Por: Luisa Cajamarca
Es un motivo de gran alegría poder presenciar que la democracia en Colombia, con todas sus fracturas, va madurando y robusteciéndose. Leer en los titulares que se llevaron a cabo “las primarias” de un partido político, es, sin duda alguna, un momento clave en la política colombiana. Se convierten en un precedente para los otros partidos. Un precedente en el que un partido político decide ordenar sus listas para las elecciones al Congreso de la República mediante una consulta popular, poniendo fin a años de escogencia a dedo por parte de los caciques y dueños de los partidos.
La ciudadanía ahora puede exigir a sus partidos que sea el voto popular el que determine quiénes irán a las elecciones, a través de mecanismos democráticos y transparentes; que las decisiones no recaigan en el poder personal de liderazgos anclados en las directivas; que los mecanismos de participación interna de los partidos políticos se hagan valer de forma real, y no mediante artimañas para imponer candidaturas de conveniencia.
Lo que ocurrió el 26 de octubre de 2025 es, sin duda alguna, una clara evidencia de los primeros pasos hacia la democratización de los partidos políticos en Colombia, en favor de una cultura política más democrática. Se espera que este proceso pueda ir más allá y promover prácticas de rendición de cuentas, la creación de comités de ética y un mayor acercamiento (no solo en época electoral) con la ciudadanía.
Los partidos políticos continúan siendo el eje organizador de la democracia representativa en América Latina y, por supuesto, de Colombia. Con sus ires y venires, sus críticas y autocríticas, hoy siguen siendo ese bastión de las distintas expresiones políticas que se disputan el poder mediante el voto popular. Por esto, es tan importante lo que sucedió este domingo.
En un país como Colombia, con un largo historial de cuestionados procesos de selección de candidatos, las elecciones primarias podrían traer consigo mayores niveles de competitividad, transparencia y prácticas de inclusión. Si a esto se suma que los partidos políticos tienen la voluntad de fortalecer su vida interna y abrir espacios reales de participación, podríamos estar ante un cambio significativo en la cultura política del país.
Este certamen electoral da mucho para analizar, pero yo quisiera resaltar tres aspectos. El primero es la cantidad -nada despreciable- de votos que obtuvo la consulta. No se trata de un milagro divino o de que se le haya aparecido la Virgen a Petro, el resultado es muestra del trabajo de los y las candidatas que se pusieron la camiseta para hacer campaña, confirmando uno de los aspectos positivos de las primarias. Por más que existan críticas y persistentes renuencias a la gestión del Gobierno, los avances parecen sentirse. Los más de 2 millones y medio de personas que salieron en unas votaciones excepcionales (no coincidían con ningún otro certamen electoral) están, de cierta forma, dando un espaldarazo no solo a la gestión realizada, sino también a la posibilidad de continuidad de un gobierno que consolide y avance en las transformaciones iniciadas por Gustavo Petro. Se arranca una campaña con un potente caudal electoral, que tiene muchas posibilidades de seguir creciendo.
El segundo aspecto es algo que ya se ha vuelto recurrente en los análisis electorales: mientras la democracia y la ciudadanía avanzan, la institucionalidad no lo hace al ritmo que se espera, que se necesita y que debería suceder. La Registraduría no preveía una votación tan masiva; se evidenció una falta de preparación técnica, logística y de personal.
Si se quiere dar un debate serio sobre el fortalecimiento de la democracia mediante elecciones primarias (entre otros mecanismos), es necesario no solo reformar el órgano electoral, sino también garantizar que, en el marco de una eventual reforma política y electoral, existan las condiciones suficientes y necesarias para el ejercicio pleno de los derechos electorales. La institucionalidad debe estar a la altura de las demandas y del avance del movimiento político.
Por último, sobre quienes fueron elegidos. Hay perfiles que siguen emocionando y generando un cosquilleo, como el de Wilson Arias y Aída Avella. Que se reconozca su trayectoria, experiencia y trabajo colectivo, es un muy buen indicador. Gratas sorpresas de nombres jóvenes ya conocidos que siguen empeñados en refrescar un poco la política. Más allá de las críticas de si la llegada de influencers o creadores de contenidos es bueno o malo, hay que hacer un ejercicio más riguroso de análisis.
Hay que ratificar que quienes llegan a estos escenarios de representación popular deberían ser cuadros formados políticamente, con trabajo de base, colectivos, barriales, u otro tipo de incidencia política que los respalde. Pero este trabajo ya no puede darse por sentado por sí solo. Es necesario conciliar el trabajo de base y una forma de comunicar que esté a la altura de los tiempos.
No sugiero que todos deban volverse influencers (sería el acabose de la sociedad), pero sí se debe entender el momento sociocultural que vivimos. Comunicar, saber comunicar y destacarse en estos medios modernos es una tarea de gran data para las candidaturas actuales. De hecho, considero que ha sido uno de los grandes errores del Gobierno de Petro. No es una discusión nueva, ni un análisis particularmente innovador, pero hoy, más que nunca este tema le ha costado la candidatura a grandes personalidades políticas.
Tan malo como cualquier maquinaria corrupta que impone candidaturas en los sectores progresistas, es que llegue un influencers sin trabajo de base ni una verdadera unidad de cuerpo (y alma) con el proyecto al que representa. La vara que mide ya la han dejado muy baja en las anteriores elecciones. Se espera que quienes hacen parte de las listas para la elección de Congreso, tengan la certeza de formar parte de un proyecto que busca transformar el país, un proyecto al que personas como Aída Avella le han dedicado y entregado su vida entera.
Por último, que la política colombiana cuente con un candidato como Iván Cepeda, debe ser motivo de orgullo. Es una persona que ya está transformando las dinámicas politiqueras a las que nos hemos acostumbrado por años.
