Por: Jaime Gómez Alcaraz
La derrota del Movimiento al Socialismo (MAS) en las elecciones generales de 2025 en Bolivia, representa un hecho trascendental. Tras casi dos décadas de hegemonía, la izquierda boliviana no solo perdió el gobierno, sino que reveló la fragilidad de su estructura partidaria y la profundidad de sus tensiones internas. El desenlace, lejos de ser un accidente, constituye un laboratorio de análisis para comprender los dilemas de los progresismos latinoamericanos en un contexto de volatilidad económica, polarización política y desconfianza social.
Implosión política y disputa de liderazgos
El MAS emergió en 2006 como la expresión política más sólida de los sectores populares e indígenas. Con Evo Morales a la cabeza, articuló redistribución social, nacionalización de recursos y estabilidad política en un país históricamente inestable. La bonanza de las materias primas, en particular del gas, financió políticas redistributivas que ampliaron su base social.
No obstante, todo ciclo prolongado enfrenta el desafío de la sucesión. La transición de Morales a Luis Arce en 2020 parecía exitosa: el exministro y artífice de la política económica del MAS obtuvo una victoria contundente. Sin embargo, el partido no logró institucionalizar un sistema que trascendiera el liderazgo personalista de Morales. La falta de renovación, sumada a un contexto económico adverso, minó la hegemonía construida durante veinte años.
La fractura entre Morales y Arce fue el detonante principal de la derrota. El exvicepresidente Álvaro García Linera lo expresó con crudeza:
“Por un lado, un mediocre economista que está por casualidad como presidente y que creyó que podía desplazar al líder carismático indígena (Evo) proscribiéndolo electoralmente. Por otro, el líder que, en su ocaso, ya no puede ganar elecciones, pero sin cuyo apoyo tampoco se gana, y que se venga ayudando a destruir la economía sin comprender que en esta hecatombe también se está demoliendo su propia obra.”
El conflicto no fue solo ideológico, sino una lucha por el control del partido. Tras la inhabilitación de Morales, este llamó a promover el “voto nulo”. El MAS compitió dividido: Eduardo del Castillo por los “arcistas” y Andrónico Rodríguez por los “evistas”. Ninguno superó el 10%. El resultado fue devastador: un electorado acostumbrado a un liderazgo fuerte quedó sin referente. La fidelidad no estaba con el partido como institución, sino con la figura de Morales.
Colapso económico y deterioro social
La crisis política se agravó con un deterioro económico acelerado. Las reservas internacionales cayeron de 7.000 a 3.800 millones de dólares, la inflación escaló al 25% y la producción gasífera disminuyó drásticamente.
Las largas filas en bancos y estaciones de servicio, la escasez de dólares y combustible y un mercado paralelo deterioraron la confianza ciudadana. La percepción de un Estado ineficiente y con gasto público excesivo acentuó el malestar. El MAS, que había sostenido su legitimidad en la estabilidad económica, enfrentó la peor crisis social desde la “guerra del gas”.
El voto nulo como expresión de desafección
El 19% de votos nulos en 2025 no fue un dato menor. Reflejó tanto la lealtad de un sector hacia Morales como el rechazo ciudadano a unas instituciones que no ofrecían opciones convincentes. Este voto funcionó como plebiscito contra el sistema, evidenciando un electorado dispuesto a expresar protesta antes que adhesión.
El fenómeno conecta con una tendencia regional: el debilitamiento de la confianza en partidos e instituciones. En Bolivia, la desafección fue capitalizada por el “evismo”, pero su significado excede al caudillo: muestra una crisis de representación más amplia.
Una oposición fortalecida, aunque fragmentada
La oposición, históricamente incapaz de disputarle el poder al MAS, supo capitalizar el vacío. Rodrigo Paz Pereira y Jorge “Tuto” Quiroga avanzaron a la segunda vuelta con un discurso de reconciliación y promesas de estabilidad.
Paz Pereira, exalcalde de Tarija e hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, se proyectó como figura moderada de la centroderecha. Su propuesta de “capitalismo para todos” buscó seducir a votantes desencantados con la izquierda sin recurrir a la retórica agresiva de otros opositores.
Quiroga, expresidente interino (2001-2002) y dirigente tradicional de la derecha, encarnó la opción conservadora con experiencia política. Aunque no representó novedad, canalizó el voto de sectores que priorizaban estabilidad institucional.
Paz logró atraer votantes con un programa de descentralización fiscal, reforma judicial y estímulo a la inversión. Su narrativa contrastó con el desgaste del MAS. Sin embargo, la oposición no está exenta de debilidades: carece de cohesión interna y deberá gobernar con un parlamento fragmentado, donde ningún bloque alcanzó mayoría absoluta.
Implicaciones para Abya Yala
El desenlace boliviano proyecta lecciones para la región:
- Personalismo y fragilidad institucional: la excesiva dependencia de un líder carismático limita la renovación de los partidos. Experiencias como el kirchnerismo en Argentina, el correísmo en Ecuador o el orteguismo en Nicaragua enfrentan dilemas similares.
- Modelos extractivistas agotados: la caída del gas boliviano recuerda que la bonanza de materias primas no es eterna. Sin diversificación productiva, los proyectos progresistas quedan expuestos a crisis recurrentes.
- Crisis de representación política: el voto nulo expresa una tendencia regional hacia la desafección. En Chile, Perú y México también crece el desencanto con los partidos.
- Desinformación y democracia digital: la campaña boliviana estuvo marcada por noticias falsas y videos manipulados. Este fenómeno, presente en toda la región, plantea un reto crucial para la gobernabilidad.
En suma, la derrota del MAS es una advertencia: los ciclos progresistas pueden agotarse si no renuevan liderazgos, si no diversifican sus modelos y si no refuerzan su institucionalidad.
Consecuencias y enseñanzas para Colombia
En Colombia, donde se impulsa la construcción de un partido unitario de la izquierda, el caso boliviano adquiere especial relevancia. Cinco lecciones se destacan:
- Unidad sobre personalismos: la pugna entre Arce y Morales muestra cómo los caudillismos pueden destruir un proyecto. En Colombia será clave crear mecanismos colectivos de decisión y reglas claras de participación.
- Diversificación programática: un partido de izquierda no puede depender de una sola bandera económica. La transición energética, la soberanía alimentaria y la economía solidaria deben consolidarse como pilares de largo plazo.
- Institucionalidad interna: el MAS nunca logró consolidarse como partido autónomo. La izquierda colombiana debe invertir en estructuras organizativas sólidas, participación de las bases y democracia interna.
- Interpretación del malestar social: el voto nulo en Bolivia fue un canal de protesta. En Colombia, el reto es escuchar a jóvenes, mujeres, población LGBTI+ y trabajadores precarizados para que el descontento no se traduzca en abstención.
- Enfrentar la desinformación: la guerra digital será decisiva. La izquierda colombiana necesita construir redes de confianza y estrategias de comunicación capaces de contrarrestar campañas de miedo y manipulación.
Conclusión: un fin de ciclo como advertencia regional
La derrota del MAS no significa la desaparición de la izquierda en Bolivia, pero sí el cierre de un ciclo hegemónico que parecía inquebrantable. El país ingresa en una etapa de incertidumbre, con un parlamento fragmentado, un modelo económico debilitado y una sociedad fraccionada.
Para Abya Yala, el caso boliviano recuerda los límites del personalismo, los riesgos de la dependencia extractivista y la necesidad de reforzar las instituciones democráticas frente a la desinformación.
Para Colombia, constituye una advertencia estratégica: la unidad, la institucionalidad y la renovación de liderazgos no son opcionales, sino condiciones indispensables para evitar repetir la implosión del MAS. La enseñanza es clara: sin cohesión, sin diversificación económica y sin capacidad de adaptación, incluso los proyectos más sólidos pueden convertirse en víctimas de su propio éxito.