Por: Mauricio Jaramillo Jassir * y Juliana Hernández De la Torre **
La llegada del primer gobierno progresista impone la necesidad de una renovada lectura de la diplomacia, sumada a las transformaciones geopolíticas. El deseo expreso de liderazgo en el Sur Global de Gustavo Petro y Francia Márquez revela una condición inédita en un país acostumbrado a la sumisión en los espacios internacionales. No hay antecedentes de un gobierno que hubiese plantado cara al Norte Global en materia de descarbonización, drogas, migraciones, derecho internacional e intercambios comerciales como el actual. Colombia es un referente del Sur Global, una condición que debería convertirse en irreversible.
En la mayoría de gobiernos del pasado reciente, se ha privilegiado los intereses de clase equiparados con los nacionales. Nos urge una diplomacia comunitaria que nos reconcilie con el Sur Global, que haga de las demandas en los territorios líneas de acción vinculantes para nuestros diplomáticos y abandone el falso dilema local versus global. Colombia está en mora de una política exterior que se conecte con todos los territorios para internacionalizar sus reivindicaciones que coinciden con las del Sur Global.
La diplomacia comunitaria busca desconcentrar y descentralizar la política exterior para cumplir la promesa de la Constitución del 91 y a la que buena parte de los gobiernos ha hecho el quite. Tres principios la sintetizan: la transformación desde abajo; la existencia de múltiples centros y periferias en el plano local como global; y, la auto referenciación de Colombia en las latitudes ideológicas del Sur Global.
Pertenecemos al Sur Global, ese segmento que muchos cuestionan pero que congrega a quienes sufren por la exclusión en la toma de decisiones en la arena internacional, la vulnerabilidad frente a intervenciones foráneas, los grados de desarrollo más bajos y por supuesto, las secuelas de la colonización, aún vigente y para colmo de males, revigorizada. Los fracasos del neocolonialismo capitalista son constatables en Irak, Afganistán, Libia y amargamente con cada segundo de padecimiento en Gaza. Con vergüenza nos debemos recordar que estas aventuras contaron con la aquiescencia de los gobiernos del momento, Uribe, Santos y Duque, respectivamente. La política exterior respondió solo a los intereses de clase.
¿Cómo se puede concretar? Primero, debemos forjar una diplomacia donde los y las funcionarias lleguen a los territorios a escuchar más que a hablar. El centro (que no debe ser entendido como homogéneo) no tiene por qué pontificar y sí mucho para aprender e incluir. Es lo primero que decimos cuando llegamos a las ciudades, “vinimos a tomar nota y a deliberar entre pares”. Esto implica un ejercicio de gobernanza con movimientos sociales, empresarios, autoridades locales y académicos. Ideal que la toma de decisiones se haga desde las periferias hacia el centro y no como ha sucedido hasta ahora, bajo la lógica centralista. Sin más aplazamientos, necesitamos una diplomacia de los pueblos.
Segundo, se deben deshacer los lugares comunes y los mitos sobre el carácter excluyente entre esfuerzos exteriores y locales. La defensa de la autodeterminación, la solidaridad entre pueblos oprimidos o el apego al derecho internacional que se expresa en las posturas hacia Haití y Palestina han servido para instalar la idea sin fundamento, de un desprecio por las difíciles condiciones de departamentos colombianos golpeados por la violencia. De ninguna manera la denuncia del genocidio en Gaza limita la inversión social en el Catatumbo. Quienes se quejan de esto olvidan que en el pasado cuando se firmaban los tratados de libre comercio, se afectaba de forma directa las posibilidades de seguridad alimentaria de buena parte de los territorios. Extraño que, en ese entonces, no denunciaron la incompatibilidad entre una política exterior aperturista y los intereses locales. El carácter comunitario de esta diplomacia hace evidente las coincidencias entre las dinámicas locales y globales.
El chauvinismo y el nacionalismo han sido históricamente enemigos de los pueblos del Sur, han alimentado la xenofobia de la que como diáspora hemos sido víctimas. No solo no hay dilema entre Gaza, Haití y Catatumbo o Cauca, sino que se trata de causas relacionadas por la exclusión. En zonas del Chocó, Nariño o Norte de Santander suele haber más consciencia sobre la gravedad del genocidio en Gaza que en algunos círculos intelectuales de Chapinero en Bogotá. La periferia colombiana es mucho más cosmopolita-humanista que el centro.
Y, en tercer lugar, es hora de identificarnos sin complejos como parte del Sur Global. Los vejámenes de la colonización nos unen y una estructura de exclusión en el escenario internacional, nos obliga a una reacción en conjunto. Así como los movimientos de campesinos y campesinas, y obreros y obreras gestaron las grandes revoluciones en materia de derechos, corresponde a este Sur Global en la actuales y lamentables circunstancias (el retorno del fascismo) salvar el sistema de instituciones y derecho internacional pactado post Segunda Guerra Mundial. Estos pueblos del Sur denuncian el genocidio en Gaza, llaman la atención para apoyar la estabilización de Haití sin más demoras, recuerdan los compromisos para la adaptación al cambio climático y rechazan las medidas unilaterales que afectan la soberanía de terceros.
La diplomacia comunitaria entiende que no son posibles los derechos humanos y el desarrollo sostenible sin el cosmopolitismo que solamente el liberalismo progresista encarna. El centro tecnócrata y el liberalismo aperturista han preferido las alianzas con los extremismos anti derechos con tal de detener cualquier asomo etiquetable de izquierda. Llegó la hora de poner en marcha una versión de la diplomacia en la que los pueblos sean los verdaderos protagonistas.
* Mauricio Jaramillo Jassir, politólogo y académico, vicecanciller para Asuntos Multilaterales
** Juliana Hernández De La Torre, feminista, internacionalista de la Universidad Externado de Colombia, magíster en Gestión Cultural de la Universidad del Rosario y directora ejecutiva de Artemisas.