garantías de alcaldías y gobernaciones, alimentando la idea de que los Consejos son más un ejercicio simbólico que un verdadero espacio de incidencia.
Para Nil Colón Mora, expresidente de la Plataforma Departamental de Juventud en Sucre y ex delegado de la Plataforma Nacional, lo vivido no puede calificarse como un fracaso. Él lo describe como un ejercicio inicial y experimental que significó un logro tras muchos años de espera, aunque advierte que otra cosa es el proceso. En su visión, el Gobierno Nacional se quedó corto en acciones juveniles y no logró articularse de manera efectiva con los procesos de base, dejando un vacío en la implementación real de este espacio.
La percepción de Gendy Iglesia, ex delegada de la Plataforma Nacional de Juventudes por el Atlántico, coincide en señalar que la falta de garantías marcó el periodo. Para ella, el retroceso se sintió en la relación entre consejeros y plataformas, pues algunos elegidos llegaron con una mirada de superioridad que dificultó la articulación del subsistema de juventud. A ello se sumó la ausencia de una ejecución clara de los presupuestos destinados para el sector y la constante rotación en la dirección nacional de juventudes, factores que debilitaron la legitimidad del proceso.
Sergio Chacón, conocido como Checho Juventudes y actual presidente del Consejo Distrital de Medellín, añade un diagnóstico severo; a su juicio, la improvisación y la inexperiencia del Viceministerio de la Juventud fueron evidentes, y el reto que queda es el mismo que enfrenta buena parte de América Latina: superar las brechas de pobreza con estrategias que orienten proyectos de vida y que alejen a los jóvenes de escenarios violentos, fortaleciendo una verdadera cultura de paz.
De cara a las elecciones de 2025 los retos son inmensos. El Estado debe garantizar que no se repitan los errores del pasado. La Registraduría tiene la responsabilidad de brindar transparencia y logística adecuada, las entidades territoriales deben asignar recursos y espacios dignos para el funcionamiento de los Consejos y el Gobierno Nacional debe asumir el compromiso de que estos escenarios sean verdaderos interlocutores en la definición de políticas públicas.
La juventud ya demostró en el Paro Nacional de 2021 que no es indiferente. Lo que falta es que el Estado reconozca esa fuerza y la convierta en oportunidades para transformar la realidad del país. La cita del 19 de octubre no es un trámite más en el calendario electoral, es la posibilidad de redefinir la relación entre la juventud y las instituciones. Si se repiten las falencias del primer periodo aumentará el desencanto, pero si se abren caminos de participación efectiva la democracia colombiana podrá fortalecerse con la voz de quienes han sido llamados a esperar el futuro pero que reclaman con urgencia el presente.