Por: Freddy Ordóñez Gómez
Antonio Gramsci en su texto Maquiavelo y el moderno príncipe, indica que el texto del florentino fusiona la ideología política y la ciencia política en la forma dramática del mito, indicando que este puede ser leído desde George Sorel como “una ideología política que no se presenta como fría utopía ni como racionalidad doctrinaria, sino como una creación de fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para despertar y organizar la voluntad colectiva” (Gramsci, 2019, p. 257).
En este lado del Atlántico, José Carlos Mariátegui (2014), abordando también la construcción soreliana, señala que el mito tiene la capacidad de llenar el yo profundo, de mover al hombre en la historia, sintiendo el hombre contemporáneo la perentoria necesidad de éste, de una verdad que sea absoluta y suprema. Afirma Mariátegui que la civilización burguesa carece de un mito, de una fe, de una esperanza, de una acción. Ésta sacrificó los mitos de la revolución liberal: la libertad, la democracia y la paz; y, por el contrario, la clase antagónica, el proletariado, sí tiene uno: la revolución social, el cual es cuestionado por la inteligencia burguesa, que se explaya “en una crítica racionalista del método, de la teoría, de la técnica de los revolucionarios”, lo que es una completa incomprensión, pues “la fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del mito”.
En Colombia, el presidente Gustavo Petro propuso al pueblo que se exprese como poder constituyente. Esto se entendió como el llamado a un cambio constitucional a través de una asamblea constituyente inmediata. Si bien el mandatario no fue claro en su exposición inicial, ha ido ajustando su planteamiento, describiéndolo y detallándolo, al punto que hoy se expone como la búsqueda de un acuerdo nacional que permita convocar a futuro una asamblea nacional constituyente bajo los parámetros de la actual Carta. Desde el comienzo hubo un cierre de filas de generadores de opinión, de grupos de juristas y académicos, así como de sectores políticos frente a una posible modificación de la Constitución del 91, a partir de plantear, entre otros aspectos, que ésta tiene un carácter unificador de la sociedad, sosteniendo que la Constitución Política une a una dividida Colombia. Se plantea y se impone desde estos a los sectores históricamente excluidos del Estado, el derecho y la institucionalidad, la defensa de la actual constitución como su mito. Surgiendo entonces la pregunta ¿puede la Constitución de 1991 ser considerada el mito de las clases subalternas del país?
Para Mariátegui el mito y la acción deben tener el atributo de verdad absoluta y suprema para que sea apropiada por las clases subalternas. La Carta Política no tiene esa propiedad: ha sido notoria la sujeción de esta a los poderes políticos y económicos, su interpretación, despliegue y modificaciones condicionadas a intereses e ideologías diferentes a los de los ofendidos, teniendo una condición de verdad relativa. De otra parte, no llega la Constitución a permitir una intuición propia del país, leer la Colombia de hoy de la mano del texto del 91 no alimenta la idea de futuro de los sectores populares, ni tampoco permite a estos “moverse con una fe vehemente y activa”. A finales de la década de 1980 se esperaba lograr la paz y resolver los conflictos a través de la convocatoria a la constituyente, pero al final, al momento de la votación para elegir los delegados constituyentes, el 9 de diciembre de 1990, la participación fue muy baja, lo que “sencillamente le restaba credibilidad y legitimidad a la Asamblea ya que denotaba una ausencia de interés popular por el proyecto” (Lemaitre, 2016, p. 135), por lo que, para dar un manto de legitimidad popular a la naciente Carta se hizo uso desde sectores gubernamentales y académicos de la alta votación de mayo de ese año, para las elecciones presidenciales, y de la pluralidad de los elegidos como delegados. Así, quienes defienden la idea de la Constitución de 1991 como verdad, son los integrantes de “una generación pragmática, que aprendió a negociar y a aceptar triunfos a medias y las transformaciones postergadas” (Lemaitre, 2016, p. 157), su planteamiento como mito se aproxima más a lo que Mariátegui considera es el ejercicio de resucitar mitos pretéritos, operación que resulta destinada al fracaso. Es imperativo señalar que, en la Colombia de hoy, la derecha carece de un mito, al punto de querer resucitar o trasplantar algunos de cara al proceso electoral de 2026. En esta tarea cuentan con un gran aparato mediático.
Finalmente, no está de más recordar que Mariátegui afirma que serán las multitudes quienes encontrarán el camino del mito, resaltando el rol de los jóvenes en la edificación de una sociedad nueva, al carecer estos de apegos y anclajes al orden establecido, al ser una generación con las disposiciones necesarias para organizar, dirigir y defender el orden nuevo. No serán intelectuales, políticos y periodistas, quienes ante el vacío que se presenta con la posibilidad del cambio, retroceden y asumen posiciones conservadoras, los que definan el mito de los oprimidos. No será la verdad de los ofendidos en Colombia aquella que desde esos sectores se establezca, pues estos todavía la están buscando.
FUENTES
GRAMSCI, A. (2019). Escritos. Antología. Madrid: Alianza.
LEMAITRE, J. (2016). El derecho como conjuro. Fetichismo legal, violencia y movimientos sociales. Bogotá: Siglo del Hombre; Universidad de Los Andes.
MARIÁTEGUI, J.C. (2014). El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Rosario: Ediciones del Sertão.
MARIÁTEGUI, J.C. (1989). Invitación a la vida heroica. Lima: Instituto de Apoyo Agrario.