Por: Julián Cortés
El primer gobierno progresista en la historia republicana de Colombia llega a su fin en medio de un constante asedio político y mediático de la derecha, pero también atravesado por la ineficacia de sus cuadros. Algunos, en los círculos del progresismo, dicen que la brillantez de Gustavo Petro se vio opacada por la “petardez” de quienes estuvieron al frente de algunas entidades. Muy buenos para la retórica, pero deficientes en la ejecución del presupuesto. Se parecieron más al protagonista fracasado y melancólico de la película “Un Poeta” que a los cuadros rigurosos y exigentes del Partido Comunista Chino. Mientras, los miembros de los partidos tradicionales de la coalición, por su parte, priorizaron las cuotas burocráticas mientras chantajearon al presidente con el apoyo a sus reformas.
Esta tensión, entre el programa de transformación y la parálisis administrativa, provocó una notable caída en la gestión ejecutiva, evidenciada en la baja ejecución del presupuesto nacional y el estancamiento de las reformas claves en el Congreso. La aprobación presidencial cayó al 37% según Invamer de agosto de 2025. Este bajo respaldo contrasta, sin embargo, con la alta popularidad de la figura del presidente en múltiples sectores sociales.
Muchos sugieren que quienes llegaron al congreso en 2022 —beneficiados más por el amor a Petro de los votantes que por sus propios méritos— realizaron un trabajo débil, que no estuvo a la altura de las ambiciones del mandatario y su plan de desarrollo. La derecha tradicional y los sectores conservadores usufructuaron estas debilidades, yendo más allá de la crítica para sabotear la gestión desde la institucionalidad. Tenían infiltrados posando en fotos con Kufiyas palestinas mientras saboteaban la gestión en las entidades. Eso lo dijo el presidente una y otra vez en los consejos de ministros. Nadie le paró bolas. Esto demuestra que la coalición actual, el Pacto Histórico, resulta insuficiente e ineficaz para contrarrestar las fuerzas históricas que se oponen al cambio.
Un Frente Amplio más allá de una coalición meramente electoral
El Frente Amplio en Colombia debe trascender la mera suma de partidos. La izquierda, por sí sola, es insuficiente para asegurar un nuevo periodo de gobierno. Su finalidad estratégica no es solo blindar las transformaciones estructurales frente a la resistencia del bloque de poder, sino también reproducirse para las elecciones regionales de 2027. No podemos cometer el error de asegurar la victoria nacional sin ser capaces de replicarla en gobernaciones y alcaldías. La consolidación del Frente Amplio pasa por el aprendizaje de los pasados cuatro años, concentrando esfuerzos en los siguientes pilares fundamentales, donde quedan transformaciones irresueltas:
Un primer pilar es el desarrollo rural. A pesar de avances históricos como la entrega de cientos de hectáreas al campesinado, la consolidación de varias Zonas de Reserva Campesina, de Territorios Campesinos Agroalimentarios y los proyectos productivos quedan pendientes cruciales: la creación de un modelo de comercialización estatal de alimentos (el IDEMA 2.0) y el fortalecimiento real de la agroindustria campesina. Sin estos hitos, la economía campesina sigue siendo letra muerta.
La lucha por la tierra ha sido el origen de antagonismos y la concentración persiste, evidenciando el fracaso de políticas históricas. La lentitud en la implementación de la Reforma Rural Integral (por ejemplo la revisión del catastro solo alcanza el 51.05% con un rezago de 2.8 millones de registros) obedece a la resistencia burocrática inherente a un Estado moldeado por el latifundismo. El sentido común de buena parte del funcionariado de las entidades del sector de la agricultura (igual que en otros ministerios y entidades) se negó al cambio. Para la élite tradicional, la tierra es poder, y cualquier intento de democratizarla es un ataque a sus privilegios. El Frente Amplio debe impulsar un mandato para exigir una reforma burocrática y una movilización masiva que presione a las entidades. Una propuesta audaz de Roy Barreras a considerar es dividir el Ministerio de Agricultura en dos, como lo hizo Lula en Brasil, uno enfocado en la economía campesina y otro en la gran industria.
Un segundo pilar es sustituir la "paz neoliberal" por una verdaderamente emancipatoria y anti-neoliberal. La Paz Neoliberal, promovida por administraciones anteriores, se fundamentó en la disminución del Estado, la lógica colonial y el refuerzo del emprendedurismo e individualismo. La paz emancipatoria debe insistir en otros paradigmas. Primero, fortalecer la participación del Estado en sectores clave (agricultura, recursos naturales, educación y salud) para garantizar, como decía Bolívar "la mayor suma de felicidad posible". Segundo, promover formas de economía que coexistan con el mercado, como el trueque, los bancos de trabajo, las cooperativas de consumidores, las estrategias de financiación popular y la promoción de las economías campesinas e indígenas.
Un tercer pilar es la democratización de la economía, atacando el monopolio del conocimiento y de la agregación de valor. El sistema empresarial elitista ha perpetuado la desigualdad reservando los beneficios de la transformación a una "casta privilegiada". Esto se ilustra en el esquema donde los campesinos ordeñan las vacas y el gran empresariado produce los quesos madurados. El Frente Amplio puede proponer una estrategia de democratización de la agregación de valor, que incluya: promoción de la economía solidaria; inversión y entrega de activos productivos; estrategias de financiación con bajas tasas de interés; y la simplificación de trámites para el desarrollo de la economía popular y las pequeñas empresas en las cámaras de comercio y entidades como el INVIMA.
Un cuarto pilar es la formación de cuadros competentes para la administración pública. Estos cuatro años demostraron la falta de preparación de la izquierda para gobernar. Una asesora de un ministerio me dijo hace unos meses que hasta ahora estaban modificando los proyectos de inversión. ¡Imagínense ustedes! La primera tarea al entrar a un ministerio era modificar los proyectos de inversión porque estos son el núcleo de la administración pública. Los ingenuos líderes no comprendieron la importancia de los proyectos, ni que la filosofía y el sentido común neoliberal están profundamente arraigados en ellos. Los proyectos no son neutrales, por más que los antiguos funcionarios del DNP, con sus corbatas y buenos vestidos, insistan en que son “meramente técnicos”.
Esta urgencia la comprendió López Obrador en México con la escuela del partido Morena dirigida por Enrique Dussel, la cual se enfocó en formar cuadros para legislar y gobernar. No basta con buenas intenciones. Se requiere una escuela de administración pública que oriente a las nuevas generaciones en una forma de gobernar más democrática y radicalmente transparente. El Frente Amplio debe impulsar esta agenda educativa, utilizando escenarios como la ESAP y la Función Pública (la misma que estuvo en cabeza del nefasto Cesar Manrique, de esos que posaban de revolucionarios y hoy está preso) para la formación de una nueva burocracia.
Para terminar, existe el peligro de la disgregación ideológica. Si se prioriza la victoria electoral sobre los ejes programáticos de transformación (RRI, reforma a la salud), el resultado será un "reformismo" dependiente de cuotas burocráticas. La unidad debe ser un acuerdo férreo sobre el programa de gobierno y sobre el cómo implementarlo, y no solo un pacto de cuotas políticas. Así las cosas, el Frente Amplio será un mecanismo estratégico para evitar que la extrema derecha y su discurso de guerra y odio vuelva al poder. Una estrategia de revitalización programática y social, pero con cuatro años de aprendizaje y muchas lecciones. El Frente Amplio no es solo una oportunidad, sino un mandato histórico para asegurar la sostenibilidad del primer gobierno progresista y evitar la restauración conservadora.