Por: Jaime Gómez Alcaraz
La victoria de José Antonio Kast en las elecciones presidenciales de Chile en 2025, con un 58,4% de los votos, constituye un nuevo asalto al Palacio de la Moneda y un punto de inflexión para la política latinoamericana en su conjunto. No se trata solamente del retorno al poder de un proyecto ideológico estrechamente ligado al pinochetismo, ni del ascenso de un liderazgo de extrema derecha que combina un ultraconservadurismo moral con un neoliberalismo radicalizado. Se trata, más profundamente, de la consolidación de una reconfiguración geopolítica regional en la que convergen el avance de la derecha radical transnacional, la influencia estratégica de Estados Unidos estructurada en torno a su nueva doctrina de seguridad nacional y el debilitamiento histórico de las izquierdas latinoamericanas, atrapadas entre sus crisis internas y su incapacidad para responder a las demandas populares contemporáneas.
Este escenario representa la culminación de un proceso de erosión democrática donde el discurso del "orden" y la "mano dura" sirve de mampara para el retorno de las fuerzas más oscuras del pasado chileno. El ascenso de un liderazgo que reivindica explícitamente el legado de la dictadura de Augusto Pinochet y que se abraza a la figura de Donald Trump evidencia que el fascismo en la región no es un espectro, sino un proyecto político activo, financiado y articulado por redes transnacionales de extrema derecha.
La doctrina de la seguridad nacional y el retorno del panamericanismo subordinado
El ascenso de Kast no es un fenómeno espontáneo. Está anclado en una genealogía política que remite directamente a la dictadura de Augusto Pinochet y a la estructura ideológica que ella generó. El propio Kast fue activista del “Sí” en el plebiscito de 1988, su hermano fue ministro de economía del régimen y su padre militó en el partido nazi. Su proyecto, por tanto, no oculta sus raíces: las reivindica, las normaliza y las resignifica para una nueva época. Por eso su triunfo no es solamente electoral: es cultural. Legitima la restauración de un imaginario autoritario y neoliberal que se consideraba superado, pero que reaparece fortalecido al calor del miedo social, la fractura política y la erosión de las narrativas democráticas tradicionales.
Las propuestas que llevaron a Kast al poder —la deportación masiva de 300.000 migrantes, el despliegue militar interno, la reducción radical del gasto público, la criminalización del disenso— revelan un patrón: la sustitución de la democracia social por un orden securitario y excluyente que concibe a la ciudadanía desde el prisma del enemigo interno y del mérito económico.
El triunfo de Kast se inscribe así, en la lógica de la actual Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, que ha rediseñado su política exterior bajo un prisma de realismo crudo y priorización de intereses nacionales fundamentales. Chile, bajo este nuevo esquema, abandona su rol como promotor de la integración latinoamericana para convertirse en un gendarme del Cono Sur, priorizando la seguridad del imperio por encima de la solidaridad regional.
El desmantelamiento del Estado y la soberanía económica
El programa económico de la extrema derecha chilena representa un retroceso hacia un extractivismo profundizado y una mayor dependencia financiera. La propuesta de recortar 6.000 millones de dólares en gasto público no es una medida de "eficiencia estatal", sino una agresión directa contra los derechos sociales de las clases populares. Este ajuste estructural, sumado al objetivo estratégico de Estados Unidos de restaurar su dominio energético y reindustrializar su economía a costa de sus satélites, sitúa a Chile en una posición de vulnerabilidad extrema.
La alineación de Kast con las prioridades de "América Primero" implica que el país renunciará a cualquier intento de soberanía sobre sus recursos naturales, como el litio o el cobre, para asegurar el suministro a las potencias del norte. La "Paz a través de la fuerza" que pregona Washington se traduce, en el contexto chileno, en una paz social impuesta por la represión y la criminalización de la protesta, garantizando así un clima de inversión favorable para el capital transnacional, lejos de las aspiraciones de justicia distributiva que marcaron la última década.
El quiebre del tejido democrático y la crisis de la izquierda
La victoria de Kast es, en gran medida, el resultado de una crisis de identidad y gestión de la izquierda institucional. El gobierno de Gabriel Boric, atrapado en una gestión tibia y a menudo subordinada al atlantismo, no logró ofrecer una alternativa materialmente superior al modelo neoliberal. Al abandonar las banderas de la seguridad ciudadana y la estabilidad económica en manos de la reacción, la izquierda permitió que el descontento popular fuera capturado por un populismo de derecha que ofrece soluciones autoritarias a problemas reales.
El discurso histórico basado en la dicotomía "dictadura vs. democracia" ha demostrado ser insuficiente frente a un electorado que, presionado por la inflación y la criminalidad, prioriza la supervivencia inmediata. La "superioridad moral" y la fractura interna entre el socialismo tradicional y las nuevas izquierdas facilitaron el camino para que el pinochetismo, disfrazado de renovación, recuperara el poder. La democracia está bajo ataque porque ha sido vaciada de contenido social, dejando el campo libre para que el autoritarismo se presente como el único garante del orden.
Geopolítica de la restauración conservadora
El realineamiento de Chile con el eje Washington-Buenos Aires-Quito configura un bloque conservador que busca aislar a los proyectos progresistas de Brasil y Colombia. Esta nueva arquitectura regional tiene como objetivo debilitar instancias de integración como la CELAC o UNASUR, devolviendo a la región a un estado de fragmentación que facilita la dominación imperial. La hostilidad declarada hacia Venezuela y el distanciamiento de los BRICS son señales claras de que Chile ha optado por el aislamiento del Sur Global a cambio de una posición de subordinación privilegiada en el orden unipolar. Además, alimenta la influencia de redes conservadoras como el Foro de Madrid y la Political Network for Values; y reactiva un patrón de alineamiento automático con la política exterior estadounidense.
Hacia una resistencia decolonial y popular
El fracaso del gobierno de Boric y del proceso constituyente dejó a la izquierda chilena sin horizonte programático. La reconstrucción será larga y traumática. Frente a este panorama, la tarea de los sectores democráticos y populares en Chile y en toda América Latina es la reconstrucción de un proyecto político que recupere la soberanía en todas sus dimensiones: económica, política y territorial. No basta con esperar a que el "péndulo" regrese por inercia en 2030. La recuperación del poder requiere una autocrítica profunda de la izquierda, que debe abandonar su enfoque tecnocrático y reconectar con las demandas de seguridad y bienestar del mundo popular.
La democracia no se defiende solo con fortalecimiento de instituciones, sino con la garantía de una vida digna. El avance del fascismo es el síntoma de una enfermedad más profunda: la incapacidad del sistema actual para responder a las necesidades de las mayorías. Solo un proyecto que desafíe abiertamente el fascismo, la hegemonía neoliberal y el tutelaje imperial podrá frenar la marea autoritaria que hoy amenaza con sumergir a Chile en una nueva era de sombras. La resistencia debe ser explícita, sin tibiezas, sin temor a ser tildada de radical y decolonial, reconociendo que la lucha por la democracia en Chile es, en última instancia, la lucha por la autodeterminación de los pueblos de América Latina frente a las pretensiones de un imperio que se niega a aceptar su declive.
