Por: Migdalia Arcila
El pacifismo despolitizado puede fácilmente condonar la barbarie. Tras varios días del bombardeo injustificado de Israel contra Irán y la defensa militar que naturalmente suscitó, ha empezado a circular el pánico de una tercera guerra mundial. Una guerra en la cual Estados Unidos, junto con su perro de ataque Israel, unirán fuerzas para salvarnos una vez más de la latente monstruosidad de los musulmanes y de sus armas de destrucción masiva. Este es exactamente el mismo discurso con el cual Estados Unidos justificó sus 9 años de bombardeo incesante en Iraq. La historia se repite una vez más. Nuevamente, nos venden una trama protagonizada por un “régimen” (término exclusivamente reservado para gobiernos que le son hostiles al imperio norteamericano) anti-democrático y anti-liberal que impone una “amenaza existencial” con las armas nucleares que secreta e irresponsablemente está acumulando. Por fortuna de todos, Estados Unidos y sus amigos ya vienen al rescate.
Sin embargo, los mismos que repiten ansiosamente este guión hollywoodense parecen ignorar el hecho de que Israel no solo posee armas nucleares desde 1960 sino que además ha decidido mantener una política de “opacidad nuclear,” negándose a revelar los detalles de su programa de desarrollo de armas de destrucción masiva y negándose a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT por sus siglas en inglés). Por el contrario, Irán, como miembro firmante de este tratado, ha sido sometido a la vigilancia constante de la Agencia de Energía Atómica Internacional (IAEA por sus siglas en inglés) y ha sido objeto de múltiples sanciones por la mera posibilidad de desarrollar su poder nuclear. Por supuesto, Israel jamás ha permitido una inspección de la IAEA y se presume que posee alrededor de 90 ojivas nucleares. Un estado que posee armas nucleares, se niega a firmar tratados internacionales de regulación, bombardea a sus vecinos a su antojo y puede cometer el genocidio mejor documentando de la historia sin repercusión alguna, es la gran amenaza existencial que amerita todo nuestro pánico.
Cualquier llamado a la paz que se haga en este momento tiene que reconocer que la existencia de un estado expansionista, fundado en la colonización del territorio palestino y en la masacre continua de su población, es la causa de toda violencia. Los llamados a la paz que pretenden borrar la historia política de la región, que pretenden distribuir culpas por igual y solucionar todo en un apretón de manos, son realmente llamados a la normalización y no a la paz. Un cese al fuego entre Israel e Irán sin que se desmantele el estado de Israel, se hagan efectivas las órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional en contra de Netanyahu y Gallant, se le reconozca a los palestinos su legítimo derecho al retorno y a la autodeterminación política, y Estados Unidos finalmente saque sus manos de la región, es un cese al fuego que no es conducente a la paz, es conducente a la comodidad de los grandes imperios del mundo y de todos aquellos que prefieren que la gente muera lentamente, en silencio, asfixiada por la injusticia, pero en todo caso, lejos de sus pantallas.
En una de las escenas más famosas del documental Tell Me Lies (Dime Mentiras) del director Peter Brook, vemos a una de las figuras más importante del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos y del pensamiento panafricanista, Kwame Ture, diciendo “Puedes tener injusticia y tener paz ¿no es cierto? Puedes tener paz y estar esclavizado. Entonces, la paz no es la respuesta. La liberación es la respuesta.” Hoy más que nunca es fundamental tener presente a Kwame Ture. Cualquier llamado a la paz tiene que partir de una concepción liberadora de esta, de lo contrario es un llamado que nutre la lógica perversa de guardar silencio ante las condiciones más deshumanizantes y tan solo dar señales de alarma cuando aquellos sobre quienes han sido impuestas se deciden a dar la pelea que nadie más ha dado por ellos.