Por: Élmer Montaña
Salvatore Mancuso es un confeso asesino, involucrado en la ejecución de más de cinco mil crímenes cometidos por los grupos paramilitares bajo su mando, entre los que se cuentan masacres, torturas, crímenes selectivos, desapariciones, violaciones, desplazamientos forzosos, narcotráfico y lavado de activos. Es reconocido por la crueldad que desató contra comunidades indefensas y por haber construido una sólida y efectiva estructura de apoyos y alianzas con miembros de la fuerza pública, políticos, empresarios, ganaderos e incluso periodistas que pusieron su labor al servicio de la causa paramilitar. Durante el tiempo en que ejerció este poder, hábilmente disipó mediante una red de testaferros, la fortuna que adquirió durante el conflicto, especialmente con el tráfico de estupefacientes y el despojo de tierras a las víctimas que asesinó o desplazó.
Mancuso se desmovilizó, junto con la mayoría de sus compañeros, en el año 2004 y en 2005 resultó beneficiado con la Ley de Justicia y Paz, mediante la cual los actores del conflicto recibirían penas leves a cambio de contar la verdad y reparar a las víctimas, y fue condenado a 8 años de prisión en retribución a una verdad parcial, dada a cuenta gotas y sin haber reparado a los afectados. Sin embargo, antes de que cumpliera la pena, Alvaro Uribe, tomó la sorprendente decisión de extraditarlo a los Estado Unidos, al igual que a 13 integrantes de la cúpula de las autodefensas, pues no resistió el descarado chantaje al que lo estaban sometiendo los jefes paramilitares, quienes le exigían todas clase de prebendas a cambio de no contar toda la verdad, especialmente lo relacionado con los apoyos que le brindaron durante sus dos campañas presidenciales y la ayuda que recibieron de éste cuando se desempeñó como gobernador de Antioquia.
La jugada de Uribe resultó exitosa porque logró silenciar a los jefes paramilitares durante largo tiempo.
Después de cumplir una pena de 15 años, Mancuso regresó al país, en medio de un exagerado despliegue de seguridad, para enfrentar la justicia colombiana y asumir la tarea de gestor de paz, en virtud de la decisión adoptada por el presidente Gustavo Petro. En consecuencia, si no se presentan imprevistos, uno de los asesinos más crueles en la historia reciente del país, saldrá en libertad para asistir a reuniones, convocar ruedas de prensa y dictar conferencias para hablar de la importancia del respeto a la vida y la convivencia en paz.
La esperanza se encuentra puesta en los magistrados de la Justicia Especial para la Paz, pues de ellos depende que Mancuso no guarde silencio sobre los apoyos que recibió de personas que siguen impunes gozando por generaciones de la riqueza habida con el sufrimiento de miles de campesinos desplazados y con el tráfico de estupefacientes y que solo se limite a usar la justicia de acuerdo a su conveniencia, mencionar, por enésima vez, los vínculos que Uribe tuvo con el paramilitarismo, que todo el mundo conoce y nadie pone en duda, y aunque conocer el paradero de las víctimas que este monstruo de la guerra desapareció alivia el dolor de muchas familias, no podemos olvidar que él es uno de los causantes de esas muertes.
Si la JEP sigue llevando a cabo su labor, como hasta ahora, lo más probable es que Mancuso sea expulsado de esa jurisdicción en poco tiempo, tal como ocurrió con Jorge 40, quien también utilizó la justicia en su propio beneficio sin haber cumplido los acuerdos de verdad y reparación.
El presidente Petro debe ser prudente con las tareas que le asigne a Mancuso y verificar el aporte que este haga a la propuesta de Paz Total, pues permitir que actúe a sus anchas y se comporte como un estrella de la farándula, tal y como lo hizo durante la firma de los acuerdos con Uribe, enviaría un pésimo mensaje a la sociedad y a la comunidad internacional. De hecho, haberlo recluido en una celda recién pintada y con piso enchapado en madera, es una grave equivocación, pues este no merece ningún trato preferencial, como no lo debe tener ningún criminal de esta clase. Precisamente, la ausencia de castigo efectivo a los grandes perpetradores de crímenes de guerra, lesa humanidad y violaciones de Derechos Humanos es lo que perpetúa este tipo de comportamientos.
No se puede convertir a Mancuso en un héroe, ni en el abanderado de la verdad, ni en un ejemplo de vida, ni siquiera en merecedor del perdón social. Para esto último debe recorrer, sin trampas, el camino del perdón que incluye en primer término contar toda la verdad, reparar a las víctimas, realizar actos que demuestren su arrepentimiento y ausencia de interés en repetir dichas acciones o intentar justificarlas para que realmente sea evidente la magnitud de sus actos criminales y el peligro que representa para la sociedad.