Por: Margarita Jaimes Velasquez
A todas y todos nos han enseñado que el amor es incondicional y franquea todas las barreras que se interpongan. No obstante, es imperativo preguntarse: ¿es justo que la solidaridad y el afecto se conviertan en una condena física, emocional, económica y social para las personas que ejercen la labor de cuidado? ¿están las clínicas y hospitales de la Nación, al exigir la permanencia familiar, profundizando la precarización de la vida de la inmensa mayoría de mujeres que en silencio asumen este rol?
En los contextos de enfermedad y clínicos, el sistema de salud ha descargado en los familiares la labor asistencial del paciente hospitalizado. Este modelo exige que un acudiente permanezca junto al paciente 24 horas para asistirlo en la higiene, la alimentación, la movilidad y el acompañamiento emocional. Sin embargo, en muchísimos casos, el sistema omite proveer un mobiliario adecuado para ese acompañamiento. En numerosos centros hospitalarios solo se dispone de una silla plástica, ignorando la necesidad esencial de la persona de dormir. Es común observar a estos familiares, que suelen ser madres, hijas, hermanas y esposas, durmiendo en el suelo de la habitación o en las entradas de urgencias. Dormir en sillas incómodas, alimentarse de forma inadecuada y pasar días sin salir del entorno clínico destruye la calidad de vida y la salud de la cuidadora.
Esta práctica no solo minimiza las tareas del personal auxiliar sanitario y reduce los costos operativos del centro hospitalario, sino que somete a la cuidadora a un ambiente de extrema precariedad: sueño interrumpido, alimentación deficiente y un aislamiento forzoso y prolongado. Esto interfiere dramáticamente con su vida personal y, frecuentemente, con su vida laboral, implicando la pérdida de días de trabajo y, en muchos casos, el riesgo de despido, dado que los permisos laborales no suelen contemplar el acompañamiento hospitalario prolongado. Para quienes tienen negocios propios, significa la reducción de sus ingresos o la pérdida de clientela.
Por otro lado, la persona cuidadora pone en riesgo su propia salud al verse expuesta a virus y bacterias sin la preparación adecuada del personal médico. Asimismo, la falta de apoyo y el aislamiento social derivados de la carga de cuidado generan estrés, ansiedad y otras afectaciones en la salud mental de quien cuida, máxime si esta es una mujer con responsabilidades familiares adicionales.
Aunque lo expuesto hasta aquí representa una situación lamentablemente común, cabe preguntarse: ¿se ha naturalizado tanto esta práctica que la sociedad la acepta como la única vía posible? La obligación impuesta a los familiares de asumir el cuidado del paciente hospitalario descarga al sistema de salud de la responsabilidad de brindar una atención adecuada y con personal suficiente dentro de los centros asistenciales.
La sociedad debe exigir al Estado la implementación de un sistema de salud óptimo y eficiente que garantice servicios de calidad y cuente con suficiente personal médico y auxiliar. Esto evitaría que la carga del cuidado recaiga de manera desproporcionada sobre los familiares, quienes ya enfrentan el profundo impacto emocional y económico que implica la enfermedad de un ser querido.
En este punto, es fundamental establecer una clara distinción entre el acompañamiento afectivo que brinda el familiar (estar pendiente de la evolución de su ser querido) y la labor de cuidado asistencial, que, dentro del centro hospitalario, se convierte en una carga adicional significativa. Conviene recordar que, en la actualidad, muchas personas carecen de una red familiar extensa, lo que provoca que esta responsabilidad recaiga de manera constante sobre una sola persona. Esta situación se agrava cuando dicha persona debe responder, además, por las demás obligaciones familiares y económicas, incrementando su vulnerabilidad y sobrecarga.
Es crucial clarificar que el objetivo de esta crítica no es la solicitud de un estipendio, sino la imperativa observancia del principio de la dignidad humana por parte de las instituciones de salud. La presencia de un familiar debe ser una decisión voluntaria de apoyo emocional y acompañamiento, nunca una obligación impuesta para suplir la carencia de personal auxiliar. Resulta inadmisible que esta figura se utilice para subrogar costos operativos, transfiriendo la responsabilidad laboral de la clínica a la esfera privada.
Los centros hospitalarios, orientando su actuar bajo criterios de dignidad humana, deben reconocer dos realidades ineludibles: primero, el rol del acompañante debe limitarse estrictamente al soporte emocional, y segundo, existen pacientes sin red de apoyo familiar, cuyo cuidado asistencial completo es un deber institucional ineludible.
Esta imposición, sumada a las condiciones de precariedad, genera un daño directo. Es inaceptable que una silla plástica sea considerada el mobiliario "digno" para el descanso nocturno de la cuidadora, lo cual constituye una burla a su persona y a la esencialidad de su función. Las graves afectaciones a la salud (físicas y psicológicas) de las cuidadoras hospitalarias son, por lo tanto, directamente atribuibles a la negligencia del sistema sanitario que exige su permanencia sin garantizar las condiciones mínimas. Se materializa así una profunda contradicción: la institución exige una función vital para su operación, pero se niega a reconocer el correlativo deber de garantizar el bienestar y la dignidad de quien la ejerce.
Es urgente exigir respeto por el paciente y sus familiares en el sistema de salud.
